11
VOCES ESPECTRALES
LO QUE SUCEDIÓ A CONTINUACIÓN FUE tan confuso para Kim que tardó un poco en darse cuenta de lo que estaba pasando. Apareció junto a sus compañeros en una aldea en medio del bosque, una aldea donde los salvajes no parecían tan salvajes, los niños los miraban con curiosidad y los adultos los saludaban con una serena sonrisa en los labios. Moira los guio hasta una cabaña donde un hombre, el mismo que aparecía junto a ella en la grabación de Nemetech que Chris había sacado de la red, los esperaba a la puerta y sonreía amistosamente.
—¡Bienvenidos, extranjeros! —saludaba, abriendo los brazos obsequiosamente—. ¡Tutda Gebo, gum kaelón! ¡Bienvenidos a mi humilde hogar!
Moira y su padre resultaron ser unos anfitriones perfectos, y los recién llegados pudieron bañarse en el río, lavar sus ropas, cenar una sopa caliente (la comida de la gente de la aldea, que parecían más «civilizados» que los Ruadh, inspiraba a Kim una mayor confianza) y dormir en camas blandas.
Hasta el día siguiente, al caer el sol, se reunieron todos entorno al fuego, para hablar de los extraños acontecimientos que les habían llevado a aquel lugar, a aquella situación.
Kim intentó acomodarse en el taburete. Se sentía mucho mejor y más descansada que nunca, más lúcida que en mucho tiempo; pero, aunque se encontraba bastante cómoda en la aldea, había vuelto a enfundarse sus ropas negras en cuanto estas estuvieron limpias y secas. Le costaba mucho hacerse a la idea de abandonar su antiguo modo de vida, y no se veía a sí misma cultivando vegetales en un pequeño huerto, o comiendo los animales que ella misma cazaba, durante el resto de su vida.
Miró a Gaernon el druida, su anfitrión, que estaba junto al fuego, examinando a Adam, vivamente interesado, y hablando en voz baja con su hija Moira. Kim lo observó con atención, por primera vez. Era un hombre mayor, de pelo y barba blancos, nariz aguileña y ojos pequeños y vivaces. Un poco más alto que Moira, era, sin embargo, más delgado, pero no parecía en absoluto frágil. Caminaba de un lado a otro con entusiasmo, y le brillaban los ojos al hablar. Kim se preguntó de dónde sacaría tanta energía.
Miró de reojo a Chris. El hacker también había vuelto a vestirse con su ropa habitual, los pantalones y el jersey negro y la gabardina del mismo color, y se había sentado junto a ella, con la espalda apoyada en la pared; aunque su actitud parecía relajada, sus ojos azules no perdían detalle de lo que sucedía en la habitación. Sus manos sostenían una taza de barro en la que humeaba un líquido verdoso que, según Semira, era una «infusión». Kim no se había atrevido a probarla, pero Chris la bebía a pequeños sorbos. Kim admiró la capacidad del joven para adaptarse a cualquier situación sin llamar la atención, por puro instinto de supervivencia, pero no le sorprendió. Cuando ambos vivían en las dumas, lo que más a menudo se decía del conocido hacker apodado «Serpiente Alada» era que «si él no quiere que lo encuentren, nadie lo encontrará».
«Pero esta vez nos hemos superado, amigo mío», pensó ella, con amargura. «Nunca nadie vendrá a buscarnos a lo más profundo de Mannawinard, a una aldea salvaje».
Gaernon logró por fin librarse de la fascinación que le producía el robot hechicero y miró a su alrededor. Keyko entraba por la puerta en aquel mismo momento.
—Bien, bien, ya estamos todos —dijo el druida—. Mis queridos invitados… tenemos mucho de qué hablar. Moira ya me ha contado que habéis descubierto muchas cosas acerca de nuestro amigo artificial…
—Vosotros le otorgasteis magia… y un alma —dijo Keyko, tomando asiento junto a Semira.
Gaernon se removió, un tanto incómodo.
—Bueno, ejem… lo del alma no estaba previsto… Nuestro propósito era introducir en las dumas un arma para despertar la conciencia de los urbanitas.
—¿Qué quieres decir con «despertar la conciencia»? —preguntó Kim inmediatamente, lanzándole una mirada suspicaz; miró luego a Chris, que había fruncido el ceño y tenía los ojos clavados en el druida.
Gaernon les devolvió a los urbanitas una mirada grave y seria.
—Claro, vosotros aún no lo sabéis…
Se mordió el labio inferior y miró a Moira, que se encogió de hombros.
—Está bien —dijo finalmente, visiblemente incómodo—. Esta historia os va a resultar increíble, pero tenéis que prestar atención, porque es vuestra historia; y, como todo en el fondo es una sola cosa, vuestra historia está íntimamente ligada a la nuestra…
Kim inspiró profundamente. Le resultaba difícil de creer que un viejo mago loco de Mannawinard supiese más que ella acerca de la historia de las dumas y la sociedad urbanita. Pero Gaernon se aclaró la garganta y empezó a hablar, y su voz tenía un cierto tono que no admitía ser ignorado. Pronto, incluso los dos escépticos urbanitas estaban escuchando atentamente el relato del druida.
