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Tras la esclavitud: los libertos
El liberto, el ex esclavo, es un romano corriente muy difícil de imaginar, ya que no existe una categoría siquiera remotamente parecida en las sociedades occidentales. Los libertos han merecido mucha atención por parte de la historia social de Roma porque la elite se relacionaba con ellos de manera significativa y, en ocasiones, negativa. Irónicamente, su presencia en las tendenciosas fuentes de la elite ha hecho que sus vidas reales sean bastante invisibles. Los libertos y las libertas se parecen mucho al resto de gente corriente; sin embargo, su situación y sus posibilidades son suficientemente diferentes y la animadversión y los malentendidos que provocan son suficientemente engañosos como para merecer un trato separado.
La animadversión surge del retrato literario que la elite hace de los libertos, retrato que a veces se ha tomado por una descripción real de dichas personas en general. El tratamiento de autores como Juvenal, Marcial, Tácito y Suetonio describe a libertos que, para la clase dirigente del Imperio y sus portavoces, eran en el mejor de los casos ofensivos, y, en el peor, odiosos. El origen de esta actitud se encuentra en la dinámica de la esclavitud y los libertos en las casas de miembros de la elite. Más adelante describiré en detalle las circunstancias y la vida de los libertos; en resumen, ahora diré simplemente que los libertos, igual que los esclavos, eran absolutamente indispensables para la vida «acomodada» de la aristocracia. Más que una simple fuente de mano de obra, en concreto los ex esclavos representaban los esclavos más triunfadores de un miembro de la elite. Eran los esclavos a los que se les encomendaban tareas de responsabilidad en las casas y en las fincas rústicas. Eran los esclavos a los que el amo había financiado sus iniciativas empresariales. Únicamente por medio de hombres (y a veces mujeres) con tan alto grado de dependencia, el amo podía gestionar y controlar los recursos para generar la riqueza que le permitía mantener su ritmo de vida. A cambio del «privilegio» de ser un esclavo o un ex esclavo en la casa del señor, el esclavo o liberto tenía que obedecer y servir al amo y a sus intereses. Por lo que respectaba al amo, su posición era de dominación perpetua (si se trataba de un esclavo) y de subordinación (en caso de un liberto). Si aceptaban su posición, todo iba bien. Pero, de hecho, a menudo a un hombre se le encomendaba una tarea de responsabilidad por tener un talento excepcional; la libertad podía acarrear la utilización de ese talento para sus propios fines, proporcionándole una riqueza considerable o incluso inmensa. El talento y la riqueza suponían un desafío a la aristocracia y siempre se generaban tensiones cuando «intrusos» cualificados por su capacidad y su dinero ponían en peligro la influencia y el poder de la elite dominante. Los libertos representaban una amenaza mucho mayor que si se tratase simplemente de nuevos ricos; eran hombres que habían sido esclavos, una condición inherente y permanentemente degradante a ojos de los líderes de la sociedad. Esta aversión a la posibilidad de que alguien se inmiscuyera en su terreno fue la que transformó el simple desdén en auténtico odio.
Los peores de todos eran los ex esclavos de la familia imperial. En general, aquí no me refiero a ellos, ya que se diferencian del resto de libertos corrientes por su especial relación con la casa imperial; sin embargo, hay que mencionar el papel que desempeñaban en la formación de la percepción de la elite. Los libertos imperiales debían su prestigio a su relación con el gobernante de todos los gobernantes. Se confiaba en ellos para hacer funcionar la maquinaria del Imperio, puesto que para el emperador el Imperio era como una gran casa que había que gestionar como cualquier otra «finca». Podían aprovecharse de su posición para reafirmarse (como agentes de emperador) abiertamente a expensas de la elite, la cual tenía que aceptar lo que quisiera el emperador o sufrir las consecuencias. Así pues, el fastidio se duplicaba: la elite tenía que doblegarse ante el emperador y también ante sus agentes, los cuales habían sido esclavos en su día.
El odio a los libertos imperiales en particular, pero también a los libertos con aires de superioridad en general, provocó un terrible descrédito de este grupo social. Para mantenerlos a raya eran despreciados como inferiores, la ley y la costumbre los consideraban indignos de mezclarse con la elite a través de la política, el matrimonio o cualquier otra cosa. Todo esto es comprensible dada la mentalidad de la elite. Sin embargo, lo que sucede con mucha frecuencia es que esta valoración se generaliza para mostrar el contexto e incluso detalles de las vidas de los libertos en general. Yo me propongo recuperar la mentalidad de los libertos corrientes y mostrar el gran abismo existente entre sus vidas y las descripciones negativas de la elite.
A la supuesta antigua hostilidad hacia los libertos corrientes hay que añadir el malentendido moderno que identifica a los libertos con la burguesía. Del mismo modo que la antigua aristocracia hacía una descripción de los libertos influida por sus prejuicios, durante los últimos dos siglos muchos han tratado de ver en ellos a una «clase media», puesto que frecuentemente se dedicaban al comercio y a la industria. Sin embargo, no forman tal «clase», pues no encajan en el sentido de «media» ni en las implicaciones sociopolíticas del concepto de burguesía. Afortunadamente, hoy en día muchos estudiosos evitan tales descripciones, pero se siguen encontrando en trabajos anteriores y en versiones populares poco apegadas a la realidad.
El debate sobre los libertos adquiere un matiz más pernicioso a causa de la presencia de tintes racistas. Los autores modernos han seguido la estela de la vehemente acusación de Tácito y Juvenal, los cuales decían que «el Orontes estaba desembocando en el Tíber». Partiendo de la convicción de que los pueblos del este del Imperio (el Orontes es un río de Siria) eran en general afeminados, intrigantes y detestables, la elite pensaba que la mayoría de los esclavos procedían de allí (o, por lo menos, los que se convertían en libertos con aires de grandeza) y estaban desplazando a los nativos italianos, viriles e íntegros de Roma. Este hecho, pensaban, estaba provocando una disminución de la calidad de los romanos en su conjunto. A principios del siglo XX, el gran experto en historia antigua Tenney Frank escribió un artículo extremadamente influyente en el que empleaba pruebas epigráficas para «demostrar» que los antiguos estaban en lo cierto; llegó a la conclusión de que durante el Imperio, sólo el 10% de los romanos tenía sangre italiana «pura» y que el 80% de la población de Roma estaba formada por libertos y descendientes de libertos procedentes de la parte «oriental» del Imperio. Leído hoy, su análisis resulta descaradamente eurocéntrico, racista y un paradigma de orientalismo. Sin embargo, sus estadísticas y conclusiones se ajustan tanto a la visión tendenciosa de la antigua elite que no fueron seriamente cuestionadas en la obra fundamental sobre los libertos escrita por A. M. Duff en 1928 («Parece, pues, que los libertos y sus descendientes en gran medida arruinaron Roma… La manumisión, si se hubiese llevado a cabo correctamente, no tendría que haber tenido unos efectos tan deplorables sobre la población… El influjo de sangre oriental no habría sido tan abrumador»); las premisas y «pruebas» continuaron teniendo influencia hasta la década de 1960. Ya es hora de eliminar de una vez por todas estas ideas de cualquier discusión acerca de los libertos.
