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Entre las expectativas a tener en cuenta, improbables pero inculcadas también desde el aprendizaje de la ficción, está la del extraño que de improviso irrumpe en nuestra vida y pone todo en riesgo. De repente un extraño, de repente nuestra cotidianeidad, nuestra confianza, nuestros espacios de seguridad personal y social, se derrumban por el acoso de un intruso cuya existencia parece justificarse únicamente por la voluntad de actuar contra nosotros, hundirnos, acosarnos, darnos miedo. Los modelos son muchos: el nuevo inquilino del edificio que comienza por molestarte con sus hábitos excéntricos —ruidos, actividades escandalosas a deshoras, visitas sospechosas, moral relajada— y al que tus quejas parecen estimular pues desde ese momento se convertirá en más que una molestia, una amenaza. La nueva compañera de trabajo a la que seduces y con la que logras un fin de semana de sexo clandestino, pero que al volver a la rutina, ante tu petición de discreción y tu consideración de lo sucedido como algo excepcional e irreflexivo que no querrías repetir, decide que ella sí quiere más, mucho más, todo, y te coacciona para continuar la relación indeseada bajo chantaje de, en caso contrario, revelar el secreto pecado a tu mujer. El malentendido callejero, el accidente sin consecuencias, el encontronazo torpe, que no es resuelto con buenas palabras y que crece cual bola de nieve hasta resultar en un anónimo conciudadano que merodea tu barrio con el solo objetivo de encontrarte para cumplir sus promesas de represalia. El policía infractor al que denuncias en ejercicio de tu responsabilidad cívica, y que tras ser absuelto regresa a las calles con su uniforme, su arma, su autoridad y su impunidad, y desde ese día tendrá en la venganza un estímulo para vivir, una venganza interminable. El bromista de bar que te elige como juguete para sus exhibiciones públicas, el cliente insatisfecho que pasa de la insistencia recriminatoria al acoso continuado, el pequeño delincuente al que delatas y al que siempre esperarás cada vez que alguien se acerque por detrás a paso ligero, el desequilibrado que sin motivo te señala como objeto de su delirio, el acomplejado al que en la infancia humillaste sin saberlo y que ahora regresa para hacerte pagar tu risa, el irascible que no se conforma con unas palabras de disculpa, el chantajista que de tu debilidad extrae su subsistencia, el niño que en el colegio acosa a tu hijo y que se convertirá en tu peor pesadilla. Hay otras opciones, incluso más demenciales, con protagonistas directamente criminales, psicopáticos, inverosímiles y no por ello menos temibles, como el camión que en la carretera se pega a la trasera de tu coche y busca echarte a la cuneta, o el compañero de piso ideal que conoces en anuncios por palabras y que te quitará tu novia, tus amigos, tu familia y tu trabajo antes de intentar liquidarte. Las posibilidades son muchas, pero son sólo versiones de un mismo relato, donde cambian los actores, las coartadas, los medios, pero el fondo es idéntico: de repente un extraño, de repente un incidente que imposibilita la continuidad satisfactoria de tu vida, de repente un giro imprevisto que hará que desees regresar a aquel día en que un gesto, una palabra, un accidente menor, abrieron una puerta a la desesperanza. El extraño, el intruso, la amenaza que funciona desde su reiteración en los relatos de ficción como una advertencia, una llamada de atención contra la confianza, una forma de educación en el recelo individualista frente a la incertidumbre colectiva, los otros como amenaza, el hogar seguro frente al espacio público lleno de riesgos, no podemos estar tranquilos, la delicada tela de la normalidad puede rasgarse en cualquier momento, el mundo, tu mundo, tu ciudad, tu barrio, tu entorno, son lugares peligrosos, los ciudadanos anónimos que te cruzas en la calle, que saludas en el trabajo, que te sonríen en la discoteca, que te ayudan a levantarte cuando tropiezas, que atiendes o ignoras, son un peligro potencial, cualquiera puede traspasar esa línea, cruzarse en tu trayectoria hasta colisionar, nunca bajes la guardia, desconfía, teme, no abras la puerta a desconocidos, no hagas tratos con cualquiera, no compartas piso con nadie, no hagas autostop, no busques sexo furtivo, no conciertes citas en foros de Internet, no aceptes la ayuda espontánea del que se ofrece a auxiliarte, no bajes la guardia, cada paso que das puede ser un pie que no encuentra apoyo, una zancada hacia el abismo.