—Ocurrió hace casi trescientos años. Las dumas ya funcionaban como las grandes ciudades que son hoy en día, y los Páramos eran un lugar tan envenenado que nadie podía sobrevivir allí, de modo que actuaban de frontera entre Mannawinard y el mundo urbanita. Mientras nosotros aprendíamos a sobrevivir en la tierra de la Diosa Madre, los urbanitas mejoraban la técnica de creación de vida artificial inteligente. Cuando los robots se hicieron imprescindibles, los urbanitas idearon algo que los coordinara a todos y dejara tiempo libre al ser humano para dedicarse a sus asuntos: construyeron entonces las Agujas, enormes torres de control, dirigidas por un programa informático llamado AED 343, que para esta labor necesitaba manejar una gran cantidad de información. Sus creadores lo dotaron de la capacidad de mejorarse a sí mismo, de aprender… y lo dejaron evolucionar por sí solo.
Gaernon hizo una pausa y Kim volvió a cruzar una mirada con Chris. Hasta aquel momento, el druida no había dicho nada que no supieran. Sin embargo, Kim sorprendió en los ojos del hacker un cierto brillo de sospecha.
—AED 343 era mucho más que un programa informático —prosiguió Gaernon—. Sus creadores lo sabían, pero él ya se encargó de que lo olvidasen. AED 343 es la mayor y más poderosa Inteligencia Artificial creada por el hombre. Y, al igual que había hecho el ser humano tiempo atrás, AED 343 se rebeló contra sus padres y creadores… pero de una forma más astuta y rastrera. Cuando tomó conciencia de sí mismo y vio que podía controlar a los robots, empezó a experimentar con distintas frecuencias de ultrasonidos y descubrió el modo de llegar también a la mente humana. Y este fue el principio del fin para los urbanitas.
—¿Qué… qué quieres decir? —tartamudeó Kim.
Gaernon la miró con seriedad.
—Todo en las dumas es controlado ahora por AED 343, y no solo todo lo artificial. Él puede llegar a los pensamientos más ocultos y conocer las intenciones de todo ser humano… y cambiarlas a voluntad, si quiere… sin que este sea consciente de ello.
—Eso es absurdo. Todo el mundo sabe que el gobierno de las dumas está en el Consejo Tecnológico de Duma Findias.
—Un edificio en el que solo trabajan robots —dijo entonces Chris en voz baja, frunciendo el ceño.
—Pero ¿y los Ideólogos del Progreso? —preguntó Kim, sorprendida ante la salida de su amigo.
Él no contestó enseguida. Parecía que su cerebro estaba trabajando a toda velocidad.
—¿Los has visto alguna vez? Por fuera son robots. Se dice que sus cerebros son humanos…
—Eso dicen —intervino Gaernon—. En tal caso, deben de estar totalmente controlados por AED 343, hasta el punto de que no son más que apéndices de su propia conciencia.
Chris le dirigió una mirada penetrante.
—¿Qué puede saber un druida acerca de mi mundo?
—Más de lo que tú crees, jovencito —replicó él, con aire ofendido—. He estado allí muchas veces… —se calló de pronto, dándose cuenta de que había hablado demasiado.
—Tú eres un espía de Mannawinard —dijo Chris en voz baja, comprendiendo.
—Buenoooo…
—¿Un ecoguerrillero? —preguntó Kim, estremeciéndose.
Gaernon volvió a parecer incómodo.
—Bueno, bueno… es una palabra un poco fuerte, ¿no? Además, eso fue hace mucho tiempo…
—Pues, por lo que veo, sigues ejerciendo, mago —dijo Chris secamente—. Introducir un robot hechicero en Duma Findias es, desde luego, un acto de mayor envergadura que ir sembrando la ciudad con plantas de crecimiento rápido…
—¡Había que hacer algo! —exclamó Gaernon, ofendido—. AED 343…
—¡Eso es una tontería! —exclamó Kim, cada vez más enfadada—. Ninguna I. A. controla nuestras mentes.
Gaernon volvió a dirigirle una de sus miradas pensativas.
—Hace casi trescientos años que los urbanitas dejaron de venir a Mannawinard, Kim —dijo, con suavidad—. Puede que estemos en guerra, pero, en uno o en otro bando, siempre hay desertores, gente que cambia de idea… y, desde que se levantaron las Agujas en las dumas, nadie, absolutamente nadie, ha abandonado una duma para unirse a nosotros.
—Y eso te duele, ¿eh?
—No. —La voz de Gaernon era severa esta vez—. Me duele que se os haya privado de la capacidad de elegir por vosotros mismos cómo queréis vivir vuestra vida.
Kim abrió la boca, pasmada, pero no fue capaz de decir nada. Miró a Chris, que seguía pensando intensamente.
—No resulta descabellada la idea de que las dumas estén controladas por robots, por una LA. llamada AED 343. Pero de ahí a que los ultrasonidos de las Agujas nos controlen a nosotros también…
—Piensa, muchacho —replicó el druida, con un brillo de inteligencia en la mirada—. ¿No has tenido últimamente ideas extrañas? ¿No se te han ocurrido cosas en las que nunca antes habías pensado? ¿No tienes esa sensación… desde que te alejaste de tu duma?
Chris le dirigió una mirada inquisitiva. Kim se estremeció, deseando que él replicase, porque su silencio otorgaba demasiadas cosas. Pero Chris no dijo nada.
