Escucho que algo se hace añicos y me parece que golpeo contra una superficie, todo sin moverme. Abro ligeramente los ojos y veo una estancia iluminada con velas y túnicas rojas. No noto ninguna sensación en el cuerpo, aparte del puro dolor. Thomas, Gideon y Carmel se abalanzan sobre mí de inmediato. Escucho sus voces como tres chillidos distintos. Alguien me está presionando el estómago. Otros miembros de la Orden permanecen alrededor inmóviles, pero cuando Gideon ladra, se producen unos cuantos revoloteos rojizos. Al menos algunos han corrido a hacer algo. Levanto los ojos hacia el techo, que está demasiado alto para verlo, pero sé que se encuentra ahí. No tengo que mirar ni a derecha ni a izquierda para saber que he regresado solo.
***
Esta situación me resulta vagamente familiar. Estoy tumbado en una cama con un gotero adosado al brazo y puntos en la barriga, tanto internos como externos. Tengo la espalda apoyada sobre cuatro o cinco almohadas y hay una bandeja con restos de comida sobre la mesa lateral de la cama. Al menos no me han traído gelatina verde.
Dicen que he permanecido inconsciente durante una semana, y que mi supervivencia ha estado en el aire gran parte de ese tiempo. Carmel me ha contado que excedí los límites de las transfusiones de sangre, y que tuve la increíble suerte de que la Orden dispusiera de una sala de emergencias totalmente equipada en el sótano. Cuando me desperté, me sorprendió ver una cabeza con pelo cobrizo y plateado descansando agotada junto a mi cama. Gideon había traído a mi madre en avión hasta Glasgow.
Alguien llama a la puerta, y entran Thomas, Carmel y mi madre. De inmediato, mi madre hace un gesto hacia la bandeja de la comida.
—Será mejor que te comas eso —me dice.
—Estoy tratando con cuidado mi estómago —protesto—. Vamos. Acabo de atravesármelo con un cuchillo.
Sus ojos entrecerrados me dicen que no tiene gracia. Vale, mamá. Cojo el cuenco con compota de manzana y la sorbo, simplemente para hacerla sonreír, y lo hace, de mala gana.
—Hemos decidido que vamos a quedarnos todos hasta que estés lo bastante recuperado para viajar —dice Carmel, tomando asiento a los pies de la cama—. Regresaremos juntos, justo a tiempo para cuando empiece el instituto.
—Guau, Carmel —exclama Thomas, girando un dedo en el aire. Me hace una mueca—. Está condenadamente excitada por ser una estudiante de último curso. Como si no controlara ya todo el instituto. Yo, personalmente, no tengo prisa. Tal vez podamos darnos otra vuelta por el bosque de los Suicidas, solo para repartir unas cuantas patadas.
—Muy gracioso —responde Carmel con sarcasmo, y le da un empujón.
Alguien más llama a la puerta; entra Gideon con las manos en los bolsillos y se sienta en una silla. Percibo la mirada incómoda que intercambian mi madre y él. No sé si las cosas volverán a ser igual para ellos después de esto. Pero me esforzaré para explicarle que no fue culpa de Gideon.
—Acabo de hablar por teléfono con Colin Burke —nos cuenta Gideon—. Parece que Jestine está mejorando mucho. Ya se levanta y se mueve.
Jestine no murió. Las heridas que le hizo el hechicero obeah no fueron más letales que las mías. Y ella regresó antes que yo, así que no perdió tanta sangre. Al parecer, también tuvo más cuidado de dónde se hacía la herida, porque no se provocó tantos daños internos como yo. Tal vez algún día consiga que me cuente todos sus secretos. O tal vez no. La vida resulta más interesante con zonas grises.
El silencio merodea por la habitación. Hace tres días que estoy consciente, pero siguen andándose con tiento, y no han hecho demasiadas preguntas sobre lo que sucedió en el otro lado. Pero se están muriendo por saberlo. No me importa contárselo. Es solo que me divierte esperar mientras me pregunto quién reventará primero.
