José Antonio Rodríguez Vega,

el Mataviejitas (España)

José Antonio Rodríguez fue un asesino serial español que violó y mató al menos a dieciséis mujeres mayores, todas ellas viudas, de edades comprendidas entre los 61 y 93 años, en la zona de Santander, entre agosto de 1987 y abril de 1988.

Rodríguez Vega nació en la misma ciudad de Santander. Odiaba a su madre porque ella le expulsó de su casa cuando golpeó a su padre, quien tenía una enfermedad terminal. Como venganza hacia ella, comenzó a violar mujeres, hasta el 17 de octubre de 1978, en que fue arrestado. En esa época se le conoció como «el Violador de la Moto».

Le sentenciaron a 27 años, pero salió a los 8, por buena conducta, además de que obtuvo el perdón de las violadas, con excepción de una. Liberado en 1986, fue abandonado por su avergonzada esposa, quien se llevó al único hijo de ambos. Se volvió a casar. En esta segunda ocasión con una mujer con problemas mentales, a quien él torturaba. Para los vecinos era un hombre trabajador, agradable y buen esposo.

José Antonio era atractivo, simpático y seductor, moreno, de mirada penetrante, nariz aguileña y boca muy marcada, con aspecto de ser una buena persona e inofensivo. Por ello, le abrían muchas puertas y no levantaba sospechas.

El 6 de agosto de 1987, Rodríguez Vega irrumpió en el domicilio de Margarita González (de 82 años), a quien violó y asfixió, haciendo que la pobre mujer se tragase su dentadura postiza. Unas semanas más tarde, el 30 de septiembre de 1987, hallaron muerta en su hogar a Carmen González Fernández (de 80 años). En octubre, mató a Natividad Robledo Espinosa (de 66 años), a quien golpeó, violó y asfixió. El 21 de junio de 1988, asesinó a Carmen Martínez González. El 18 de abril de 1988, Julia Paz Fernández (de 66 años) fue hallada desnuda, violada y asfixiada.

Las identidades de las otras víctimas no han sido reveladas.

Su fin se acercó cuando los investigadores repararon en la dentadura que se tragó Margarita González, lo que parecía indicar violencia. En el caso de Natividad Robledo, había sangrado que indicaba violación. Y en una de las casas de «las no reveladas» se halló una tarjeta en la que Rodríguez Vega ofrecía sus servicios de albañilería. Coincidía que varias de las muertas habían efectuado recientes arreglos de albañilería.

El 19 de mayo de 1988, Rodríguez Vega, ya conocido como «el Mataviejitas», fue arrestado cuando caminaba por la calle Cobo de La Torre, en Santander, en donde compartía un apartamento con María de las Nieves, una mujer de 23 años. Al ser detenido, confesó sus crímenes.

Su juicio comenzó en noviembre 1991, en Santander. Si bien había confesado sus crímenes en el momento de su detención, los negó en el juicio, y alegó que las mujeres murieron debido a sus edades avanzadas. Y así lo había considerado la policía en varios casos. Vega actuó siempre con gran pulcritud, puesto que no dejaba huellas ni sangre. Las asfixiaba en la cama sin que ellas pudieran evitarlo; en la mayoría de los casos, la muerte parecía responder a causas naturales. Los informes forenses dictaminaron fallecimiento por un paro cardiorrespiratorio. Era cierto, pero inducido por la asfixia.

Los expertos diagnosticaron que Rodríguez Vega era un psicópata con un modus operandi muy estudiado. Vigilaba a la víctima y aprendía su rutina diaria. Luego la contactaba, ganaba su confianza, realizando algunos trabajos de albañilería o reparando aparatos domésticos, hasta que cometía su fechoría. Aclaró que él tuvo siempre relaciones consentidas con ellas, aunque al terminar las asfixiaba. Además, se llevaba recuerdos de cada asesinato. Cuando fue arrestado, la policía halló un cuarto-museo, con las paredes tapizadas en terciopelo rojo; allí guardaba los trofeos de los horrores: joyas, televisores, alianzas, porcelanas, imágenes de santos, cada uno de ellos de uno de sus crímenes. Los familiares de las víctimas identificaron los objetos y relacionaron a Rodríguez Vega con éstas.

El homicida declaró que no experimentaba hostilidad hacia las ancianas, sino que mató impulsado por el odio que sentía hacia su madre, a la que temió y deseó desde niño. El complejo de Edipo en su faceta más horrenda.

José Antonio Rodríguez Vega fue sentenciado a 440 años de encarcelamiento, de los que nada más debía cumplir 30. La pena comenzó el 24 de mayo de 1988. En Carabanchel, José Antonio conoció y trabó amistad con otro famoso asesino serial español: Manuel Delgado Villegas, el Arropiero. Luego lo llevaron a Ocaña, Almería y Murcia, y el 22 de octubre de 2002, lo transfirieron a Topas, Salamanca. En Almería había sufrido una agresión en agosto del 2002.

El 24 de octubre de 2002, dos días después de su ingreso, a las nueve de la mañana, Rodríguez Vega salió de la tercera galería al patio de la cárcel salmantina de Topas, junto con otros siete reclusos. A las once y cuarto, se desató una disputa entre Rodríguez Vega y tres reos. Éstos le apuñalaron 113 veces, una treintena en el pecho y las demás repartidas por el cuerpo. Incluso le sacaron los ojos y parte de la masa encefálica. Se desangró completamente; dejó un enorme charco en el patio.

Los presos que le atacaron eran Enrique del Valle, Daniel Rodríguez Obelleiro y Felipe Martínez Gallego. Los dos primeros le acuchillaron con punzones fabricados por ellos mismos, mientras que el tercero le golpeó la cabeza con un calcetín lleno de piedras. Un carcelero pidió ayuda a sus compañeros, pero no pudieron evitar la agresión, porque el resto de los reclusos impidieron su intervención. Una vez consumada la acción, los reclusos, con absoluta tranquilidad, entregaron sus armas a los funcionarios, quienes los encerraron en celdas de aislamiento.

Rodríguez Vega murió a consecuencia de las heridas. Al día siguiente, se le enterró en un féretro barato. En el funeral solamente estuvieron presentes dos enterradores, y le metieron en una fosa común.

En diciembre de 2004, los dos reos que le apuñalaron fueron condenados a 13 años de cárcel, y el tercero a 5, por la Audiencia Provincial de Salamanca. Cuando acudieron a juicio, los asistentes los vitorearon y aplaudieron. Habían declarado que no estaban de acuerdo con la pena que las autoridades impusieron a alguien con delitos tan espantosos, por lo que decidieron constituirse en jueces. Los dos que le apuñalaron ya habían coincidido con el violador en la cárcel de Dueñas, en Murcia, y se la tenían jurada.