21
Formas y sustancias
Enero de 1994
En las semanas que siguieron al desastre del estacionamiento, quedó claro que las cámaras de vigilancia del centro comercial no habían recogido el número del coche de Danny. Pero, según Todd, la policía le ofrecía condiciones favorables si les decía quién iba al volante del Rolls Royce. Todd, por supuesto, les dijo que se fueran a la mierda. Pero debo decir que yo sospechaba que exageraba un poco, preparando el terreno para una futura extorsión financiera. Le aseguré que me encargaría de él y, a cambio, aceptó perdonarle la vida a Danny.
Y así, lo que quedaba de 1993 transcurrió sin novedad. Vidas de los ricos desequilibrados siguió como de costumbre y el año tuvo un jugoso cierre con la oferta pública de Zapatos Steve Madden. Las acciones se habían estabilizado a ocho dólares y, entre ratoneras, préstamos puente y comisiones por transacciones financieras, gané más de veinte millones.
Para Navidad y Año Nuevo nos tomamos unas vacaciones de dos semanas en el Caribe a bordo del Nadine. La duquesa y yo nos divertimos como estrellas de rock y me las compuse para quedarme dormido en prácticamente todos los restaurantes de cinco estrellas entre St. Barts y St. Martin. También me las compuse para arponearme el muslo mientras buceaba drogado con qualuuds, pero solo fue una herida superficial y puede decirse que salí relativamente indemne del paseo.
Pero las vacaciones habían terminado y yo estaba en acción otra vez. Era el martes de la primera semana de enero y estaba en el despacho de Ira Lee Sorkin, de abundante cabello entrecano y principal asesor legal externo de Stratton Oakmont. Como todos los abogados destacados que asesoran corporaciones, había trabajado antes para los malos o, según como se vean las cosas, los buenos. Es decir, que había sido un regulador financiero gubernamental, en concreto, jefe de la oficina regional de la SEC en Nueva York.
En ese momento estaba reclinado en su fabuloso trono de cuero negro, con las manos alzadas, diciendo:
—¡Tendrías que estar dando saltos de alegría, Jordan! Dos años atrás, la SEC te hizo un juicio por veintidós millones de dólares y trataba de cerrar tu empresa; ahora, está dispuesta a negociar por tres millones y a darle una leve advertencia a Stratton. Es una victoria total. Nada menos.
Le sonreí, como correspondía, a mi entusiasta abogado, aunque no estaba del todo de acuerdo. Era mucho para absorberlo en mi primer día de trabajo después de las vacaciones de Navidad. ¿Por qué iba a querer negociar si la SEC no tenía prueba alguna contra mí? Había iniciado el pleito hacía más de dos años, acusándome de manipulación de acciones y empleo de tácticas de venta de alta presión. Pero tenía pocas evidencias para respaldar sus acusaciones, en particular la de manipulación de acciones, que era la más seria de las dos.
La SEC había citado a catorce strattonitas, doce de los cuales habían puesto sus manos derechas sobre sendas biblias y mentido descaradamente. Solo dos se habían dejado llevar por el pánico y dicho la verdad, admitiendo haber recurrido a tácticas de venta de alta presión. Para recompensarlos por su honestidad, la SEC los expulsó de la industria financiera. Al fin y al cabo, habían admitido, bajo juramento, que se comportaron de manera impropia. ¿Y qué terrible destino sufrieron los que mintieron? ¡Ah, cuánta justicia poética! Todos y cada uno salieron indemnes y trabajaban hasta ese día en Stratton Oakmont, donde seguían sonriendo, telefoneando y arrancándoles los ojos a sus clientes.
Aun así, y a pesar de mi maravillosa serie de éxitos en el combate contra los payasos, Ira Sorkin, un expayaso, seguía recomendándome que negociara y terminara de una vez el asunto. Pero me costaba seguir su razonamiento, en particular dado que «terminar de una vez el asunto» no solo implicaba que pagase una multa de tres millones de dólares y me comprometiera a no violar más normas financieras en el futuro, sino también que aceptase una inhabilitación de por vida para trabajar en finanzas y abandonara Stratton Oakmont. Planteaba las cosas de manera tal que no me cabía duda de que, incluso si muriera y diese con una forma de resucitar, seguiría excluido del mundo de las finanzas.