Libertad
Cuando hablo de libertos, en realidad me limito a un grupo determinado: esclavos que han sido liberados por amos que eran ciudadanos romanos. Si la manumisión era correcta, los esclavos se convertían a su vez en ciudadanos romanos, si bien con ciertas limitaciones a las que me referiré más adelante. Los libertos con cualquier otra ciudadanía (hay que recordar que la ciudadanía romana no fue universal hasta principios del siglo III de nuestra era) no adquirían la ciudadanía ni en sus localidades ni en el ámbito político de Roma al obtener la libertad: más bien eran como cualquier otro no ciudadano en sus comunidades y en el Imperio. Por tanto, por necesidades demográficas, los libertos estaban concentrados en Italia, igual que los ciudadanos libres, y en menor medida en las zonas occidentales del Imperio; por consiguiente, los ciudadanos romanos y, por ende, los libertos romanos, eran muy escasos en las regiones orientales del Imperio. Además, al parecer la mayoría de libertos vivía en zonas urbanas ya que en ellas las oportunidades de lograr la libertad eran en principio más numerosas que en las zonas rurales.
La manumisión era lo que convertía a un esclavo en liberto. Como he dicho en el capítulo 4, la manumisión era siempre una posibilidad. Probablemente, la mayoría de emancipaciones tenían lugar alrededor de los treinta años para los hombres y hacia el final de la edad fértil, digamos mediados los cuarenta, en el caso de las mujeres. Obviamente, siempre podía haber excepciones, pero hombres de talento relativamente jóvenes serían más útiles a sus ex amos y ahora patronos; las mujeres de más edad no eran útiles desde el punto de vista económico, así que podían ser expulsadas de la casa. Sin embargo, no existen estadísticas al respecto, y está claro que muchos esclavos no fueron liberados en toda su vida. El análisis de un amo podía incluir consideraciones personales además de económicas; el proceso de la toma de decisión no puede conocerse en detalle.
Los aspectos legales de la manumisión pueden resumirse brevemente. Podía llevarse a cabo de diferentes formas, las cuales podían ir desde procedimientos públicos y formales ante un magistrado o una declaración informal de libertad delante de amigos, hasta el otorgamiento de la libertad mediante testamento. No era lo mismo que una persona fuese liberada formal o informalmente, pues las manumisiones informales técnicamente no conllevaban la ciudadanía romana, sino que tan sólo otorgaban una especie de ciudadanía de segundo grado denominada latina juniana. Aunque parecería lógico que la mayoría de esclavos fuesen liberados informalmente y, por tanto, con limitaciones, las cifras relativas se desconocen; se calcula que hasta un 40% eran latinos, pero resulta imposible saberlo con certeza. Los propios libertos no hacen ninguna distinción al respecto ni en la epigrafía ni en la ficción. Nadie se identifica como «liberto latino»; los latinos prácticamente no aparecen en los documentos legales. Su ausencia refleja probablemente una falta de interés por parte de la gente en distinguir entre libertos con ciudadanía plena y libertos con ciudadanía latina. Al fin y al cabo, ambos gozaban básicamente de los mismos derechos económicos, sociales y legales. La principal limitación de los latinos era la incapacidad de dejar a sus hijos una herencia según la ley romana. El otro único «problema» de ser ciudadano latino en el mundo romano era que no se podían ostentar cargos políticos en Roma o en otro lugar compuesto por ciudadanos romanos.
Como he reiterado, la incapacidad para ocupar un cargo político no suponía ninguna preocupación en la mente de la gente corriente, como sin duda tampoco preocupaba a la mayoría de libertos. Carecían de esperanza, de ambición, no se planteaban irrumpir en las filas de la elite local y mucho menos de la imperial. Si bien ocasionalmente el estatus de latino era importante en un contexto de la elite, nunca lo era para las vidas de la mayoría de romanos corrientes. Está totalmente justificado tratar a los libertos que habían obtenido la libertad de manera formal en el mismo debate que los que fueron manumitidos informalmente; ambos grupos se tratan conjuntamente en la discusión que viene a continuación.
Como he mencionado anteriormente, el arquetipo cultural, social y económico de la elite sólo podía mantenerse con el empleo de esclavos competentes y de confianza para ocupar puestos de supervisión y gestión. Aunque se contrataba mano de obra libre cuando era necesario realizar un trabajo de temporada o un proyecto concreto, existen muy pocas pruebas de que se contratase a personas libres para realizar las tareas de supervisión que podían ser realizadas por un esclavo o un liberto, y literalmente no podían ser representantes de negocios. Un excelente ejemplo de liberto de confianza es el indispensable Tiro de Cicerón, primero su esclavo y luego su liberto. Entre la elite local, Licas de Tarento es un adinerado mercader en la novela de Petronio, que es propietario de barcos y tierras y emplea a un buen número de esclavos para que lleven a cabo las transacciones económicas de la hacienda; éstos son los que pueden aspirar a ser liberados al final. Los representantes de la autoridad local, Ulpiano y Gayo, dejan claro que tanto los esclavos como las esclavas podían ser utilizados por los amos como agentes. Las habilidades adquiridas les allanarían el camino a la libertad.
FIG. 14. Libertad tras la muerte del amo. Frecuentemente, el amo recompensaba con la libertad a los esclavos fieles tras su muerte; de ese modo estaban a su servicio durante su vida y sólo perjudicaba a sus herederos, los cuales perdían una valiosa propiedad. En este relieve, el cortejo fúnebre rodea el féretro. Nótese la mujer que lleva un gorro de liberta en la parte inferior derecha.
Y, de hecho, a algunos libertos les llega la libertad tras ser testigos o colaboradores en los envenenamientos, asesinatos y crímenes realizados por sus amos. El historiador Dionisio de Halicarnaso escribió acerca de libertos que, «habiendo sido confidentes y cómplices de sus amos en envenenamientos, reciben de ellos la libertad como recompensa» (Antigüedades romanas 4.24). Este tipo de comportamiento falto de ética no debería sorprendernos, ya que los libertos servían a sus antiguos dueños y, si éstos estaban involucrados en actividades nefandas, no deja de ser lógico suponer que aquéllos lo estuvieran también. La misma utilidad se extendía a personas más corrientes que poseían esclavos. Aquí, un amo ha liberado a un esclavo y lo ha colocado en el negocio del grabado de oro y plata:
Dedicado al alma de Marco Canuleyo Zósimo, muerto a la edad de 28 años. Su antiguo amo erigió este monumento en honor de un benemérito liberto. En vida nunca habló mal de nadie e hizo todo según los deseos de su ex señor. Siempre estuvo en posesión de grandes cantidades de oro y plata, pero nunca jamás las codició. No tuvo parangón en el arte del grabado siguiendo la técnica de Clodio. (CIL 69222 = ILS 7695, Roma)
Resultar de utilidad al amo es el hecho fundamental de la vida de un liberto. Es perfectamente concebible que un amo liberase a un esclavo como un favor y como reconocimiento a un trabajo bien hecho, o para demostrar generosidad, o para crear dependientes libres que elevarían su estatus, o para obtener beneficios de la compra de la libertad por parte del esclavo, o incluso para librarse de un inútil en cuya manutención ya no quería seguir gastando dinero. Sin embargo, el proceso más racional era seleccionar a un esclavo joven, especialmente talentoso y responsable (y tal vez sexualmente atractivo, como en el caso de Trimalción), para que asignase las tareas a los esclavos, promocionarlo encomendándole la gestión de alguna parte de los negocios del amo, y liberarlo para continuar beneficiándose de sus servicios como liberto, obteniendo así un beneficio económico sin tener que mantenerlo.
