13
ALMA DE FUEGO
CHRIS ALCANZÓ A SEMIRA NO LEJOS del lugar donde peleaban Kim y Duncan el Segador. La chica Ruadh se había ocultado tras un enorme árbol; había sacado varias flechas de su carcaj, y sus ojos de aguilucho escudriñaban la espesura. El hacker se reunió con ella en silencio.
—Tenemos compañía —susurró Semira—. Es un urbanita, y parece que está solo.
—Un urbanita —repitió Chris—. ¿Cómo diablos habrá llegado hasta aquí?
—No lo sé. Está demasiado lejos como para poder verlo bien, pero yo diría que es uno de los que perseguían a Kim en el oasis.
—¿En serio? —Chris no había presenciado la pelea del oasis, pero sí sabía quiénes habían tomado parte—. En tal caso, será un mercenario de la Hermandad o una Sombra de Nemetech —miró a Semira gravemente—. Será mejor que vayas a avisar a Moira. Quizá la necesitemos.
—¿Por quién me tomas? Es un hombre solo. Podemos con él.
—No lo subestimes, pequeña salvaje. Si ha llegado hasta aquí, es mucho más que un hombre solo.
Semira no replicó. Chris se separó de ella y comenzó a deslizarse por el bosque, puñal en alto, hacia el urbanita que se había atrevido a seguirlos hasta allí. No oía los disparos, pero, por los movimientos de la oscura figura, habría asegurado que había un tiroteo un poco más allá. Aquello significaba que había encontrado a Kim.
Sintió la silueta esbelta y menuda de Semira a su lado, y se volvió hacia ella. Ella no se amilanó por la fría mirada de sus ojos azules. Le devolvió una mirada resuelta, una vez más, todo fuego.
—No voy a dejarte solo, rata urbanita —murmuró ella, tensando su arco.
Chris no discutió.
Juntos, silenciosos como sombras, se acercaron al lugar de la pelea.
Kim se movió para esquivar el disparo, pero perdió el equilibrio y cayó al suelo, a los pies del urbanita. Duncan el Segador le dirigió una fría mirada y volvió a alzar su arma contra ella.
Todo sucedió muy rápido. Se oyó un grito, un grito con un timbre metálico, que pronunciaba el nombre de una de las runas del extraño alfabeto de Mannawinard. Un rayo mágico surgió de entre el follaje en dirección al Segador, que trató de esquivarlo, como pudo. Antes de que se diera cuenta, ya tenía a Kim encima.
Ambos rodaron por el suelo. La pistola salió despedida por los aires y aterrizó lejos de allí. Los músculos de Duncan se tensaron para lanzar a Kim lejos de sí y poder recuperar su arma.
Pero un tercer personaje intervino en la lucha. Antes de que el Segador lograse alcanzar la pistola, el androide biónico que Kim había robado de Nemetech semanas antes se apoderó de ella y se la entregó a la mercenaria. Duncan miró a Adam con asombro. El biobot había desarrollado un cuerpo humanoide completo.
Aún temblando, Kim se incorporó, apuntando al Segador con el arma.
—Te dije que fueras a buscar a los demás, Adam —murmuró, todavía sorprendida; Adam no solo había desobedecido una orden directa sino que, además, le había salvado la vida… con un hechizo de ataque.
El androide retrocedió unos pasos, pero no dijo nada. Duncan se incorporó un poco, y Kim alzó el arma.
—No te muevas.
El hombre de Nemetech se detuvo y alzó las manos lentamente, lanzándole una mirada penetrante. Kim se estremeció. No podía dejar de pensar que Duncan había sido su mejor amigo, y ahora la trataba como a una completa extraña, hasta el punto de que no había dudado en seguirla hasta el corazón de Mannawinard… para matarla. Si ya no estaba bajo la influencia de AED 343, ¿por qué la perseguía todavía?
—Ya no tiene sentido que me ataques —dijo ella—. Estamos lejos de las dumas, de cualquier duma. ¿Por qué insistes en intentar matarme?
—Porque tengo una misión que cumplir —dijo él.
Kim lo miró intensamente.
—Olvídalo y quédate conmigo. ¿No lo entiendes? Esa misión ya no importa nada.
El Segador sonrió levemente.
—A mí sí me importa.
Kim tragó saliva y acarició el gatillo. No parecía que Duncan quisiera entrar en razón, pero ella se veía incapaz de matarlo.
—Duncan, yo… —empezó, pero no pudo terminar la frase.
El Segador extendió la mano; de su dorso emergió el cañón de un arma muy pequeña, un implante de ataque, que disparó antes de que Kim pudiese reaccionar. La chica gritó cuando vio lo que estaba pasando, y logró apartarse a tiempo; sus nervios de acero tampoco le habían fallado esta vez. Sin detenerse a pensar, disparó contra su oponente, pero él ya se había movido rápidamente hacia ella… De una patada, Duncan el Segador lanzó el arma de Kim por los aires.
Se miraron, solo un momento. Él seguía apuntándola con el arma implantada en el dorso de su mano. Kim estaba atrapada.
—No te muevas, robot —le dijo a Adam el hombre de Nemetech—, o ella morirá.
Kim respiró hondo, intuyendo que iba a morir de todas formas. Pero Adam bajó los brazos mansamente; le había creído. Duncan sonrió levemente.
—Vas a acompañarme hasta el linde de Mannawinard, Kim —le dijo—. Vas a acompañarme hasta la misma sede del Consejo Tecnológico. Y el biobot vendrá con nosotros —añadió, levantando la voz, para que Adam lo oyera bien—, sin usar su magia para nada, porque, si no, morirás…
Kim no dijo nada, ni hizo el menor gesto. El Segador sonrió de nuevo.