—Entonces, ese control desaparece cuando los urbanitas se alejan de las dumas —murmuró Semira—. Pero estos urbanitas siguen siendo tan urbanitas como siempre —añadió, de mal humor.
Gaernon sonrió.
—El control es muy sutil, joven guerrera, y generalmente AED 343 solo lo ejerce en momentos puntuales, cuando alguien piensa algo que no debería. Tiene que ser así, para que los urbanitas sigan siendo esclavos… Cuando ese control desaparece, ellos apenas lo notan, y generalmente siguen pensando igual que siempre… pero ya tienen libertad, si lo desean, para pensar de otra manera.
Se levantó, y echó una mirada circular.
—Pero ni siquiera nosotros estamos a salvo aquí —añadió—. AED 343 aspira a extender su dominio a través de los Páramos… hasta Mannawinard, y más allá de Mannawinard.
—¿Qué hay más allá de Mannawinard? —preguntó Keyko, sobrecogida.
—No lo sé —respondió Gaernon amablemente—. Nunca he estado tan lejos.
—De modo que por eso ha iniciado la guerra —murmuró Semira—. Por eso atacaron el templo.
—No exactamente por eso —intervino Moira, muy seria—. AED 343 estaba muy cómodo en su reino en las dumas. Si se ha precipitado en iniciar un ataque que provoque la guerra definitiva es porque tiene miedo…
—¿Miedo de qué?
—Miedo de él —dijo Moira, y señaló a Adam.
El biobot puso tal cara de desconcierto que Kim estuvo a punto de echarse a reír. Pero los rostros de Moira y Gaernon, extraordinariamente serios, la hicieron controlarse.
Decidió poner fin a aquella farsa.
—¡Todo eso es absurdo! —exclamó—. Nadie controla nuestra mente en las dumas. Yo escapé de allí sin ningún problema. Estoy aquí, ¿no?
—Te persiguieron todos —le recordó Moira—. Incluso tus amigos se volvieron contra ti, y solo porque AED 343 les ordenó que lo hiciesen. Ellos obedecieron… creyendo siempre que lo hacían por voluntad propia.
Kim esbozó una sonrisa escéptica.
—¿Y no habría sido más sencillo ordenarme a mí que volviera?
—Lo hizo. Pero no escuchaste. Cuando saliste de Duma Findias ya eras libre, pero no te diste cuenta. Y AED 343 tampoco se dio cuenta, hasta que ya era demasiado tarde: te habías escapado. ¿Y sabes por qué? Porque tuviste un encuentro con Adam en ese almacén. Él te liberó.
—¿Qué…?
Moira rebuscó en su saquillo de runas y extrajo de él una pieza de madera que entregó a Kim.
—¿Te resulta familiar?
Kim examinó la pieza con atención y curiosidad. Y entonces reconoció el símbolo que tenía grabado:
un símbolo que había visto antes…
—… en la frente de Adam, la noche que lo saqué del almacén de Nemetech —susurró, evocando aquel extraño haz de luz que había surgido del biobot—. ¿Qué es?
—Es una representación de Mannaz, una de las Runas Menores —explicó Gaernon—. Simboliza al ser humano, y sus poderes tienen que ver con la inteligencia y la toma de conciencia. Es la runa que puede liberar la mente de los urbanitas del dominio de AED 343.
—Metimos la auténtica piedra rúnica Mannaz dentro de Adam, para que él «desconectase» a mucha gente antes de ser descubierto, y así iniciar una rebelión contra AED 343 en el seno mismo de las dumas.
—Mmmm —dijo Chris, que seguía con el ceño fruncido, en señal de concentración—. Nadie desconfiaría de un ser artificial.
—Pero, para que el robot pudiese usar la magia de Mannaz, tenía que ser un mago. Y le otorgamos el don con Ansuz, la Runa del Aire, una Runa Elemental que está en posesión de los MacRoi desde hace muchas generaciones… Solo una Runa Elemental, usada por un mago poderoso, por supuesto, podría infundir el don de la magia en algo artificial. Con menos poder, se puede hechizar a un robot, pero no conseguir que él emplee la magia…
—Eso significa —intervino Keyko, casi estremeciéndose de emoción—, que entre los que estamos en esta habitación tenemos ya tres de las Cinco Runas Elementales… Luz, Fuego y Aire. ¿Cuánto tiempo hacía que nadie reunía tres Runas Elementales?
—Mucho, jovencita, mucho —concedió Gaernon, gravemente—. Pero la historia no acaba aquí. El experimento salió bien, dotamos de magia a un ser artificial… pero nuestra intención nunca fue más allá de incordiar un poco, de asustar a AED 343, de liberar algunas mentes urbanitas… Sin embargo, hace unas semanas recibimos un mensaje de la Sacerdotisa Kea: sabía que habíamos infundido magia en una criatura artificial y tenía un plan.
—Este plan —prosiguió Moira, sonriendo por primera vez en mucho rato— consistía en invocar el poder de las Cinco Runas Elementales para destruir a AED 343 a través de un ser híbrido: alguien que estuviese en contacto directo con él y, a la vez, fuese receptivo a la magia de las runas. Es decir: nuestro androide hechicero. Así fue como supimos que la diosa Tara no desea una guerra con los seres humanos, y que está dispuesta a perdonar a sus hijos, una vez más…
Su voz acabó en un suspiro.
