Por la mañana Pablo dice que le duele la barriga, que está malo y no quiere ir al instituto. Sara interroga al niño sobre el posible origen de su dolencia, pero se limita a repetir que le duele, que se encuentra mal y que no quiere ir a clase. Carlos intercede y propone que se quede en casa, no pasa nada, puede ser un virus, en su empresa hay tres compañeros que han caído malos esta semana con virus estomacales, tal como llegan desaparecen y no tiene más consecuencias, un par de días de reposo y dieta blanda y estará curado. Además, anuncia que se quedará él en casa para cuidar de Pablo, llamará al trabajo y no tendrá problema en ausentarse una mañana por enfermedad de un familiar, ella puede irse tranquila a trabajar. De acuerdo, acepta Sara, pero luego pides hora en el centro de salud y lo llevas a que lo vea el médico, para estar más tranquilos, y de paso que te miren a ti la nariz, que está más hinchada que ayer. No quiero ir al médico, protesta Pablo desde su habitación. A ver si es que no estás tan malo, duda Sara. Vete tranquila, media Carlos, cuando se levante iremos, luego te cuento.
Padre e hijo pasan toda la mañana en casa. Pablo se levanta poco después de la marcha de su madre, y desayuna con hambre, como todos los días, leche con cacao y un par de tostadas. A media mañana telefonea Sara, y Carlos le dice que ya han vuelto del ambulatorio, ha sido rápido y no tiene nada, el médico se ha referido a los famosos virus estomacales en circulación, en un par de días estará bien y, total, como mañana ya es viernes, es mejor que se quede en casa y tras el fin de semana podrá ir el lunes a clase ya recuperado del todo. Mientras cuenta esto a su mujer, Carlos mira a su hijo, que ve una película tumbado en el sofá y le devuelve una mirada que podría considerar de complicidad aunque no guiña un ojo ni tampoco sonríe.
Ambos pasan el día sin salir a la calle, tampoco es necesario, no hay que comprar nada y además hace frío, empezará a llover en cualquier momento, tal vez incluso nieve. Desde la ventana del salón observa el parque, ya en penumbra con la noche temprana y las pocas farolas que no han sido apedreadas todavía. Pese a la helada hay grupos de adolescentes en los bancos, se frotan las manos enguantadas y se dan puñetazos amistosos para entrar en calor. Sobre el capó de un coche aparcado frente al portal hay tres muchachos apoyados, y fuman un cigarrillo compartido, de manera que ese gesto de levantar la cabeza hacia la ventana donde está Carlos lo mismo puede ser una mirada intencionada que el movimiento propio de quien fuma y echa el humo hacia arriba tras dar una calada. Pablo está en su habitación, viendo la tele o jugando con el ordenador, y Carlos lee en el salón, aunque de vez en cuando se levanta a estirar las piernas y mira a los tres adolescentes desde la ventana. En una de esas veces ve llegar a Sara, la ve cruzar el parque, no por la zona central más oscurecida, sino por un lateral, una vereda iluminada a tramos, que se adentra unos pocos metros en el parque, y en la que hay pandillas de chavales y parejas de novios en los bancos. Sara camina a paso ligero, por el frío más que por un miedo que Carlos no le supone, ella pasa todos los días por ese parque, tanto de mañana como de noche, y además no es tarde, son apenas las seis y media. Sara empieza a buscar la llave en el bolso mientras se aproxima al portal, pero cuando está a pocos metros uno de los chicos que siguen apoyados en un coche próximo se acerca a ella, le dice algo que hace que la mujer se detenga y le escuche. Desde la ventana Carlos no puede oír lo que hablan. Sara busca algo en el bolso, y cuando el niño levanta la cabeza puede que sus ojos se hayan cruzado con los de Carlos en la ventana, aunque desde esta altura no está muy seguro de que así sea. Por fin Sara saca del bolso un paquete de tabaco y lo golpea con un dedo hasta que asoma un cigarrillo que ofrece al muchacho, éste lo coge y vuelve hacia sus amigos, aunque al girarse parece que ha levantado de nuevo la mirada en dirección a la sexta planta, si bien puede ser más bien un cabezazo al aire para echar el flequillo hacia atrás.
Al día siguiente, viernes, Pablo se queda en casa como acordaron, y Carlos con él, mientras Sara marcha a trabajar a su hora. Pasan de nuevo todo el día sin salir, excepto una rápida visita de Carlos a una panadería situada en los bajos de su edificio, que apenas le hace pisar calle. Se encuentran bien así, Pablo no parece aburrido, y si lo está no lo expresa ni propone planes que un padre y un hijo pueden hacer en una mañana de día laborable. Carlos tampoco tiene muchas ganas de salir, y a cada rato subraya lo a gusto que están en casa, con la calefacción y en pijama, mientras en la calle la temperatura apenas ha levantado unos grados desde que amaneció y ya empieza a bajar al marcharse el sol, circunstancia que tampoco disuade a los grupos de adolescentes instalados en los mismos bancos del parque, incluido el trío que al anochecer vuelve a estar en el sitio de ayer, apoyados en un coche, fumando. Más o menos a la hora esperada Carlos distingue a lo lejos a Sara, que se acerca a paso rápido por el lateral del parque. Como repitiendo la secuencia del día anterior, uno de los tres menores, se diría que el mismo de ayer aunque los tres se parecen mucho, más aún desde la altura de la ventana de Carlos y con la poca luz que hay en la calle, sale al paso de Sara cuando está a pocos metros del portal y ya busca la llave en el bolso. Los ve hablar, a ella y al chico, sin escuchar lo que dicen. De nuevo una petición de cigarrillo, así lo indican los movimientos de Sara, que encuentra el paquete de tabaco y ofrece al menor, aunque esta vez el joven fumador no se da la vuelta y se aleja al obtener lo solicitado, sino que sigue hablando con ella, que responde a lo que le dice y tampoco muestra prisa por alcanzar el portal, pese al frío que obliga al niño a meter las manos en los bolsillos y balancearse sobre una pierna y luego sobre otra. Así permanecen no mucho tiempo, si bien más del que aconseja la temperatura, apenas medio minuto de intercambio de frases hasta que ella se despide y sigue su camino y el chico se queda parado en el mismo punto, mirándola mientras entra en el portal, y al levantar la cabeza pareciera que sonríe hacia Carlos, aunque no puede ser, piensa éste, no ha podido verle con la luz apagada como está.