—Nunca podrás superar a tu maestro…
No llegó a terminar la frase. Se oyó un silbido y, de pronto, el Segador lanzó una exclamación ahogada y abrió los ojos con sorpresa. Avanzó unos pasos. Kim no sabía qué estaba pasando, pero intuía que era su oportunidad para hacer algo. Tensó los músculos y saltó a un lado…
Duncan disparó, pero Kim ya no estaba allí. La muchacha se ocultó entre la maleza y vio con satisfacción que Adam también se había apartado de la vista de Duncan el Segador. Vio otra cosa más: una flecha, una flecha Ruadh, clavada en la espalda del hombre que había cruzado todo Mannawinard para matarla. Pudo distinguir la sombra de Semira entre los árboles, y se sintió un poco mejor: sus amigos habían acudido en su ayuda.
A Duncan, sin embargo, no parecía afectarle mucho el hecho de llevar una flecha clavada en la espalda. Se volvió hacia todos lados, tratando de ver a Kim, o a su atacante. Y entonces una sombra cayó sobre él desde una de las ramas de un árbol, y los dos rodaron por el suelo. El hombre de Nemetech ahogó una exclamación cuando vio el brillo de un puñal sobre él, pero no en vano sus implantes le daban una fuerza sobrehumana. Lanzó a su atacante lejos de sí.
Chris cayó al suelo, con el puñal ensangrentado. Se incorporó con la rapidez del relámpago, pero Duncan el Segador, ignorando la herida sangrante de su pecho, ya estaba en pie ante él, y disparaba…
Chris vio en una milésima de segundo que estaba en la trayectoria del disparo, pero supo que no tendría tiempo de apartarse…
Y entonces una figura ágil, esbelta y menuda se interpuso entre Duncan y el hacker. Una figura que arrastraba tras de sí una larga trenza de color oscuro.
Semira gimió de dolor al recibir el impacto.
—¡Semira! —gritó Chris, fuera de sí—. ¡No!
Semira cayó en sus brazos, inerte. Chris alzó la cabeza para mirar a Duncan el Segador. Sus ojos azules eran más gélidos que nunca; tras ellos se adivinaba, sin embargo, un relámpago de ira.
Duncan se movió con agilidad para esquivar un disparo, y Chris buscó su lugar de procedencia: Kim había recuperado su arma. El Segador se volvió hacia ella y disparó de nuevo. Kim se parapetó tras un enorme árbol.
El Segador dio la espalda a Chris, solo un momento, para tratar de acertarle a la rubia cabeza de Kim, que asomaba tras el tronco del árbol.
Algo cortó el aire con la velocidad del relámpago. Algo se clavó en la nuca de Duncan el Segador, en uno de las pocas zonas desprotegidas de su cuerpo, en un punto absolutamente vital. El hombre de Nemetech solo pudo volverse un momento para mirar al responsable.
Los ojos de Chris quemaban como el hielo. Mientras sostenía a Semira con un brazo, su rostro era impenetrable, y solo su puño derecho, que cerraba con todas sus fuerzas, manifestaba la rabia y el odio que llevaba por dentro.
Duncan el Segador cayó pesadamente al suelo, muerto a los pies del hacker a quien había tenido la imprudencia de dar la espalda. La empuñadura de la daga de Chris todavía sobresalía de la parte posterior de su cuello.
Chris respiró hondo y se volvió hacia Semira. La chica había recibido el impacto en el estómago, pero el hacker comprobó, aliviado, que todavía respiraba. Vio a Adam por allí cerca.
—Adam… tú sabes hacer magia —le dijo—. Tú puedes…
—No —cortó él—. No conozco todavía los hechizos de curación. Iré a buscar a Moira.
Chris asintió, y el biobot se alejó de ellos, internándose en la selva, en busca de la druidesa. Chris retiró un poco la ropa de piel de Semira para comprobar el alcance de la herida.
Todavía sosteniendo el arma cargada, Kim se acercó cautelosamente al cuerpo de Duncan el Segador. Chris no pudo evitar dirigir una mirada gélida al cadáver.
—Hijo de perra… —murmuró—. ¿No era ese Duncan el Segador? ¿No se suponía que estaba muerto?
Kim iba a responder, cuando una voz conocida los sobresaltó a los dos:
—Tira el arma al suelo, Kim. Estás atrapada.
Absolutamente perpleja, Kim sacudió la cabeza y miró al caído Duncan, convencida de que se lo había imaginado. Pero la voz insistió:
—Ahora, Kim.
La mercenaria cruzó una mirada con Chris, que seguía inclinado junto a Semira, pero había tensado los músculos, dispuesto a entrar en acción. Ambos miraron a su alrededor, en busca de la persona que acababa de hablar.
Duncan el Segador apareció entre la maleza; llevaba un arma de neutrones, y apuntaba directamente a la cabeza de Kim. La muchacha, de pura sorpresa, estuvo a punto de dejar caer su propia pistola.
—Tira el arma al suelo —insistió el Segador; sin apartar la mirada de ella, le advirtió a Chris—. Ni un movimiento, chico, o ella morirá.
Kim, sintiendo que aquello era un absurdo sueño, dejó la pistola en el suelo, con cautela.
—¿Quién eres? —quiso saber—. ¿Qué es lo que quieres?
—Soy Duncan el Segador —dijo él—, y quiero que me lleves hasta el androide que robaste de Nemetech.
Kim no pudo evitar dirigir la mirada hacia el lugar donde yacía Duncan el Segador, muerto, todavía con el puñal de Chris clavado en la nuca.
—Pero… —empezó, dudosa; sin embargo, alguien le cortó en mitad de la frase:
—¡Maldito impostor! ¿Cómo te atreves? ¡Yo soy Duncan el Segador!
Ante los asombrados ojos de Kim, otro hombre, idéntico a Duncan hasta en la cicatriz de la mejilla, salió de la espesura y se lanzó contra su doble. Este disparó, pero el segundo Duncan logró esquivar el proyectil y disparó a su vez. El Segador cayó al suelo, con un gemido. El recién llegado apuntó a Kim:
—Entrégame el androide, Kim.
Pero el herido no había dicho su última palabra. Alzó el arma y disparó de nuevo. El otro disparó a su vez… Y los dos acertaron.
