En 1966 anduve metido en dos tareas simultáneamente: la de reunir los informes de los presidentes de la República, por encargo del legislador Alfonso Martínez Domínguez, y la de gestionar la legalización del municipio de San José de Gracia, por encargo de mis coterráneos. Trabaje en la suma de los documentos, que fuera de las constituciones, gozan de la máxima consideración nacional, y en hacer de derecho un municipio de hecho, formado por un territorio que podía abarcarse de una sola mirada desde arriba de las torres de la parroquia; una población unida entre sí por lazos de parentesco: un cura, y negocios y dedicaciones que distinguían la de San José de otras comunidades.
En 1966 ya había un buen número de personas de San José informadas de los graves problemas mundiales y de la peliaguda peregrinación política de México, pero aún a ellos sólo les preocupaba verdaderamente la modesta vida de su parroquia. Se preguntaban por qué San José de Gracia y sus rancherías no eran jurídicamente municipio aparte; por qué los josefinos ni siquiera tomaban parte en la votación para elegir los munícipes residentes en Jiquilpan, y por qué se destinaban contribuciones ordinarias y extraordinarias impuestas por el poder municipal a San José a obras que no contribuían al bienestar de los contribuyentes. Mis paisanos aspiraban a una vida municipal libre y democrática y me pidieron que diera a conocer por escrito sus aspiraciones al gobernador Agustín Arriaga. De aquel memorándum no guardo copia, pero sí recuerdo que me refería en él a lo esterilizador del colonialismo interno, y sobre todo a las diferencias profundas que había entre la cabecera municipal y una de sus tenencias, la tenencia mal llamada Ornelas en honor de un general que al frente de tres mil valientes mexicanos fue derrotado por trescientos cobardes franceses.
Decía, si mal no recuerdo, que la Tenencia de Ornelas o San José la constituían diez mil hombres diferentes a los veinte mil de Jiquilpan y pueblitos aledaños. Los de San José eran poseedores de un territorio alteño, ondulado, frío, con pocas tierras de labor y con buenos pastizales. Los de Jiquilpan disfrutaban de piso abajeño, raso, caliente y feraz. Los de San José, entonces todavía a caballo, se ocupaban de criar y ordeñar vacas, hacer quesos grandes y redondos y enviarlos a la capital para su venta. Los de Jiquilpan se entretenían en la labor de sus fértiles tierras, la hechura de rebozos y de política. Los de San José era parientes de González y Pulido de Cotija, Sánchez de Sahuayo y Cárdenas de la Manzanilla, pero no se consideraban emparentados con las familias jiquilpenses, salvo en un par de excepciones. Ante las preguntas de los forasteros los josefinos no se identificaban como de Jiquilpan; se consideraban distintos a sus dominadores; se sentían josefinos, que no jiquilpenses, y querían un mundo aparte y autogestión.
Como en México cuenta mucho el decir presidencial, acudí en busca de apoyo para mi modesta empresa municipalizadora a la máxima expresión del dictum del presidente de la República. Me puse a espigar lo dicho en los informes acerca de las virtudes de la vida y el autogobierno municipales. Me dije: en los informes rendidos por los jefes de Estado de la República Mexicana desde Agustín de Iturbide, que gobierna con el nombre de emperador, hasta los actuales mandatarios que ostentan el título de presidentes, se exponen los grandes problemas del país. En el informe, antes semestral y en los catorce lustros de revolución triunfante, cadañero, se han encapsulado de modo lúcido, breve y manejable las ideas, las aspiraciones, los reveses y las hazañas de la autoridad y del pueblo de la República. En un discurso como ese no podían faltar los términos necesarios para defender una institución tan connatural al paisaje de México, con tan profundas raíces históricas, tan merecedora del título de célula del Estado Mexicano como el municipio libre.