Esto nos lleva a una observación fundamental sobre los libertos varias veces repetida: los libertos están presentes en diferentes tipos de negocios. No sólo la epigrafía da cuenta de ello; el fenómeno aparece también en las descripciones de la elite, así como en novelas y documentos. La razón es que en el mundo grecorromano la capacidad para obtener capital para un nuevo proyecto empresarial era extremadamente limitada. Una persona corriente no podía obtener fácilmente un préstamo en condiciones razonables debido al relativamente subdesarrollado sistema bancario y financiero. El crecimiento sostenido, es decir, el crecimiento financiado gracias a los beneficios directos, siempre era una posibilidad, pero los márgenes no lo facilitaban. Por el contrario, los libertos llegaban en gran medida al mundo de los negocios con el respaldo económico de sus amos, ya fuese realizando operaciones como esclavo, más adelante como liberto, o en ambos casos. Para los amos esto tenía mucho sentido, ya que necesitaban personas de confianza que actuasen en su nombre. Utilizando esclavos, los cuales formaban, por así decirlo, parte legal del amo, y libertos, que tenían obligaciones y vínculos con él, el amo podía estar plenamente seguro de que la gestión sería buena. El jurista Gayo afirma lo siguiente: «Una causa razonable para liberar a un esclavo es hacerlo para que se convierta en tu agente» (Institutiones 1.19). A través de esclavos y libertos, las actividades económicas de un miembro de la elite podían ser dirigidas sin tener que confiar en socios o representantes, y sin la reprobación social que comportaba gestionar negocios de manera directa.
El amo disponía de dos incentivos para hacer que el esclavo con aspiraciones a convertirse en liberto trabajase duramente: la promesa de libertad a cambio de un buen trabajo y la posibilidad de ganar y ahorrar dinero, el peculium o «reserva» que se les permitía acumular, esperando con ilusión que llegase el día de la libertad. Para un esclavo con ambición y talento, estos incentivos iban unidos a un futuro en el mundo de los negocios y la esperanza de una vida decente, e incluso acomodada, resultaba muy atrayente. La relación que mantenía un liberto con su patrón podía ser de lo más variada: podía ser que no hubiese ninguna (si el patrón había muerto, o si el pago por la libertad había menoscabado gravemente todos los vínculos importantes), o que hubiese una relación muy estrecha si el liberto permanecía físicamente en casa del patrón. No obstante, el origen del éxito del liberto en su nueva vida estaba directamente relacionado con su experiencia a las órdenes del amo y las oportunidades que aquélla le había ofrecido.
Llama la atención el paralelismo que existe con Brasil:
A los esclavos a los que se asignaban puestos de supervisión a causa de su habilidad y responsabilidad, a menudo se los recompensaba por su fiel servicio. Los amos les permitían comprar propiedades para su uso privado, incluyendo tierras y otros esclavos, y, a la larga, su propia libertad. Estos libertos a menudo continuaban manteniendo una relación profesional con sus antiguos amos, de modo que el hecho de que un esclavo fuese dueño de su propia persona y de otros esclavos no suponía una amenaza para un propietario de esclavos. Por el contrario, el éxito del esclavo solía mejorar su estatus y su posición en la sociedad, puesto que la autoridad sobre otras personas estaba en función del estatus social. (Karasch, Slave Life)
La vida de un liberto se iniciaba y se formaba en la casa del amo, su familia, como un esclavo, un ser sin personalidad. Tras la manumisión, «renacía», y el manumisor se convertía en su «patrón», palabra que tiene la misma raíz que pater, «padre». En los textos legales un liberto se equipara a un hijo. El Digesto afirma: «El patrón o padre ha de ser siempre honrado y respetado por el liberto o hijo». En la nomenclatura oficial de los ciudadanos romanos, la filiación —nombrar al padre— es sustituida por la «libertación» —nombrar al amo liberador, el patrón—. Las restricciones, deberes y obligaciones de un hijo eran muy similares a las de un liberto, si bien en algunos aspectos importantes un liberto gozaba de más libertad que un hijo que se encontraba bajo la autoridad de su padre. Por ejemplo, mientras que un hijo no podía casarse, guardar dinero o tener propiedades por sí mismo, un liberto sí podía hacer todas esas cosas. Sin embargo, un liberto no podía demandar a su patrón ni testificar contra él, igual que un hijo tampoco podía contra su padre. Por encima de todo, de ambos se esperaba que honrasen y obedeciesen al padre/patrón como creador de su ser; de hecho, la obediencia era el bien más apreciado en un esclavo liberado, igual que en el caso de un hijo o una hija. El entierro de libertos junto a otros miembros de la familia pone de manifiesto la estrecha relación que mantenían con la casa. El material epigráfico ofrece cientos de ejemplos de esta costumbre; por ejemplo:
Sexto Rubrio Logismos, orfebre, dispuso en su testamento que se construyera este monumento funerario en su honor y el de su liberta Rubria Aura y de Sexto Tubrio Saturnino, su hijo y todos sus libertos y libertas y sus descendientes. (AE 1928.77, Roma)
Eutiquia, su hija, erigió este monumento en honor de los espíritus de los muertos y de Tito Labieno Patavino, su benemérito padre y de sus libertos y libertas y sus descendientes. (CIL 2970, Padua, Italia)
De la relación en la esclavitud y la manumisión surgían variaciones de una obligación concreta que iban más allá de cualquier relación análoga a la paternofilial. Podían ser de dos tipos: las no escritas e indefinidas, denominadas obsequia (conducta leal), y las definidas de manera específica, llamadas operae (tareas o servicios concretos). Según las normas culturales, las obsequia y las officia debían incluir, en general, todo aquello que contribuyese al prestigio social, como la lealtad en las disputas con otros, divulgar públicamente la importancia del patrón siendo un cliente visible, o ayudar al patrón si éste estaba en dificultades. Los servicios que el liberto se comprometía abiertamente a prestar tras la manumisión podían variar considerablemente dependiendo de si permanecía en la casa, o bien actuaba fuera de ella gestionando negocios u otros asuntos. Los servicios debidos podían incluir cosas tales como un determinado número de horas de trabajo en interés del patrón o de su hacienda. Hay que señalar que no todos los libertos tenían tareas que cumplir, ya que un esclavo que compraba su plena libertad podía no mantener más vínculos con su antiguo amo que los puramente emocionales como antiguo miembro de la casa. En realidad, tanto las obligaciones formales como las informales podían variar enormemente, pero, mientras existían, cumplían el deseo de control por parte del amo y de beneficiarse de la existencia y el trabajo de su antiguo esclavo. Para el liberto, su principal beneficio era que al cumplir con sus obligaciones se ganaba los favores del patrón, asegurándose así su apoyo en la vida (por ejemplo, obteniendo su ayuda en caso de conflictos legales) y en los negocios, recibiendo constantes inversiones de capital. El patrón, por su parte, se beneficiaba tanto social como económicamente. En general, se trataba de un acuerdo ventajoso para las dos partes.