Todo había sucedido muy rápido y Kim apenas había tenido tiempo de reaccionar. Ahora, los tres hombres que decían ser Duncan el Segador yacían ante ella, muertos. A Kim le vino enseguida una palabra a la cabeza, una palabra que explicaba, en parte, aquella locura. Pero fue Chris quien la pronunció en voz alta, tras un breve silencio:
—Clones. Siempre pasa igual. Todos quieren ser el único.
—Clones —suspiró Kim, preocupada, aliviada y muy confusa—. Entonces, ¿cuál de los tres es el verdadero?
Chris parecía muy concentrado en Semira, estudiando su rostro con ansiedad, para asegurarse de que seguía respirando, de que aguantaba hasta que llegase Moira con sus poderes curativos, pero respondió a la pregunta de Kim, sin apartar la mirada de la joven Ruadh:
—Seguramente ninguno. Tenía entendido que Duncan cayó en una incursión en Nemetech hace dos años.
—Sí —asintió Kim—. Yo estaba allí.
Chris respiró hondo. Estaba tratando de taponar la herida de Semira para evitar que siguiese sangrando, pero no tenía nada adecuado para ello. Kim pareció darse cuenta entonces de lo que estaba pasando. Con una exclamación consternada, se inclinó junto a ellos. Durante unos angustiosos segundos, Chris y Kim intentaron vendar la herida con un trozo de tela arrancado de la gabardina de Chris. Sin embargo, aquella tela sintética fabricada en las dumas no parecía el material más adecuado para una cura de urgencia. Finalmente, se rindieron. Solo cabía esperar a que Adam volviese con Moira.
—Imagínatelo —dijo entonces Chris—. El cuerpo del mejor mercenario de todas las dumas se quedó allí, en el LIBT. ¡Qué oportunidad para Nemetech! ¿Cómo no iban a aprovecharla? Se las arreglarían para mantener su cerebro con vida lo bastante como para extraerle ciertos datos referentes a sus habilidades, y después clonarían su cuerpo… Lo dotaron de todos los implantes de última generación, transfirieron a su cerebro parte de los conocimientos del original… incluso se preocuparon por detalles como el de esa cicatriz suya… Supongo que lo harían crecer de forma acelerada y que lo entrenarían como Sombra.
Chris hizo una breve pausa. Kim no estaba segura de si quería enterarse de más cosas, pero daba la sensación de que al hacker le hacía bien hablar de otra cosa que lo distrajese de la idea de que Semira estaba entre la vida y la muerte.
—Pero la ambición les rompió el saco —prosiguió él—. Si hubiesen hecho un solo clon, quizá no habrían tenido problemas… pero, cuando hay varios, todos luchan por ser el mejor y el primero en completar la misión… por ser el único —sonrió con amargura—. Tenía entendido que Duncan y tú erais inseparables, cuando él estaba vivo. Imagino que ese detalle les resultaría bastante incómodo a los programadores de Nemetech, y lo pasaron por alto a la hora de transferir los datos de la memoria de Duncan a los cerebros de los clones.
»El verdadero Duncan jamás habría luchado contra ti, Kim. Todos lo sabíamos. Se decía que tú eras la única debilidad del mejor mercenario de nuestro tiempo.
Kim no dijo nada. Sentía un nudo en la garganta. Apartó la cara para que Chris no la viera llorar, pero él solo parecía tener ojos para Semira.
—Adam está tardando mucho —dijo con voz ronca—. Creo que voy a ir a ver si yo encuentro a Moira antes que él.
Chris no dijo nada, ni siquiera cuando Kim se alejó de él y se internó en la floresta. Se quedó mirando a Semira, hasta que le pareció que ella reaccionaba. El hacker le apartó el pelo de la cara con cariño.
—Por favor, pequeña salvaje, aguanta —murmuró—. Todo saldrá bien… Resiste.
Cerró los ojos un momento. Nunca se había preocupado de aquella manera por nadie. Pero, de todas formas, nunca antes nadie había dado la vida por salvar la suya. Cuando volvió a abrir los ojos, se encontró con la mirada, serena y cansada, de Semira.
—Chris… —dijo ella, pero él le selló los labios con la yema del dedo.
—Sssshhh, no hables. Estás muy débil. Necesitas descansar.
Semira le dirigió una intensa mirada, y al hacker se le encogió el corazón.
—Chris, escucha —insistió ella—. Yo… si no llego al Templo de Tara…
Chris se estremeció entero ante la sola idea de perderla para siempre.
—No digas tonterías. Claro que llegarás. Moira vendrá pronto, y te curará, y…
—… Si no llego, Chris —repitió ella—, quiero que hagas algo por mí…
Chris tragó saliva. Se veía incapaz de responder. Por una vez en su vida había topado con algo que lo desbordaba, con algo que no podía controlar, algo que amenazaba con dañarlo seriamente por dentro. Los grandes ojos de Semira lo miraban con tanto amor que el joven pensó que aquello era demasiado absurdo, demasiado irreal. Sobre todo porque estaba convencido de que él la estaba mirando a ella de la misma manera.
—No voy a hacer nada, porque vas a ponerte bien…
—… Ocupa mi lugar en el círculo.
Chris parpadeó, sorprendido.
—¿Qué? Pero… ¿no estaba el ritual reservado para cinco mujeres?
—Pero yo soy la elegida —dijo ella, y su boca se contrajo en aquel gesto testarudo tan suyo, y que Chris había aprendido a querer—, y yo te elijo a ti en mi lugar.
—Pero… ¿por qué? Semira, no te entiendo, una vez estuve a punto de matarte, y ahora me… me salvas la vida, y quieres que yo… ¿por qué?
Ella sonrió. Su sonrisa era débil, muy débil, su respiración se hacía cada vez más pesada y su rostro palidecía por momentos.
—Porque yo creo en ti —susurró, con sus últimas fuerzas, aún sonriendo con ternura—, rata urbanita…
Chris la abrazó con fuerza y la besó en la frente, incapaz de controlar los sentimientos que, como un torrente desbocado, inundaban su interior.