Estaba a punto de decir eso, pero Sorkin el Grande retomó la palabra:
—La cuestión, Jordan, es que tú y yo hacemos un excelente equipo y que vencimos a la SEC en su propio juego. —Asintió, aprobando la sabiduría de sus propias palabras—. Le ganamos por cansancio. En un mes recuperarás los tres millones que, de todos modos, son deducibles de impuestos. Así que llegó el momento de que te dediques a seguir con tu vida. Hora de disfrutar de las cosas con tu esposa y tu hija.
Sonreí, reservándome mi opinión.
—¿Los abogados de Danny y de Kenny lo saben?
Me sonrió con aire conspirador.
—Esto es estrictamente entre nosotros, Jordan; ninguno de los otros abogados sabe nada. Claro que legalmente represento a Stratton, de modo que le soy leal a la empresa. Pero, en este preciso instante, la empresa eres tú, así que te soy leal a ti. Dadas las condiciones de la oferta, quizá quieras pensarlo por unos días. Pero eso es todo lo que tenemos, querido amigo, unos días. Una semana, quizás, a lo sumo.
Cuando nos iniciaron el juicio, cada uno de los directivos de Stratton contrató sus propios abogados para evitar potenciales conflictos. En ese momento, me pareció una manera de derrochar dinero; ahora, estaba feliz de que lo hubiésemos hecho. Me encogí de hombros y dije:
—No creo que la SEC vaya a retirar su oferta en un futuro cercano, Ike. Como dijiste, les ganamos por cansancio. De hecho, creo que en la SEC no debe quedar nadie que sepa nada acerca de mi caso. —Sentí la tentación de explicarle por qué estaba tan seguro de ello (los micrófonos ocultos en mi sala de reuniones) pero decidí no hacerlo.
Ike alzó los brazos y levantó la mirada al cielo.
—Para qué vas a mirarle los dientes a un caballo regalado, ¿eh? Durante los últimos seis meses hubo un gran recambio de personal en la oficina de Nueva York de la SEC. La moral es baja. Pero eso no es más que una coincidencia y no va a durar para siempre. Te hablo como amigo, Jordan, no como tu abogado. Debes cerrar este caso de una vez por todas, antes de que un nuevo equipo investigador se ponga a escarbar otra vez. Alguno de sus integrantes podría encontrar algo, y ahí sí que se terminaría todo.
Asentí lentamente con la cabeza antes de decir:
—Hiciste bien en reservarte esta información. Si se filtrara algo antes de que arengue a las tropas, podría cundir el pánico. Pero te diré que eso de quedar inhabilitado de por vida para las finanzas no me hace demasiada gracia, Ike. Digo ¡no volver a pisar la sala de negocios! No sé ni qué decir de eso. Esa sala de negocios es mi vida misma. Es mi cordura, y también mi locura. Es lo bueno, lo malo y lo feo en uno.
»Y, de todas maneras, el problema no será conmigo. Será con Kenny. ¿Cómo voy a convencerlo de que acepte una inhabilitación de por vida si Danny sigue en funciones? Kenny me hace caso, pero no sé si lo hará si le digo que él se debe marchar, pero Danny se queda. Kenny está ganando diez millones al año. Tal vez no se destaque por su agudeza, pero es lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de que nunca volverá a ganar sumas como esas.
Ike se encogió de hombros y dijo:
—Entonces, que Kenny quede a cargo y que Danny acepte la inhabilitación. A la SEC le tiene sin cuidado cuál se marcha y cuál se queda. Siempre y cuando tú te marches, están conformes. Lo único que quieren para quedarse tranquilos es poder hacer circular un bonito y grueso informe para la prensa donde diga que el lobo de Wall Street dejó de ser un peligro. ¿Convencer a Danny de que se marche no sería lo mejor?
—Esa no es una opción, Ike. Kenny es un jodido imbécil. No me interpretes mal. Lo quiero y todo eso, pero ello no cambia el hecho de que es incapaz de administrar la empresa. Dime cómo se desarrollarían los acontecimientos si aceptamos el arreglo.
