27

—¡Oye! —grita Jestine. Me agarra por los hombros y me sacude una vez. Me libero de sus manos—. Este no es el momento de hacer ninguna estupidez.

Mierda, claro que no lo es. Camino a un lado y a otro sobre la maldita roca, apretando los dientes cada vez que mis pies golpean la dura superficie. Me envían ráfagas de dolor hasta las rodillas. ¿Con qué cuento? El cuchillo en la mano. La rabia en la garganta. Este cuerpo, sangrando en otra dimensión. Me vuelvo hacia Anna. Sus ojos rastrean el horizonte, preguntándose por qué la roca parece lanzar destellos rojizos y electricidad. El paisaje está captando mis intenciones. Los bordes se vuelven más afilados.

—¿Podemos vencerle?

Sus labios se separan con sorpresa, pero algo se mueve también en sus iris. Algo rápido y oscuro que yo recuerdo. Me acelera el pulso.

Jestine me da un empujón en el hombro.

—¡No, maldita sea, no podemos vencerle! Aquí no. Ella no ha podido, y por lo que sé, es un fantasma chungo —Jestine mira a Anna, que permanece en silencio, con su oscuro pelo colgando a ambos lados del rostro—. Por supuesto, ahora no lo parece. Pero aunque pudiéramos, no tenemos tiempo. ¿Es que no lo sientes? ¿No lo oyes? Colin me está avisando de que mi respiración es cada vez más lenta. ¿Qué te dice Thomas?

—Nada —respondo. Y es cierto. No le he oído decir ni mu desde que cruzamos. Si mirara hacia atrás, le vería, pero no lo hago. La respiración de Jestine es cada vez más lenta. La mía debe de serlo también. Pero el tiempo aquí es diferente. Podríamos disponer de horas. Y no pienso marcharme hasta que haya solucionado esto.

—¿Qué es esto aquí? —le pregunto a Jestine, levantando el cuchillo delante de sus ojos.

—¿Has perdido la cabeza? —lo aparta de un golpe como si fuera una amenaza—. No tenemos tiempo.

—Solo dímelo —insisto, y lo levanto de nuevo—. Está donde surgió. ¿Aquí es solo un cuchillo? ¿O puedo seguir utilizándolo?

Jestine aleja los ojos de la hoja, y los fija en los míos. No vacilo, y ella aparta la mirada primero.

—No sé lo que es —responde—. Pero está unido a la magia de la Orden. Siempre es más que un cuchillo.

—Yo puedo sentirlo —exclama Anna—. No resuena como antes pero… él lo notó también. Por eso echó a correr.

—¿Está asustado por el cuchillo?

—No —Anna sacude la cabeza—. Asustado, no. Tal vez ni siquiera sorprendido. Quizás enfadado.

¿Cas? ¿Puedes oírme? El tiempo se acaba. Regresa.

Ahora no, Thomas. Todavía no.

—Jestine —le digo—. No te arriesgues. Regresa. Anna y yo iremos detrás, si podemos.

—Cas —responde ella, pero retrocedo y cojo a Anna de la mano.

—No puedo marcharme hasta que haya acabado con él —les digo a ambas—. Hasta que todos queden libres y él esté destrozado. No puedo permitir que los retenga más tiempo. Ni a Will, ni a Chase, ni a ese pobre corredor del parque. Ni a mi padre —las comisuras de mis labios se contraen, y miro a Anna—. Ni siquiera a ese cabrón de Peter Carver. Voy a liberarlos. Y a ti también.

—Una vez más —dice ella, y cuando sus ojos encuentran los míos, es la muchacha que recuerdo. Su mano aprieta mi estómago. Sí, ya lo sé. Tenemos que apresurarnos.

—A la mierda todo —exclama Jestine—. Tú te quedas, yo me quedo. Puedes utilizarme. Tengo estos cinceles, y magia —se pasa el dorso de la muñeca por la frente—. Pero empecemos —hace un gesto con la cabeza hacia Anna—. Será mejor que te quedes cerca. Algo me dice que no tendremos tiempo para salvar damiselas en apuros.

Anna frunce el ceño.

—¿Damiselas? Cuando te corten en pedazos, te quemen y te estrellen contra las rocas unas mil veces o así, entonces veremos quién es la damisela.

Jestine deja caer la cabeza hacia atrás y se ríe como una loca; el sonido se desliza por el aire muerto sin producir eco.

***

—Enfrentarnos a él individualmente sería un problema. No sé si aquí puede matarnos, pero en la lucha cuerpo a cuerpo podría destrozarnos, arrancarnos la columna vertebral como si estuviera quitando la espina a un pescado. Y eso bastaría. Nos quedaríamos tirados hasta que nuestros cuerpos se desangraran sobre el suelo de la cámara subterránea. Habría acabado con nosotros —Jestine se cruza de brazos.

—Entonces, deberíamos hacerlo juntos —propone Anna—. ¿Puedes luchar?

Jestine hace un gesto con la cabeza hacia mí.

—Me he enfrentado a Cas con bastante facilidad.

—¿Y eso debería impresionarme? —pregunta Anna, inclinando la cabeza, y Jestine se ríe.