—No quiero perderte —murmuró—, no, ahora que te he encontrado…
Cuando Kim, Moira y Adam se reunieron con él, Chris todavía abrazaba a Semira; los dos estaban en silencio, porque el hacker quería seguir escuchando la débil respiración de su amiga, para asegurarse de que todavía no lo había abandonado, de que todavía quedaba una luz de esperanza…
Moira irrumpió en el claro, un torbellino de energía, con sus ojos verdes relampagueando de decisión y preocupación. Apenas se apartó Chris, la druidesa se inclinó sobre Semira y empezó a entonar el cántico rúnico de curación.
—UuUruz… Thuuuurisaz… Sowiloooo…
Entre sus manos comenzó a aparecer la brillante red rúnica:
Mientras el tejido rúnico caía sobre ella, Semira miró a Chris a los ojos y sonrió de nuevo. Entonces, lentamente, se quitó de la frente la banda de cuero con la Piedra Rúnica, que había llevado desde su partida de Duma Murías y se la puso en la mano al joven urbanita. Chris le apretó la mano con fuerza. Semira siguió mirándolo, mientras la magia rúnica luchaba por salvarle la vida, hasta que su fuerza vital se agotó, y la luz de sus ojos se apagó para siempre.
—Semira… —susurró Chris, sintiendo que lo inundaba el pánico—, Semira, no, no me hagas esto… por favor, aguanta…
Moira se retiró un poco, con un suspiro apesadumbrado.
—Lo siento. De veras que lo siento.
Kim la miró con fijeza.
—¿Qué pasa con tus runas, maga? Dime, ¿qué pasa con tu magia? ¡Ni siquiera puedes salvar a uno de los tuyos!
Moira movió la cabeza. Parecía sinceramente abatida, pero eso no calmó la rabia de Kim, ni el dolor de Chris.
—Estaba escrito —dijo Moira—. Las runas me dicen que Semira no podía curarse, porque ha entregado la vida por otra persona: era su voluntad.
—¡Maldita sea! —dijo Chris, con voz ronca, abrazando con fuerza el cuerpo inerte de Semira—. Ha dado su vida por mí. ¿Por qué lo ha hecho?
Moira lo miró con gravedad.
—Tú lo sabes, aunque no quieras aceptarlo. Tú habrías hecho lo mismo por ella.
Chris no la contradijo, aunque, en su interior, sentía que él nunca habría sido capaz de hacer algo tan generoso y tan altruista como dar la, vida por otra persona. La pequeña salvaje le había dado una gran lección, aunque… ¿a costa de qué?
—Infravaloras tus sentimientos —aseguró Moira, como si pudiese leer en su mente—. Esa es una gran enfermedad de las dumas. No sois capaces de ver que el amor es capaz de grandes cosas. Algo dentro de ti llora desconsoladamente, urbanita. Algo dentro de ti lamenta no estar ahora en su lugar, para que ella pueda seguir viviendo.
»Ahora sufres, y eso es natural. Pero no dejes que a la larga tu dolor te impida escuchar su voz en el viento. No dejes que tu dolor te haga perderla para siempre.
Chris no respondió.
Los cuatro se quedaron un rato más allí, en torno al cuerpo yacente de Semira, incapaces de creer que la vida hubiese huido de él, y viéndola todavía correr por la selva, empuñando su arco y su espada, con los ojos brillantes, ardientes como el fuego que llameaba en su alma.
El momento apropiado para llevar a cabo los ritos funerarios de los Ruadh era el crepúsculo, cuando el sol teñía de rojo los cielos de Mannawinard. Aquella tarde, las ramas y troncos recogidos para construir una balsa se emplearon para algo mucho más triste: construir una pira sobre la cual depositar el cuerpo de Semira para entregarlo al fuego sagrado de los Ruadh.
Aquella pira no podía ser encendida de cualquier manera: el fuego debía invocarse mediante la magia, mediante una combinación de las runas Fehu y Kainaz, relacionadas ambas con el elemento que la tribu Ruadh sentía como propio desde tiempos ancestrales. Con un nudo en la garganta, Moira realizó el hechizo; y pronto el cuerpo de Semira, cubierto por un manto de hojas verdes, ardió sobre el montón de ramas, a orillas del lago que ocultaba el Templo de Tara.
Sus amigos contemplaron la escena en silencio, llenos de tristes pensamientos. En el tiempo que llevaban de viaje habían llegado a conocer bastante bien a la valiente guerrera, y sabían que la echarían de menos, y que nunca la olvidarían.
Chris contemplaba las llamas con su habitual gesto impenetrable. Sin embargo, bastaba con mirarlo a los ojos para adivinar, por una vez, cómo se sentía por dentro.
El joven urbanita cerró los ojos un momento y oprimió con fuerza algo que llevaba en la mano, algo que le había confiado Semira con su último aliento: la banda con la Piedra Rúnica Fehu. Sobreponiéndose, Chris abrió los ojos para echar un último vistazo sombrío al bulto inerte que ardía entre las llamas. Pareció que iba a decir algo, pero de su garganta no salió sonido alguno. Aun así, sus labios formaron las palabras, que nadie pudo oír:
—Pequeña salvaje…
Su mudo lamento pareció ascender hacia las estrellas junto con el humo de la pira funeraria; entonces una suave brisa recorrió la superficie del lago e hizo bailar las llamas levemente, y, por un momento, a Chris le pareció escuchar el susurro de una voz conocida, que le contestaba, como en un dulce suspiro:
—Rata urbanita… Chris…
El hacker tragó saliva y quedó un momento inmóvil junto al fuego. Entonces, lentamente, aferrando aún con fuerza el último presente de Semira, dio media vuelta y se alejó de allí.
Kim, Moira y Adam lo vieron marchar, pero no hicieron nada por retenerlo.
Donna bajó los prismáticos con gesto sombrío.