Como resulta lógico, en el sistema frecuentemente estaban presentes los abusos. Podía ser que al liberto «se le subiesen los humos», especialmente si tenía éxito en los negocios, e incumpliese los deberes a los que el patrón creía tener derecho. La literatura de la elite está repleta de diatribas contra libertos desagradecidos y también existen decisiones legales al respecto. Obviamente, la aristocracia del Imperio percibía a los libertos con demasiado poder como un problema. No obstante, para los libertos corrientes el problema eran los abusos por parte del patrón. Uno consistía en exigir demasiadas operae. Por ejemplo, un patrón podía obligar a trabajar más años de los acordados. El Digesto establece que una liberta de más de cincuenta años no podía ser obligada a trabajar para su patrón, así que está claro que aquello había sucedido; asimismo, una mujer liberada no podía ser obligada a casarse con su patrón (aunque, si cuando era esclava le había prometido matrimonio a cambio de la manumisión, estaba obligada a cumplir su promesa).
Otro consistía en imponer, en virtud de los vínculos de lealtad y obligatoriedad, tareas inadecuadas para la edad o las condiciones físicas del liberto, o por el tiempo necesario para realizarlas, privándole así de su empleo remunerado. En ocasiones, el amo trataba de controlar el futuro comportamiento del liberto obligándole a aceptar un préstamo muy elevado, cosa que le vinculaba al patrón a causa de la deuda contraída; podía obligarle también a permanecer soltero, de modo que así heredaría los bienes del liberto, en lugar de pasar a sus descendientes. En caso de manumisiones informales, el patrón podía amenazar con revocar el otorgamiento de la libertad, si bien ello no era estrictamente legal; bastaba una simple negativa a que el otorgamiento tuviera lugar, especialmente si el patrón había sido listo y la había concedido sin la presencia de testigos. Lo más probable era que las autoridades se pusieran del lado del patrón ante cualquier controversia, como muestran las pruebas procedentes de Egipto: el prefecto informa a un liberto de que será azotado si llegan a oídos del prefecto más quejas sobre él por parte de su patrón (P. Oxy. 4706). En resumen, los patrones a menudo utilizaban cualquier medio a su alcance, ya fuese legal o ilegal, para someter a los libertos; como escribió Artemidoro, «… muchos libertos continúan, a pesar de todo, actuando como esclavos y sometidos a otro» (Sueños 2.31).
Dado que los libertos figuran de manera tan destacada en la literatura de la elite y en los textos legales, resulta fácil pensar que eran numerosos, Sin embargo, tratar de identificar quién es un liberto es tarea complicada. De algunos se puede estar seguro, ya que ellos mismos se identifican como libertos en sus lápidas. Lo mismo sucede en algunos ejemplos literarios, particularmente los comensales de la cena de Trimalción en el Satiricón de Petronio. Sin embargo, partiendo, como en tantas ocasiones, de las referencias literarias de la elite a los libertos hasta en el último rincón, muchos historiadores se han dedicado a buscar libertos. La metodología de la búsqueda se basa en el hecho de que existe una correlación razonable entre cierto grupo de nombres, en su mayoría de origen griego, y el estatus de liberto expresado manifiestamente en las inscripciones. Esta correlación ha llevado a afirmar que la mayoría, si no la totalidad, de las personas con dichos nombres son libertas, aportando a continuación estadísticas demográficas. Sin entrar en detalles estadísticos, puede decirse que este procedimiento es altamente sospechoso. De hecho, existen muchas personas aparentemente nacidas libres que tienen nombres «libertos», así como libertos reconocidos cuyos nombres no aparecen en la lista. El resultado final es que no puede saberse con certeza si una persona es liberta o no a menos que nos lo diga ella, en la mayoría de casos utilizando la fórmula epigráfica «liberto de X» para indicar que fue liberado por un amo determinado.
La dificultad aumenta porque «liberto» no era una categoría que estuviese en la calle; es decir, las personas corrientes no iban por ahí identificándose como libertos, ni al parecer los demás los identificaban a ellos, a diferencia de la presteza que mostraban a la hora de identificar a alguien como esclavo. En el Nuevo Testamento, por ejemplo, sólo aparece una posible referencia a libertos (si bien dicho estatus se utiliza metafóricamente para describir a los seguidores de Cristo); las acusaciones de que, por ejemplo, Lidia, la vendedora de púrpura que aparece en Hechos 16, era una liberta, o que Pablo era hijo o nieto de un liberto no son demostradas en los propios textos. En El asno de oro tan sólo aparece una persona identificada como liberto en un episodio (10.17), y no conozco ninguna referencia en los romances griegos. En los papiros muy raramente se menciona a libertos. También son poco comunes las menciones en La interpretación de los sueños de Artemidoro; existe una referencia, por ejemplo, a si quien sueña se casará con una liberta, pero se trata definitivamente de un caso aislado. A diferencia de muchos tipos sociales como las mujeres y los esclavos, «liberto» no es un elemento determinante del significado de los sueños —no hay relación, por ejemplo, entre arrogancia y libertos, o ingratitud y libertos—; simplemente no aparecen como un factor que determine un significado. Dado que Artemidoro recopilaba interpretaciones de los sueños que se le planteaban, esto significa que en los sueños de sus clientes no aparecían libertos, y no sólo eso, sino que tampoco había características propias de los libertos como las mencionadas en la literatura de la elite que tuvieran significado en los sueños. Es posible que a ello contribuya el hecho de que Artemidoro escribe para un público del oriente de Grecia, donde los libertos eran mucho más escasos que en Italia. Si sumamos los datos de los sueños al resto del material de que disponemos, está claro que la gente no estaba excesivamente interesada en el estatus de liberto como categoría determinante. Esta indiferencia contrasta absolutamente con el sentimiento de éxito del liberto por haber conseguido la libertad. Esto se desprende muy claramente del hecho de que con frecuencia los libertos se identificaban en sus lápidas como ex esclavos nombrando a su antiguo amo.
Nacido libre: C. Cornelius Cai filius Lupulus = Gaius Cornelius Lupulus, hijo de Gayo.
Liberto: C. Cornelius Cai libertus Lupulus = Gaius Cornelius Lupulus, liberto de Gayo.
Gaius Lupulus, el liberto, podía haber omitido fácilmente «liberto de Gayo»; no había ninguna necesidad de mencionarlo, del mismo modo que tampoco se «requería» añadir la filiación («hijo de Gayo»). Lo que es importante destacar es que una persona que había obtenido la libertad era plenamente consciente de su hazaña y deseaba voluntariamente mostrar el hecho en su lápida. Estaba orgulloso de haber conseguido su libertad y de morir como un hombre libre. Sin embargo, al mismo tiempo todo parece indicar que, en el día a día, al resto de la gente corriente no le preocupaba especialmente si una persona era liberta o no.
¿Cuántos libertos había? Ya he señalado que el estatus está limitado intrínsecamente, ya que sólo puede aplicarse a esclavos liberados por ciudadanos romanos. Estos ciudadanos representaban únicamente entre el 10 y el 15% del total de la población del Imperio antes de la ciudadanía universal romana del año 212 d. C. El número de libertos ascendía tal vez a medio millón. Recordemos que el estatus de liberto desaparecía tras la primera generación; en un momento dado, en una población numerosa, como la de Italia o alguna colonia romana, tal vez sólo una persona de cada veinte era liberto o liberta, en zonas con pocos ciudadanos romanos, una persona probablemente tendría que cruzarse con más de cien personas para dar con un único ciudadano liberto. Estas cifras corresponden necesariamente a cálculos muy generales, ya que carecemos de información demográfica; sin embargo, indican hasta cierto punto la escala de la situación, la cual es, de hecho, muy pequeña, especialmente si la comparamos con los esclavos, los cuales representaban tal vez 9 millones, el 15% del total de la población, variando, por supuesto, según el momento y el lugar. No cabe plantearse que la población liberta superase a la población libre, ni siquiera que fuese muy visible. Esta conclusión se opone frontalmente a la impresión del «Orontes desembocando en el Tíber» expresada por la elite y a las supuestas pruebas de los nombres de libertos que he rebatido anteriormente.
