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Si percibe amenazas en su entorno, en su barrio, en su ciudad, es fácil adivinar la imagen que de otras zonas del mundo tiene Carlos. Él reconoce que la situación de su ciudad no tiene nada que ver con la de ciertos suburbios de Los Ángeles, ni siquiera de París, menos aún con las capitales latinoamericanas o con cualquiera de las megalópolis de otros continentes. Pero esa comparación no funciona como consuelo, pues ve aquellas ciudades como un modelo, una promesa de futuro hacia la que caminamos, un anticipo de la deriva irresistible del planeta. Su imagen de buena parte del mundo es la de un lugar convulso, lleno de atractivos, por supuesto, de viajes pendientes y visitas imprescindibles, pero también de riesgos, todo ese catálogo de peligros aprendidos y fijados y que hace que donde algunos viajeros ven riqueza, exotismo, belleza y curiosidad, otros sólo reconozcan miseria, violencia, secuestros, terrorismo, de manera que evitan viajar, seleccionan con cuidado los destinos, y prefieren circular por lo domesticado, lo protegido, lo considerado seguro: viajes organizados, hoteles de marca multinacional, acompañantes que actúan tanto de guía como de protección, franquicias reconocibles, y todo tipo de espacios convertidos en parque temático para facilitar antes la sensación de seguridad de sus visitantes que su diversión o comodidad. Esas parejas de recién casados que no conocen más Caribe que el contenido dentro de los muros del resort playero o el entrevisto en las excursiones organizadas, y cuyo máximo contacto con la población local es el que tienen con los empleados del hotel y los vendedores de esos mercadillos que parecen un montaje pintoresco para turistas. Esos europeos que se dicen fascinados por el mundo árabe y que en Marruecos se mueven en consentido rebaño tras el empleado de la agencia de viajes que levanta un paraguas de colores para que nadie se pierda, y que además espanta a los niños pedigüeños y a los vendedores ambulantes que no tienen acuerdo con la agencia. Esos viajeros que se pretenden independientes y hasta intrépidos, y que acaban cenando en un restaurante propiedad de una conocida multinacional, con cuyos cubiertos de plástico y comidas precocinadas se sienten a salvo, como en casa.

El mundo como un lugar peligroso, divisible y marcado en sus zonas a evitar, como esos mapas de peligrosidad que Carlos querría tener para iluminar sus movimientos por la ciudad, y que en la práctica ya existen, los tienen las propias agencias de viaje, los elaboran en forma de recomendación los servicios exteriores de cada país para sus nacionales, identifican cuáles son los países con mayor riesgo, aquellos donde no viajar en ningún caso, otros donde sólo viajar si es necesario, unos cuantos más para visitar siempre dentro de los circuitos organizados, y un puñado más de lugares a los que podemos viajar siempre que atendamos unos cuantos consejos para nuestra seguridad. Por ejemplo:

«RECOMENDACIONES DE VIAJE A LA REPÚBLICA DE GUATEMALA».

MINISTERIO DE ASUNTOS EXTERIORES:

El índice de inseguridad en Guatemala es muy elevado, por lo que se recomienda seguir estrictamente los consejos que se formulan a continuación:

Zonas de riesgo (deben ser evitadas):

En la Capital se deben evitar las zonas 1, 3, 5, 6, 12, 19 y 22 y muy especialmente, las colonias «El Gallito» y «La Ruedita» en la zona 3 y «La Limonada» en la zona 5 (límite con la 1), límite con la Zona 1, por ser centros habituales de distribución de drogas y muy peligrosos. Asimismo, deben evitarse todas las poblaciones situadas en los alrededores de la capital. En el resto del país, se debe evitar ir a las zonas que no están catalogadas como turísticas, así como desplazarse fuera de las rutas principales de comunicación.

Hay que tener muy especial precaución al utilizar la denominada «Ruta del Atlántico», carretera que une Guatemala con Puerto Barrios, sobre todo entre los Kms. 30 a 100, donde se han registrado asaltos por parte de violentos grupos criminales que utilizan a veces uniformes militares. Se desaconseja totalmente la circulación por dicha carretera por la noche.

En la visita a Lago de Atitlán (por carretera Interamericana 1), se debe evitar el desvío por Godinez, carretera que lleva a la localidad de Panajachel, ribereña del Lago de Atitlán y en la que, debido a las malas condiciones de la misma y al hecho de estar poco transitada, es frecuente que se produzcan asaltos. Para dirigirse a este lago ha de utilizarse siempre la carretera interamericana (asfaltada).

Zonas de riesgo medio (visitas con ciertas precauciones):

Todas las zonas turísticas del país (Antigua, Lago de Atitlán, Chichicastenango, Parque Tikal en Petén, Río Dulce), así como las zonas residenciales de la capital (9, 10, 13, 14 y 15, 16 y 17). Si Vd. desea visitar el centro histórico, trate de transitar únicamente entre las 5.a y 8.a Avenidas, donde se encuentran los principales monumentos, evitando circular por el resto del Área. Se desaconseja viajar en vehículo entre los pueblos ribereños al lago, particularmente entre Santiago Atitlán y San Pedro de la Laguna, siendo preferibles los desplazamientos en barco.

