20
Un resquicio en la armadura
La indignada duquesa tenía razón, pero solo a medias. Sí, tenía razón en que su madre insistió en desempeñar un pequeño papel en mi «fabulosa aventura», como Patricia y ella se referían a mi plan internacional de lavado de dinero. De hecho, no había manera de convencerla de que no lo hiciera. Pero en defensa de Suzanne, y de mí mismo, debe decirse que era una idea de lo más emocionante, ¿o no? Meter una cantidad obscena de dinero —novecientos mil dólares, para ser precisos— en un gran bolso, echárselo al hombro y cruzar la aduana sin que te echen el guante es emocionante. ¡Sí, mucho, por cierto!
En cambio, la duquesa se había equivocado al preocuparse tanto. El hecho es que Suzanne había hecho el operativo sin que nadie se dignase siquiera a echarle una mirada, ni de este ni del otro lado del Atlántico, y le había entregado el dinero a Jean Jacques Saurel con un guiño y una sonrisa. Ahora, estaba a salvo y de regreso en Inglaterra, donde pasaría lo que quedaba de septiembre con Patricia, ambas dedicadas a felicitarse mutuamente por haber violado exitosamente aproximadamente una docena de leyes.
Así que la duquesa me perdonó y volvimos a ser amantes. En esos momentos, nos tomábamos unas vacaciones de fin de verano en la ciudad portuaria de Newport, Rhode Island. Con nosotros estaban mi amigo más antiguo, Alan Lipsky, y Doreen, quien no tardaría en ser su exesposa.
En ese preciso instante, solo estábamos Alan y yo, avanzando por una pasarela rumbo a mi yate, el Nadine. Íbamos hombro a hombro, aunque el suyo sobrepasaba al mío por unos buenos quince centímetros. Alan era alto y ancho, con un pecho como un barril y un cuello grueso y fuerte. Tenía un semblante apuesto, al modo del de un asesino de la mafia, con rasgos toscos y marcados y grandes cejas peludas. Incluso entonces, enfundado en unas bermudas color celeste, una camiseta castaña de cuello en V y mocasines náuticos marrones, lucía amenazador.
Por delante de nosotros, el Nadine se elevaba por encima de los demás yates. Su inusual color pardo lo hacía aún más notable. Mientras me embebía del glorioso espectáculo, no pude menos que preguntarme por qué mierda me había comprado esa jodida cosa. Mi contable corrupto, Dennis Gaito, me había suplicado que no lo hiciera, diciendo:
—Los dos momentos más felices para el propietario de un barco son el día que lo compra y el día que lo vende.
Dennis era muy agudo, así que dudé hasta que la duquesa me dijo que comprarse un yate era la cosa más estúpida que se me podía haber ocurrido, lo que no me dejó más remedio que firmar un cheque al instante.
Así que ahora era propietario de un yate, el Nadine, casi cincuenta metros de quebraderos de cabeza flotantes. El problema era que se trataba de un barco viejo, armado originalmente a comienzos de la década de 1960 para la célebre diseñadora Coco Chanel. Por lo tanto, era ruidoso como el demonio y se averiaba a cada momento. Como ocurre con la mayor parte de los yates de esa época, sus tres inmensas cubiertas tenían suficientes ornamentos de madera de teca como para mantener a un equipo de doce hombres atareado en barnizarlo de la mañana a la noche. Y por eso, el barco siempre hedía a barniz, lo que me daba náuseas.
Lo más curioso era que, originalmente, el yate había tenido una eslora de solo treinta y seis metros. Pero su anterior propietario, Bernie Little, decidió alargarlo para hacer lugar para un helicóptero. Y Bernie… bueno, Bernie era la clase de astuto hijo de puta que sabe reconocer a un mamón en cuanto lo ve. Después de que le hubiera alquilado el yate varias veces, no tardó en convencerme de que se lo comprara, recurriendo a mi amor por el capitán Marc para sellar el trato (Marc venía con el barco). Poco después, el capitán Marc me convenció de mandar hacer una lancha fueraborda, con el argumento de que, dado que ambos éramos entusiastas del buceo, podríamos ir con ella a mares lejanos, donde nadie había pescado antes. Decía:
—¡Los peces serán tan estúpidos que podremos acariciarlos antes de arponearlos!