Contemplo sus rostros incómodamente curiosos. Ninguno reacciona, solo me devuelven una sonrisa con los labios apretados.
—Bueno, voy a preparar la cena para el resto de nosotros —dice mi madre, y se cruza de brazos—. Tú seguirás con dieta blanda un tiempo, Cas —al salir, da unos golpecitos a Thomas en el hombro. Seguramente sabe que lo elegí para que fuera mi ancla. Si antes le apreciaba, ahora podría adoptarle.
—¿Al menos la viste? —pregunta Thomas, y sonrío. Por fin.
—Sí. La vi.
—¿Qué… qué pasó? ¿Era el hechicero obeah? —pregunta vacilante. Carmel tiene los ojos desencajados, me escudriña en busca de signos de tensión, dispuesta a saltar sobre Thomas para detener sus preguntas. Es un poco estúpido, pero aprecio su preocupación.
—Era el hechicero obeah —respondo—. Tenías razón, Gideon. Estaban atrapados juntos en aquel lugar —él asiente con la cabeza, y sus ojos se ensombrecen. Supongo que en realidad no quería tener razón—. Pero ya no existe. Acabé con él. Y liberé a los demás. A todos los que mantuvo atrapados en su interior durante años. A todos los fantasmas. Y a Will y Chase —hago un gesto con la cabeza hacia Carmel—. Y a mi padre —Gideon cierra los ojos—. No se lo digas a mamá todavía —le pido—. Se lo contaré yo. Pero… no le vi ni nada. No hablé con él. Es difícil de explicar.
—No te preocupes —me dice—. Cuéntaselo cuando creas oportuno.
—¿Y qué pasó con Anna? —pregunta Thomas—. ¿Estaba bien? ¿La liberaste a ella también?
Sonrío.
—Espero que sí —respondo—. Creo que sí. Creo que ahora estará bien. Que será feliz.
—Me alegro —dice Carmel—. Pero ¿tú vas a estar bien? —coloca la mano sobre mi rodilla y la aprieta a través de las sábanas. Asiento con la cabeza. Estaré bien.
—¿Qué ha pasado con la Orden? —pregunto a Gideon—. Jestine regresó con metal para forjar un nuevo áthame. ¿Te lo han contado?
—Lo han insinuado —Gideon asiente con la cabeza—. Siempre ha sido una chica lista.
—¿Otro áthame? —exclama Thomas—. ¿Pueden hacerlo?
—No estoy seguro. Ellos creen que sí.
—Entonces, ¿qué pasa? —gime Carmel con gesto exhausto—. ¿Significa eso que vamos a tener que liquidar a toda la Orden? No es que me importe, pero ¿en serio?
—Si hubieran querido matarme, tuvieron una oportunidad excelente para hacerlo —respondo yo—. Estaba prácticamente muerto en el suelo. Podrían haberme abandonado sin más. Haberme negado cualquier ayuda —miro a Gideon, que asiente para mostrar que está de acuerdo—. No creo que tenga que preocuparme por ellos. Tendrán su áthame. Y su instrumento —añado con amargura—. Se alejarán de mí.
—Han conseguido lo que querían —afirma Gideon—. Y parece que se han marchado. Somos los únicos que quedamos aquí. Los miembros de la Orden desaparecieron en el momento en que Jestine estuvo lo bastante recuperada para moverse —me doy cuenta de que Gideon se refiere a la Orden como si no formara parte de ella. Estupendo. Se reclina en la silla y recoge las manos sobre su pecho—. Parece, Teseo, que tienes el camino despejado.
Sonrío, y recuerdo mis últimos momentos con Anna. Recuerdo cómo me besó, y cómo sentí su sonrisa, apenas contenida en las mejillas. Recuerdo que sus labios estaban increíblemente cálidos.
Thomas y Carmel están de pie junto a mi cama, con los ojos bajados hacia mí y el cuello cubierto de moratones y cicatrices. Tal vez en algún lugar mi padre me esté mirando también. Tal vez mientras le observa un gato negro que se arranca el pelo. Mi sonrisa se vuelve más amplía.
El camino está despejado.