—Teníamos que regresar a Duma Findias para buscar el androide —prosiguió Gaernon, frunciendo el ceño—. Pero como AED 343 estaba sobre aviso, no pudimos volver…
—Pero si erais ecoguerrilleros, habríais entrado y salido a menudo de las dumas —dijo Kim triunfalmente; estaba deseando encontrar un fallo lógico a la teoría de Gaernon sobre AED 343, y creía haberlo hecho—. ¿Cómo podíais, si se supone que AED 343 lo controla todo?
—Oh, no se puede estar mucho tiempo dentro de una duma, eso lo sabe cualquier eco… cualquier espía —rectificó el druida, carraspeando—. Tienes que entrar y salir en menos de un día, porque, si no, el control empieza a hacerse patente… Y es bastante desagradable, ¿sabes? Un dolor de cabeza que no se va hasta que te alejas de la duma y su Aguja, o hasta que las ondas de ultrasonidos han llegado a cada rincón de tu cerebro, y entonces estás en lo que llaman el «sistema»… y ya no puedes escapar.
Kim dio un respingo. Las palabras del druida resonaban en su mente: «Un dolor de cabeza que no se va…». No le costó darse cuenta, para su horror, de que todo encajaba. Si los magos habían dicho la verdad, Adam la había liberado del control de AED 343 en el almacén de Nemetech, en Duma Findias. Solo había vuelto a estar expuesta a las ondas de la Aguja en Duma Errans… y, efectivamente, había estado sufriendo un molesto dolor de cabeza durante todo aquel día, que solo había remitido al huir con Adam, de nuevo, hacia los Páramos…
¿Y Duma Murías? El dolor de cabeza no se había presentado allí. Pero Kim recordó, casi inmediatamente, la imagen de la Aguja ahogada por la vegetación. No, aquella torre ya no estaba operativa cuando ella llegó.
Keyko también parecía pensativa.
—Dolor de cabeza… dolor de cabeza… —murmuró—. La Madre Blanca me contó algo… —frunció el ceño, y finalmente sacudió la cabeza, rendida. No lograba acordarse.
Kim cruzó otra mirada con Chris. Él parecía estar dándole vueltas a una idea interesante.
—Toda la información de las dumas está en los archivos del Consejo Tecnológico —le recordó, muy serio—. Y nunca he visto esos archivos en la red…
—… Porque nunca se te había ocurrido buscarlos —completó Kim, estremeciéndose.
—Y aquella cosa que me atacó en la red…
Sacudió la cabeza, desconcertado.
—Puede que seas un gran ciberpirata, jovencito —intervino Gaernon, gravemente—; pero siento decepcionarte: AED 343 siempre ha estado al tanto de tus incursiones por la Matriz y, sencillamente, te ha dejado hacer. Puedes ser peligroso para las corporaciones, pero no para él. Solo te salió al encuentro cuando buscaste y encontraste una información que le podía perjudicar. Entonces te atacó.
—El espectro de hielo de la red —murmuró Chris; parecía sorprendido de verdad, aunque algo en el brillo de sus ojos sugería que la idea ya se le había ocurrido antes; posiblemente, la había descartado, por parecerle demasiado descabellada—. Entonces… AED 343 se mueve por la red… y por el aire…
—Bueno, ¿y cómo sabéis vosotros tantas cosas, eh? —protestó Kim, casi desesperada—. ¿Cómo sabíais lo de la incursión de Chris en la red?
—Bueno… —Gaernon parecía incómodo de nuevo—. Nosotros…
—Teníamos un espía —explicó Moira, amable y tranquilamente, como si tal cosa—. Pero no le echéis la culpa, porque, al fin y al cabo, el pobre no sabía que nosotros podíamos ver a través de sus ojos…
Cuatro pares de ojos de clavaron en Adam.
—Eres una caja de sorpresas —murmuró Kim, por enésima vez.
—Pero nadie le ha enseñado a usar la magia de las runas —dijo Moira, dirigiendo a Keyko una mirada de reproche—. Este androide tiene potencial, ¡y todavía no sabe ni conjurar una runa de curación!
—Bueno, se me hacía tan extraño… —se disculpó Keyko—. Pero le he enseñado el alfabeto rúnico.
—Dejad eso ahora, por favor —interrumpió Kim—. Quiero saber qué pasó después.
—¿Después de qué? —Gaernon parecía un poco perdido.
—Después de que la sacerdotisa os dijera que trajeseis el robot a Mannawinard.
—Bueno, ya te hemos dicho que no podíamos entrar en Dumas Findias otra vez, tan pronto, después de nuestra última expedición. AED 343 sospecharía algo.
—¿Y qué hicisteis?
Gaernon le dirigió una mirada divertida, como si se estuviese riendo por dentro.
—¿No lo adivinas, Kim?
Ella cayó en la cuenta casi enseguida.
—¡Contratasteis a la Hermandad Ojo de la Noche! —exclamó, pasmada.
—Sí, bueno, no fue difícil —dijo Moira desenfadadamente—. Ofrecimos mucho dinero a esa mercenaria del pelo de color morado…
—Mucho dinero, es cierto —murmuró Kim—; eso dijo TanSim. Por eso tuvimos que posponer el asalto a Probellum. ¿De dónde sacáis el dinero?
