Cuando Peter Darwin abrió los ojos, estaba en el camarote de las mujeres. Descubrió a varios rostros frente a él. Uno de ellos era el de la atractiva Marlo, enmarcado por la larga y lacia cabellera rubia, que dijo:
—Le pegó demasiado fuerte.
Peter divisó el rostro del marino de color y lo primero que hizo fue preguntar:
—¿Fuiste tú?
—Sí. No hubiera conseguido nada lanzándose al agua.
—Otra vez, avisa. —Se incorporó tocándose la dolorida nuca—. La caja se hundió rápidamente, ¿verdad?
—La lastraron bien, por lo visto.
Darwin siguió preguntando a Soames:
—¿Y esos hombres?
Byron, algo más lejos, pero también en el camarote, respondió esta vez:
—Se alejaron hacia el interior del barco.
—¿Y no intentaron nada? —preguntó Peter.
—¿Y qué íbamos a intentar? El ataúd con Annie dentro ya está en el océano y ellos iban armados, nosotros no. Teníamos todas las de perder y, además, son mudos, ya lo sabemos por experiencia. ¿O es que acaso Soames se lo ha hecho olvidar con ese golpe tan oportuno que le propinó para que no se hiciera el héroe?
—De todos modos, habrá que aclarar la situación —gruñó Peter.
—Opino lo mismo —dijo Marlo—. No vamos a seguir en este buque temiendo que nos arrojen por la borda dentro de un ataúd. Quizá Annie estaba viva cuando la tiraron al océano.
—O quizá estaba muerta, pero troceada por esos tipos que sólo querían de ella…
—¡Cállese! —pidió con violencia la profesora—. Jamás pensé que un hombre me produciría tantas náuseas como usted.
—No se ponga nerviosa, profesora. Ésta es una situación límite. Somos náufragos, en el bote ya habríamos muerto y aquí seguimos con vida, hay que ser prácticos.
—Debemos enfrentarnos a la realidad —exigió Peter—. Hay que buscar al que manda a esos hombres.
—¿Y si son todos iguales? —interrogó Byron—. ¿Y si ninguno de ellos está bien de la cabeza y todos son mudos o locos?
—No creo que lo sean tanto si saben establecer el rumbo de la nave cuando les interesa, poner las máquinas en marcha o tocar la sirena. Por lo menos hay una mente inteligente dentro de este maldito barco.
—Si la hay, al parecer no quiere tropezarse con nosotros, se esconde.
—Pues la buscaremos aunque sea en la quilla, y cuando la encontremos, va a explicarnos qué es lo que pasa aquí y, por supuesto, lo que hicieron con Annie.
—Acepto su entusiasmo, Darwin, pero está anocheciendo y no tenemos luz. Si mira a través del ojo de buey se dará cuenta de que la niebla precipita la llegada de la oscuridad.
En efecto, la luz era ya escasa. Todos estaban con el cansancio reflejado en sus rostros.
En el bote habían dormitado a duras penas, tenían necesidad física de dormir, pero el sueño no prendería fácilmente en ellos.
Saberse atrapados en el misterioso buque, en unión de aquellos seres desconocidos y que para todos se habían convertido ya en asesinos, quizá por demencia o por practicar algún extraño y desconocido rito, no iba a tranquilizar sus espíritus.
Eran náufragos que, cuando creían haber hallado la salvación, se encontraban inmersos en una situación desconocida y misteriosa que les sumía en otra dimensión. En ella podía reinar el terror y la muerte en sus formas más demoníacas y espantosas.
Todos se hacían infinidad de preguntas y al mismo tiempo trataban de no expresarlas en voz alta para que el pánico no cundiera en los demás.
¿Estarían todos condenados a ser encerrados en un tosco ataúd y luego arrojados al océano? ¿Qué le habrían hecho a Annie antes de arrojarla a las aguas? Todas aquellas preguntas turbarían sus mentes, flagelándolas, impidiéndoles el descanso, y quienes lograran conciliar el sueño sólo hallarían pesadillas y zozobra en ellos.
—Las muchachas y yo podemos usar este camarote para dormir —manifestó la profesora—. Ya nos las arreglaremos con los catres y las mantas que hay aquí.
—Nosotros podemos utilizar el camarote que hay enfrente y así estaremos cerca —dijo Soames.
—Esperemos que esos tipos no vengan a buscar sus camas —gruñó Byron.
—Mañana por la mañana buscaremos la sala de máquinas y la forma de controlar el timón del barco. Hay que sacarlo de la niebla.
Todos desearon que las palabras de Peter Darwin se convirtieran en realidad. Ver el sol, para ellos era algo vital, como llenarse de vida, como rasgar el velo del misterio que envolvía el buque, aquel enorme y quejumbroso buque de madera impulsado por rotores.
—Será mejor que no salgan solas del camarote —recomendó Peter, dirigiéndose a la salida.
El camarote que había al otro lado del corredor, frente al escogido por las mujeres, estaba vacío y era frío, húmedo. Había algo molesto en él; quizá un olor fétido.
—¿Tendrá ratas el barco? —preguntó Soames.
—Todos los barcos las tienen —replicó Byron.
—¿Todos? Habrá alguno que esté limpio de ratas, creo yo —opinó Peter Darwin.
Byron denegó:
—Cuando se atraca en un puerto, pese a las medidas que se toman, siempre entran ratas como polizontes. Antes trepaban por las amarras, luego se colocaron los platos antiratas y ya no subían, pero había la pasarela que es más fácil. Dentro de un saco o una caja, también sube una cría de ratas y comienza la reproducción a bordo. Si hay algo difícil en el mar, no es capear un temporal, sino desratizar un barco grande o tratar de erradicar las chinches, y no digo nada si el barco tiene casco de madera.