—Son más de los que pensábamos —fue lo único que dijo.
TanSim se encogió de hombros.
—¿Y qué? Son solo salvajes. Mira nuestro ejército.
Donna no necesitaba mirar para verlo, porque lo conocía de memoria. Pero no pudo dejar de pensar que, seguramente, aquel debía de ser un espectáculo impresionante para quien lo viera de lejos.
Cientos y cientos de androides de combate, en perfecta formación, se extendían sobre los Páramos, coordinados por una pequeña Aguja camuflada en una de las máquinas de guerra; y no eran más porque Probellum había perdido gran parte de sus existencias con la caída de Duma Murías.
Junto a ellos, y por primera vez en la historia, los cuerpos de élite de las diferentes megacorporaciones se habían unido por una causa común. Se habían colocado por grupos, y los distintos colores de los uniformes indicaban cuál era su pertenencia: Nemetech, Probellum, Protogen, Giang, Harvey-Spencer, Somnis, Kimera… Todas estaban allí, incluso la Tong-Pao, de quien se decía que no solía meterse en refriegas (Donna sonrió para sí misma: aquella falsa creencia se había hecho añicos en cuanto el poderoso cuerpo de Seguridad de Tong-Pao había salido a la luz para colaborar en aquella guerra). Todos ellos armados hasta los dientes con la última tecnología armamentística desarrollada por Probellum.
Y, junto a ellos, coordinando todos sus movimientos, estaba la Hermandad Ojo de la Noche.
Donna no podía dejar de sentirse orgullosa por ello, aunque sabía muy bien que los Ideólogos los habían elegido por razones estratégicas: otorgar el liderato del ejército a cualquier empresa habría supuesto una rápida escisión de las fuerzas urbanitas, dado que ninguna corporación estaba dispuesta a aceptar órdenes de otra. Los mercenarios, sin embargo, eran otra cosa. No solo eran, en general, mejores luchadores que los miembros de las corporaciones (exceptuando, quizá, a las Sombras), sino que, además, habían sido perfectamente capaces de reclutar a un grupo de proscritos sorprendentemente numeroso. Donna sonrió de nuevo. En el Centro seguían subestimando el poder de los desesperados del Círculo Exterior. Seguían queriendo creer que eran una minoría.
Pero, en aquellos momentos, la líder del Ojo de la Noche dudaba que aquello fuera suficiente.
—Echa un vistazo —le dijo a TanSim, entregándole los prismáticos.
El linde de Mannawinard estaba muy lejos todavía, pero aquellos pequeños binoculares eran lo bastante potentes como para que eso no fuese un problema. TanSim ajustó el zoom y estudió con interés la formación de las fuerzas salvajes.
Estaban aquellos guerreros de la frontera, montados sobre sus extraños animales de pelaje rojizo. Había, desde luego, más de los que los urbanitas habían calculado, pero eso no resultaba preocupante, por el momento.
Sin embargo, TanSim pudo apreciar que tras ellos se había formado una hueste nada despreciable de salvajes que parecían salidos del mismo corazón del bosque. Eran cientos, quizá miles. Y no solo humanos. Había animales, animales enormes y amenazadores. Algunos de ellos servían de monturas a los humanos, y otros, simplemente, parecían estar sueltos y haber acudido allí por voluntad propia (TanSim esbozó una sonrisa escéptica ante lo absurdo de la idea). Todos aquellos salvajes, humanos o no, se estaban agrupando en los lindes de Mannawinard, y parecía que cada vez llegaban más…
—Tenemos armas nucleares, Donna —dijo, encogiéndose de hombros—. Es verdad que son más de los que calculábamos, pero no podrán hacer nada contra nosotros.
—Mira a la derecha, siete punto dos, tres punto uno.
TanSim ajustó las coordenadas y volvió a echar un vistazo por los prismáticos.
Y lo que vio sí que le preocupó de verdad.
Frente a las ruinas de Duma Murías se había reunido un nutrido grupo de individuos, hombres y mujeres, que presentaban un aspecto ligeramente distinto al del resto. No estaban armados, y llevaban colgados por todo el cuerpo distintos tipos de amuletos y abalorios. Debían de ser cerca de doscientos.
—Magos. —TanSim casi escupió la palabra.
Cruzó con Donna una breve mirada.
—No vamos a dar marcha atrás —dijo la mercenaria—. Aunque eso suponga recurrir a las armas más potentes del arsenal de Probellum —cerró el puño, con furia—. Vamos a destruir a Mannawinard y los salvajes de una vez por todas.
Y pareció que todos los androides de combate zumbaban mostrando su aprobación.
Moira había encontrado mucho más que un montón de ramas y troncos caídos. A orillas del lago, bastante lejos del lugar donde Kim había sido atacada por los clones de Duncan el Segador, algún extraño y enorme animal había escogido una pequeña ensenada para morir. Su gigantesco esqueleto, blanco y pulido por la lluvia y el oleaje de varias décadas, reposaba semienterrado en la arena y lamido por las mansas olas que acariciaban la playa.
Moira necesitó de la ayuda de la magia de Adam para desenterrarlo; una vez en la superficie de la arena, les aseguró que no le resultaría difícil hacerlo flotar.
En otras circunstancias, Kim habría discutido; pero, en aquel momento, estaba demasiado cansada, y con demasiadas ganas de alejarse de aquel lugar, como para objetar nada.
Momentos más tarde atravesaban el lago brumoso, montados sobre el enorme esqueleto, cuyos huesos relucían levemente, debido al hechizo que Moira había aplicado sobre él. La improvisada balsa avanzaba sola cortando las oscuras aguas, sin que nadie remase, ni la dirigiese. Sentado en un extremo, Adam iluminaba el camino; sus ojos brillaban como linternas, alumbrando las aguas cubiertas por una neblina fantasmal.