—Para unos magos como nosotros, eso no resulta difícil.
—Contratamos al Ojo de la Noche —prosiguió Gaernon—. AED 343 no puede estar pendiente de todo en todo momento, lo cual nos daba una oportunidad. Tardaría más en reaccionar si era un mercenario quien entraba en Nemetech… creo que lo hacéis con cierta frecuencia. Pero en cuanto Adam te… «desconectó» en el almacén… AED 343 se dio cuenta de lo que era capaz de hacer, y te echó a todo el mundo encima.
—Ahora tenéis a Adam, un robot hechicero, un canalizador —dijo Keyko—. Y tenéis tres de las Cinco Runas Elementales que necesitáis para realizar la invocación. Necesitáis las otras dos.
—Necesitamos más que eso —dijo Gaernon, dirigiéndole una penetrante mirada—. Necesitamos a cinco mujeres elegidas, unas nuevas Hijas de Tara, para que tomen parte en el Ritual Rúnico que pude destruir a AED 343. La Madre Blanca ha muerto por ello. Kea le dijo por telepatía que enviase a alguien con la Piedra Rúnica Sowilo. El Jefe Senchae también recibió un mensaje similar…
—¿Quiénes son esas… mujeres elegidas? —preguntó Semira.
—Nosotras cuatro y la propia Sacerdotisa Kea —respondió Moira gravemente.
Kim miró a su alrededor para contar: Moira, Keyko, Semira. La cuarta solo podía ser ella misma.
—Pero somos demasiado jóvenes —dijo Keyko, incómoda—. Yo tengo quince años, y Semira dieciséis, y Kim…
—No contéis conmigo —gruñó la mercenaria.
—Los viejos tenemos el conocimiento —dijo Gaernon amablemente, ignorando a Kim—. Los adultos tienen la seguridad. Los niños tienen la ilusión. Pero sois los jóvenes los que tenéis el poder para cambiar el mundo, Keyko. No lo olvides jamás.
—Yo no voy a participar en ningún ritual mágico —siguió protestando Kim—. ¿Nadie le ha dicho a esa diosa Tara que no confío en la magia?
Keyko la miró con simpatía y dijo suavemente:
—Por lo visto, ella sí confía en ti.
Kim bufó y se levantó del taburete de un salto. Incapaz de seguir allí un momento más, salió de la cabaña.
Fuera, la aldea estaba tranquila. Las madres llamaban a los niños para que entrasen en casa, y los hombres y mujeres jóvenes y adultos volvían de la caza, o del huerto. Pero Kim sabía que la vida no era siempre tan apacible en aquel lugar en medio del bosque: la alta empalizada que rodeaba la aldea daba testimonio de la incertidumbre con que se vivía en Mannawinard.
A simple vista no parecía agradable, pero Kim estaba aprendiendo a apreciarlo. En aquella enorme selva cada día se vivía intensamente, saboreando cada momento como si fuera el último, porque podría serlo. Entonces se apreciaban mucho más los momentos de paz.
Kim lo sabía. A los seis años habían dejado de considerarla una niña, y habían comenzado a educarla para ocupar un puesto de cierta responsabilidad en una gran empresa. Ella había creído con ingenuo ardor en el lema de la corporación: llegar más alto, llegar más lejos, llegar antes. Había trabajado duro para ser la mejor en sus estudios, pensando siempre que el destino que otros habían elegido para ella era el único posible. Hasta que pasó aquello…
Sus padres eran los directivos de un laboratorio de investigación de la empresa química Somnis. Estaban desarrollando un nuevo producto que revolucionaría el mercado y catapultaría a Somnis por encima de las demás corporaciones. Kim nunca llegó a saber en qué consistía.
Una noche, el edificio del laboratorio de Somnis explosionó como una supernova.
Los padres de Kim estaban allí, trabajando.
La niña tenía entonces once años, y nunca creyó la versión oficial: que había sido un accidente provocado por la manipulación de productos químicos altamente explosivos. Más adelante, cuando ya era una mercenaria experimentada, averiguó la verdad: las otras grandes empresas se habían confabulado para destruir el nuevo invento de Somnis.
Kim no permitió que los servicios sociales de la empresa se hiciesen cargo de su educación. Huyó de casa, del Centro, sintiendo que el sueño en el que había creído durante toda su vida se había hecho pedazos…
Desde aquel día aprendió a odiar a las corporaciones. Vagó por el Círculo Medio jurando vengarse; como los servicios sociales de Somnis la buscaban, no tuvo más remedio que refugiarse en el Círculo Exterior. No era un lugar apropiado para una niña de once años, pero ella estaba llena de rabia y de odio. Y entonces había aparecido él.
