No tenía sueño. Peter Darwin, apartando sus pensamientos. Byron roncaba; había conseguido dormir. Su cansancio era más poderoso que el temor.
La respiración de Soames, dentro de aquel maloliente camarote, sucio y podrido de paredes y suelo, no se escuchaba fatigosa, por lo que dedujo que no dormía.
—¿Despierto, Soames? —inquirió en voz baja.
—Sí. No es fácil dormir cuando lo maligno nos rodea.
—Deja de pensar en fetichismos, Soames. ¿Tienes algún amuleto?
—No, soy cristiano.
—Ya. Hay muchos cristianos como tú que añaden a su religión un poco de lo que han heredado de sus antepasados que no eran cristianos.
—En el cristianismo se dice que Satanás es maligno y poderoso.
—Sí, y que Dios lo es más. Vamos, Soames, sé sensato. El diablo nos deja en paz respecto a una intervención directa. En este buque hay unos seres que son peligrosos, pero les haremos frente. Quizá sólo merezcan compasión primero y después asistencia médica. Posiblemente necesitan alguien que pueda conducirlos de nuevo a un mundo normal del que escaparon quién sabe cómo y cuándo.
—Ellos no desean regresar, sólo quieren navegar en la niebla y nosotros no encontraremos una escapatoria. Si por lo menos pudiéramos gobernar el timón…
—Lo conseguiremos. Buscaremos el punto adecuado y luego pondremos proa a algún lugar civilizado. Ahora quédate aquí vigilando.
—¿Vas a salir? —inquirió, sorprendido.
—Sí, ya no puedo permanecer más tiempo aquí, quieto. Por lo visto, el golpe que me diste me ha satisfecho de sueño.
—Puede ocurrirle lo mismo que a la chica. Recuerde que esos sujetos tiene machetes enormes.
—No me dejaré ver. Además, ellos están abajo en la bodega. Si pegas la oreja al piso o a una de las paredes, oirás que están trabajando. Después, posiblemente se dediquen a dormir.
—Se me ocurre que si ellos trabajan es que ya tienen luz.
—Es cierto, Soames. Quizá tengamos luz a nuestro alcance y no lo sepamos.
Tanteando, buscó un conmutador, pero, pese a que lo accionó repetidamente, no obtuvo el fruto deseado.
—Deben de saber muy bien dónde estamos y posiblemente han quitado los fusibles de este sector.
Al pasar al corredor, totalmente sumido en las tinieblas, tendió sus manos hacia delante para orientarse, ya que carecía de toda luz. Ni siquiera tenía un fósforo que le diera llama. De pronto, tocó algo blando y caliente, algo vivo que tenía pálpito y hubo un doble respingo.
—¿Quién es?
—¡Peter!
—¿Qué haces aquí fuera, Marlo? Quedamos en que era peligroso salir del camarote.
—Sí, pero he oído voces, no podía dormir —dijo, de forma apenas audible,
Peter tenía su mano en la cintura femenina. Marlo había temblado por unos momentos, pero al descubrir la personalidad del joven, se había tranquilizado.
—Será mejor que regreses al camarote.
—No. —Hizo una pausa y preguntó—: ¿Ibas a alguna parte?
—No en concreto. Huele mal ahí dentro y quería respirar aire puro. Esos tipos del buque se hallan en la bodega.
—He oído ligeros ruidos. Son los mismos que escuchamos cuando los descubrimos abajo.
—Deben estar entretenidos en estos momentos; por eso he pensado que podría salir a cubierta.
—Siempre puede ser peligroso.
—Sí, pero no vamos a quedarnos escondidos en el camarote eternamente.
—Opino como tú.
Se hallaban tan juntos que Peter notó el aliento femenino cerca de su rostro. Con suavidad, la atrajo hacia sí y sus labios se encontraron fácilmente, como si el sol más poderoso los estuviera iluminando.
Marlo aceptó la caricia y participó en ella. Al separarse, le faltaba aliento.
—¿Qué te parece si salimos los dos afuera, a cubierta? —preguntó—. Será agradable respirar el aire puro de la noche.
