II. La reacción de Lutero

En realidad, es preciso, con mayor decisión aún de lo que suele hacerse —las viejas maneras de pensar se imponen con tanta tenacidad a los espíritus liberados y prevenidos a la vez—, es preciso reconstituir en plena concordancia con lo que se cree saber de la evolución interior de Lutero en los años decisivos de 1515, 1516 y 1517, la historia de una crisis que fue toda ella interior, y participó muy poco de la anécdota.

Lutero, en 1515, en 1516 —las notas del Curso sobre la Epístola a los Romanos lo muestran hasta la evidencia—, ha tomado posesión realmente de sus ideas personales. Por lo bienhechoras que son para él, les tiene tanto agradecimiento, les supone tanta eficacia, que se lanza a comunicar a los otros el querido tesoro que acaba de descubrir. ¿A los otros? A los estudiantes en primer lugar, en sus cursos. A la gente simple en sus sermones. A los teólogos igualmente, a los teólogos, a los hombres doctos, sus iguales, sus antiguos maestros, sus émulos… Y vemos a Lutero, poco a poco, tomar la figura de un jefe de escuela. En septiembre de 1516, redacta y hace discutir bajo su presidencia por un candidato, Bernhardi de Feldkirchen, unas tesis de viribus et voluntate hominis sine gratia, cuyo título por sí sólo muestra su liberación de las doctrinas gabrielistas, y del aristotelismo.[51] Un año después exactamente, en septiembre de 1517, preside de nuevo una disputa Contra Scolasticam theologiam y redacta en esta ocasión para otro candidato, Fr. Gunther, unas tesis, 97 tesis, que son una exposición de las grandes líneas directrices de su doctrina.[52]

El hombre, transformado en un árbol podrido, arbor male factus, no puede querer y hacer más que el mal. Su voluntad no es libre; es sierva. Decir que puede, por sus propios medios, alcanzar esa cumbre, el amor de Dios por encima de todo, es mentira y quimera (terminus fictas, sicut Chimera). Por naturaleza, el hombre no puede amar a Dios sino egoístamente. Todo esto es una refutación muy clara por Lutero de las doctrinas escotistas y gabrielistas. Y para que nadie lo ignorase, indicaba al final de cada una de sus tesis: Contra Scotum, contra Gabrielem, contra dictum commune… Después venían tesis filosóficas. Con el mismo vigor y sin escatimar nada, Lutero proclamaba su odio a Aristóteles, a su metafísica, a su lógica, a su ética: “La execrable ética aristotélica es toda ella enemiga mortal de la gracia (¡contra los escolásticos!). Es falso que la teoría de la felicidad de Aristóteles no esté opuesta radicalmente a la doctrina cristiana (¡contra los moralistas, contra morales!). Un teólogo que no es un lógico es un monstruo de herejía: he aquí una proposición que es ella misma monstruosa y herética.” Después de lo cual Lutero concluía desarrollando su tema favorito, la oposición fundamental de la ley y de la gracia: “Toda obra de la ley sin la gracia tiene la apariencia de una buena acción; vista de cerca, no es más que un pecado. Malditos los que cumplen las obras de la ley; benditos los que cumplen las obras de la gracia. La ley buena que hace vivir al cristiano no es la ley muerta del Levítico; no es el Decálogo; es el amor de Dios, derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo”.

Así argumentaba Lutero en 1516 y en 1517. Con una plena y profunda sinceridad. ¿También, tal vez, con un grano de particularismo universitario que se deslizaba a pesar suyo en sus preocupaciones? Era la escuela de Wittemberg, la doctrina de Wittemberg lo que se trataba de poner enfrente de las escuelas rivales de Erfurt, de Leipzig, de Francfort, del Oder y de otras partes… Las tesis de Gunther de 1517 son comunicadas por Lutero, que envía copias a sus amigos y las hace sostener por los de Erfurt. Ha llegado el momento, para sus ideas, de afrontar la crítica de los maestros. Los que no queden convencidos de primera intención argumentarán. Y Lutero sabe que los convencerá. Tiene a Dios de su parte, en su corazón lleno de fe, en su conciencia ahora apaciguada y tranquilizada.