Ike calló, como para organizar sus ideas. Al cabo de unos segundos, dijo:
—En el supuesto de que puedas convencer a Kenny, él y tú debéis vender vuestras acciones a Danny antes de firmar las notificaciones judiciales que establecen que quedan permanentemente excluidos de la industria financiera. El dinero para pagar las multas de ambos puede proceder directamente de la empresa, de modo que no deberías sacar ni un céntimo de tu bolsillo. Querrán que un auditor independiente vaya a la empresa, investigue y haga algunas recomendaciones. Pero eso no es gran cosa. Puedo manejarlo con tu departamento de procedimientos. Y eso es todo amigo mío. Es muy sencillo.
Añadió:
—Pero le atribuyes a Danny más de lo que es capaz de hacer. Sin duda es más inteligente que Kenny, pero está colgado casi siempre. Sé que a ti también te gusta la fiesta, pero estás en condiciones durante el horario de trabajo. Además, nos guste o no, solo hay un Jordan Belfort en el mundo. Y los reguladores lo saben, en particular Marty Kupperberg, que ahora está al frente de la oficina de Nueva York. Por eso quiere que te vayas. Tal vez desprecie todo lo que representas, pero te respeta por tus logros. Mira, te contaré algo gracioso; hace un par de meses fui a una conferencia de la SEC en Florida y Richard Walker, quien ahora es el número dos en Washington, dijo que era imprescindible que se elaborara una nueva legislación financiera para lidiar con gente como Jordan Belfort. El público lo festejó mucho, y lo cierto es que él no lo dijo en tono despectivo, ¿me entiendes?
Levanté la vista al cielo.
—Oh, sí, Ike, ¡qué orgulloso estoy! ¡Muy orgulloso! Es más, ¿por qué no telefoneas a mi madre y le cuentas qué dijo Richard Walker? Estoy seguro de que se emocionará al enterarse de cuánto respeto le tiene a su hijo el principal polizonte financiero del país. Aunque te cueste creerlo, Ike, hubo una época, no hace mucho, en la que yo era un buen chico judío de una buena familia judía. En serio. Era la clase de chico que limpia la acera frente a las casas después de una tormenta de nieve para ganarse algún dólar. Me cuesta imaginar que, cinco años atrás, podía entrar en cualquier restaurante sin que la gente me mirara. —Meneé la cabeza, asombrado—. ¿Cómo mierda llegué a permitir que todo se descontrolara de esta manera? ¡No fundé Stratton con la intención de que las cosas fuesen como son! ¡Te lo juro por Dios, Ike!
Con esas palabras, me levanté de mi asiento y fui al gran ventanal que daba al edificio Empire State. No había pasado tanto tiempo desde la primera vez que fui a Wall Street como aspirante a corredor de Bolsa, ¿verdad? Fui en autobús, ¡en autobús!, con solo siete dólares en el bolsillo. ¡Siete putos dólares! Aún recordaba cómo miraba a los demás pasajeros, preguntándome si sentirían tanta amargura como yo por tener que ir a Manhattan en autobús para ganarse la vida. Recordaba la pena que me daban los ancianos, obligados a sentarse en esos duros asientos de plástico, a respirar los gases del tubo de escape. Recordaba que me juré a mí mismo que no terminaría como ellos, que me haría rico de algún modo y viviría la vida según mis propias reglas. Y recordaba que, cuando bajé del autobús, levanté la vista hacia todos esos rascacielos y me sentí intimidado ante el poder mismo de la ciudad, por más que me había criado a pocos kilómetros de Manhattan. Me volví para mirar a Ike y, con nostalgia en la voz, dije:
—Sabes, Ike, que nunca quise terminar así. Tenía buenas intenciones cuando fundé Stratton. Sé que eso no parece tener mucho sentido ahora, pero, aun así, hace cinco años era cierto. —Volví a menear la cabeza y dije—: Supongo que el camino del infierno, como dicen, está empedrado de buenas intenciones. Te contaré algo gracioso, ¿recuerdas a mi primera esposa, Denise?
Ike asintió.
—Era una mujer buena y hermosa, como lo es Nadine.