—Sí, pero caminemos con cuidado, sin ruido, para no alertar a nadie.
Al salir a cubierta, se encontraron con una sorpresa que no esperaban y que fue Marlo la primera en acusar.
—No hay niebla.
Peter miró al cielo y corroboró:
—Está plagado de estrellas, es precioso. Jamás hubiera supuesto que las estrellas pudieran lucir tan bonitas.
—¿Acaso eres poeta?
—Me gusta más la prosa, pero este cielo es hermoso tras la niebla que hemos soportado. Si sigue así, mañana quizá tengamos un día espléndido.
—Pero no hay luna.
—Es cierto, por eso estamos tan a oscuras. Si luciera ahora un plenilunio, podríamos vernos los rostros.
—¿Qué importa, si nos sabemos el uno cerca del otro?
—Es verdad —admitió Peter.
Tenía a la muchacha cogida por la cintura y sus labios se encontraron de nuevo mientras unas aguas más rizadas lamían el casco del buque por encima de la línea de flotación.
—Peter…
—Sí, Marlo.
—¿Por qué me besas?
—¿Es precisa una explicación?
—Sí. Tú eres un hombre en el que todas las chicas del buque escuela nos habíamos fijado, tienes algo muy personal. No sé qué es, pero traspiras virilidad.
—Gracias.
—Creo que no debería decirte todo esto.
—¿Por qué no? ¿No alardeamos nosotros de sinceros, para qué callarnos?
—Es cierto, y siguiendo en esa línea, dime: ¿has besado a muchas de las chicas?
—¿Te refieres a las chicas en general o a las compañeras del buque escuela en particular?
—A las últimas.
—Pues la verdad es que no. Me inscribí en este curso internacional porque deseaba visitar el Mediterráneo con tranquilidad y bien asesorado.
—¿Qué piensas ser en el futuro?
—No se lo he dicho a nadie.
—Pero lo habrás pensado.
—Sí.
—¿Y…?
—Pues, escritor. Sí, ya sé que hay muchos que desean serlo y que de cada diez mil que lo intentan, sólo uno lo consigue. Es más fácil hacerse periodista, traductor en una editorial o cualquier otro trabajo paraliterario, aunque tenga que ver con las letras, pero yo he de llegar a ser escritor.
—Si te lo has propuesto, lo conseguirás. Peter, lo conseguirás.
—Primero hemos de lograr salir de este barco. Supongo que quienes lo gobiernan estarán preocupados por la disipación de la bruma. Es posible que no les agrade el nacimiento de un nuevo día con mucho sol, con mucha luz.
—¿Crees que son dementes asesinos?
—Es mejor no creer nada hasta saber con certeza lo que ocurre. Soames, el propio Byron y también tú pensáis demasiado en malignidades y fantasmagorías.
—Todo se ve distinto con luz. Sin embargo, dentro de este barco tan extraño, aunque haya sol no creo que reine la tranquilidad. Quisiera saber por qué si esos hombres de las cicatrices no nos quieren a bordo, nos han dejado subir.
—Lo ignoro. Ellos no hablaron cuando nos tropezamos en la bodega.
—No tiene objeto permitirnos subir como si fuéramos a ser salvados para que luego nos arrojen al océano dentro de un ataúd.
—Su comportamiento debe tener un motivo y obedecer a una lógica que hemos de averiguar. Quizá ocurrió alguna tragedia a bordo de este buque. Soames, Byron y yo hemos tratado de hallar una respuesta a las interrogantes, pero hablando tan sólo no se consigue nada. Precisamos hechos. Si por lo menos alguno de esos extraños marinos pudieran entendernos y expresarse aunque fuera por señas…
—¿Y si descubrimos que son dementes homicidas que ansían matarnos a todos?
—Podríamos hacerles frente. El barco es grande y alguna forma de defensa habrá.
—La mejor defensa sería huir.
—No hay posible huida mientras no aparezca otro buque cerca de éste o consigamos dominar el timón para fijar una dirección que termine por llevarnos cerca de tierra firme, sea el país que fuere. En este último caso, con lanzarnos al océano sería suficiente.