No es necesario traer a colación el establecimiento del poder municipal en la recién fundada Veracruz en 1519. No hace falta referirse a lo muy fragmentado de la geografía de México para entender el porqué de dos mil cuatrocientas naciones municipales diferentes en una sola. También es muy sabido que en pocos países del mundo han venido a concurrir tantas etnias de habla diferente como en los dos millones de kilómetros cuadrados de la República Mexicana. Pese a las artimañas uniformadas de un gobierno central, de una legislación que se empeña en no reconocer diferencias, no obstante el tenaz y cotidiano discurso uniformador de la radio y de la televisión, México se mantiene plural, se siente identificado con sus terruños o matrias, es matriotero antes que patriota y cree tener derecho a las pequeñas diferencias municipales. Por lo mismo, era de esperar una amplia información y un sutil análisis del municipalismo mexicano en los textos cumbres de nuestra literatura política. La palpitante presencia de lo municipal en la vida de México, no podía estar ausente del informe. Seguro de encontrar en éste los argumentos decisivos para convertir en municipio la parroquia de San José, procedí a rescatar
La visión del municipio a través de los informes
que los jefes de Estado en México habían rendido durante siglo y medio, en cosa de 330 compareceres. En la biblia política de la nación grande, que en esos meses compilaba, deberían encontrarse noticias e ideas orientadoras para las naciones pequeñas, las patrias chicas, las matrias, los municipios de México. Se trataba de un quehacer de muy escasa amenidad pero multiiluminador. Con todo, resultó con amplias lagunas y hoyos negros.
Quizá porque todos los gobernantes mexicanos del siglo XIX estaban hondamente deseosos de hacer la nacionalidad mexicana y de dar una imagen de México singular y no plural, restringieron chita callando los separatismos y las facultades del poder municipal, y no dijeron palabra de la existencia del ser y poder de los municipios. Al general Anastasio Bustamante se le escapó en uno de sus informes la palabra municipalidad; el general Joaquín Herrera dijo: “En todas nuestras elecciones populares el ayuntamiento nombra los primeros comisionados”; los licenciados Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada, le hicieron segunda a la Constitución de 1857, que pese a las arengas de Castillo Velasco, ninguneó al municipio o casi. Quizá los liberales veían en el municipio cruces de parroquia, sotanas, fiestas de santos patronos y otros símbolos conservadores. Porfirio Díaz, en su primer informe del 1o. de abril de 1877, da a entender lo conflictivo del poder municipal metropolitano cuando dice: “Expedida la convocatoria para la elección de ayuntamiento de esa capital, y al tiempo ya de verificarse, surgieron algunas complicaciones que aún no han sido resueltas”.
Los presidentes de México ante una nación acosada por anglos, franceses y gringos, y en perpetua discordia civil, informaban principalmente de hechos belicosos y de penurias del erario público. El presidente Díaz, autor de sesenta y dos informes, abandona paulatinamente la referencia a hechos de armas, a revueltas e invasiones, e incurre en las noticias sobre construcción de ferrocarriles, caminos, puertos, palacios, cárceles, deslindes, colonias agrícolas y otras mejoras. Es raro encontrar en sus informes frases como la siguiente: “Los escasos fondos de que actualmente puede disponer el municipio (metropolitano) no alcanzan para atender urgentísimas necesidades”. O bien: “Entre las medidas consiguientes a la erección de Tepic en territorio era una de las principales proveer a sus municipios de fondos adecuados”. A partir de 1892, Díaz repite dos veces al año: "Los ayuntamientos del Distrito y territorios desarrollan sus elementos en bien de los diversos ramos que le están confiados”. “El ayuntamiento de la capital ha cumplido con toda exactitud los compromisos que contrajo para el pago del empréstito de la ciudad de México, contratado en Londres”.
Los tres primeros presidentes de la era revolucionaria (el interino León de la Barra, el electo Madero y el usurpador Huerta) pronunciaron ante los legisladores cosa de setenta mil palabras, pero no los términos de municipio, ayuntamiento u otros similares. El reiterado olvido municipal lo rompe el presidente de Cuatro Ciénegas. En el discurso ante los autores de la Constitución de 1917, dice: “El municipio independiente, que es sin disputa una de las grandes conquistas de la Revolución, como que es la base del gobierno libre, conquista que no sólo dará libertad política a la vida municipal, sino que también le dará independencia económica, supuesto que tendrá fondos y recursos propios para la atención de todas sus necesidades, substrayéndose así a la voracidad insaciable que de ordinario han demostrado los gobernadores, y una buena ley electoral que tenga a éstos completamente alejados del voto público y que castigue con toda severidad toda tentativa para violarlo, establecerá el poder electoral sobre bases racionales que le permitirán cumplir su cometido de una manera bastante aceptable”.