Las voces de los libertos
Es hora de ceder la palabra a los libertos. Pero antes, es conveniente escuchar al hijo de uno de ellos. Se trata de Quinto Horacio Flaco, el famoso poeta Horacio. En sus Sátiras (1.6.65-88), Horacio cuenta que su padre había sido un esclavo, probablemente esclavizado durante los tumultos de principios del siglo I a. C. Fue liberado y trabajó como recaudador de impuestos en Venusia. Quería que su hijo recibiese una educación. Sin embargo, no lo envió a la escuela local de Venusia, sino a Roma, y cuidó de él. Según Horacio, su padre sólo quería que su hijo tuviera éxito en la misma medida que él mismo. Sin embargo, los cuidados de su padre dieron más fruto del esperado. El talento de Horacio le proporcionó un puesto en el círculo de Mecenas, patrón de las artes en Roma. El padre de Horacio, por tanto, es un claro ejemplo de liberto ambicioso. No hay ni el más mínimo indicio de que se avergonzase de su estatus o de su profesión, aunque quería que su hijo ascendiese en la sociedad a través de la educación y los contactos. Horacio hace hincapié en la, según él, tendencia general a menospreciar a alguien cuyo padre era un liberto. No obstante, se trataba únicamente de un intento por parte del padre de evitarle a su hijo el rechazo por parte de una elite con la que ahora se mezclaba alegremente. El hijo no renegó de su padre, sino que respetó todo lo que había hecho por él, criándolo según sólidos principios morales y ayudándolo a mejorar. Si Horacio hubiese sido un mercader, un subastador o un recaudador de impuestos, su padre no habría protestado, dice el poeta. Así que en el padre de Horacio encontramos a un liberto orgulloso de ser quien era, deseoso de que su hijo prosperase, y satisfecho con su posición.
Es importante tener en cuenta a libertos como el padre de Horacio cuando los estudiosos dicen que los libertos pertenecían a una «subclase marginal» o afirman que «había sido un esclavo y ni él ni los demás podían olvidarlo». Como he señalado, existen muy pocas pruebas de este hecho, excepto los libertos ricos relacionados con la elite. Es más, el mero hecho de que no se prohibiese el matrimonio entre libres y libertos debería considerarse como una prueba determinante de que a la gente corriente no le importaba; la restricción complementaria del matrimonio entre libertos y miembros de la elite más poderosa, la clase senatorial, pone de relieve que de existir «vergüenza», ésta existía únicamente a los ojos de dicha aristocracia. Cabe señalar también el hecho de que los libertos estaban exentos del pago de impuestos sobre la propiedad, al igual que los ciudadanos libres; no cabe duda de que, si se hubiese tratado de ciudadanos de segunda, aquél no habría sido el caso. Los libertos tampoco podían identificarse por la calle. Tradicionalmente, en el momento de la manumisión tenían que llevar un gorro, existen ilustraciones que así lo atestiguan. Sin embargo, se trataba de un gorro ceremonial y no de un sombrero que tuvieran que llevar cada día. Los libertos tenían la misma apariencia que cualquier otra persona de la calle. Un liberto vivía como un romano libre, y los límites de su posición social venían determinados por circunstancias económicas, por su capacidad individual y por su ambición, pero no por restricciones sociales.
Existían ciertos límites legales, pero no eran demasiado importantes. Como he señalado, los libertos no podían ocupar cargos públicos en Roma ni en los municipios, pero ¿cuántos habrían querido ocuparlos? Se les prohibía el acceso a algunos sacerdocios romanos, pero ¿cuántos aspiraban a ellos? No podían unirse a las legiones, aunque sí que tenían derecho a formar parte de otras unidades militares y seudomilitares; no obstante, como la mayoría de esclavos varones eran liberados alrededor de los treinta años, no muchos habrían deseado iniciar entonces una carrera en el ejército. En definitiva, estas limitaciones legales no afectaban a las vidas de los libertos corrientes de manera significativa.
La mayoría de libertos alcanzaban la libertad gracias a su habilidad a la hora de servir al amo, pero como marcaba la tradición, el amo esperaba deferencia y beneficios materiales del esclavo liberado, lo cual implicaba que los sentimientos hacia el amo fuesen diferentes según la personalidad de ambos. Algunos libertos respetaban y apreciaban a su patrón, como le dice Hermero a Encolpio en el Satiricón:
Hice todo lo posible por complacer a mi señor, una persona de gran clase y dignidad, cuyo dedo meñique valía más que todo tu cuerpo y tu alma. (Satiricón 57)
La epigrafía funeraria ofrece muchas muestras de este tipo de honores a un patrón por parte de un liberto; si bien es posible descartar algunas de ellas por tratarse de muestras de adulación póstumas o por estar incluidas en un codicilo de liberación testamentaria, la frecuencia de las evocaciones positivas refleja sin duda que en muchos casos existía una buena relación. Por ejemplo:
Lucio Servilio Eugenes y Lucio Servilio Abascanto y Servilia Lais, liberta de Lucio, erigen este monumento por voluntad propia en honor del mejor de los patrones. (CIL 57955, Cimiez, Francia)
Al espíritu de Tiberio Claudio Onésimo, que vivió 65 años, 6 meses y 5 días. Aurelia Dioclia, su esposa, y Tiberio Claudio Meligero, su liberto, erigieron este monumento en honor del mejor de los patrones. (CIL 615172, Roma)
Al espíritu de Quinto Fabio Teogono, comerciante de pintura con negocios en la zona de Esquilino, cerca de la estatua de Planco. Fabia Nobilis erigió este monumento en honor del mejor y más considerado patrón, merecedor de su gran lealtad, y en el suyo propio. (CIL 69673, Roma)
Estas buenas relaciones podían ser muy importantes para un liberto, ya que de ellas podía derivarse no sólo un beneficio material por parte del generoso patrón, sino también el prestigio que suponía estar asociado a él si se trataba de un pilar de la comunidad.