Me pareció una idea sumamente atractiva, así que le di luz verde para que la hiciera armar. El presupuesto de quinientos mil dólares no tardó en convertirse en un millón.
Pero cuando intentamos embarcar la lancha mediante una grúa y emplazarla en la cubierta superior, nos encontramos con que no cabía. Claro, era difícil, sobre todo si se tiene en cuenta que en la cubierta estaban las seis motos de agua Kawasaki, las dos motos Honda, el trampolín de fibra de vidrio, el tobogán acuático y el helicóptero Bell Jet. No había lugar para que el helicóptero despegase ni aterrizase sin chocar con la lancha. Yo estaba tan metido con toda esa mierda, que no me quedó otro remedio que llevar el barco al astillero para que lo alargasen aún más, a un coste de setecientos mil dólares.
Así que la parte delantera se estiró, la trasera también y, después de eso, el yate parecía una banda elástica de cincuenta metros de largo, tensada hasta casi romperse.
Le dije a Alan:
—Realmente amo este barco. Estoy feliz de haberlo comprado.
Alan asintió:
—¡Es una belleza!
El capitán Marc me aguardaba en la cubierta. Parecía tan cuadrado como los robots de juguete de mi infancia. Iba ataviado con una camiseta blanca con cuello abotonado y pantalones náuticos cortos. Ambas prendas lucían la insignia del Nadine: dos plumas de águila doradas curvadas en torno a una N mayúscula azul claro.
El capitán Marc dijo:
—Tienes muchas llamadas telefónicas, jefe. Una, de Danny, que parecía pasado como nunca, otras tres de una tal Carolyn, que tiene un fuerte acento francés. Dijo que la llames urgentemente, en cuanto llegues al barco.
Al instante, mi corazón se puso a dar saltos en el pecho. ¡Mierda! ¡Se suponía que Danny vería a Todd esa mañana para entregarle el millón de dólares! ¡Mierda! En un instante, mil pensamientos comenzaron a correr por mi cerebro. ¿Habría salido mal algo? ¿Les habrían echado el guante por algún motivo? ¿Estaban los dos en la cárcel? No, eso era imposible, a no ser que los estuviesen siguiendo. Pero ¿por qué habrían de seguirlos? ¿O sería que Danny se había presentado drogado, Todd lo había molido a golpes y Carolyn llamaba para pedir disculpas? ¡No, eso era ridículo! Si ese fuera el caso, quien llamaría sería Todd, ¿verdad? ¡Mierda! ¡Había olvidado decirle a Danny que no fuera drogado!
Respiré hondo, procurando serenarme. Tal vez no fuese más que una coincidencia. Le sonreí al capitán Marc y dije:
—¿Danny dijo algo?
El capitán Marc se encogió de hombros.
—Se hacía un poco difícil entenderlo, pero me dijo que te dijera que todo estaba bien.
Alan dijo:
—¿Todo en orden? ¿Necesitas que haga algo?
—No, no —dije, exhalando un suspiro de alivio. Alan también se había criado en Bayside, de modo que, por supuesto, conocía a Todd tan bien como yo. Aun así, yo no le había contado lo que estábamos haciendo. No era que no confiara en él, sino que no había por qué hacerlo. Lo único que sabía era que yo necesitaba que su firma de finanzas, Monroe Parker, comprara unos pocos millones de acciones de Dollar Time de un vendedor extranjero no identificado. Supondría, quizá, que dicho vendedor era yo. Pero nunca me lo preguntó, lo que habría sido una seria infracción del protocolo. Dije en tono tranquilo—: Estoy seguro de que no es nada, pero tengo que hacer un par de llamadas. Estaré abajo, en mi habitación. —Con estas palabras salté del embarcadero de madera y aterricé en la cubierta del yate, que estaba amarrado paralelo a aquel. Luego, bajé las escaleras hasta mi suite y, tomando el teléfono vía satélite, llamé al móvil de Danny.
Sonó tres veces.