—¿Cuánto tiempo podría estar en el océano un buque como éste sin acercarse a puerto? —preguntó Peter Darwin, tumbándose en un catre. Desde él, con la puerta del camarote abierta, controlaba el corredor.
—Depende.
—¿Del abastecimiento?
—Eso es. Un barco se utiliza como recreo, como pasaje o para carga. En cualquiera de los tres empleos, y dejo a un lado los militares y científicos, el buque tiene un rumbo, una finalidad, un tiempo marcado. Debe llegar a un puerto, aprovisionarse y volver a zarpar, pero un buque como éste es difícil, muy difícil, saber cuándo fue la última vez que tocó puerto. La harina con que han hecho el pan está rancia, puede llevar mucho tiempo a bordo en sacos, quizá en grano que se muele antes de elaborar el pan. De esta forma, se conserva más tiempo. Además, el buque navega con bastante carga de madera a bordo.
—Creo que es una madera de escaso valor: pino rojo —opinó Peter Darwin.
—Sí, madera que quizá no les compran en ninguna parte.
—Los tripulantes son pocos —observó Soames— y podrían ser abastecidos en el mar, en un punto acordado de antemano.
—Eso es cierto —aceptó Byron—, por lo que se deduce que habrá una radio a bordo.
—Una radio sería nuestra salvación —dijo Darwin—. Si la encontramos, podemos lanzar una llamada de auxilio.
—Una llamada que, posiblemente, no agrade a nuestros anfitriones. Pueden estar fuera de la ley.
—¿De qué ley? —preguntó Peter—. Estamos en aguas internacionales.
—Sí, pero en el mar hay leyes que se cumplen y otras que no están escritas y que también se cumplen. Existen unos acuerdos internacionales que regulan la navegación.
—Pero un buque podría estar al margen de todas las leyes —observó Soames—; un buque pirata, por ejemplo.
—O un buque hundido.
—Darwin, ¿qué ha querido decir con eso de «un buque hundido»?
Peter volvió su rostro hacia Byron, que estaba sentado en otro de los catres.
—Podría ser que, para el mundo, este buque, cuyo santo y seña desconocemos, esté hundido, que haya naufragado.
—No se da un buque por hundido tan fácilmente. Han de haber testigos.
—¿Testigos? Quizá los hubo.
—¿También usted con la tontería de que estamos en un buque fantasma?
—No, sólo trato de buscarle soluciones a esta insólita situación, trato de razonar.
—Pues yo no llamaría razonar a decir que estamos en un buque fantasma. Si quiere que las chicas no se pongan a chillar histéricas, no lo repita en su presencia. La noche va a ser larga, no olvidarán fácilmente ese ataúd que ha sido arrojado al mar con una mujer dentro.
—A mí me gustaría saber cuántos años hace que este buque no ha sido avistado por nadie.
—¿Y qué importancia puede tener eso ahora? —le interrogó Byron.
—Pues, según los años, podríamos empezar a tratar de imaginar cuál será la mentalidad de esos extraños tipos que tienen esas horribles cicatrices en sus cráneos. Además, existe una ley natural respecto a la reproducción de los seres vivos.
—¿Piensa darnos la lata con una teoría biológica?
A la irónica pregunta de Byron, el estudiante respondió sonriente:
—No, sólo trato de pensar que si hace muchos años que este buque está en el mar, de existir ratas a bordo se hubieran reproducido en tal cantidad que la tripulación no habría podido luchar contra ellas y habrían agotado todo el alimento.
—Eso es cierto —asintió Soames—. Cuando un buque tiene muchas ratas, se desratiza en los puertos, aunque no consiga limpiarse en su totalidad. Yo serví en un viejo barco que tenía tantas ratas a bordo que nos plantaban cara. ¿Y saben lo que tuvimos que hacer para librarnos del temor de que nos atacaran mientras dormíamos, pues de algo tenían que alimentarse?
—¿Acariciarlas? —ironizó Darwin.
—No, fue fácil. El capitán atracó el barco en Maracaibo y allí hizo poner muchas amarras y tres pasarelas. Compró sacos de trigo y perros muertos que nos hizo repartir cerca del buque. Las ratas bajaron sólitas a comer y no volvieron a subir a bordo, por lo menos aquéllas, pues comprendieron que había más comida en tierra firme que dentro de nuestro cascarón.
—Fue una idea excelente —aceptó Byron—. Sería interesante saber qué ocurriría con este buque si repitiéramos la estratagema. También pueden haberse reproducido aquí las ratas y, a lo peor, sin saberlo, estamos encima de un auténtico hervidero de esas bestias.
La noche les sumió en una oscuridad total. Las voces enmudecieron.
Las aguas del océano semejaban agitarse, pues podían escuchar el rumor de su roce contra el casco. Se oía el crujir casi imperceptible de la madera y, de pronto, hasta ellos llegó claramente un ruido lejano pero que identificaron de inmediato.
—Es la sierra —musitó Soames.
El estudiante admitió:
—Sí, deben de estar trabajando en la bodega.
—Haciendo otro ataúd…
—Este buque está maldito. Quizá valdría más echarse de cabeza al mar —rezongó el negro.
—Suicidarse por miedo a morir es una estupidez, ¿no crees?
—Es cierto, Darwin; lo que sucede es que Soames es poco práctico. Sin embargo, lo que me gustaría averiguar es para quién construyen ese nuevo ataúd. A lo peor ya han elegido a su siguiente víctima.