Aquella era, con diferencia, la parte más extraña e irreal del viaje, pero los urbanitas no estaban de humor para apreciarla. Kim se sentía física y psicológicamente agotada. La mutación seguía extendiéndose por su cuerpo, y ella comenzaba a sentir cambios a nivel interno. Por otro lado, los últimos acontecimientos no habían contribuido, precisamente, a que ella lograse tomárselo todo con calma. A pesar de haber desvelado el misterio de la supuesta inmortalidad de Duncan el Segador, algo en su interior seguía temiendo que aquel fantasma del pasado volviese de nuevo de entre los muertos para seguir atormentándola. Y, por otro lado, estaba Semira…
Kim se estremeció. Primero Keyko, y después Semira. Aquel era un lugar maldito. Aunque lograse encontrar a la sacerdotisa, nada le aseguraba que lograse salir de allí con vida.
Miró a Chris, buscando apoyo, pero el hacker parecía estar totalmente ausente, cosa que no era nada habitual en él. Se había recostado contra una de las gigantescas costillas del esqueleto flotante, y todavía conservaba su característico aire de tensión controlada, o de serena cautela; sin embargo, su mirada, habitualmente fría y cortante como el hielo, estaba ahora prendida en algún punto de las oscuras aguas del lago, y sus hombros parecían hundidos.
Kim respiró hondo; aún estaba sorprendida de cómo se habían desarrollado las cosas. Antes de la muerte de Semira, la joven urbanita aún habría dudado que Chris fuera capaz de amar.
De pronto vio que el hacker se ponía tenso, y eso la hizo reaccionar a ella también. Chris se levantó de un salto y fue a asomarse entre las costillas del esqueleto-balsa.
—¿Qué pasa? —preguntó Kim.
—He oído un burbujeo —dijo él, con calma, pero frunciendo el ceño—. ¡Moira! Prepara tus runas, porque parece que hay algo bajo el agua que se acerca hacia aquí…
Moira y Kim se plantaron junto a Chris de un salto. Adam giró la cabeza hacia el lugar que señalaba el urbanita, y el haz luminoso de su mirada alumbró la oscura superficie del lago. Entonces todos pudieron ver las burbujas, y vieron que avanzaban hacia ellos…
—No parece muy grande —opinó Kim, pero preparando su pistola, por si acaso—. Al menos, no será un pariente del bicho al que perteneció este esqueleto…
—No —concedió Moira—. Pero, por si acaso, lo mejor es quedarnos parados. Si nos movemos, llamaremos su atención.
Como si la balsa hubiese tomado sus palabras por una orden, se detuvo, obediente, en medio del lago. Pero, de pronto, las burbujas desaparecieron, y reinó de nuevo el silencio.
—¿Adónde…? —empezó Kim, pero Chris se volvió rápidamente, y todos con él.
Y entonces lo vieron. Era una criatura humanoide, con la piel cubierta de escamas, ojos grandes y acuosos y membranas natatorias entre los dedos. Y estaba tratando de subir a la balsa.
Kim alzó su arma.
—¡No lo mates! —advirtió Moira.
Kim disparó, pero falló a propósito, y el proyectil impactó en una de las costillas del esqueleto. La costilla se rompió con un crujido y cayó al agua. La acción de la mercenaria había tenido por objeto asustar a la criatura, y lo consiguió. Lo vieron soltarse y sumergirse de nuevo en el agua.
Hubo un breve silencio. Entonces, Kim dijo:
—Menos mal que se ha ido. Me daba muy mala espina. Parecía un mutante.
—Probablemente era un mutante —dijo Moira—, pero no de los que tú conoces. Este tipo de mutaciones son provocadas por la naturaleza, y se desarrollan a lo largo de muchos milenios… Es así como nacen las nuevas especies. Pero en Mannawinard la fuerza de Tara es tan grande que todo sucede mucho más rápido que en los días antiguos: los árboles crecen de un día para otro, las especies evolucionan en apenas unos siglos… Seguramente, existe toda una raza de humanoides anfibios como ese; este lago está comunicado con otros cuatro grandes lagos mediante corrientes subterráneas…
—¡Mirad! —dijo entonces Adam.
La criatura anfibia había vuelto a asomar la cabeza sobre el agua, y los miraba con expresión suplicante.
—Trata de decirnos algo… —murmuró Moira—. Podría invocar una runa de comunicación, pero, dado que no emite ningún sonido…
—¿Eh? —Chris dio un súbito respingo y se llevó las manos a las sienes.
—¿Qué pasa? —preguntó Kim, inquieta; la criatura lo miraba fijamente a él.
—Está… está diciendo algo, ¿no lo oís?
—No.
Moira miró alternativamente a Chris y al anfibio. El hacker fruncía el ceño, en señal de concentración. Seguía oprimiéndose las sienes con las manos.
—Puede ser —murmuró Moira—. Algunas criaturas acuáticas se comunican por telepatía. Dime, Chris, ¿posees habilidades telepáticas?
—No, que yo sepa… ¡eh! —Chris se sobresaltó de nuevo y lanzó una mirada penetrante a la cabeza de la criatura acuática—. ¡Vale, ya te he oído!
—¿Qué dice?
—Dice… «No mates. Yo amigo».
—¡Venga ya! —soltó Kim.
Chris no le estaba prestando atención. Había clavado su mirada en el anfibio.
—¿Quién eres y qué quieres?
La criatura chapoteó en el agua, visiblemente excitada y nerviosa. Chris seguía frunciendo el ceño; parecía como si entre los dos se hubiese establecido algún tipo de comunicación que los demás no podían captar. El hacker miraba fijamente a su extraño interlocutor, asintiendo de vez en cuando.
Después, se volvió hacia sus compañeros.
—Moira tiene razón —dijo—; hay todo un pueblo de gente anfibia viviendo en los grandes lagos. Él… bueno, «ella», es una especie de elegida, una enviada. Ella… también tiene la misión de llevar una de las Runas Elementales al Templo de Tara.
Moira miró a la criatura anfibia, sinceramente sorprendida.
—¡Eso está bien! —dijo—. Estaba preguntándome dónde andaba Laguz… porque esa es la Piedra Rúnica que trae, ¿no? La Runa del Agua.