—¿Hoaaaa? —farfulló Danny. Sonaba como Elmer Fudd.
Miré mi reloj. Eran las once y media. ¡Increíble! ¡Estaba drogado a las once y media de la mañana de un miércoles, un día laborable!
—Danny, ¿qué mierda te pasa? ¿Cómo puedes estar en ese estado en la oficina?
—¡No, no, no! Me tcé elía —me tomé el día— poque e ui eotá co Tof —porque me fui a encontrar con Todd— ¡peo no te eou-pe! ¡Too efetto! ¡Ea eo!, ¡ipio, i ejá atos! —pero no te preocupes. ¡Todo perfecto! ¡Está hecho! ¡Limpio, sin dejar rastros!
Bueno, al menos mis peores temores no se justificaban.
—¿Quién se está ocupando de la oficina, Danny?
—Dejé a Caeza Uadada y Choza. ¡Too ien! El Loco Maz taién ahí.
—¿Todd se enfadó contigo, Danny?
—Ajá —barbotó—. ¡Ese dipo sum loco hi’o de puta! ¡E apuntó con le rvolver dice que tengo suete de sertu aigo! No iene que usá elarma. ¡E siegal!
¿Que le había apuntando con un revólver? ¿A la vista de todos? ¡No tenía sentido! Todd podía estar loco, pero no era imprudente.
—No entiendo, Danny. ¿Sacó un revólver en la calle?
—¡No, no! Le di maetín dentó de limo. Encontamos en el fento omerdial —centro comercial— Bay Terrace, en el eftado-namiento. Too wien. Un seundo y me fui.
¡Por Dios! ¡Qué escena! ¡Todd en una limusina Lincoln negra extralarga, Danny en un convertible Rolls Royce negro, estacionados a la par frente al centro comercial Bay Terrace, donde, sin duda, el coche más elegante sería un Pontiac!
Insistí:
—¿Estás seguro de que todo ha salido bien?
—¡Sí, stoy sgurro! —dijo, indignado, ante lo cual le corté abruptamente, no tanto porque estuviera enfadado con él sino porque, como soy todo un hipócrita, me irritaba hablar con un idiota drogado estando sobrio.
Me disponía a coger el teléfono y llamar el número de Carolyn cuando comenzó a sonar. Me tomé un instante para contemplarlo. Me sentía como el Loco Max. Cada terrible timbrazo me aceleraba el pulso. Pero, en lugar de responder, no hice más que ladear la cabeza y quedarme mirándolo.
Alguien atendió al cuarto campanillazo. Esperé, rezando. Al cabo de un instante oí un ominoso pitido y la voz de Tanji, la sexy novia del capitán Marc:
—Carolyn Garret para usted en la línea dos, señor Belfort.
Esperé un instante para tomar fuerzas antes de atender.
—Eh, Carolyn, ¿cómo estás? ¿Todo en orden?
—Oh, mierda, ¡gracias a Dios que por fin te encuentro!, Jordan, Todd está detenido.
La interrumpí al instante:
—Carolyn, no digas ni una palabra más. Voy a llamarte desde un teléfono público ahora mismo. ¿Estás en tu casa?
—Sí. Espero tu llamada.
—Muy bien. No te muevas. Todo saldrá bien, Carolyn, te lo prometo.
Colgué el auricular y me senté en el borde de la cama, sin poder creer lo que estaba ocurriendo. Mi mente recorría mil caminos al mismo tiempo. Sentía una extraña sensación que nunca había experimentado antes. Todd detenido. ¡En la puta cárcel! ¿Qué podía haber ocurrido? ¿Hablaría? ¡No, claro que no! ¡Si había alguien que viviera según el código de la omertá, era Todd Garret! Además, ¿cuántos años le quedaban por vivir? ¡Tenía el maldito corazón de un leñador en el pecho, por Dios! ¡Siempre decía que vivía con tiempo prestado! ¿Verdad? Tal vez para cuando llegase la fecha del juicio ya habría muerto. Inmediatamente me arrepentí de ese pensamiento, aunque debí admitir que tenía su dosis de verdad.
