Prefacio de Elisabeth Eidenben

Prefacio de Elisabeth Eidenben

El período que pasé en la maternidad de Elna es el más importante y el más rico de mi vida, mucho más que lo que haya hecho antes o después, y estoy muy agradecida.

La Asociación de ayuda suiza nos dio la posibilidad de ayudar a los refugiados en dificultades y pudimos cumplir con nuestra labor. Yo era muy joven y no tenía ninguna experiencia, pero era muy voluntariosa y estaba siempre dispuesta a ayudar. Quería poner todas mis energías a disposición del prójimo y entregarme al máximo. Emprendí esta tarea con una gran confianza en Dios y con los mejores propósitos. Era un trabajo que exigía mucho valor y fue también una gran satisfacción para mí.

De toda Europa acudían mujeres a las que se internaba en los campos de refugiados. Algunas habían encontrado alojamiento en casa de particulares, pero todas estaban desarraigadas, sin patria, con un futuro incierto. Habían tocado fondo física y moralmente. Era preciso animarlas, darles un poco de fuerza moral para afrontar la vida. Intentábamos distraerlas para que, a pesar de sus preocupaciones, tuvieran también alegrías. Por la noche cantábamos, organizábamos fiestas, bailábamos y yo les leía cuentos navideños traducidos del dialecto de Berna. Al principio estuvo con nosotras una actriz española que nos recitaba poemas. Recuerdo todavía uno titulado «Un duro al año».

No era fácil vivir juntas y en armonía con tantas mujeres distintas. Pero todas conocían la misma suerte: habían perdido su patria, habían sido expulsadas y esperaban un hijo.

Vivimos una época dura y difícil, durante la cual las mujeres judías sentían miedo por sí mismas y sobre todo por sus hijos. Durante algunas semanas pudieron descansar en un ambiente familiar y amistoso.

Cada nacimiento proporcionaba una gran alegría y era una fuente de emoción. También nos ocupamos de niños que sufrían enfermedades relacionadas con las condiciones de vida en los campos. Las madres eran generosas y muchos bebés pudieron salvarse gracias a la leche que ellas les dieron.

Yo únicamente cumplía con mi deber. Era normal, indispensable ayudar a los oprimidos, a los perseguidos. Estoy convencida de que en los períodos sombríos, en los que reinan la violencia y el odio, la humanidad y la tolerancia son necesarias y posibles.

Aunque hayan transcurrido más de sesenta años, todos aquellos recuerdos, todos aquellos acontecimientos permanecen vivos. Fue una época extraordinaria que no olvidaré jamás. En mi memoria está grabado lo que vivimos, y allí permanecerá para siempre.

En 1991 recibí una llamada de teléfono de un hombre que me dijo que había nacido en la maternidad suiza; quería conocerme. Unos días más tarde, Guy Eckstein vino a verme a Rekawinkel. Desde entonces Guy ha hecho posible que retome el contacto con muchos de «mis» hijos de la maternidad y que vuelva a verlos, lo que me causa una gran felicidad. Es la riqueza de mis últimos días.