—Sí. Era buena y hermosa, y aún lo es. Al comienzo, cuando fundé Stratton, no dejaba de repetir una frase, decía: «Jordan, ¿por qué no puedes tener un trabajo normal y ganar un millón al año?». En ese momento, me causaba mucha gracia, pero ahora entiendo de qué hablaba. Ike, Stratton es como una secta; en eso reside su verdadero poder. Todos esos muchachos me siguen hasta en lo más mínimo. Eso era lo que Denise no soportaba. En cierto modo, me divinizaban, tomándome por algo que no soy. Ahora lo sé, pero entonces no lo tenía tan claro. El poder me parecía embriagador. Imposible de rechazar.
»De cualquier modo, siempre me juré que, si se hacía necesario, me dejaría caer sobre mi espada, sacrificándome por mis tropas. —Me encogí de hombros con una débil sonrisa—. Claro que siempre supe que se trataba de una idea romántica, pero así era como veía las cosas.
»De manera que ahora siento que, si tiro la toalla, tomo el dinero y escapo, estoy jodiendo a todos; dejaría a mis corredores en la estacada. Lo más fácil para mí sería seguir tu consejo: acepto la inhabilitación de por vida y me dedico a disfrutar de mi esposa y mi hija. Dios sabe que tengo bastante dinero como para diez vidas. Pero si lo hago, estaría jodiendo a todos esos chicos. Y le juré a cada uno de ellos que pelearía hasta el fin. Así que ahora no puedo marcharme solo porque la SEC me da una salida. Soy el capitán de ese barco, Ike, y se supone que el capitán es el último en abandonar la nave, ¿o no?
Ike meneó la cabeza.
—Absolutamente no —dijo en tono enfático—. No puedes comparar lo que te ocurre con la SEC con una aventura en alta mar. Lo cierto es que, si aceptas la inhabilitación, garantizas la supervivencia de Stratton. Por efectivos que seamos en entorpecer la investigación de la SEC, no podemos demorar las cosas indefinidamente. El juicio tiene fecha para dentro de seis meses, y un jurado constituido por tus colegas no se mostrará muy clemente que digamos. Y hay miles de puestos de trabajo en juego, así como incontables familias que dependen de Stratton para su sustento financiero. Si aceptas la inhabilitación, garantizas el futuro de todos, tú incluido.
Me tomé un momento para evaluar las sabias palabras de Ike, que no eran del todo ciertas. De hecho, no era que la oferta de la SEC me hubiese sorprendido demasiado. A fin de cuentas, Al Abrams la había previsto. Fue en una de nuestras incontables reuniones a la hora del desayuno en el Seville Diner. Al dijo:
«Si juegas bien tus cartas, cansarás a la SEC, hasta el punto de que tarde o temprano no quedará allí nadie que sepa nada acerca de tu caso. El ritmo al que cambian de personal es apabullante, en particular cuando se ven enmarañados en una investigación que no va bien.
»Pero nunca olvides —añadió— que el hecho de que se demoren no significa que se den por vencidos. Nada evita que te hagan nuevas acusaciones, aun si consigues negociar por las anteriores. La única manera sería si logras que emitan un documento donde diga que no tienen más nada que investigar. Y aun si ello ocurriera, deberías lidiar con la NASD… y también con los gobiernos estatales… por no hablar de, Dios no lo quiera, la oficina del fiscal de Estados Unidos y el FBI… aunque es de suponer que ya estarían metidos si quisieran hacerlo».
Recordando las palabras de Abrams, le pregunté a Ike:
—¿Y cómo sabemos que la SEC no está preparando otra acusación?
—Me ocuparé de que quede establecido en el acuerdo —respondió Ike—. Dirá que se aplica a todas tus acciones hasta el presente. Pero recuerda, si Danny comete infracciones, nada impide que la SEC formule nuevos cargos.
Asentí lentamente. Aún no me convencía.
—¿Y qué hay de la NASD y de los gobiernos estatales o, Dios no lo quiera, del FBI?
