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Carlos y Sara no han vuelto a hablar de lo que sucedió un mes atrás hasta esta mañana de sábado en que recorren juntos los pasillos del hipermercado, sección de juguetería. Pablo se ha quedado en casa, ha aceptado no acompañarlos para respetar la convención tácita que establece que los padres salgan de compras sin la compañía de sus hijos unos días antes de la navidad, y que a la vuelta el hijo permanezca en su habitación y se demore en salir a saludarlos, cosa que no hará hasta que el ruido de bolsas de plástico haya desaparecido bajo la cama o en la parte alta de un armario. Carlos y Sara se detienen ante un estante y discuten la elección de un juguete que ella sostiene en la mano. La discrepancia no obedece a su carácter educativo, ni a su precio, sino a la pertinencia de regalarle algo que ya tuvo pero ahora no tiene, y si querría volver a tenerlo o no. Sara es partidaria de restablecer lo perdido, llenar los huecos todavía visibles de la casa como una forma de cerrar heridas. Por el contrario, Carlos piensa que para su hijo será difícil, tras romper el envoltorio, encontrarse con un juguete que ya fue suyo, que disfrutó durante un tiempo hasta que un día lo metió a escondidas en la mochila y lo entregó a la salida del instituto como pago a cambio de un día más sin golpes ni pinchazos. Está bien, acepta Sara, aunque esas cosas hay que afrontarlas cuanto antes, porque tarde o temprano vuelven a salir si no se cerraron bien, y cualquier día Pablo buscará el juguete en casa pensando que aún lo tiene, y su ausencia le haga revivir aquellos momentos. Tienes razón, admite Carlos, pero los reyes magos no son el mejor momento para hacer terapia. Sara devuelve a la estantería el juguete, pero ese gesto no liquida el tema, y aunque Carlos intenta cambiar de conversación no puede evitar que su mujer pregunte otra vez por los progresos de Pablo, por las conversaciones que todavía cree frecuentes entre su marido y el director del instituto. Aunque Carlos insiste en que se trata de un asunto ya cerrado, incluso olvidado por su hijo, y confía en que las vacaciones terminarán el proceso de superación, Sara vuelve a mostrar su preocupación, cree que Pablo es vulnerable, que ahora además está marcado a los ojos de sus compañeros, que le saben indefenso, asequible, y puede volver a ocurrirle en otro momento.

Salen del centro comercial y buscan el coche en el aparcamiento. Cargan las bolsas en el maletero y, mientras Sara lo pone en marcha, Carlos localiza un punto de enganche para dejar el carro y recuperar la moneda utilizada para su desbloqueo. De entre dos coches surge Javier. Ha recordado su nombre al verlo de repente, aunque sólo lo había oído una vez antes, pronunciado por el jefe de estudios: Javier. Hola, dice el niño sonriente, y nada en su aspecto ni su actitud sería motivo de preocupación para nadie, sólo los antecedentes, esa información que Carlos conoce y que recupera ahora de golpe al encontrarse con el muchacho, que ha agarrado la parte delantera del carro obligándole a frenar. Hola, dice Carlos, ganando tiempo. Mira hacia atrás y ve que su mujer ya se ha subido al coche. Qué quieres, pregunta por fin. Nada, no pasa nada, dice el niño, cómo está Pablo. Está bien, responde Carlos, y repite su respuesta, está bien. Pues dale recuerdos, dice el niño, y en verdad su tono es inocente, infantil, no parece una amenaza socarrona, aunque Carlos la escuche como tal. Oye, tengo prisa, dice, y empuja el carro para continuar. Pues déjame que te ayude, dice el niño, dame el carro, que ya lo dejo yo en su sitio, y agarra la barra de dirección y tira de ella. Carlos no opone resistencia y el niño se aleja con el carro hacia el cercano enganche, donde mete la llave y libera la moneda. Carlos vuelve al coche y, al subir, recibe la reprimenda de Sara, que ha observado lo sucedido por el retrovisor: por qué le has dejado el carro al niño ése. No pasa nada, dice Carlos, es un niño que está siempre en el aparcamiento, ayuda con los carros y se gana unas monedas. Mendicidad, dice ella, fomentas la mendicidad si le dejas el carro, es mejor no darles nada, porque si le das una vez ya le tendrás que dar siempre. No pasa nada, es sólo un niño, concluye Carlos.