Las luchas de Lutero con el diablo. El tintero y todo lo demás. Sí: hermosos combates que hablan a la imaginación. Y que dan por añadidura al más modesto de nuestros contemporáneos un adulador sentimiento de superioridad sobre ese pobre Lutero cuyo cerebro estaba poblado de tan negras quimeras… Hermosos combates; pero, después de todo, ¿no sería bueno hablar también de los combates de Lutero al emprender la traducción de la Biblia al alemán, al dar en alemán la Biblia a los alemanes, toda la Biblia, toda la enormidad de la Biblia, es decir: la Santa Escritura entera en alemán?
Combates, sí. Con una lengua rebelde en primer lugar, con dos lenguas, para ser más precisos, cuyas disparidades tenía que hacer concordar en él y fundir: dos metales defectuosos de los cuales tenía que hacer un solo metal, sólido, flexible, bien templado. De un lado, la fuerte lengua, la ruda y gruesa lengua de la gente del pueblo, trivial, espesa, pero cargada de todo un río de imágenes y de savia. Del otro, la lengua fría, artificial, alambicada de la administración, la lengua que hablaba desde el siglo XVI la cancillería sajona. Entonces, se trataba de concordar los dos idiomas, buscar la palabra justa, el giro natural y simple, el giro verdaderamente alemán, el que permitiera a los hombres del pueblo alemán abordar, comprender la palabra de Cristo como el niño entiende, comprende la palabra de su madre —wie die Mutter mit ihren Kindern spricht—, no tener para guiarse más que el instinto, el sentido de lo que es y lo que no es alemán; buscar, y encontrar; luchar y triunfar: sí, en verdad, ¿con qué poblar el desierto?
Combates de la lengua y del estilo. Hay otros, no menos duros: los combates de Lutero con un texto que nunca ha sido considerado precisamente como simple y fácil de comprender. Sus choques perpetuos con tantas dificultades, tantas oscuridades que desalientan a los más doctos. Y, sin duda, tiene detrás a Melanchton, que lo aconseja, aunque desde lejos. Sólo mucho más tarde, sólo a partir de 1539 sobre todo, gozará de los consejos de una pequeña comisión bíblica de doctores y amigos. Por el momento está solo; lucha solo; algunas páginas manuscritas, todas cubiertas de tachaduras, nos muestran, en la edición de Weimar, a Lutero en acción. Y en cuanto al resultado, es bien conocido. Una asombrosa resurrección de la Palabra. Lo más alejado que hay de una fría exposición, de una labor didáctica de filólogo. Y más todavía de un “trabajo de artista” en busca de un estilo personal. El esfuerzo sin duda dramático, feliz, de un predicador que quiere convencer; o mejor, de un médico que quiere curar, traer a sus hermanos los hombres, todos los hombres, el remedio milagroso que acaba de curarlo a él, el remedio que ha encontrado leyendo el Evangelio, meditando sobre Pablo, sobre su querida Epístola a los Romanos, ese pan de las almas: Evangelio de Juan, Epístolas de Pablo, el esqueleto mismo de la Biblia, der rechte Kern und Mark unter allen Büchern.
El estilo de Lutero: ¡qué admirable tema de estudios! Pero no se necesitaría un filólogo estadístico, un pedante en gramática, sino un hombre, sí, un hombre que sienta. Un historiador sumado a un psicólogo, que sepa y más aún adivine, que evoque en esa lengua, por esa lengua, toda una edad, toda una época del pensamiento: tan lejos de nosotros ya, con su primitivismo persistente, su lógica extraña en parte a la nuestra, su predominancia de las imágenes acústicas y olfativas sobre las imágenes visuales, su pasión musical sin contrapeso.[136]
En unas muy hermosas páginas, y muy inteligentes, W. G. Moore ha esbozado las líneas generales de un estudio literario del estilo de Lutero.[137] Queda por esbozar, y luego realizar, el estudio psicológico, en profundidad, de esa lengua asombrosa y de esa sintaxis tan personal. De ese estilo de asalto de procedimientos tan bruscos, y cuyo conocimiento importa tanto para la inteligencia misma del texto de Lutero: quiero decir, del pensamiento del Reformador, y de sus intenciones. Diálogos patéticos: tratamientos de tú, apostrofes directos, vehementes, dirigidos al lector, pero también a Cristo, o al Diablo. Encarnaciones de ideas que se convierten en seres, y seres que se combaten. Todo combate en Lutero: es más fuerte que él; a veces pide disculpas por ello:[138] “No es mi culpa… Así estoy hecho… condenado a luchar sin cesar contra los diablos… Es verdad, mis brazos son demasiado combativos, demasiado belicosos: ¿qué puedo hacer?”. Y nosotros, sin embargo, nos cubrimos el rostro púdicamente: el grosero sajón cómo habla del Papa,[139] cómo habla, incluso, de Cristo; ¡cómo habla de todo ese escandaloso! Habla. Pero estudiemos el mecanismo de su palabra. Estudiemos su estilo, como historiadores, como psicólogos. Transportémonos al universo mental, exploremos el mundo de las imágenes y de los pensamientos, descubramos el modo de encadenamiento de las ideas de este Lutero tan próximo y tan lejano, tan fraternal y tan repelente: el que deja cantar a su alma rústica al margen del Cantar de los Cantares del rey Salomón (II, 1-3):
Ich byn eyne blüme zu Saron, und eyne rose um tal;
wie eyne rose unter den dornen,
so ist meyne freudyn unter den tochtern;
wie eyn apffelbaum unter den wilden bewmen,
so ist meyn freund unter den sonen…
(Weimar, Biblia, I, 633.)
Dos Luteros. Aquí, el que se dirigía a las disputas en Leipzig, llevando en la mano un ramo de flores del campo que se llevaba de vez en cuando a la nariz. A su lado, el Lutero que, embriagándose de palabras violentas, de apostrofes odiosos y de figuras groseras, se hunde en su pasión, olvida su objeto, olvida todo excepto su fuerza que tiende como un furioso. Sí, hermoso tema, el estilo de Lutero…