El 15 de abril de 1917, don Venustiano Carranza hizo memoria ante el Congreso de la Unión del establecimiento de “la libertad del municipio como condición primordial insustituible del gobierno libre” y de la orden que dispuso “la inmediata restitución de los terrenos a los pueblos que habían sido desposeídos de ellos por la rapacidad de los favorecidos de las dictaduras… y la dotación de tierras a los pueblos que carecían hasta de los elementos más precisos para la vida”. En el mismo informe añade: “El 12 de junio de 1916 se expidió la convocatoria para las elecciones municipales, toda vez que la instalación de los ayuntamientos debería preceder a cualquier otra función de sufragio… Las elecciones se efectuaron en toda la República con absoluta libertad y sin tropiezos”. Por otra parte, “fueron suprimidas las jefaturas políticas” que se encargaban, por cuenta del centro, del control municipal.
Don Venustiano Carranza informa también que para vigorizar el debilucho poder de los municipios “giró circular a los gobernadores de los estados, dándoles instrucciones en el sentido de que se separaran rentas especiales”. En otro momento de su discurso expresó la esperanza de que el municipio libre traería provechosos frutos a la nación, excepción hecha del municipio metropolitano donde residían los poderes de la Unión. Carranza quiso sustituir el ayuntamiento de la capital con un Consejo de Administración Pública. El apóstol del municipio libre sostuvo ante las cámaras: “La ciudad de México debe constituir una excepción dentro de la regla del municipio libre”. Por tal convencimiento, el 2 de octubre de 1919 manda al Senado una iniciativa de ley que suprime al cabildo electo por la ciudadanía de la capital.
Los derrumbadores de Carranza habían sido funcionarios municipales como él, pero no fueron municipalistas al convertirse en presidentes de la República. En uno de sus informes, el general Obregón consigna los conflictos entre el gobierno Federal y el ayuntamiento metropolitano por cuestiones de “jurisdicción y competencia”. Obregón se refiere de pasada a las elecciones municipales de 1922 en todo el país. El general Plutarco Elías Calles informa el primero de septiembre de 1925: “Las elecciones de poderes municipales se han efectuado en casi todo el país con la natural excitación en el ánimo de los electores, y los incidentes han sido resueltos por las legislaturas de los estados de conformidad con la ley”. Portes Gil, el sucesor de Calles, logra suprimir la organización municipal en el D.F. Las municipalidades defeñas pasan a ser delegaciones con delegados elegidos por el jefe del Departamento del Distrito Federal. Así, según informa Portes Gil, se consigue un “mejoramiento de los servicios públicos del DF".
El general Manuel Ávila Camacho dio en la costumbre, que ha persistido, de comunicar aprisa y en voz poco audible los estados en que hubo elecciones municipales, y en 1946 se refirió a la matanza de León originada por unas elecciones municipales tramposas. En 1948, el presidente civil Miguel Alemán le dijo al Congreso que les mandaba la iniciativa de una ley orgánica para el funcionamiento de Juntas de Mejoras Materiales. Fuera de eso, mantuvo las
Sombras sobre el municipio,
se olvidó de él en sus lecturas ante los legisladores. En cambio, don Adolfo Ruiz Cortines sí se declara, una y otra vez, municipalista. Al asumir la presidencia de la República promete “el establecimiento de juntas de mejoramiento moral, cívico y material” como coadyuvantes a la resolución de los problemas pueblerinos. En su primer informe asegura: “En todos los ámbitos del país se observa un incontenible afán de superación. Para encauzarlo… se sugirió a las entidades federativas la organización de Juntas de Mejoramiento Moral, Cívico y Material, en las que participen todos los habitantes, incluso los extranjeros, para que coadyuven con las autoridades municipales al progreso de la colectividad”. Al año siguiente se informa de la formación de esas juntas en 2 340 municipios y de sus primeras realizaciones. En sus últimos cuatro informes, dijo: “El gobierno de la República ha multiplicado sus esfuerzos para lograr la perfección de nuestras instituciones democráticas, muy especialmente la del municipio, base de nuestra estructura política”. Don Adolfo primero creía en la fuerza creadora de los patriotismos locales y no se avergonzaba de tratar en el informe asuntos de la familia y el municipio.