Sorkin el Grande se acomodó en su trono y, cruzando otra vez los brazos, dijo:
—Eso no puede garantizarse. No voy a engañarte. Sería agradable que se pudiera establecer por escrito, pero no es así como funcionan las cosas. Pero, si quieres mi opinión, te diré que hay muy pocas posibilidades de que otros entes refloten el caso. Recuerda, lo último que quiere cualquier regulador es meterse en un caso que no puede ganar. Es la manera segura de poner fin a una carrera. Ya viste lo que ocurrió con todos los abogados que la SEC le asignó al caso Stratton: cada uno de ellos debió marcharse con el rabo entre las patas, y te aseguro que no les sobran las ofertas de trabajo en el sector privado. La mayor parte de los abogados de la SEC está ahí solo para coger experiencia y antecedentes. Una vez que consiguen algún renombre, se pasan al sector privado, que es donde pueden ganar verdadero dinero.
»Pero no podemos medir a la oficina del fiscal de Estados Unidos con ese mismo rasero. Tuvieron mucha más suerte que la SEC con la investigación de Stratton. Cuando comienzan a aparecer citaciones penales, pasan cosas inesperadas. Todos esos corredores que te defendieron tan admirablemente cuando los citó la SEC… Bueno, probablemente no lo hubieran hecho si esas mismas citaciones hubiesen sido emitidas por un tribunal federal.
»Pero, aun así, no creo que el fiscal general tenga interés alguno en tu caso. Stratton está en Long Island, que queda en el distrito Este. Y el distrito Este no se muestra particularmente activo en lo que hace a los casos vinculados a las finanzas, a diferencia del distrito Sur, que está en Manhattan y es muy activo. En fin, así veo las cosas, amigo mío. Creo que si negocias y das un paso al costado, puedes vivir tranquilo de ahora en adelante.
Respiré hondo y exhalé lentamente.
—Así lo haré —dije—. Llegó la hora de una capitulación honorable. Pero ¿qué ocurre si me acerco a la sala de negocios? ¿El FBI aparece en mi casa y me arresta por infringir la orden del tribunal?
—No, no —dijo Ike, agitando una mano—. Me parece que le estás dando a esto más importancia de la que tiene. El hecho es que, en teoría, podrías tener una oficina en el mismo edificio, en la misma planta, que Stratton. Por cierto, podrías pasarte el día en el pasillo conversando con Danny y ofreciendo tu opinión acerca de cada uno de sus movimientos. No es que yo te recomiende hacer eso ni ninguna otra cosa, pero no sería ilegal. No es como si pudieras obligar a Danny a hacerte caso, y claro que no puedes pasar la mitad del día metido en la sala de negocios. Pero nadie puede objetar que quieras ir de visita de vez en cuando.
De pronto, sentí que me invadían las dudas. ¿Podía ser así de fácil? Si la SEC me inhabilitaba, ¿realmente podía seguir tan comprometido con Stratton? Y si la respuesta era sí, entonces yo tenía que hacérselo saber de alguna manera a los strattonitas, para que sintieran que no los había abandonado. Al ver esa vía de escape, pregunté:
—¿Y a qué precio podría venderle mis acciones a Danny?
—Al que quieras —repuso Ike el Agudo, al parecer sin darse cuenta adonde apuntaba mi mente diabólica—. Eso es entre Danny y tú. A la SEC no podría importarle menos.
«Mmmm… ¡Muy interesante!», pensé, mientras la simpática cifra de doscientos millones de dólares acudía a mi mente.
—Bueno, creo que podría organizar algo con Danny. Siempre ha sido bastante razonable en cuestiones de dinero. Pero no creo que instale mi oficina en el mismo edificio que Stratton. Quizá deba conseguirme una por allí cerca. ¿Qué te parece, Ike?
—Creo que suena como una buena idea —respondió Ike el Agudo.
Le sonreí a mi maravilloso abogado y fui al fondo del asunto.
—Solo tengo una pregunta más, aunque creo que ya conozco su respuesta. Si quedo inhabilitado para trabajar como financiero, en teoría paso a ser un inversor más. Nada me prohíbe invertir por mi propia cuenta ni ser titular de acciones de otras empresas que coticen en Bolsa, ¿verdad?