Para visitar la ciudad de Antigua (situada a unos 40 kilómetros de la Capital) y uno de los principales destinos turísticos del país, debe utilizarse siempre la carretera principal que une Guatemala con dicha ciudad, evitando las carreteras secundarias de los alrededores de Antigua, como por ejemplo el desvío por Bárcenas.

Tome precauciones en los alrededores del aeropuerto. Han sido frecuentes los asaltos a viajeros una vez que han salido de su perímetro, en especial cuando llegan en vuelos nocturnos.

Por último, se recomienda adoptar las siguientes precauciones en todo lugar, incluidos los enclaves turísticos:

  1. — Viajar y desplazarse preferiblemente en grupo.
  2. — No viajar nunca de noche.
  3. — No utilizar medios de transporte públicos colectivos, ni en la capital ni en el interior del país, por el elevado número de robos que se producen en los mismos y por la conducta temeraria de sus conductores.
  4. — En el aeropuerto o estaciones de autobuses, lleve Vd. mismo sus equipajes y no acepte ayuda de extraños.
  5. — Asegurarse de que el taxi lleva taxímetro o, en caso contrario, pacte previamente una tarifa razonable. En la Capital se recomienda la utilización de «taxis amarillos» o «Verdes» (Tlf. 24-70-15-15). Además de ser más baratos y llevar taxímetro, son más seguros, al ser localizados por GPS.
  6. — No llevar de forma visible móviles, cámaras de fotografías, video, ordenadores portátiles u objetos de valor.
  7. — No realizar acampada libre.
  8. — Guardar documentación (pasaporte, DNI, billetes de avión, tarjetas de crédito, etc.) así como los objetos de valor en algún lugar seguro. Los pasaportes y DNI de España son documentos codiciados. Se recomienda depositar esta documentación en la Embajada (Depósito Consular). Si durante su estancia en Guatemala no piensa salir del país, puede llevar consigo una fotocopia compulsada por este Consulado que le permite el desplazamiento por el país sin problemas.
  9. — Tratar de alojarse en hospedajes utilizados por viajeros extranjeros. En la capital se recomienda hospedarse en alguno de los hoteles de las zonas 10, 12, 13, 14, y 15.
  10. — Existe la posibilidad de que la Policía de Turismo acompañe a los turistas en sus desplazamientos, siempre que sean grupos y se solicite, al menos, con cuatro días de antelación.
  11. — Para la ascensión al volcán Pacaya dirigirse a la Comisaría de Escuintla: 78-88-02-53 y 78-89-19-42.
  12. — Para la ascensión a: Volcanes del Agua y/o Fuego y al Monumento «Cerro de la Cruz» (Antigua), dirigirse a la Comisaría de esta ciudad: 79-34-63-00 y 79-34 65-13. Debido a los continuos asaltos que se producen existe un servicio de acompañamiento de agentes de la Policía, por lo que se recomienda contactar con ésta Comisaría.

A Carlos siempre le ha parecido paradójico que este tipo de recomendaciones se titulen habitualmente como consejos «para su seguridad», pues al igual que las que difunde el Ministerio del Interior, llamadas en efecto «consejos para su seguridad», sólo pueden provocar en quien las lee mayor sensación de inseguridad, ya que la enumeración de las amenazas nunca ha sido la mejor forma de tranquilizar a nadie. Por ejemplo, Carlos tuvo que viajar hace un par de años, por motivos laborales, a cierta capital latinoamericana. Antes de su salida consultó la página web del Ministerio de Asuntos Exteriores, y leyó las recomendaciones «para su seguridad» referidas a ese país, que eran éstas:

«La inseguridad es considerable en las grandes ciudades, principalmente en la capital, e incluso en su Aeropuerto Internacional y zonas aledañas. El trayecto del aeropuerto a la ciudad es muy peligroso, con numerosos atracos a mano armada. Robos y agresiones son muy numerosos, sobre todo en la vía pública. Se recomienda extremar el cuidado tras la puesta del sol y evitar en lo posible pasear a solas y llevar prendas de vestir, joyas, relojes o cámaras que denoten alto precio o sean ostentosos. Es aconsejable no resistir a una agresión violenta o a mano armada. Se recomienda dejar los originales de los documentos de identidad bien protegidos en los hoteles o domicilios durante la estancia en el país, debido al gran número de robos de documentación. Se recomienda, por tanto, ir provisto de copias de los originales. Cuando se viaje por el interior del país se debe estar en posesión de documentos originales. Es recomendable llevar pequeñas cantidades de dinero. Deben utilizarse únicamente taxis de línea debidamente identificados en el trayecto entre el aeropuerto y la capital, que disponen de placas de matrícula amarillas. Numerosos turistas son asaltados por falsos taxistas que ofrecen sus servicios en el aeropuerto. Por tanto, es muy recomendable tener la recogida en el aeropuerto asegurada por el hotel o por la agencia de viajes».

