Conclusiones

Duae gentes sunt in utero tuo, et duo

populi ex ventre tuo dividentur.

Génesis, XXV, 23

El diario de Antonio Lauterbach nos ha conservado una conversación de mesa bastante impresionante. El 27 de junio de 1538, Martín Lutero cenaba en Wittemberg con el maestro Felipe Melanchton. Los dos hombres estaban tristes. Hablaban del porvenir.

“¿Cuántos maestros diversos seguirá el siglo próximo?, interrogaba el doctor. La confusión llegará al colmo. Nadie querrá dejarse gobernar por la opinión o por la autoridad de otro. Cada uno querrá hacerse su propio Rabí: ved ya a Osiander, a Agricola… y entonces, cuántos enormes escándalos, cuántas disipaciones. Lo mejor sería que los príncipes, por un concilio, previniesen tales males; pero Jos papistas escurrirían el bulto: le tienen tanto miedo a la luz…” Sin embargo, Felipe hacía eco a su maestro: “Oh —exclamaba a su vez—, quiera Dios que los príncipes y los Estados puedan convenir en un Concilio y en una fórmula de concordia para la doctrina y las ceremonias, con prohibición para cada uno de alejarse de ellas temerariamente para escándalo del prójimo. Sí, tres veces lamentable el rostro de nuestra Iglesia, enmascarada bajo semejante capa de debilidades y de escándalos”.

¿Frases de vencidos? No nos preocupemos de Felipe Melanchton. Martín Lutero ¿tenía razón de estar tan desolado aquella noche, y tan desesperado? Y verdaderamente, ¿verdaderamente era un vencido?