Ike, con una gran sonrisa:
—¡Por supuesto que no! Puedes comprar acciones, puedes venderlas, puedes ser propietario de paquetes de acciones de empresas que cotizan en Bolsa, puedes hacer lo que se te venga en gana. Lo que no puedes hacer es tener una agencia de Bolsa.
—Hasta podría adquirir las nuevas emisiones que lance Stratton, ¿verdad? Si dejo de ser un corredor de Bolsa inscrito, esa restricción ya no se me aplica, ¿no? —dije, elevándole una silenciosa plegaria al Todopoderoso.
—Créase o no —dijo Ike el Agudo—, la respuesta es «sí». Podrías comprar todas las nuevas emisiones de Stratton que Danny te ofreciese. Sin lugar a dudas.
Mmmm… ¡Esto podía llegar a terminar muy bien! En esencia, me convertiría en mi propia ratonera, no solo en Stratton, ¡sino también en Monroe Parker!
—Muy bien, Ike, creo que puedo convencer a Kenny de que acepte una inhabilitación de por vida. Hace tiempo que trata de convencerme de que ayude a su amigo Victor a entrar en el negocio de las finanzas. Es probable que hacerlo baste para cerrar el trato con Kenny. Pero necesito mantener esto en silencio por unos días. Si llega a filtrarse algo, no habrá acuerdo posible.
Sorkin el Grande encogió sus macizos hombros una vez más, volvió las palmas hacia arriba y guiñó un ojo. Las palabras estaban de más.
Al haberme criado en Queens, he disfrutado del relativo placer de recorrer la autopista a Long Island unas buenas veinte mil veces. Por alguna razón desconocida, esa ruta olvidada por la mano de Dios parece estar perpetuamente en construcción. De hecho, el sector que en ese momento atravesaba a bordo de mi limusina, donde el extremo oriental de Queens se une al occidental de Long Island, estaba en construcción desde que yo tenía cinco años, y no parecía haber avanzado desde entonces. Una compañía había conseguido algún contrato perenne. Eran los asfaltadores más incompetentes de la historia del universo o los hombres de negocios más astutos que nunca hayan recorrido la faz de la Tierra.
Sea como fuere, que yo estuviese a menos de tres millas náuticas de Stratton Oakmont no tenía la más mínima incidencia en cuánto tiempo me llevaba llegar allí. Así que, hundiéndome en mi asiento, hice lo que hacía siempre: concentrarme en la maravillosa calva de George para sosegarme. Me pregunté qué haría George si llegaba a perder su trabajo. De hecho, si yo jugaba mal esa partida, no solo George, sino todo mi personal se vería afectado. Si Danny no se mostraba capaz de manejar Stratton, y a consecuencia de ello yo me veía obligado a reducir mis gastos, los afectados serían muchos.
¿Qué sería de los strattonitas? Por Dios, cada uno de ellos se vería forzado a reducir enormemente su nivel de vida si no querían ir de cabeza a la ruina. Tendrían que empezar a vivir como las demás personas, como si el dinero significase algo y uno no pudiera comprarse lo que le viene en gana cuando le da la gana. ¡Qué idea insoportable!
En lo que hacía a mi persona, lo más inteligente que podía hacer era marcharme cuanto antes con las manos limpias. Sí, un hombre prudente no le vendería la firma a Danny por un precio exorbitante ni pondría su oficina frente a Stratton ni manejaría las cosas entre bastidores. Hacerlo significaría que el lobo de Wall Street volvía a actuar como Winnie Pooh cuando mete la cabeza en el tarro de miel con demasiada frecuencia. No hacía falta sino fijarse en lo que me había ocurrido con Denise y Nadine: había engañado a la primera de ellas docenas de veces hasta que… a la mierda. ¿Para qué atormentarme pensando en eso?
No me cabía duda de que, si daba un paso al costado, no arriesgaría lo que ya tenía. No tendría necesidad de ofrecer mis consejos, orientación, guía, ni de acercarme a la sala de negocios para darles apoyo moral a mis tropas. No necesitaría mantener reuniones clandestinas con Danny, ni, por cierto, tampoco con los dueños de Biltmore y de Monroe Parker. Simplemente, me dedicaría a disfrutar de la vida con Nadine y Chandler, tal como me lo aconsejara Ike.