Respiré hondo y traté de serenarme. Luego, me levanté de la cama y me dirigí a un teléfono público.
Mientras caminaba por el embarcadero me di cuenta de que solo tenía cinco qualuuds en mi poder, lo cual, dadas las circunstancias, era una cantidad inaceptable. No tenía planeado regresar a Long Island hasta dentro de tres días, y mi espalda me estaba matando… Bueno, no tanto. Además, ya llevaba más de un mes comportándome como un ángel y ya era suficiente.
En cuanto llegué al teléfono público llamé a Janet. Mientras ingresaba los dígitos de mi tarjeta telefónica, me pregunté si usarla no haría más fácil rastrear o intervenir la llamada. Pero, al cabo de unos segundos, descarté la idea por ridícula. Que empleara una tarjeta telefónica no hacía más fácil que el FBI escuchara mis conversaciones; era lo mismo que usar monedas.
Aun así, la mía había sido una idea propia de un hombre cuidadoso, prudente, y me felicité por haberla tenido.
—Janet —dijo el hombre prudente—. Quiero que vayas a la gaveta de abajo y a la derecha de mi escritorio y saques cuarenta qualuuds. Dáselos a Choza, que los traiga aquí en helicóptero cuanto antes. Hay un aeropuerto privado a pocos kilómetros del embarcadero. Puede aterrizar allí. No tengo tiempo para ir a buscarlo, así que ocúpate de que haya una limo…
Janet me interrumpió:
—Estará ahí en dos horas. No te preocupes. ¿Está todo bien? Suenas alterado.
—Todo está perfectamente. Solo que calculé mal antes de partir y ahora se me terminaron. Me duele la espalda y tengo que hacer algo al respecto. —Corté sin despedirme y, enseguida, llamé a casa de Todd y Carolyn.
Comencé a hablar apenas atendió.
—Carolyn, soy…
—Oh, Dios mío, ¡tengo que contarte…!
—Carolyn, no…
—¡… lo que ocurrió con Todd! Está…
—Carolyn, no…
—… preso y dijo que…
Se negaba a dejar de hablar, así que vociferé: ¡CAROOOOLYN!
Eso la detuvo.
—Escúchame, Carolyn, y no hables. Lamento haberte gritado, pero no quiero que hables desde tu casa. ¿Me entiendes?
—Oui. —Incluso entonces, noté que en los momentos de tensión parecía tranquilizarla hablar en su propio idioma.
—Bueno —dije en tono tranquilo—. Ve al teléfono público más próximo y llama a este número: código de área, seguido de 401-155-1665. Ahí estoy ahora. ¿Lo tienes?
—Sí —respondió con igual tranquilidad y regresando al inglés—. Lo anoté. Te llamo en unos minutos. Debo conseguir monedas.
—No hace falta, usa mi número de tarjeta telefónica —dije, siempre sereno.
Al cabo de cinco minutos, el teléfono sonó. Descolgué y le dije a Carolyn que me leyera el número del teléfono público donde se encontraba. Corté, me fui a la cabina de al lado y desde allí llamé al número que me había dado Carolyn.
De inmediato, empezó a contarme todo en detalle:
—… así que Todd estaba aguardando a Danny en el aparcamiento, y este por fin apareció, en un Rolls Royce de millonario, completamente pasado, conduciendo de manera errática, casi chocando contra los otros coches. Así que los guardias de seguridad llamaron a la policía, porque supusieron que Danny estaba borracho. Le dio el dinero a Todd y se marchó en seguida, porque Todd lo amenazó con matarlo por ir drogado. Todd ya tenía el maletín. Entonces, Todd vio que venían dos coches patrulla con las luces encendidas y, al darse cuenta de lo que ocurría, se metió en la tienda de vídeos y metió el revólver en la caja de uno, pero igual la policía lo detuvo y esposó. Y luego quisieron ver el vídeo de la cámara de seguridad de la tienda y vieron dónde había escondido el arma. La encontraron y lo arrestaron. Después fueron a la limusina, la registraron, encontraron el dinero y se lo llevaron.
¡Mierda!, pensé. El dinero era el menor de mis problemas.