La criatura asintió; parecía pesarosa, y volvió a mirar a Chris. Este se concentró de nuevo para captar su mensaje.
—Pero tiene un problema —explicó—. No puede salir del agua, porque su piel se resecaría… Nos pide que llevemos la Piedra Rúnica en su lugar.
El anfibio sacó del agua una mano escamosa, y la tendió hacia la balsa. Bajo la luz de los ojos de Adam, todos pudieron ver que sostenía en la mano una ambarina Piedra Rúnica, con el signo que simbolizaba los poderes elementales del agua:
Chris la cogió algo vacilante. Moira se inclinó hacia él para examinar el amuleto.
—Esto es asombroso —murmuró—. De modo que, si lo que se cuenta por ahí es cierto y Kea tiene la Runa de la Tierra, habremos reunido las Cinco Piedras Rúnicas Elementales…
—Cuatro —dijo Kim, secamente—. La Piedra de la Luz, Sowilo o como se llame, se perdió con Keyko…
Moira se mordió el labio inferior, preocupada.
—Es cierto. Espero que la sacerdotisa tenga un medio de encontrar a Keyko, porque si la Runa de la Luz todo nuestro esfuerzo no habrá servido para nada.
—¿Es que solo te preocupa eso? ¿No te importa nada Keyko?
—Claro que me importa, Kim. Pero se perderá mucho más si no logramos llevar a cabo la invocación.
—Dejad de discutir —dijo Chris; se volvió hacia la superficie del agua, pero la criatura anfibia había desaparecido sin dejar ni rastro.
Adam paseó su haz de luz por la superficie del agua, sin resultado; Moira negó con la cabeza.
—Déjalo —dijo—. Ahorra lo más urgente es llegar hasta el Templo. ¡Estamos tan cerca…!
Nadie replicó. La enorme balsa se puso de nuevo en movimiento sobre las oscuras aguas y Adam volvió a enfocar su mirada hacia el frente.
Pronto pudieron ver, a lo lejos, una forma oscura y brumosa que se alzaba sobre el lago, pero nadie dijo nada. Moira parecía haber enmudecido de la emoción, y Chris y Kim tampoco tenían ganas de hablar. Les costaba creer que estuvieran a punto de llegar a su destino, y ambos se preguntaban si había valido la pena. Los dos habían perdido mucho en el camino, antes incluso de saber si realmente aceptaban aquella misión, si realmente compartían los ideales de aquellos que habían planificado aquel increíble proyecto.
Cuando el esqueleto tocó suavemente la orilla de la isla, ninguno de los dos había encontrado todavía la respuesta a aquellas preguntas.
Moira se volvió para mirarlos.
—¿A qué esperáis? —preguntó—. Hemos llegado. Todo está bien. Tenemos las Piedras Rúnicas y…
—No, Moira, nada está bien —cortó Kim con cansancio—. Nada ha estado bien desde que Gaernon y tú os pusisteis a jugar con Adam y vuestras runas. Si os hubieseis estado quietecitos, yo habría asaltado Probellum aquella noche, en lugar de ir a Nemetech a robar a Adam; aún sería una mercenaria del Ojo de la Noche, completamente humana, por cierto; y Keyko y Semira seguirían vivas. Pero no, teníais que revolverlo todo, y ahora, por culpa de Adam, el mundo entero está al borde de una guerra total.
Moira no se enfadó. Miró a Kim y luego a Chris. Y suspiró.
—Os comprendo mejor de lo que creéis —dijo—. Habéis sido esclavos durante mucho tiempo. Habéis estado sumidos en la oscuridad. Cuando eso sucede, la luz del sol hace daño a los ojos. No es fácil enfrentarse al conocimiento y a lo desconocido. Muchos en vuestro lugar habrían vuelto atrás hace mucho tiempo, buscando la seguridad de las cosas cotidianas, deseando, sencillamente, no saber…
Sus palabras terminaron en un leve suspiro. De pronto, Moira parecía cansada y mucho mayor de lo que era en realidad. Su mirada estaba perdida en las neblinas del lago, y el habitual brillo de sus ojos había desaparecido.
Entonces se volvió hacia ellos, agitando su cabello pelirrojo con determinación.
—Ya deberíais haberos dado cuenta —dijo fríamente— de que ha habido gente dispuesta a dar la vida por mostraros el camino del conocimiento, a vosotros y a todos los urbanitas. Si vais a permitir que su sacrificio sea en vano, entonces no tengo más que deciros. Me da igual lo que hagáis; yo voy a seguir adelante.
De un ágil salto, abandonó la balsa-esqueleto y aterrizó en tierra.
Sin volverse hacia ellos, echó a andar. Y pronto se perdió en la oscuridad.
—Genial —murmuró Kim—. Y ahora, ¿qué?
No había terminado de hablar, cuando oyeron un burbujeo, y miraron a su alrededor. Descubrieron entonces que el débil fulgor que envolvía el esqueleto había desaparecido, y este se estaba hundiendo lentamente en las oscuras aguas del lago.
Los urbanitas saltaron de la balsa ágilmente, y ayudaron a Adam a bajar antes de que se hundiese del todo. Después, miraron a su alrededor. Moira había desaparecido.
—No sé tú —murmuró Chris—, pero estoy seguro de que, después de todo lo que hemos pasado, esa sacerdotisa no puede darnos un mal recibimiento. Recuerda que el futuro del mundo depende de nosotros —añadió con una media sonrisa.
Y alzó la mano para que Kim viese que sostenía nada menos que dos Piedras Rúnicas Elementales.
Kim ladeó la cabeza y suspiró.
—Supongo que no —dijo—. Está bien, dado que ya no podemos volver atrás, será mejor que sigamos hacia delante.
—Así me gusta —se oyó la voz de Moira desde la oscuridad.
Lentamente, los urbanitas y el robot se pusieron en marcha de nuevo, a través de la isla, en busca del mítico templo de Tara.
