III

Revisiones: El descubrimiento

No, nadie señaló con el dedo al agustino de Erfurt y de Wittemberg el camino que había que seguir. Lutero fue el artesano, solitario y secreto, no de su doctrina, sino de su tranquilidad interior. Y fue, en efecto, tal como él lo dijo, concentrando sus meditaciones sobre un problema planteado no ante su razón, sino ante su paz: el de la Justicia de Dios, como entrevio al principio, y vio luego claramente el medio de escapar a los terrores, a los tormentos, a las crisis de ansiedad que lo consumían.

Señalar este progreso de texto en texto, desde el Comentario sobre el Salterio, donde ya se hacen oír tímidamente algunos de los principales temas luteranos, hasta el Comentario sobre la Epístola a los Romanos, infinitamente más amplio y a lo largo de todo el cual el pensamiento de Lutero se apoya sobre el pensamiento dominante del Apóstol, es una tarea casi irrealizable en un libro como éste. En algunas, líneas, en algunas páginas cuando mucho, no se puede reconstruir con ayuda de textos —cuya historia misma no siempre está perfectamente elucidada— la evolución de un pensamiento todavía vacilante y de unos sentimientos que, demasiado a menudo, adoptan para expresarse fórmulas aprendidas y a veces equívocas. Tratemos simplemente de aprehender este pensamiento en lo que tiene de esencial; mejor, de traducir ese sentimiento en toda su fuerza y su fogosidad espontáneas, sin embarazarnos demasiado con precisiones textuales que, aquí, no serían sino falsas precisiones.