El principal era que Danny podía darse por muerto. Tendría que abandonar la ciudad y no regresar nunca. O darle a Todd algún tipo de compensación financiera para que lo perdonase.
En ese momento se me ocurrió que Todd debía de haberle contado todo eso a Carolyn por teléfono. Y estaba detenido, lo que significaba que habría llamado desde… ¡Mierda! ¡No, Todd era demasiado inteligente como para hacer eso! ¿Por qué iba a usar un teléfono que casi seguro estaba intervenido para llamar a su propia casa, nada menos?
—¿Cuándo hablaste con él por última vez? —pregunté, rogando porque hubiera alguna explicación alternativa.
—No hablé con él. Su abogado me llamó y me contó todo esto. Todd lo llamó y le dijo que consiguiera dinero para la fianza, y también me mandó decir que debo volar a Suiza esta noche, antes de que esto se convierta en un problema. Así que reservé pasajes para los padres de Todd, Dina y yo. Rich se presentará como fiador.
¡Por el amor de Dios! Todo era demasiado para absorberlo de una vez. Al menos, Todd había tenido el suficiente sentido común como para no hablar por teléfono. Y, en lo que respecta a su conversación con su abogado, era confidencial. Pero lo más gracioso era que en medio de todo esto, desde la cárcel, Todd aún trataba de sacar mi dinero al exterior. No sabía si sentirme agradecido por la firmeza de su compromiso o furioso por su temeridad. Repasé las circunstancias, procurando ver las cosas en perspectiva. Lo cierto es que era probable que la policía creyera que se había topado con un negocio de drogas. Todd era el vendedor, y por eso tenía un maletín lleno de dinero, y quienquiera que condujese el Rolls Royce, el comprador. Me pregunté si tendrían el número de placa del coche de Danny. De ser así, ya lo habrían detenido, ¿o no? Pero ¿qué razón tenían para arrestarlo? Lo cierto era que no había nada contra él. Tenían un maletín lleno de dinero y nada más. El principal problema era lo del revólver, pero eso se podía solucionar. Seguramente, un buen abogado podía hacer que Todd saliera del paso con una leve condena y libertad condicional y una buena multa. Yo pagaría la multa o, mejor dicho, Danny lo haría, y eso sería todo.
Le dije a la Bomba:
—Bien, viaja, pues. Todd te dio todos los detalles, ¿no? ¿Sabes a quién debes ver?
—Sí. Veré a Jean Jacques Saurel. Tengo su número de teléfono y conozco bien esa calle. Es en la zona comercial.
—Muy bien, Carolyn, sé cuidadosa. Diles lo mismo a los padres de Todd y a Dina. Y llama al abogado de Todd, que le haga saber que hablaste conmigo y que te he dicho que no tiene de qué preocuparse. Que yo me ocuparé de todo. Enfatiza lo de todo, Carolyn. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo?
—Sí, sí, entiendo. No te preocupes, Jordan. Todd te quiere. Nunca diría ni una palabra, pase lo que pase. Te lo prometo con todo mi corazón. Se mataría antes que hacerte daño.
Sonreí para mis adentros al oír esas palabras, por más que sabía que Todd era incapaz de amar a nadie, y menos a sí mismo. Sin embargo, la máscara misma con la que iba por la vida, la de mafioso judío, hacía altamente improbable que fuese a delatarme, a no ser que se viera ante la amenaza de pasar muchos años en la cárcel.
Con las cosas así resueltas le deseé bon voyage a la Bomba y corté la comunicación. Me dirigí al yate, con solo una cuestión sin decidir. ¿Debía o no llamar a Danny para darle las malas noticias? Quizá lo más prudente sería esperar a que se le pasara un poco el efecto de los qualuuds. De hecho, pensándolo bien, y ahora que la ola inicial de pánico había amainado, las noticias no eran tan malas. Ciertamente no eran buenas, pero era más bien una complicación inesperada que otra cosa.
Aun así, era indudable que esos qualuuds terminarían por ser la ruina de Danny. Tenía un problema grave de adicción. Tal vez fuera hora de que buscase ayuda.