Por supuesto, estas advertencias permitieron que extremase su cuidado, y regresó ileso del viaje. Pero también sirvieron para aterrorizarle, y convertir su estancia en la ciudad en insoportable. Desde que salió del avión, todavía dentro de la zona aeroportuaria exclusiva para viajeros, se sentía amenazado, y su cuerpo se tensaba si alguien le ofrecía ayuda con el equipaje. En el control de pasaportes observaba a los agentes policiales como corruptos en potencia, que en cualquier momento podían retirarle la documentación y conducirle a una habitación cerrada, donde extorsionarle o colocarle en el equipaje un paquete de droga para dar fuerza al chantaje. Al salir a la zona de servicios del aeropuerto, mientras buscaba a la persona que se había comprometido a recogerle, veía a quienes allí esperaban como potenciales agresores, se sobresaltaba cuando un tipo le ofrecía transporte hasta el hotel o cambio de moneda, agarraba con fuerza su maleta, y no se movió de las inmediaciones de la puerta de salida hasta que encontró a un joven que mostraba un folio con su nombre escrito en rotulador, y que le sonrió amablemente y le preguntó con educación si había tenido buen viaje. De camino hacia el coche, caminando por el exterior de la instalación, llegó a pensar si ese muchacho que tiraba de su maleta y le advertía sobre la humedad tropical sería en realidad quien decía ser, o tendría en realidad otro tipo de intenciones, pues su única identificación había sido ese folio escrito a mano, ni una tarjeta ni una insignia de la empresa a la que decía pertenecer, podía ser un secuestrador de turistas, incluso compinchado con alguien de la organización para conocer su nombre y hora de llegada, y pronto le abandonaría en mitad de la carretera, desnudo, golpeado y sin pasaporte ni dinero. En el trayecto hasta el hotel, observaba el paisaje urbano con inquietud, los barrios hacinados de infraviviendas en las colinas que cerraban la ciudad, los niños que vendían comida en los semáforos, los motoristas que se acercaban demasiado al vehículo, que le miraban a través del cristal. Ya en el hotel se sintió a salvo en su habitación, desde cuya ventana veía el entorno ya oscurecido. Sabía que estaba situado en el centro de la ciudad, precisamente una de las zonas menos recomendables, y maldecía no haber sido alojado en el seguro y cómodo distrito donde estaba el centro de convenciones a que tendría que desplazarse para cumplir su trabajo. Esos trayectos en furgoneta del hotel al congreso fueron sus únicos desplazamientos por la ciudad, pues hizo todas sus comidas en uno u otro sitio, rechazó ofrecimientos de colegas para salir a cenar, y pasó muchas horas en la habitación del hotel, tumbado en la cama, bebiendo refrescos, viendo canales internacionales de televisión, y leyendo la prensa local que, con prosa sensacionalista, relataba todo tipo de crímenes. El último día, horas antes de partir hacia el aeropuerto, decidió sobreponerse a su miedo y salir al exterior. Cruzó la puerta automática del hotel, que estaba en una plaza amplia, de cemento, al otro lado de la cual había un museo de pintura del que tenía buenas referencias. Caminó los ciento cincuenta metros que separaban el hotel del museo, una zona de bancos donde varios buhoneros exponían su mercancía a los paseantes. Lo hizo a paso ligero, hasta alcanzar la entrada del museo. A la salida del mismo, rehizo el camino aunque esta vez a paso más tranquilo, sin perder de vista la referencia del hotel, con su garita de seguridad a la entrada, pero sintiendo que estaba haciendo algo parecido a pasear. Al llegar a la puerta, decidió no entrar aún, y siguió caminando pegado a la fachada del hotel, hasta llegar a la esquina. Se asomó a una avenida que separaba el edificio de varias construcciones de menor altura, que enmarcaban una calle que conducía hacia el centro histórico, según había visto en un plano en el hotel. Cruzó la avenida e inició el avance por esa calle, en la que se cruzó con gente de aspecto nada amenazante, aunque reconoció no saber bien qué tipo de aspecto podría ser amenazante, ya que sus únicas referencias eran los relatos dramatizados de la prensa local, que alimentaba el miedo al pequeño delincuente, violento y amoral, el malandro, construcción social, cultural e ideológica muy común en todo el continente, ese joven, canijo, de gesto torvo, piel oscura, camisa abierta, caminar chulesco, lenguaje incomprensible, actitud agresiva y pistola en el cinturón; habitante de los enormes barrios que los participantes locales en el congreso identificaban como la «zona roja» de la ciudad, reconociendo así contar con sus propios mapas de peligrosidad que fragmentaban la ciudad y hacían que algunos habitantes nunca hubiesen puesto un pie más allá de sus exclusivas urbanizaciones, campus universitarios, centros comerciales y parques empresariales blindados. Carlos avanzó por aquella calle, sin terminar de sentirse seguro, sin espantar del todo esa sensación de amenaza permanente, y aunque alcanzó a pie la plaza principal y la catedral, y regresó por el mismo camino sin incidente alguno hasta el hotel, sabe que aquél fue un paseo obligado, un reto, que más tarde consideró imprudente, y que tal vez no repetiría.