Don Adolfo segundo, tan preocupado en los problemas del universo, no dijo ni pío en lo referente a los problemas municipales. Tampoco di con nada que me sirviera de apoyo para mi petición de elevar a la categoría de municipio a la Tenencia de Ornelas en los dos primeros informes del presidente Gustavo Díaz Ordaz. Como quiera, sin mayor avalamiento en palabras presidenciales, con sólo algunas expresiones de don Venustiano, puse punto final a la exposición de los motivos que movían a San José a procurarse una vida municipal libre. El gobernador Arriaga transmitió el pliego de los josefinos a la legislatura local y ésta produjo el decreto que dice: “Se erige en municipio la Tenencia de Ornelas la cual… se identificará en lo sucesivo y para todos los casos con el nombre de Marcos Castellanos, en memoria de tan ilustre insurgente”. Al mismo tiempo el autor del pliego petitorio del municipio, que había reunido mucha información local para hacer libre a su terruño, publica Pueblo en vilo, un alegato extenso en favor de una comuna municipal, de un pueblo y sus rancherías.
Gracias a la elevación de San José al rango de municipio libre comienza a dejar de ser un pueblo en vilo. Las primeras autoridades, elegidas libremente, se dieron con entusiasmo a la mejoría de la nueva congregación municipal. Entre 1968 y 1975 el municipio de San José obtuvo un desarrollo nunca visto. Fueron electrificados pueblo y rancherías. A todas éstas se les unió con caminos transitables en todos los meses del año. Se abrieron escuelitas en las comunas pequeñas, y en San José de Gracia se procedió a construir sucesivamente cuatro escuelas mayores: dos primarias, una secundaria de nombre ETA 37 y una preparatoria Técnica Agropecuaria. Un poder municipal limpio consiguió en pocos años introducir los instrumentos de la modernización: fuerza eléctrica, escuelas, teléfono, caminos, radio y tele.
La electrificación y la mejoría de caminos y transportes promueven el rápido desarrollo de la industria quesera. El desarrollo técnico produce en un santiamén patronos opulentos y asalariados pobres. En los nuevos patrones, junto con el afán de riqueza, crece el afán de poder, el gusto por convertirse en mandamases del municipio y la inclinación a considerar el quehacer público como buen negocio privado. Como quiera, la escolarización con que se acompaña la electrificación, aduce el contraveneno. Las escuelas forman desde el principio jóvenes conscientes de los desarrollos que se pueden conseguir con un poder municipal sano y libremente escogido. Los prepos han querido contrarrestar las actitudes monopolizadoras, egoístas y humillantes de los pesudos, quienes tomaron el poder inicialmente por voluntad mayoritaria y han querido retenerlo contra la voluntad de la mayoría. A fines de 1980, la juventud estudiosa, los prepos, propusieron para la alcaldía municipal a una maestra que fue aclamada por la mayor parte de la ciudadanía del municipio. Entonces el presidente en turno, miembro del cenáculo de los ricachones, enemigo declarado de las escuelas, produjo una de sus frases célebres: “Vamos a ver quién puede más: si el dinero o la cencia”. Entonces pudo más el dinero, y volvió a poder más que el noventa por ciento de la ciudadanía a fines de 1983. El lado oscuro de la modernización josefina le ha ganado los primeros combates a la parte luminosa del mismo proceso modernizador. Seguramente ha contribuido a eso lo corrupto de algunas personas del aparato gubernamental supramunicipal. Pero también está visto que los corruptos pudieron hacer de las suyas por el desconocimiento, por la falta de publicidad a los problemas municipales. A la luz del día se roba y se delinque menos. La noche en que permanece el municipio da lugar a multitud de puñaladas traperas, violaciones, mentadas, robos y abusos.
Conviene lanzar faros sobre el municipio. Es de la mayor importancia conducir las luces del conocimiento a los rincones del país. Es urgente la concientización municipal. La ignorancia en asuntos municipales permite el renacimiento de un cacicazgo peor que el porfírico. La vida periférica no sólo ocupa un sitio modestísimo en los informes presidenciales. También es la Cenicienta de los medios masivos de comunicación y de las ciencias del hombre. Todavía falta mucho por hacer en la historia y las historias del municipio mexicano. Hay estudios pioneros del desarrollo histórico total de la institución jurídica del municipio en México como los de Moisés Ochoa Campos, Regina Jiménez-Ottaengo y Feliciano Calzada Padrón. Del cabildo en la época española han hecho aportaciones José María Ots Capdequí, Luis Chávez Orozco, José Miranda, François Chevalier e Isabel Gutiérrez del Arroyo. Sobre el municipio ideal en el siglo XIX produjo una obra clásica el coronel Miguel Lira. Una historia a fondo del municipio mexicano está por verse y quizá no pueda llevarse a feliz término mientras no se haga un suficiente número de historias municipales, de microhistorias y de otros tipos de estudios monográficos.