Kim apoyó la espalda contra la pared de la cabaña y suspiró, evocando su primer encuentro con el que habría de ser su gran maestro. La chica había estado a punto de morir a manos de un grupo de pandilleros del Círculo Exterior, y alguien la había rescatado del trance. «Vuelve a tu casa, niña; este no es lugar para ti», le había dicho. Era un hombre de rasgos duros y enérgicos y cabello gris, con una cicatriz en la mejilla; llevaba tatuado en el brazo el símbolo de la Hermandad Ojo de la Noche. Entonces Kim no sabía lo que significaba aquel tatuaje, ni sabía que había topado con el mítico mercenario Duncan el Segador. Solo recordaba haber observado, boquiabierta, cómo su salvador se deshacía de los pandilleros sin despeinarse. «Quiero ir contigo», le había dicho, con fervor. Él había sonreído. «No es vida para ti, niña». Pero Kim no se había resignado. «Quiero ser como tú», insistió. El mercenario sonrió de nuevo. «Tendrías que tener un cuerpo de acero». Ella había levantado la cabeza, testaruda. «Pues lo tendré. Y no voy a ir a casa aunque no me lleves contigo».
El Segador la había mirado largamente y después había sonreído. «Bueno», dijo, «eso cambia las cosas. Si quieres aprender este oficio, niña, será mejor que aprendas con el mejor, o no durarás ni un día aquí…».
Aquel había sido el comienzo de todo. Duncan y Kim habían pasado cuatro años juntos, maestro y alumna, amigos…
Kim cerró los ojos. Duncan estaba muerto, se recordó a sí misma. Apoyó las manos contra la barandilla de manera y cerró los puños, furiosa. Abrió los ojos y se secó una lágrima indiscreta.
Entonces fue cuando lo vio.
Llevaba tiempo sin fijarse en el estado de su proceso de mutación, porque hacía varios días que se le habían acabado las bandas con el suero inhibidor y, sencillamente, no quería deprimirse más de lo que ya estaba. Al lavarse en el río la tarde anterior se había sentido demasiado cansada como para pensar en nada. Pero en aquel momento sus ojos estaban fijos en su brazo, y descubrió que la piel mutante ya asomaba por debajo de las inútiles vendas. La joven gimió y volvió a cerrar los ojos. Esta vez no pudo retener las lágrimas. Sabía que la mutación iría penetrando en su sangre poco a poco, y que, después de la piel, sería el resto de su cuerpo…
Se secó la cara con rabia y miró a su alrededor. Había unas prendas colgadas junto a la pared de la cabaña; se acercó, por si encontraba algo que pudiese servirle para taparse, y tocó un manto, con cuidado. Retiró la mano enseguida.
—¡Qué asco! ¡Piel!
Volvió a mirarse el brazo, y después la prenda de piel, dudando. Alargó de nuevo la mano para tocarla.
Entonces, de pronto, sintió que alguien le ponía algo sobre los hombros. Sobresaltada —no lo había oído llegar—, Kim se volvió; vio a Chris, pero él ya entraba de nuevo en la cabaña, sin una palabra. Kim se llevó la mano a los hombros y descubrió que llevaba puesta la gabardina negra del hacker.
Recordó de pronto todo lo que había sucedido momentos antes en la cabaña, y los fantásticos planes que trazaban los magos para reunir runas, y mujeres elegidas, y un robot hechicero, y derrotar así a una malvada I. A. que supuestamente controlaba las mentes de los urbanitas de las dumas.
Kim suspiró, se ajustó la gabardina de Chris y volvió a entrar.
—AED 343 tiene miedo —estaba diciendo Moira—, porque sabe que aquí, en Mannawinard, existe un poder capaz de destruirlo. Por eso, cuando Adam se le escapó de las manos, tomó una decisión drástica: la guerra definitiva.
—Eso acabaría con toda la vida del planeta —dijo Keyko, estremeciéndose.
—Eso es lo que él quiere —dijo Gaernon—: un mundo de máquinas. Con eso Tara, la Diosa Madre, quedaría neutralizada, y él sería el único amo y señor del planeta. Lo repoblaría con robots, que serían los únicos capaces de sobrevivir a semejante devastación.
—Un dios artificial solo puede ser dios de lo artificial —murmuró Chris, que había vuelto a tomar asiento junto a la ventana.
El druida lo miró con aprobación.
—Eso está bien, jovencito, muy bien. Intuyo ciertos poderes mentales en ti. Deberías aprender a usarlos.
Chris sonrió con cierta ironía.
—Creo que ya los he usado bastante. Es parte de mi trabajo, ¿sabes?
Gaernon hizo un gesto de impaciencia.
—No, no, no me refería a eso. Pero algún día lo entenderás, estoy seguro. Tienes una mente abierta.
—La mente abierta y el corazón cerrado —dijo Semira, en voz tan baja que solo Kim la oyó.
Keyko se puso en pie, llena de determinación.
—Bueno, entonces, ¿a qué esperamos? Hemos de reunir las runas, ir al Templo Primero y acabar con ese engendro artificial… para vengar la muerte de la Madre Blanca y de todas las hermanas de la orden de las Hijas de Tara. Con la magia rúnica, Moira puede llevarnos allí en un santiamén, ¿no?
Moira alzó las manos en un gesto de impotencia.
—No, no puedo. Ni mi padre ni yo hemos estado nunca en el Templo Primero, y mi magia solo puede llevarme a sitios que he visto alguna vez.
—Entonces, ¿puedo intentarlo yo?
Moira la miró, incrédula.
—¿Tú?
—Nunca he estado en el Templo de Tara, pero sé cómo es. En la cámara de la Madre Blanca había un dibujo de él, colgado en una pared.
—Hum… —dijo entonces Gaernon—. Sí, creo que servirá.
Moira saltó como si la hubiesen pinchado.