Otros podían albergar resentimiento real o imaginario contra su antiguo amo y tratar, como he señalado anteriormente, de eludir las obligaciones formales e informales, hasta el extremo de llegar éste a llevarlos a juicio para exigirles la realización de las operae. Naturalmente, estos casos no dejan testimonio epigráfico y, por tanto, quedan en el anonimato. Sin embargo, existe la prueba del enfado de un patrón con un liberto ingrato:
Marco Emilio Artema erigió este monumento en honor de Marco Licinio Suceso, su benemérito hermano, y de Cecilia Modesta, su esposa, y de él mismo y de sus libertos y libertas y sus descendientes EXCEPTO el liberto Hermes, al cual prohíbo acceder o aproximarse a este monumento por sus malas obras contra mí. (CIL 611027, Roma)
Las fuentes legales enumeran algunas de estas «malas acciones» de los libertos para con sus patrones: no cumplir con los deberes impuestos por el antiguo amo, comportamiento insolente, agresión física, propagar rumores maliciosos, incitar a alguien a emprender acciones legales contra él, o acusarle públicamente ante la ley. Las circunstancias variaban dependiendo de si el liberto permanecía en casa del patrón o se establecía en su propio hogar. En la casa, el liberto recibía comida y alojamiento, pero carecía de la libertad de acción inherente a vivir por su cuenta. Por otro lado, salir de la casa tras obtener la libertad podía resultar mucho menos agradable de lo que se imaginaba. Epicteto, él mismo un liberto, plantea sin la más mínima gracia filosófica la posibilidad de que un esclavo liberado se encuentre con un mundo mucho menos amable que aquél en el que vivía siendo un esclavo; he citado el pasaje en su totalidad en el capítulo 4 (Discursos 4.1.34-7). Resulta curioso, y tal vez sea sólo el resultado de una propuesta literaria, que, en casi todos los casos, los libertos del episodio del Satiricón del «banquete de Trimalción» no aparezcan como dependientes o independientes de sus patrones. De hecho, los patrones son invisibles. Quizás sea así simplemente con el fin de mostrar a los libertos, más que porque sus patrones no estuviesen presentes en sus vidas cotidianas. En todo caso, habría libertos que no tenían patrón y, por tanto, no hay patrón involucrado. Estos libertos actuarían sin apoyo, pero también sin la intromisión de un ex amo.
Los libertos mantenían relaciones estrechas entre sí. Por ejemplo:
A Aulo Memmio Claro. Aulo Memmio Urbano erigió este monumento en honor de su compañero liberto y socio más apreciado. Entre tú y yo, ¡oh, el mejor de todos, mi compañero liberto!, sé de corazón que no hubo nunca el menor ápice de desacuerdo. Con esta lápida convoco a los dioses del cielo para que sean testigos de que tú y yo, comprados juntos en subasta, fuimos liberados juntos de la casa, y nada se interpuso jamás entre nosotros excepto tu trágica muerte. (CIL 622355a = ILS 8432, Roma)
Naturalmente, las rivalidades entre libertos coexistían con las amistades. Las lápidas de los libertos dan testimonio de la rivalidad por conseguir reconocimiento. Su proliferación, junto al énfasis que ponen en los logros más apreciados por los libertos —el éxito en la familia y en los negocios— así lo evidencia. Dichas rivalidades eran normales en una cultura basada en el honor. Parece, sin embargo, que los libertos se asociaban unos con otros a pesar de la competencia. En ocasiones formaban sus propias asociaciones, pero al parecer eso no era un fenómeno habitual; en la epigrafía se mencionan pocos grupos de ese tipo. Como cabría esperar del hecho de que los libertos corrientes no estaban estigmatizados o inhabilitados de manera significativa, no sólo se asociaban entre sí, sino que también lo hacían con personas libres. Así, nos encontramos con asociaciones mixtas, formadas por libres y libertos, y muy habitualmente también por esclavos, con mucha más frecuencia que asociaciones formadas únicamente por libertos. Los líderes a veces son libres y a veces libertos; aparentemente no existe una pauta que indique que los libertos estaban discriminados de algún modo; no hay un «entorno liberto». Los libertos también se mezclaban con esclavos, no sólo en asociaciones, sino también de otras formas, como puede verse en esta dedicatoria de un altar a los Lares Augusti:
Cuando Gayo César, hijo de Augusto, y Lucio Paulo eran cónsules, estos oficiantes del culto erigieron un altar a los Lares Augusti: Quinto Numisio Legio, liberto de Quinto, Lucio Safinio, liberto de Lucio; Hilario y Sodalis, esclavos de Gayo Modio Cimber; Esquino, esclavo de Octavio Marco. (CIL 10 1582 = ILS 3611, Pozzuoli, Italia)
Vale la pena señalar que estos esclavos y libertos no pertenecían al mismo amo y que, por tanto, tenían relación fuera de sus casas respectivas.
Los dos logros más significativos de un liberto eran la libertad y la familia. Aunque se trata de ficción y está sepultado en la narración de un banquete de libertos escandalosamente exagerado, el Hermero de Petronio, en su discurso a Encolpio, hace una defensa de la dignidad y el orgullo que supone conseguir la libertad:
Sólo a ti te resultamos ridículos. Mira a tu maestro de escuela, un anciano. A él le somos gratos. Tú eres un niño recién apartado del pecho de tu madre, apenas capaz de decir «mu» o «ma», una vasija de arcilla, una correa de cuero empapada, más blando aún, no eres mejor que eso. ¿Crees que eres mejor? Entonces toma dos desayunos, come dos veces al día. Yo prefiero mi buen nombre al oro. Y debo añadir, ¿quién me ha tenido que pedir algo más de una vez? Estuve sometido cuarenta años. Durante todo ese tiempo nadie supo si era esclavo o libre. Cuando llegué a esta ciudad era un chico con el pelo largo —en aquel entonces ni siquiera habían construido el ayuntamiento—. Pero realmente trabajé para satisfacer a mi amo, un hombre muy respetado y de gran dignidad, cuyo dedo meñique valía más que todo tu ser. Hubo, por supuesto, en la casa, quienes una y otra vez trataron de ponerme la zancadilla. Sin embargo —¡gracias al amo!— vencí. Éstos son auténticos logros, pues nacer libre hace que la vida sea tan fácil como chasquear los dedos. (Satiricón 57)
Probablemente, la primera cosa que tenía que hacer un esclavo recién liberado era intentar lograr la libertad de la mujer con la que había estado viviendo, así como la de los posibles hijos que hubieran tenido; como afirma Hermero, «Compré la libertad de mi mujer esclava para que nadie pudiese limpiarse las manos en su pechera». Por supuesto, no todos los libertos tendrían una relación de ese tipo durante su esclavitud, pero, de existir, liberar a la mujer y a los hijos seguramente habría sido de primordial importancia. De lo contrario, un liberto podía casarse tras conseguir la libertad. Los libertos más acomodados tenían alguna limitación, especialmente la prohibición de casarse con mujeres pertenecientes a la clase senatorial, pero los libertos corrientes tenían derecho a contraer matrimonio con quien quisieran y, si tenían hijos, éstos tenían los mismos derechos sucesorios que los nacidos libres. Una familia de libertos podía tener todavía algún hijo, a pesar de que lo habitual era que el hombre obtuviese la libertad con aproximadamente treinta años y la mujer algo más tarde. En cualquier caso, ya se tratase de hijos liberados de la esclavitud o concebidos después, la familia de un liberto se daba mucho menos por sentada que la de una persona libre. La prueba más clara de la importancia de las familias se aprecia en las inscripciones de las lápidas de los libertos y, especialmente, en las esculturas de los relieves. En dichos relieves no encontramos los temas mitológicos y los retratos de los miembros de la familia transmutados en héroes habituales en los relieves funerarios de la elite. Vemos, en cambio, gente corriente que nos mira desde la tumba, orgullosamente vestidos con el atuendo típico de los ciudadanos —la toga y la estola— y, a menudo, con un hijo entre los padres o junto a ellos.