Pero ¿cómo podría andar por Long Island sabiendo que había abandonado el barco y dejado a todos en la estacada? Por no mencionar el hecho de que mi plan con respecto a Kenny se centraba en aceptar su petición de financiar a Victor Wang y ayudarlo a abrir Duke Securities. Y, si Victor se llegaba a enterar de que yo ya no estaba detrás de Stratton, no tardaría en volverse contra Danny.
Lo cierto era que la única manera de llevar adelante ese plan era haciéndoles saber a todos que yo aún tenía intereses en Stratton y que cualquier ataque contra Danny equivalía a un ataque contra mí. Entonces, todos se mantendrían leales, menos Victor, claro, de quien me ocuparía en mis propios términos y en el momento que yo escogiese, mucho antes de que se fortaleciera lo suficiente como para declararme la guerra. El Chino Depravado era controlable siempre y cuando Biltmore y Monroe Parker se mantuvieran leales y Danny conservara la cabeza sobre los hombros y no se apresurase a desplegar sus alas.
Que Danny no se apresurase a desplegar sus alas: sí, era una variable importante y que no había que descuidar. Al fin y al cabo, era indudable que tarde o temprano querría hacer las cosas a su manera. Que yo pretendiera manejar las riendas del poder durante más tiempo que el necesario equivaldría a insultarlo. Quizá tendríamos que pactar verbalmente algo así como un período de transición, unos seis o nueve meses durante los cuales aceptaría mis instrucciones sin discutirlas. Después, permitiría gradualmente que asumiera el pleno control.
Y lo mismo podía decirse de Biltmore y Monroe Parker. También ellos trabajarían bajo mis órdenes, pero por un período más corto; luego, quedarían a cargo. El hecho era que me eran tan leales que probablemente siguieran haciéndome ganar tanto dinero como ahora sin que yo moviera un dedo. Era indudable que así eran las cosas con Alan; su lealtad, basada en una amistad de toda una vida, era incuestionable. Y Brian, su socio, solo era dueño del cuarenta y nueve por ciento de Monroe Parker. Esa había sido la condición previa que exigí antes de financiarlos. Así, quien decidía era Alan. Y, en el caso de Biltmore, el dueño del punto porcentual que decidía las cosas era Elliot. Y era bastante leal, aunque no tanto como Alan.
En cualquier caso, yo participaba de tantos negocios que Stratton solo era una parte de mis finanzas. Estaba Zapatos Steve Madden, también Roland Franks y Saurel; había una docena de otras empresas en las que yo tenía un porcentaje y que estaban preparándose para cotizar en Bolsa. Claro que Dollar Time era un desastre total, pero lo peor ya había pasado.
Con las cosas así resueltas en mi mente, le dije a George:
—Sal de la carretera y toma las calles locales. Necesito regresar a la oficina.
El mudo, con evidente odio, asintió con dos cabezadas.
Ignoré su insolencia y dije:
—No te marches después de que me dejes. Hoy voy a almorzar en Tenjin, ¿de acuerdo?
Una vez más, el mudo no dijo ni una puta palabra sino que asintió con la cabeza.
¿No era increíble? El hijo de puta no me decía ni una maldita palabra y yo me preocupaba por cómo sería su vida sin Stratton. Tal vez me equivocaba. Tal vez no les debía nada a las miles de personas que dependían de Stratton para ganarse la vida. Quizá se volvieran en mi contra en un segundo y me dijeran que me jodiera, si creían que ya no podía serles útil. Quizá… quizá… quizá…
No dejaba de tener gracia que con todo ese debate interno hubiese pasado por alto un punto muy importante: si ya no tenía que preocuparme por mantenerme sobrio en horario de trabajo, nada impedía que tomase qualuuds todo el día. Sin darme cuenta de que lo hacía, estaba creando las condiciones para un escenario futuro de mucha oscuridad. A fin de cuentas, entonces, mi único límite sería el que pusiera mi propio sentido común, que tenía la curiosa costumbre de abandonarme, en particular cuando había rubias y drogas de por medio.