—Cuando recuerdo lo que le ocurrió a Dy, me horrorizo. Creo que le he cogido terror a las aguas.
Él la besó, tratando de disipar su miedo.
—Marlo, será mejor que regreses al camarote. Creo que éste es un buen momento para intentar averiguar algo. Ellos considerarán que estamos descansando o, por lo menos, refugiados en los camarotes y actuarán con cierta tranquilidad.
—Te acompaño.
—No, puede ser peligroso.
—Si tú corres un riesgo, también puedo correrlo yo. No vayas a olvidarte de la igualdad de sexos.
—Está bien. —Darwin sonrió escéptico—, pero vayamos con cuidado. No hemos de ir buscando como lo hicimos antes. Ahora debemos escuchar y tratar de averiguar. Quizá logremos descubrir dónde se esconden, cómo hablan o se comunican entre ellos y si son mudos de verdad.
—¿Temes que puedan estar representando una farsa para crear terror en nosotros?
—Es una posibilidad.
Las manos se juntaron y Peter avanzó por cubierta buscando alguna escalera descendente que condujera a las bodegas o a la sala de máquinas.
Caminaron en dirección a popa.
La eslora del barco era grande. Se había tratado de conseguir un gran buque de carga accionado por los cinco rotores cilíndricos que debían haber resultado un fracaso a juzgar por la escasa velocidad de navegación alcanzada.
—Aquí no se ve nada —observó Marlo en voz baja.
—Pienso que si el timón del puente está bloqueado y, sin embargo, el alerón del mismo, a juzgar por la variación de rumbo, ha sido movido, es que puede gobernarse desde algún lugar desconocido, y ese sitio siempre será más fácil encontrarlo cerca del propio timón, es decir, de la popa.
—¿Quieres decir que el escondrijo estará bajo la popa?
—Podría ser. Byron no lo ha dicho, pero es lógico suponer que si el buque tiene tan sólo un motor auxiliar, utilizable cuando hay calma chicha o para atracar en un puerto, ese motor se ubicará cerca de la propia hélice, es decir, en la popa, y pegado al fondo de la quilla. De este modo, el cigüeñal es mucho más corto y las bodegas de carga son más amplias, sin obstáculos ni peligro de incendio.
—Por todo lo que deduces, si hemos de encontrar algo es aquí abajo.
Instintivamente, Marlo señaló con su pie el piso de la cubierta de popa, sin que Peter Darwin pudiera verlo a causa de la oscuridad que les envolvía. Se escuchaba el rumor de las aguas y, sobre ellos, un cielo repleto de estrellas, pero carente de luna.
Tanteando y con cuidado, consiguieron llegar al extremo último de la popa, donde la húmeda baranda se redondeaba para iniciar su continuación hacia proa, por estribor.
—Aquí hay un mástil —señaló Marlo.
—¿Tiene bandera?
—No lo sé, no consigo verla. Cuando amanezca veremos a qué nación representa.
—Sí, será interesante saber bajo qué pabellón navega, aunque no hay que fiarse demasiado de ese detalle. Si son tipos que rehúyen todo contacto, pudiera ser que tuvieran distintas banderas para utilizarlas según la ocasión.
De pronto, la atención de Marlo se centró especialmente en su oído.
—Peter, ¿no oyes?
El joven estudiante agudizó su oído y él también captó lo que llegaba hasta ellos de forma apenas audible.
—Es como un llanto extraño…
—Sí, alguien gime ahí abajo, pero esos lamentos son tan extraños que hasta pudieran partir de una extraña bestia que estuviera sufriendo.
—¿Una extraña bestia? —repitió Marlo, con un escalofrío.
—Sí, y no podemos quedarnos aquí, esperando. Hay que averiguar lo que es y por qué gime.
—Peter, ¿estás loco?
—Loco lo estaría si permitiese que nos fueran arrojando al océano uno a uno dentro de un ataúd, y quién sabe después de qué torturas, de qué tipo de extraño sacrificio.