Agradecimientos.

AGRADECIMIENTOS.

Inmediatamente después de la satisfacción que supone tener en las manos un libro acabado, el mayor placer reside en agradecer la ayuda recibida a lo largo del camino. Y el camino ha sido largo, partiendo de los ánimos iniciales de Donald Lateiner ante mi incertidumbre, cuando no escepticismo, sobre su acogida, hasta su conclusión. Mi editor, John Davey, me ha brindado constantemente su apoyo, viendo las posibilidades del libro y cuidándolo con la combinación justa de empujoncitos, elogios y disciplina. Mis colegas me han ayudado de diferentes maneras, algunos simplemente creyendo en el proyecto y otros empleando su valioso tiempo en corregir algunos detalles o en leer capítulos y hacer perspicaces sugerencias de mejora. Me gustaría expresar especialmente mi agradecimiento a Natalie B. Kampen, la cual no sólo mostró un entusiasmo rotundo e inspirador por el proyecto, sino que, además, pasó muchas horas leyendo las versiones preliminares de los capítulos. Igualmente, Erich Gruen demostró gran apoyo y paciencia ante mis peticiones de ayuda. Arthur Pomeroy compartió generosamente conmigo su trabajo y sus ideas; el trabajo de Abigail Turner sobre los soldados me puso en el camino correcto; Douglas Oakman me ayudó a mostrar la perspectiva de los primeros cristianos, y William Fitzgerald me enseñó lo estimulante que puede resultar apartarse un poco del pensamiento oficial; él, Carlos Galvao-Sobrhino, Lauren Petersen y mi colega de Berkeley Susanna Elm me han ayudado sobremanera en los capítulos relativos a los esclavos, los libertos y los hombres corrientes. Por último, quiero mostrar mi agradecimiento a Jeffrey Smith, que quería ser mencionado, y sobre todo, a mi mujer, que ha vivido una cuarta parte de su vida envuelta en este proyecto, apoyándome no sólo con el habitual aliento conyugal, sino con muchos elementos y sugerencias comparativas derivadas de su trabajo sobre otro pueblo y su Imperio, el británico; dudo que en muchas cenas familiares hayan tenido lugar conversaciones tan estimulantes como las nuestras sobre la amplia gama de temas tratados en Los olvidados de Roma. Finalmente, el libro está dedicado a mi madre, que siempre quiso que escribiera un libro que ella pudiera leer. Aunque ya no está, he cumplido por fin con mi deber filial. Dis manibus matris amantissimae filius pius f. c.