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Al llegar a la estación de metro se aproxima a la taquilla para renovar su abono mensual. Cuando va a pagar comprueba que no le alcanza con lo que lleva. Recuerda que la tarde anterior sacó dinero precisamente para hacer ese desembolso. No ha gastado nada más, y sin embargo le faltan veinte euros. Paga con la tarjeta de crédito y al llegar a la oficina llama a Carlos. Irritada, le pregunta si le ha cogido dinero de la cartera sin avisar, y él lo niega. Ella le cuenta lo sucedido, y él le pide una vez más que se olvide del tema, pues Naima ya no está, y enumera varias posibles explicaciones: un despiste de ella, un billete que se cae al tomarlo del cajero, incluso un fallo de éste, esas cosas pasan, las máquinas se equivocan, pueden darte dinero de menos o de más, no son infalibles, siempre hay que contarlo antes de guardarlo, y hasta relata cómo una vez le ocurrió a él mismo algo parecido. Sara dice aceptar las explicaciones, tienes razón, será un error del cajero, pero en cuanto cuelga el teléfono abandona la oficina, pretextando una indisposición.

Llega a su casa y, sin quitarse siquiera el abrigo, va directamente a la habitación de Pablo. Revisa todos los muebles y rincones, el armario, los cajones, un arcón, cofres, repisas. Cuando días atrás localizó los pequeños hurtos por toda la casa no se le ocurrió mirar en la habitación del niño, allí no había nada que robar, nada que interesase a una ladrona adulta, ni mucho de valor. Ahora comprueba la falta de varios juguetes electrónicos, parte de una colección de coches en miniatura, un reloj, un juego de escritorio, unas zapatillas deportivas apenas usadas, una raqueta, gorras, guantes, la equipación de su equipo de fútbol, un balón lleno de autógrafos, unos prismáticos, una medalla de competición escolar, un par de diccionarios, unos patines, varios discos y juegos de ordenador. Entre el desorden y la acumulación, las ausencias no son fáciles de identificar, es necesario un inventario concienzudo, una memoria de lo regalado y comprado durante años para apreciar lo desaparecido, y seguramente faltan otras cosas que ya no recuerda haber tenido.

Ordena todo y vuelve a recorrer la casa, revisando una vez más todas sus propiedades. Días atrás reorganizó los discos y películas para disimular los huecos, pero ahora percibe dos nuevas faltas, dos mellas en la hilera de carátulas que no se explica, pues no han visto ninguna película últimamente. Prefiere no seguir buscando, pues sospecha que acabaría encontrando otras ausencias. Pasa el resto de la mañana en casa, come sobras del día anterior y se adormece en un sofá. Cuando Carlos y Pablo llegan les propone salir a dar un paseo, visitar el alumbrado navideño recién estrenado, cenar juntos en una pizzería. Pasan un par de horas fuera, y ella observa a su hijo, buscando no sabe qué en su expresión, en su actitud, en sus decisiones. Al llegar a casa acuesta al niño y le pregunta si está bien, si todo va bien en el colegio, si hay algún problema, pero Pablo, que se quedó dormido en el coche de vuelta, responde con monosílabos y cierra los ojos a la espera del beso de buenas noches. Después, regresa al salón y le pide a Carlos que apague la tele, que tiene algo importante que contarle.