Agradecimientos

Infinitas gracias a mi agente literario, Joel Gotler, quien, tras leer tres páginas de un borrador muy poco elaborado, me dijo que dejara todo lo que estaba haciendo y dedicara todo mi tiempo a escribir. Fue mi entrenador, consejero, psiquiatra y, sobre todo, amigo de verdad. Sin él, el presente libro no habría sido escrito. Así que, si tu nombre aparece en estas páginas, no me culpes a mí, sino a él.

También quiero agradecerle a mi editor, Irwyn Applebaum, quien creyó en mí desde el principio. Su voto de confianza lo fue todo para mí.

Y mi eterno agradecimiento a mi revisora Danielle Perez, quien trabajó por tres, convirtiendo un manuscrito de mil doscientas páginas en un libro de quinientas. Es una mujer asombrosa, con una elegancia y una gracia muy particulares. Durante los pasados nueve meses, la frase que más me repitió fue: «¡No me gustaría ver tu hígado!».

Muchas gracias a Alexandra Milchan, mi ejército de una sola mujer. Si todos los escritores tuviesen la suerte de contar con una Alexandra Milchan, serían muchos menos los que se mueren de hambre. Es dura, buena, brillante y tan bella por dentro como por fuera. Es una digna hija de su padre.

También les agradezco a mis buenos amigos Scott Lambert, Johnnie Marine, Michael Peragine, Kira Randazzo, Marc Glazier, Faye Greene, Beth Gotler, John Macaluso y todos los camareros y camareras de los restaurantes y cafés donde escribí este libro; las chicas de Chaya y Skybar y Coffee Bean, y a Joe, de Il Bocaccio.

Y, finalmente, quiero agradecerle a mi exesposa, la Duquesa de Bay Ridge. Siempre será la mejor, a pesar de que aún me da órdenes como si siguiésemos casados.