Ciertamente se han escrito historias de un tercio o una cuarta parte de los municipios mexicanos. Existe un catálogo de mil historias de pueblos hechas de 1910 para acá. Muchas son meros elogios a los caciques locales que las patrocinaron. La gran mayoría son fruto del amor matrio pero no del profesionalismo. Muy pocas son fidedignas, elaboradas a ciencia y conciencia. Entre éstas figuran varias de las monografías municipales de Michoacán patrocinadas por el gobernador Carlos Torres Manzo.
Los antropólogos sociales también han dado frutos maduros de índole municipal pero no siempre con generosidad y casi siempre restringidos a las áreas que se les cuelga el adjetivo de indígenas. El gran número de antropólogos que acuden a descubrir cómo viven los indios en sus pequeños mundos ha dado lugar a la afirmación en broma de que un hogar de la raza de bronce lo constituyen un papá, una mamá, una docena de hijos y un antropólogo. Como quiera, no todas las indagaciones de los indigenistas llegan a convertirse en publicación. Por otra parte, muchas de las publicaciones sobre los conglomerados indios pecan de incomprensión y superficialidad. Los que han dejado visiones muy lúcidas de los municipios indígenas y mestizos se cuentan por docenas.
Probablemente la nutrida legión de estudiosos de las comunidades indígenas ya han aportado el diagnóstico lúcido de una quinta parte de la población municipal de México. Falta por ver con espíritu de veracidad y tesitura científica otra quinta parte de la población rústica que recibe el nombre de criolla. También los municipios urbanos tienen aún caras ocultas. Es necesario pues descubrir estrategias
Para esclarecer la vida municipal
de México a corto plazo, pese a sus variadísimas y cambiantes manifestaciones. Con todo, las palabras de Juan José Arreola, “El municipio ha sido la negligencia suprema de México”, siguen siendo tan exactas como hace un par de años. El gobierno de la República empieza a tomar cartas en el asunto. La problemática municipal ha conseguido espacios dignos en el informe. La buena disposición del presidente para enfrentarse a la incógnita del municipio parece fuera de toda duda. Hay indicios de haberle llegado su función al santo del municipio. Sopla viento de cola.
En su segundo informe de gobierno, el presidente Miguel de la Madrid asegura: “ Para avanzar en la descentralización de la vida nacional estamos… alentando la profunda reforma municipal contenida en el nuevo texto del artículo 115 de la Constitución. Me es grato constatar que los estados han reformado sus constituciones y expedido nuevas leyes orgánicas para implantar la nueva regulación constitucional sobre el municipio libre. Se han fortalecido sustancialmente las haciendas municipales, y de esta manera, sus ayuntamientos cuentan ahora con más recursos para hacer frente a sus responsabilidades”. En otra parte del mismo informe comenta: “Una forma destacada para propiciar la democratización integral es el fortalecimiento y la expansión de la vida municipal. La reforma constitucional que promovimos al artículo 115 de la Carta Federal y las modificaciones constitucionales y legales consecuentes que han producido los estados de la República nos dan un nuevo marco jurídico para promover este movimiento. Ahora hay que darle vida. Lo importante hoy es promover una amplia y decidida participación popular”.
El gobierno de la República ha emprendido la vigorización de la vida municipal aplicando una medicina rigurosa, por medio de un mayor flujo económico hacia los ayuntamientos. Indudablemente si la generosidad de arriba transcurre a través de autoridades verdaderamente electas por el pueblo como las de los tres primeros ayuntamientos del municipio de Marcos Castellanos, cada dádiva se convertirá en ciento y en cobija común, pero si los acrecidos recursos van a caer en ayuntamientos pavimentadores de calles, elegidos por los capitalistas lugareños ansiosos de poder y lana, el grueso de la población municipal sólo conseguirá el recrudecer la servidumbre y una que otra probada de atole con el dedo. ¿Pero cómo distinguir el poder municipal sano del achacoso? Sólo mediante la observación científica, el conocimiento previo tanto de tipo general como de caso por caso. ¿Cómo se puede lograr oportunamente el deseado conocimiento?