Los lazos afectivos entre marido y mujer libertos están reflejados en la famosa lápida de Aurelio Hermia y su mujer, Aurelia Filematio, ya citada en el capítulo 4:
Soy Lucio Aurelio Hermia, liberto de Lucio, carnicero que trabaja en la colina Viminal. Esta mujer, Aurelia Filematio, liberta de Lucio, que murió antes que yo, mi única esposa, de cuerpo casto, fiel amante de su fiel marido, vivió con devoción, sin que el egoísmo la apartase de sus deberes. [Imagen de Filematio mirando amorosamente a Hermia.] Soy Aurelia Filematio, liberta de Lucio. En vida era llamada Aurelia Filematio, casta, modesta, ajena al repugnante comportamiento de la mayoría, fiel a mi esposo. Él fue mi compañero liberto, el mismo que ahora me ha sido arrebatado, ¡ay! En verdad fue más que un padre para mí. Me sentó en su regazo cuando tenía sólo siete años; ahora, cuarenta años después, he muerto. Triunfó entre los hombres en todos sus actos gracias a mi fiel y firme devoción. (CIL 101221 = CIL 69499 = ILS 7472, Roma)
Muchas otras inscripciones, aunque breves, expresan respeto por el cónyuge fallecido:
Al espíritu de Gayo Octavio Trifo, liberto de Marcela. Aelia Musa erigió este monumento en honor de su benemérito esposo. (CIL 623324, Roma)
Otra muestra el respeto de un hijo por el deseo de sus padres de estar unidos en la muerte como lo estuvieron en vida:
Marco Volcio Euhemero, liberto de Marco, pide que tras su muerte, sus restos y los de Volcia Chreste, su mujer, sean colocados en la misma urna funeraria. Marco Volcio Cerdo, hijo de Marco, cumplió el deseo de su padre. (CIL 629460 = ILS 8466, Roma)
Estas expresiones de amor y recuerdo son muy similares a las declaraciones de fidelidad y lealtad habituales en las inscripciones de las tumbas de las personas libres. En el Satiricón encontramos un ejemplo de un padre orgulloso que aspira a que sus hijos triunfen, caso muy similar al del padre de Horacio. Equión, un trapero, tiene dos hijos. Uno de ellos tiene aptitudes intelectuales y realiza estudios de griego y literatura; el otro ha finalizado los estudios primarios y ahora domina algo de leyes y está formándose para hacerse cargo del negocio de su padre o embarcarse en otro como el derecho, la peluquería o las subastas. Una inscripción muestra otro caso de devoción paterna. En esta ocasión una madre llora la muerte de su hija:
Aquí yace Posila Senenia, hija de Quarto. Quarta Senenia, liberta de Gayo, también yace aquí. Transeúnte, detente, lee lo que aquí está escrito. A una madre no se le permitió disfrutar de su única hija. Algún dios —no sé cuál— tuvo celos y no dejó que eso pasara. Como no fue posible que su madre la vistiese en vida, tras su muerte su madre lo hizo como es debido cuando su tiempo en la tierra llegó al final. La ha vestido elegantemente con esta tumba, ella, a la que tanto amó durante toda su vida. (CIL 94933, Monteleone Sabino, Italia)
Los padres lloran la muerte de sus hijos. Aquí, un padre lamenta que el niño nunca disfrutará la libertad que tanto le costó conseguir:
Consagrado a los espíritus. No digo su nombre, ni cuántos años vivió, no sea que el pesar viva en nuestros corazones cuando leamos esto. Tú eras un dulce bebé, pero la muerte te llevó en poco tiempo. Nunca disfrutaste de la libertad. ¡Ay! ¡Ay! ¿No es doloroso que perezca aquél a quien amas? Ahora la muerte eterna le ha dado la única libertad que conocerá. (CIL 825006, Cartago)
Es imposible afirmar cuántos hijos tenían los libertos. Yo diría que muchos niños nacidos en la esclavitud no eran liberados y que los esclavos libertos eran demasiado mayores para formar familias numerosas; pero es imposible saberlo. Tampoco podemos saber lo que sucedía en la siguiente generación, ya que lo que determinaba el estatus de liberto, el «patronímico» que mencionaba el nombre del patrón en lugar del nombre del padre biológico, desaparece de la nomenclatura de los vástagos del liberto. La siguiente inscripción ilustra cómo una pareja, Atico y Saviola, se identifican como procedentes de la esclavitud mediante la fórmula «libertos de Eros», mientras que a su hijo, cuyos padres son ahora libres, lo identifican con la filiación tradicional de una persona nacida libre, «hijo de Atico»:
Gayo Julio Atico, liberto de Eros, erigió en vida este monumento. Aquí yacen Julia Saviola, liberta de Eros, fallecida, y Gayo Julio Víctor, hijo de Atico, fallecido a los 18 años. (CIL 13 275, St.-Bertrand-de-Comminges, Francia)
Como he señalado anteriormente, los libertos encontraban su identidad no sólo en la libertad y la familia, sino también en su trabajo. Aunque naturalmente la categoría de libertos estaría estratificada según el éxito profesional —la diferencia entre un tendero y un gran comerciante internacional—, es destacable la importancia que concedían al trabajo y a sus compañeros que se ganaban la vida trabajando; alrededor de la mitad de las inscripciones de libertos mencionan un oficio o profesión, un porcentaje mucho más alto que en los epitafios de personas libres y considerablemente diferente de la elite, que centraba su atención en el ocio, evitando mencionar el trabajo dentro de lo posible y compitiendo por cargos públicos y reconocimiento. Los libertos que se situaban en la parte más alta del escalafón eran los Augustales, en su origen sacerdotes del culto imperial, cuyo cargo abría la puerta a la participación activa en una serie de puestos locales que, en cierta medida, reemplazaban a los cargos municipales a los cuales los libertos no podían aspirar. Como equivalentes a la elite libre local, con la cual compartían las mismas aspiraciones, no son de nuestra incumbencia. Los menciono únicamente para indicar que un reducido subgrupo de libertos disfrutaba del mismo reconocimiento local que la elite en general anhelaba como parte de su razón de ser. Prácticamente a ningún liberto, como a casi ningún ciudadano libre, le importaba en absoluto ocupar cargos y formar parte de la vida pública, más allá de puestos en asociaciones y clubes sociales de ámbito vecinal, y le bastaba el trabajo, la familia y los amigos para sentirse realizado.
FIG. 15. Una familia liberta. La pareja sostiene en sus manos el símbolo del matrimonio legítimo; los dos hijos están al fondo.