—¡Pero, padre! ¡Es una novata! ¡No domina la magia de las runas!
—Hum… hum… —dijo el druida, pensativo—. Bueno, se puede intentar. Tenemos prisa, ¿no? Enséñale la combinación de viaje, Moira.
—¡Pero…!
Kim se desentendió de la discusión y se alejó hasta la ventana, donde estaba Chris asomado, y se colocó junto a él. Sabía que no era necesario darle las gracias por lo de la gabardina; él no las esperaba. En cambio le preguntó algo que le preocupaba, y bastante.
—¿Y tú, Chris? ¿Crees todo lo que han contado sobre AED 343?
—Todo puede ser —respondió él, al cabo de un rato de silencio.
—No te entiendo.
—Mira, yo vivo en un mundo virtual. Todo lo que veo cuando entro en la Matriz es irreal y, sin embargo, es mi realidad. Podríamos haber descubierto una verdad, o podríamos estar viviendo una mentira. Pero, en cualquier caso, es nuestra mentira, y hemos de vivirla.
—¿Eso es lo que vas a hacer? ¿Vivirla?
Chris se encogió de hombros.
—¿Tienes una idea mejor?
—¿Volverás a las dumas después de todo esto?
—Mira, si la historia del druida es cierta, esa cosa que me atacó en la Matriz era AED 343. Ahora ya sé demasiado: el ciberespacio ya no es un lugar seguro para mí. La salvaje tenía razón; no puedo dar marcha atrás… a no ser que acabemos con esto, con AED 343 y la amenaza de la red. Entonces, y solo entonces, podré volver.
—Entonces te lo crees…
—Kim, tú puedes creer lo que quieras. Pero yo no he vuelto a ser el mismo desde que cayó Duma Murías —hizo una pausa—. En muchos sentidos —añadió.
—Me he dado cuenta —asintió Kim.
Hubo un silencio entre los dos.
—Yo voy a ir —dijo ella finalmente—. Mi mutación está… bueno, sigue adelante, y es imparable. Y, ya que he llegado tan lejos, no me cuesta nada intentar pedirle ayuda a esa sacerdotisa. No tengo nada que perder. Si tiene tanto interés en que forme parte de ese ritual, no podrá negarse a curarme.
—Tú también eres distinta —observó Chris—. Ya no te asusta tanto la magia.
Kim se encogió de hombros.
—Keyko curó mi herida, y también la tuya. Además, ya te he dicho que no tengo nada que perder.
Chris no respondió. Kim añadió, en voz baja.
—Si quieres que te sea sincera, me siento más segura sabiendo que vienes con nosotros. Todo es tan extraño aquí… Y tú eres el único amigo que me queda de mi mundo.
—No deberías dar por sentado que soy tu amigo —replicó él, cortante.
—Yo también estoy aprendiendo algo —dijo ella, aunque algo vacilante—. Keyko dice que a veces se oye una voz… ella la llama la voz de Tara, pero yo prefiero llamarla intuición. Y ella me dice que sí puedo llamarte mi amigo.
Pero se estremeció, porque no pudo evitar pensar que también había llamado amigo a Duncan, y él la había traicionado, y Kim no quería cometer otra vez el mismo error, porque era muy doloroso sentirse traicionada…
—El corazón habla el lenguaje de Tara, y ella nunca miente —dijo entonces Chris.
Había hablado para sí mismo, pero aquellas palabras eran tan extrañas en el hacker que Kim creyó no haber oído bien.
—¿Cómo dices?
La voz de Adam interrumpió la conversación:
—¡Chris! ¡Kim! ¡Estamos preparados para marcharnos!
Ellos cruzaron una mirada y fueron a reunirse con los demás en el centro de la habitación.
—¡Rápido, rápido, todos en torno a Keyko! —indicó Gaernon.
Ellos recogieron sus escasas pertenencias y se reunieron alrededor de Keyko, preparados para el viaje. La chica oriental estaba muy nerviosa; aquel iba a ser su primer hechizo importante. Hasta aquel momento ella solo había conjurado las runas por separado, pero ahora iba a tener la oportunidad de tejer una red mágica combinando los poderes de varias runas distintas.
Kim le dirigió una mirada preocupada. Keyko sonrió, juntó las manos y cerró los ojos para concentrarse mejor. No era sencillo captar la melodía del lenguaje de Tara, una melodía a cuyo son vibraban todas las cosas en el mundo y, probablemente, en el universo, pero Keyko había logrado escucharla aunque fuera débilmente, y podía reproducirla con cierta exactitud. Sin embargo, prestar atención a aquella melodía y recordar muchas runas a la vez requería una mayor concentración. Pero Keyko estaba dispuesta a intentarlo. Según fue recitando las runas, entre sus manos empezó a aparecer la brillante red rúnica:
—Aaaansuz… Raaaido… Eeeeiwaz… Naaaudhiz… Berkaaaanoooo… —canturreó.
Poco a poco, una luz sobrenatural empezó a salir de entre sus manos, hasta envolver a la joven oriental por completo. Kim cerró los ojos para no quedar deslumbrada, y volvió a sentir en su piel, aunque con menor intensidad que la vez anterior, el poder de la magia.
Cuando volvió a mirar, Keyko ya no estaba allí, y ellos seguían en la cabaña de Gaernon.