Las tesis de Gunther: septiembre de 1517. Las tesis sobre las indulgencias: octubre de 1517. El 31 de octubre de 1517, en la puerta lateral de la capilla del castillo de Wittemberg, Lutero fija un anuncio en latín: “Por amor a la verdad, por celo de hacerla triunfar, las proposiciones siguientes serán discutidas en Wittemberg, bajo la presidencia del R. P. Martín Lutero, maestro en artes, doctor en la Santa Teología y lector ordinario en la Universidad. Ruega a aquellos que no puedan estar presentes en la discusión oral que intervengan por carta. En nombre de Nuestro Señor Jesucristo, Amén”. ¿El tema? Pro declaratione virtutis indulgentiarum.[53] ¿Así, pues, Tetzel? Sin duda. Pero, en primer lugar, fijémonos en la fecha. El 31 de octubre es la víspera de Todos los Santos. Y el día de Todos los Santos era cuando cada año los peregrinos acudían, innumerables, a Wittemberg, para ganar los perdones visitando las reliquias caras al corazón —y a la bolsa— de Federico. La indulgencia predicada por Tetzel: bien. Pero la indulgencia adquirida en Wittemberg igualmente…

Tetzel. ¿Pero qué contenía el anuncio fijado por Lutero?; ¿brutales ataques contra ese charlatán traficante en cosas santas?; ¿la denuncia violenta del escándalo de su indulgencia, de la indulgencia para San Pedro de Roma y los menudos beneficios de Alberto de Brandeburgo? El anuncio lanzaba contra la indulgencia una acusación esencial, una acusación de fondo: la de conferir a los pecadores una falsa seguridad. Esta acusación no está formulada una sola vez, en un solo artículo. Vuelve continuamente, a través de toda la pieza, a cada nuevo giro del pensamiento luterano. “Cuando dijo: haced penitencia, Nuestro Señor Jesucristo quiso que la vida entera de los fieles fuese penitencia.” Es la primera tesis. “Hay que exhortar a los cristianos a que sigan a Cristo, su jefe, a través de los tormentos, de la muerte y del infierno, y a entrar en el cielo a través de muchas tribulaciones (Hechos, 14, 22) más bien que a descansar sobre la seguridad de una falsa paz.” Son las dos últimas, la 94a y la 95a tesis… Esto enmarca la serie completa de las afirmaciones de Lutero. Une, con el más estrecho de los lazos, su doctrina sobre las indulgencias a su doctrina general, a su concepción en conjunto de la vida cristiana. Esto hace de las 95 tesis del 31 de octubre una aplicación particular, un corolario preciso de las 97 tesis del 4 de septiembre… Y con esto queda revelada, en toda esta génesis, la importancia exacta de ese pretexto: Tetzel.

Hay, en las 95 tesis, un artículo 39, donde me parece captar fácilmente una confesión, una confidencia personal de Martín Lutero: “Es una cosa extraordinariamente difícil, incluso para los más hábiles teólogos, exaltar a la vez ante el pueblo la gracia de las indulgencias y la necesidad de la contrición”. Y el artículo 40, que es el siguiente, añade: “La verdadera contrición busca y ama las penalidades; la indulgencia en cambio relega las penalidades y nos inspira una aversión contra ellas…” ¡Qué claros son estos textos, y qué elocuentemente hablan! Éstas son sin duda las íntimas inquietudes de un Lutero, sus reflexiones ante el problema brutalmente planteado a su espíritu y, más aún, a su conciencia de predicador, por ese conflicto violento de tesis incompatibles. Por aquí es por donde el debate sobre la indulgencia se suelda con su noción de la verdadera religión… Pero entonces, ¿qué probabilidad hay de que este hombre, tan dispuesto a ir hasta el extremo de sus sentimientos, haya esperado a Tetzel y sus sermones para tener conciencia de una antinomia semejante?