En el segundo informe del presidente de la Madrid se dice: “Se creó el Centro Nacional de Estudios Municipales para contribuir a la dinámica de la reforma del municipio que ha de influir profundamente en nuestra vida política y social”. La hechura de lo que probablemente llamaremos el CENEM parece una medida más acertada que el del enriquecimiento de las tesorerías municipales. Supongo que el CENEM va a ser el observatorio de lo pueblerino capaz de impedir a tiempo fraudes electorales y robos. Es de suponer que el recién creado instituto tendrá muchos ojos y oídos bien abiertos para ver la auténtica vida de comuna y oír las voces del pueblo municipal. Es también probable que el CENEM encuentre alguna pista útil en las propuestas enlistadas a continuación.
El ponente cree que no habría habido fraude electoral en su terruño y mal manejo de los recursos del municipio si en la prensa periódica seria hubiera aparecido un reportaje verídico de la realidad política y económica de San José en los últimos años. El ponente está seguro que la información periodística, ahora limitada al tema de las grandes urbes, debe extenderse a las pequeñas comunidades, a los municipios rasos. Se nota la falta de reporteros de la existencia pueblerina como lo fueron en el siglo XIX Angel de Campo, Micrós, Ignacio Manuel Altamirano, Guillermo Prieto, Manuel Payno y Manuel Gutiérrez Nájera. Hoy urge la descentralización del reportaje periodístico; es necesario conducir al fondo de la vida municipal a Jaime Avilés, Fernando Benítez, Ricardo Cortés Tamayo, Ricardo Garibay, Vicente Leñero, Carmen Lira, Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco, Elena Poniatowska, Julio Scherer García y otras estrellas de la crónica periodística. Quizás el Centro Nacional de Estudios Municipales pueda contribuir a que el buen reportaje de la vida provinciana sea permanente y no se ciña a los cortos periodos de la campaña presidencial cada seis años.
Mucho de la vida recóndita de otras épocas y sobre todo del siglo XIX se conoce gracias a los libros de viajeros mexicanos y de fuera que recorrían los caminos de la República pluma en ristre. En fechas no muy alejadas del presente escribieron libros de viaje de tema provinciano Salvador Novo y Fernando Benítez. En España, escritores de fuste aprovechan sus viajes por la Alcarria o Tierra de Campos u otras provincias para dar a conocer la existencia cotidiana, la existencia que se le escapa al lugareño del mundo extrametropolitano. La promoción de libros de viajes puede contribuir a resolver la incógnita municipal de México.
Probablemente, un retardador del deterioro del poder municipal en mi tierra es la obra Pueblo en vilo. Quizás ha servido, junto con la preparatoria, a mantener en armas el espíritu cívico. Para la formación de una vigorosa conciencia municipal creo que son muy útiles las microhistorias y las microgeografías. Se trata de obras que es muy fácil promover, que con la mano en la cintura puede conducir hasta la publicación el CENEM. Seguramente los humanistas profesionales estarían dispuestos a poner manos a la obra, a ver a México con microscopio y escribir acerca de él, para lo cual ayuda grandemente la tarea puesta en marcha por Alejandra Moreno Toscano, y continuada por su sucesora en el AGN, al hacer accesibles los archivos de parroquias y ayuntamientos.
Caben otras proposiciones contribuyentes a arrojar luz sobre la parte más oscura del ser mexicano que es el municipio. Sin los apremios de la hora, se podría decir mucho de las posibles contribuciones de las casas de la cultura. Si no fuera ya demasiado engorroso, me ocuparía de cómo pueden hacer luz los profesores de las escuelas de ranchos y pueblos sobre tantas y tantas incógnitas municipales de aquí y ahora. La faceta de México hasta hace poco casi ignorada por el informe presidencial, exige para develarla paso redoblado en los profesionales del conocimiento y la información. El Colegio de Michoacán, al convocar a este coloquio sobre el municipio, ha querido contribuir al rescate de la Cenicienta; ha procurado hacer pública la vida municipal que tratan de mantener privada, para su propio beneficio, los caciques de las sociedades rústicas y semiurbanas de México.