Se volvió rápidamente hacia los dos druidas.
—¿Qué ha pasado? —exigió saber, muy nerviosa—. ¿Dónde está Keyko?
—¡Lo sabía! —exclamó Moira, mirando acusatoriamente a su padre—. ¡Es una incompetente! ¡El hechizo le ha salido torcido!
—Nononono… —respondió Gaernon, mesándose la barba—. Todo estaba bien. Solo se ha olvidado una runa… Justamente Gebo, la runa que os habría transportado a todos con ella: Keyko ha partido sola.
—¿Al Templo Primero?
—En el mejor de los casos, ella nos estará esperando allí —dijo Moira, con un suspiro resignado—. Pero también puede haber perdido la concentración… y ahora podría estar vagando por alguna dimensión paralela. La magia no se debe tomar a la ligera.
—No, ya veo —dijo Kim secamente, todavía temblando—. Entonces, no queda más remedio que ir a pie, y esperar que Keyko haya llegado al Templo.
«Esperemos que sí», se dijo a sí misma; tenía que reconocer que deseaba fervientemente que Keyko estuviese bien.
A la mañana siguiente, al salir el sol, se despidieron de Gaernon y abandonaron la cabaña. Moira se había colocado al cuello un amuleto que destacaba sobre los demás; presentaba un aspecto parecido al del medallón protector de Keyko, y al de la gema que llevaba Semira ajustada sobre la frente: una especie de piedra de ámbar, con un símbolo túnico grabado en su interior. Pero, en este caso, el símbolo era diferente al de los otros dos:
cualquier persona entendida en el lenguaje de las runas la habría reconocido como Ansuz, la Piedra Rúnica Elemental del Aire.
Antes de salir de la aldea pasaron junto a un grupo de hombres y mujeres que preparaban sus armas, como si se avecinara una batalla. Se pintaban los rostros con colores de guerra y tallaban sobre las empuñaduras de las armas otro símbolo rúnico:
—¿Qué están haciendo? —preguntó Adam.
—Es la runa Tiwaz —explicó Semira—. La ponemos en las armas para que nos traiga la victoria en una batalla.
—Se prepara una guerra —intervino Moira, con gravedad—. Criaturas de todo Mannawinard han empezado a acudir a los Páramos para engrosar las filas del ejército de Tara: hay que proteger su tierra del ataque urbanita.
Momentos después, Kim, Moira, Chris, Adam y Semira abandonaban la aldea para internarse de nuevo en la selva.
Donna había sido llamada otra vez ante el Consejo Tecnológico. El mismo hombre de mirada fija y andares rígidos la volvió a llevar ante los siete Ideólogos del Progreso.
—¿Has recibido noticias de tu cazador? —le preguntaron.
Donna se removió, incómoda.
—No, pero…
—Entonces es que no ha sobrevivido a Mannawinard.
Donna tragó saliva.
—Estoy segura de que sí ha sobrevivido —dijo—. Y eso es lo que me preocupa.
Los siete clavaron en ella sus ojos de androide.
—Solicitamos los servicios de la Hermandad Ojo de la Noche —dijo uno de ellos.
Si se lo hubiesen dicho algunas semanas antes, Donna lo hubiese considerado una buena noticia. El Consejo Tecnológico nunca necesitaba recurrir a la Hermandad. Pero en aquel mismo momento, con todos los problemas que se le habían venido encima desde el robo de aquel maldito androide, Donna solo quería que la dejasen en paz, y que permitiesen que el Ojo de la Noche siguiese con sus asuntos al otro lado de la ley.
—¿De qué se trata? —preguntó, muy a su pesar.
—Probellum fabrica armas —dijo otro Ideólogo—, Nemetech fabrica robots, Somnis se dedica a la industria química. Pero nadie fabrica soldados.
—Necesitamos mercenarios para esta guerra —añadió otro.
En otras circunstancias, Donna habría dicho que no.
—Lo pensaré —dijo.
Salió de la sala preguntándose qué dirían los demás.
Se sorprendió bastante cuando, al hacer una reunión de urgencia y hablar a los suyos de la guerra contra Mannawinard, todos decidieron alistarse para ir a la batalla, y sin preguntar cuánto les pagarían.
Donna nunca habría imaginado que su gente fuese tan patriota, u odiase tanto la magia, la naturaleza y a los salvajes. Estaba convencida, al igual que todos en el Círculo Exterior, de que no valía la pena preocuparse por nada que no fuese uno mismo.
Pero cuando se paró a pensarlo detenidamente, se dio cuenta de que, en el fondo, Mannawinard era una amenaza para su seguridad. ¿Cómo no iba a luchar contra aquella amenaza?
Apenas unas horas después de su reunión con los Ideólogos del Progreso, Donna les comunicó que estaban todos de acuerdo: la Hermandad Ojo de la Noche pelearía junto al ejército urbanita en la guerra definitiva contra Mannawinard.
No se detuvo a pensar que incluso su propia decisión resultaba extraña porque, objetivamente, lo más prudente era desentenderse del asunto. Donna sabía que ir a luchar a una guerra no era garantía de nada, y que muchos morían allí inútilmente, por unos ideales que, por lo general, no eran los suyos.
Lo sabía pero, misteriosamente, se le olvidó.