Ya sé que él lo dijo. Lo dijo en el crepúsculo de su vida, en 1541, en un pasaje de su escrito contra Enrique de Brunswick: Wider Hans Worst. El texto es bien conocido.[54] “Viendo que, en Wittemberg, una multitud de gente corría tras las indulgencias a Jutterbock, a Zerbst, a otros lugares, y, tan cierto como que Cristo me ha rescatado, no sabiendo entonces más que cualquier otro en qué consistía la indulgencia, empecé a predicar tranquilamente que había algo mejor y más seguro que comprar perdones…” Resumen demasiado rápido e inexacto. A Lutero viejo le era fácil resumir así recuerdos lejanos. No nos es permitido tomar este resumen al pie de la letra… Lutero se equivoca. Precisamente porque sabía ya, o creía saber “mejor que cualquier otro” en qué consistía la indulgencia, es por lo que tomó la palabra, a pesar de la prudencia que le aconsejaba su respeto a un príncipe, Federico, que tenía interés en las indulgencias y se dedicaba a coleccionarlas. Para tener la prueba de esto no hay más que abrir el tomo I de la edición crítica de Weimar.

1516. Extracto del sermón predicado el décimo domingo después de la Trinidad.[55] Tema: Las Indulgencias. Argumento: “Los Comisarios y sub-Comisarios encargados de predicar las indulgencias no hacen nunca otra cosa que alabar sus virtudes al pueblo, y excitarlo a que las compre. Nunca los oiréis explicar a su auditorio lo que es en realidad la indulgencia, a qué se aplica y cuáles son sus efectos. Poco les importa que los cristianos engañados se figuren que, apenas comprado el pedazo de pergamino, están salvados…”.

Y lo que sigue es particularmente interesante. Este conflicto que denuncia la 39a de las 95 tesis, en octubre de 1517, este antagonismo entre la gracia de las indulgencias y la necesidad de la contrición, precisamente aquí está expuesto por Lutero en términos absolutamente personales; aquí está planteada la distinción entre la infusio que es intrínseca y la remissio que es extrínseca, no siendo sino la remisión de la pena temporal, de la pena canónica a la que el sacerdote ha condenado al pecador… Hay que cumplirla en la tierra; quien muera antes la pagará en el Purgatorio; y si el Papa puede remitirla, no es por el poder de las llaves, sino aplicándole la intercesión de la Iglesia entera. Y aún subsiste una duda: ¿Dios acepta en parte solamente, o totalmente, semejante remisión? Y Lutero afirma: “Predicar que semejantes indulgencias pueden rescatar las almas del Purgatorio es tener demasiada temeridad”. Desde esta fecha, desde 1516, añade esto, que se da habitualmente como el gran atrevimiento del documento de 1517, esto que repite textualmente la tesis 82 de Wittemberg: “El Papa es demasiado cruel si, teniendo en efecto el poder de liberar a las almas del Purgatorio, no concede gratis a las almas que sufren lo que otorga por dinero a las almas privilegiadas…".[56]

Nada más interesante que este corto documento de 1516. Cree uno captar en él el trabajo mismo del pensamiento de Lutero, en esos años de ebullición profunda y de génesis. Más que un sermón, más que una disertación, es una serie de interrogaciones que el agustino se hace a sí mismo. Y a veces confiesa: “¡No sé!”. Escuchémosle: “Me diréis: la contrición perfecta de sí mismo puede abolir toda pena; entonces, ¿para qué sirven las indulgencias?…”. Pero ya la conclusión está asegurada: “¡Tened cuidado! ¡Que las indulgencias no engendren nunca en nosotros una falsa seguridad, una inercia culpable, la ruina de la gracia interior!” Tetzel no había nacido todavía a la historia cuando Lutero escribió estas líneas. O cuando formulaba esta otra interrogación, que iba lejos: “¿Pero quién nos garantiza que Dios acepte lo que el Papa propone?… Quis certus est, quod ita Deus acceptat sicut petitur?”.

1516. A la mitad del año. El 31 de octubre, un año exactamente, día por día, antes del anuncio de las 95 tesis, el 31 de octubre ya, en la víspera del gran día de los Perdones de Wittemberg, Martín Lutero predicaba un sermón sobre la indulgencia.[57] Misma argumentación. Y familiar a Lutero, porque lo dice al empezar: “Dixi de iis, alias, plura”. ¿Alias? Sin duda en la capilla de los agustinos. Por lo demás, es la inspiración misma de las 95 tesis.