La mayoría de veces, el liberto tenía un oficio u ocupación que había aprendido o practicado durante su vida de esclavo. Un buen ejemplo de ello son los esclavos panadero y cocinero que aparecen en El asno de oro de Apuleyo (10.13-16). Estos hermanos habían sido colocados por un amo adinerado en un establecimiento separado de la casa y operaban de manera independiente. Aunque no conocemos el final de la historia, es muy probable que a la larga fueran liberados y continuasen dedicándose a la restauración. Ésa era la pauta habitual para gran parte de los libertos en negocios de uno u otro tipo. Sus trabajos podían ser muy variados. El comercio y la industria eran los ámbitos principales, ya que era en estos negocios en los que más frecuentemente los amos ponían a trabajar a sus esclavos. Entre los trabajos a los que aspira para su hijo, Equión menciona los de peluquero, subastador y abogado; el padre de Horacio cita los de mercader, subastador o comerciante. Los amigos de Trimalción presentes en el banquete tienen los siguientes trabajos: cargador, enterrador, pequeño comerciante, vendedor de ropa, buhonero (o cargador, de nuevo), consejero, posadero, artista estatal, picapedrero/escultor de monumentos, comerciante de perfumes, barbero, subastador, arriero, vendedor o artista ambulante, zapatero, cocinero y panadero. Otras fuentes mencionan a libertos que eran gladiadores, actores, abogados, médicos, artistas y arquitectos. Por tanto, se dedicaban a una amplia serie de trabajos. Es de suponer que la mayor tasa de mortalidad de las ciudades, donde vivía la mayoría de libertos, unida al pequeño tamaño de las familias, implicaba probablemente que el constante reabastecimiento de libertos manumisos no produjese más mercaderes, artesanos y profesionales de poca monta de los que la economía podía soportar. En su mundo socioeconómico situado por debajo del de la elite, los libertos tenían una rica vida religiosa. Tradicionalmente, la discusión al respecto se centra en los Seviri Augustales, el consejo de seis miembros encargado de la adoración del emperador mencionado antes brevemente. Sin embargo, todos los demás también participaban cotidianamente en actividades religiosas mundanas. Muchos libertos, tanto hombres como mujeres, pertenecían a asociaciones religiosas junto con esclavos y libres, especialmente en las casas, como se aprecia en el siguiente ejemplo:
Dedicado a Scribonia Helice, liberta, por los adoradores de la Fortuna y los dioses de la casa de Lucio Caedio Cordus. (AE 1992 334, Castelvecchio Subequo, Italia)
A pesar de que las primeras comunidades cristianas, compuestas por un amplio grupo heterogéneo de gente corriente, se han considerado como algo, si no único, sí al menos extraordinario en el mundo grecorromano, dicho mundo estaba repleto de asociaciones parecidas que cubrían necesidades sociales en varios contextos —doméstico, vocacional, étnico, de ubicación y, especialmente, religioso—. Los libertos participaban de manera muy activa; incluso estaban presentes en el sacerdocio de las divinidades tradicionales romanas. Contrariamente a la creencia popular de que únicamente la Bona Dea estaba abierta a los libertos, la epigrafía revela su presencia e incluso su liderazgo en muchas otras actividades religiosas. Efectivamente, aparecen como sacerdotes de la Bona Dea:
Ménalo, oficiante encargado, dedica este monumento a Filematio, liberto del emperador, sacerdote de la Bona Dea. (CIL 62240, Roma)
Gayo Avilio Diciembre, contratista de mármol, cumplió debidamente con su promesa a la Bona Dea junto con su esposa Velia Cinnamis. Erigido cuando Claudio Filadespoto, liberto imperial, era sacerdote y Quinto Junio Marulo era cónsul, el sexto día antes del kalends de noviembre. (CIL 10 1549, Pozzuoli, Italia)
Algunos eran también sacerdotes de otros cultos. Por ejemplo, en Chieti hay una dedicatoria de un liberto sacerdote de Venus:
Gayo Decio Bito, liberto de Gayo, sacerdote de Venus, dedicó este monumento a Peticia Polumnia, liberta. (AE 1980 374)
Y en otros lugares encontramos libertos relacionados con el culto a las vírgenes vestales:
Décimo Licinio Astrágalo, liberto de Décimo, sacerdote de las vírgenes vestales [dedicó este monumento]. (CIL 62150, Roma)
Y en el culto a Ceres:
Aquí yace Publio Valerio Alexa, liberto de Publio, sacerdote de Ceres, que vivió piadosamente 70 años. (ILTun 1063, Cartago)
Helvia Quarta, liberta, sacerdotisa de Ceres y Venus, erigió en vida este monumento en su honor. (CIL 93089, Sulmona, Italia)
Así pues, los libertos participaban activamente en muchos cultos. He examinado aproximadamente 250 inscripciones latinas promisorias, de las cuales, más de la mitad, si descontamos las relativas a divinidades claramente locales, están dedicadas a dioses de la religión romana: Júpiter en sus muchas formas, Hércules, Mercurio, Silvano, Juno, Diana, Apolo y Fortuna. Isis es la única representada perteneciente a una religión «extranjera», si bien otros vestigios muestran claramente que otro culto extranjero, el de la Gran Madre Frigia (Magna Mater), tenía también mucho seguimiento entre los libertos, algunos de los cuales son mencionados como sacerdotes. Esta proliferación de dioses tradicionales y nuevos es típica de la devoción de la población en general. Una vez más, los libertos no están al margen de sus homólogos libres en el aspecto religioso de su vida social y cultural.
Lo mismo sucede en lo tocante a la muerte. En Isola Sacra, entre Roma y Ostia, existe un cementerio repleto de tumbas de romanos corrientes. En este cementerio las tumbas de los libertos y de los libres están mezcladas y son indistinguibles unas de otras. Tampoco existe un «arte liberto», ni una «sección liberta», ni una «costumbre liberta» que separe las tumbas de los libertos de las del resto. Como sucedía en otros aspectos de la religión, se honraba a los muertos según las prácticas y costumbres generales de la población. Los libertos se identificaban particularmente en los monumentos funerarios como especialmente orgullosos de sus familias y de su libertad, pero, por lo demás, actuaban exactamente igual que aquéllos con quienes se habían relacionado en vida.
Conclusión.
Un liberto vivía con la pesadilla de su anterior existencia servil flotando constantemente sobre él. O al menos eso es lo que se nos cuenta: la opinión general es que vivían bajo una nube estigmatizadora a causa de su antigua condición de siervos, y que ese estigma permanecía en ellos de por vida, independientemente del éxito que lograsen después. Para la elite, convencida de que la vida «libre» era la única que valía la pena vivir, es decir, una vida libre de sometimiento, si no real al menos sí desde una perspectiva ideal, el mero hecho de tener un origen servil se asemejaba a la indeleble marca de Caín, una marca que condenaba a su portador a una vida de angustia e inseguridad, por no decir de odio hacia sí mismo. Sin embargo, las pruebas no indican en absoluto que ése fuera el caso. Los libertos, aparentemente sin rubor y a menudo con evidente orgullo, se declaran «ex esclavos» en sus lápidas. Mientras que la elite podía poner el acento en el origen servil, el liberto, por el contrario, se enorgullecía de su éxito como esclavo que le había llevado a ganarse la libertad. De hecho, en muchos casos había sido ascendido (es decir, liberado) por haber hecho bien lo que su amo quería. Su anterior condición de siervo no era culpa suya, mientras que su salida era una muestra indudable de sus cualidades como ser humano, puesto que él había sobrellevado la situación lo mejor posible. Su vida servil había sido su hogar; normalmente conservaba buenos sentimientos hacia su antigua comunidad de esclavos después de su «ascenso» y, una vez libre, se movía con facilidad en ambos mundos; era una figura limítrofe, pero no incompatible. Del mismo modo, dado que probablemente su libertad se debía en parte, cuando no totalmente, a las buenas relaciones con el amo, también podía moverse en el mundo de los señores, sabiendo cuándo ser servicial, cuándo retirarse y cuándo y cómo presionar, ya fuese en las relaciones con los miembros de la elite o de la subelite, o bien simplemente con poderosos capataces libres u otros libertos. Elegido por sus diversas habilidades para sobrevivir y triunfar, el liberto típico era un hombre polifacético, socialmente avispado y económicamente apto que participaba de manera activa en el mundo de los romanos corrientes.