Tardaron menos de lo que pensaban en encontrarlo, porque la isla no era muy grande, y Moira los guiaba con paso seguro y enérgico. Cuando tras atravesar un pequeño bosquecillo el templo se alzó ante sus ojos, no pudieron menos que sentirse sobrecogidos.
Era una enorme construcción de piedra cubierta de musgo, que parecía haber crecido directamente del interior de la tierra; bajo el débil resplandor de la luna y las estrellas sus formas redondeadas resultaban bastante amenazadoras, y la luz que despedían los ojos de Adam no bastaba para conjurar las oscuras sombras que proyectaban. La base del templo parecía constituida por tres enormes cabezas de piedra cuyas bocas abiertas formaban las tres puertas de acceso. Una de las cabezas era indudablemente humana; la segunda parecía un humanoide anfibio, como aquel que los había abordado en el lago; y la tercera pertenecía a una extraña criatura de rasgos delicados, ojos rasgados y orejas en punta.
—Forma humana, forma acuática, forma feérica —murmuró Moira—. Estos son los tres aspectos de la diosa Tara, según los primeros habitantes de Mannawinard. Hoy sabemos que Tara es esto, y mucho, mucho más.
—¿Tenemos que entrar? —dijo Kim.
—No parece que haya nadie —murmuró Chris, frunciendo el ceño y tensando los músculos, por si acaso se trataba de alguna trampa—. Esto es muy raro, ¿no creéis?
—¡Deteneos! —dijo de pronto una voz desde el templo—. ¿Quiénes sois?
Los urbanitas echaron inmediatamente mano de sus armas. Adam echó una mirada circular, en busca de la persona que había hablado, pero su luz no lograba llegar a todos los rincones del templo.
Solo Moira sonreía. Cerró los ojos un momento para conectar con la canción del corazón del mundo; entonces alzó las manos y entonó una sola palabra:
—Sooowilooo…
Y, de pronto, algo empezó a brillar sobre ellos e iluminó todo el templo, casi como si fuese de día, y los recién llegados pudieron ver la persona que los había interpelado; estaba sentada sobre la cabeza del anfibio, a varios metros de altura, y los miraba con cierta inquietud y asombro.
Pero fue ella la primera que reaccionó:
—¡Kim! ¡Moira! ¿Adam?
Kim se quedó sin habla durante un momento.
—¡¡Keykoü!! —pudo decir por fin.
La joven oriental bajó de un poderoso salto hasta donde estaban ellos. No parecía haber cambiado mucho en aquel tiempo. Seguía llevando su bastón, y la Piedra Rúnica Sowilo colgada al cuello, igual que cuando Kim la conoció, en aquella cacería, en los Páramos. Sus ojos rasgados brillaban con emoción cuando miró a Kim. Entonces, sin decir nada, las dos se abrazaron con afecto.
—Kim, cómo me alegro de que hayáis podido llegar… ¡siento tanto haberme equivocado con el hechizo…!
—No te preocupes. Yo he llegado a pensar que habías muerto. ¿Llevas aquí desde entonces?
—Sí. —Keyko se volvió hacia el templo, dudosa—. Estoy preocupada porque no parece haber nadie. Las tres puertas están selladas con algo que parece un hechizo y no he podido entrar. Tampoco he visto señales de la sacerdotisa Kea por aquí. ¿Adónde habrá ido?
Moira movió la cabeza, preocupada.
—No puede ser. Debería estar esperándonos.
Avanzó hacia el templo, indecisa. Keyko, entre tanto, se volvió hacia los demás, para saludarlos. Se sorprendió al ver el nuevo cuerpo de Adam, y en el fondo se alegró de ver que Chris seguía con ellos, aunque había algo nuevo en su expresión que no acertó a descifrar. Y…
—¿Dónde está Semira? —preguntó.
Nadie fue capaz de contestar, pero Keyko advirtió una sombra de tristeza en los rostros de todos, y en especial en el de Chris.
—No… no puede ser —balbuceó—. Decidme que no es cierto.
Los urbanitas estaban demasiado cansados para responder. Moira se giró hacia ella, con expresión grave.
—No ha sido un viaje fácil, Keyko —dijo solamente.
—¡Maldita sea! —gimió Keyko, sintiéndose muy culpable—. Si hubiese hecho bien ese condenado hechizo…
—No te atormentes por ello —intervino Chris suavemente—. Ella eligió. Podría estar viva ahora si hubiese querido.
Keyko no comprendió sus palabras, pero en los ojos azules del hacker había un rastro de dolor y abatimiento tan inusual en él que ella no se atrevió a preguntarle nada más.
Moira examinaba la puerta del templo, ensayando varios hechizos de apertura, sin resultado.
—Qué extraño —murmuró—. El caso es que estoy convencida de que este es el lugar al que teníamos que acudir…
—Y es cierto —dijo de pronto una voz, una voz suave y acariciadora, una voz que parecía proceder de todas partes y de ninguna—. Estáis en el lugar adecuado y, por suerte para todos, todavía tenemos tiempo de evitar lo peor…
Una luz cegadora inundó el claro, y los visitantes tuvieron que taparse los ojos y retroceder unos pasos, intimidados. Cuando pudieron mirar, se quedaron mudos de asombro.
Una mujer acababa de aparecer en la puerta del templo, justo frente a Moira; todavía estaba envuelta en un halo de luz, y sus ojos brillaban como estrellas. Era de raza negra, y llevaba el largo cabello recogido en un complicado peinado de trenzas. Vestía una túnica blanca y se cubría con una capa de color verde claro. Pero lo que más sorprendía de ella era que llevaba una Piedra Rúnica en la frente, no sobre una banda de cuero, como la había portado Semira, sino incrustada en la piel, como una parte más de su cuerpo, como si de un tercer ojo se tratase. Aquel amuleto solo podía ser Berkano, la Piedra Rúnica Elemental de la Tierra. Y aquella mujer solo podía ser Kea, la Sacerdotisa de Tara.