—Cas, vaya lengua que tiene tu chica —se acerca un poco más a mí y entrecierra los ojos—. Y, de manera sospechosa, parece haber recuperado de repente la lucidez.

—Porque tengo un objetivo —replica Anna—. Aquí no hay ningún propósito. Ninguna razón. Esto está desconectado de todo. Si tuviera que describir este lugar con una palabra, sería esa. Tener un objetivo me cura.

Me mira. Jestine no la conoce lo bastante para distinguir la sombra que oscurece su mirada, pero yo sí. No está bien. Se mueve por inercia y se oculta tras esa máscara. Habrá tiempo, después, para curarla y hacerla olvidar. Me lo repito a mí mismo. Aunque para ser sincero, no tengo ni idea de cómo podré conseguirlo.

Cas. Tienes que regresar ahora.

No, Thomas. Ahora, no. Mis ojos recorren el amplio y sombrío paisaje. Es llano, con alguna ligera pendiente aquí y allá. La falta de horizonte y perspectiva me marea. Pero es un engaño. Todo es un engaño. Él está ahí fuera, en algún lugar, y dispone de infinidad de lugares para esconderse.

—Él no nos atacará —les digo—. Creo que sabe lo que pretendo.

—Bueno, no puede quedarse por ahí sin más —dice Jestine. Parpadea rápidamente y sacude la cabeza de forma rápida y espasmódica. Debe de estar escuchando a Burke.

—Vendría —sugiere Anna—, si dejáramos que nos cazara.

—Suena divertido —murmura Jestine con sarcasmo. Me mira—. Supongo que una presa solitaria resulta más atractiva que una multitud. Si grito, venid rápido —respira hondo y se dispone a salir corriendo.

—No —exclamo—. Si nos alejamos los unos de los otros, podríamos perdernos por completo. Este lugar te traga.

Ella sonríe por encima del hombro.

—Este lugar te lleva donde tú quieras. Nosotros le buscamos a él y él a nosotros, y luego nuestros caminos volverán a cruzarse. Aquí siempre estás perdido, Cas. De una manera o de otra.

Hago una mueca.

Antes no la perdí. Desapareció a propósito, para poder buscar su maldita veta de metal. Está bien. Debería haberlo supuesto.

—No corras riesgos —le advierto—. Si tienes que retroceder, retrocede.

—No te pongas dramático —se burla—. Soy tu amiga, pero no pienso morir por ti. Yo no soy Thomas. Ni soy ella —sus pisadas suenan sordas sobre las rocas mientras se aleja, silbando una melodía que parece la de Elmer Fudd cuando va detrás de los conejos. Cuando Anna y yo nos miramos, sé que a nuestras espaldas Jestine ya ha desaparecido.

***

Mientras camino con Anna por el infierno, siento que tal vez debería soltar todo lo que he querido decirle durante los últimos seis meses. Parece como si nos hubieran concedido una prórroga, aunque esté aquí para llevarla a casa. Nunca pensé que volvería a verla.

Era solo un sueño. Una misión, como un caballero detrás del Santo Grial. Pero ahora estoy aquí, con un agujero en el estómago que empieza a palpitar, tratando de sacar al asesino de mi padre a campo abierto. La irrealidad del momento probablemente esté provocando una hemorragia en mi cerebro por al menos nueve puntos.

—No voy a decirte que no deberías hacerlo —dice Anna—. Lo de tratar de liberar a tu padre. Yo lo haría, si fuera el mío.

—¿Es eso lo que estoy tratando de hacer? ¿Liberarle?

—¿No es así?

Supongo que sí. Quiero liberarlos a todos. A Will y a Chase —habrían permanecido aquí encerrados para siempre, si no hubiera venido en busca de Anna, y de pensarlo se me retuercen las tripas—. Y a mi padre. Pensé que Anna lo había logrado hace seis meses, cuando arrastró al hechicero obeah hasta aquí.

Por el rabillo del ojo, vislumbramos algo que se mueve y pegamos un respingo. Pero no es él. Es una cosa a lo lejos, colgando de las ramas de un árbol solitario. Seguimos adelante, caminando sin caminar, porque a simple vista no se distingue si hemos avanzado algo en realidad. El paisaje se desplaza y cambia; las formaciones rocosas surgen de la nada y desaparecen. Es como estar en una gigantesca cinta de correr. Ahora miramos hacia una especie de profundo cañón cortado en la roca. Al fondo, distinguimos lo que parece un río negro como el petróleo.

—¿Alguna vez… has hablado con él? Con mi padre, quiero decir.

Anna niega con la cabeza suavemente.

—Aquí es solo una sombra, Casio. Todos los son.

—Pero ¿crees que sabe dónde está? ¿Que lo ha sabido todo el tiempo?

—Ignoro lo que saben —contesta Anna. Pero aparta la mirada. No lo sabe, aunque cree que él sí.

Por delante de nosotros, el cañón va aproximándose, pero demasiado rápido para la velocidad a la que nos movemos. Detesto este lugar. Volvería absolutamente loco a un profesor de Física en tres segundos. ¿Dónde está el hechicero? ¿Y dónde está Jestine? El dolor de mi costado es intenso, y cada vez me resulta más difícil caminar. Si la respiración de Jestine ha seguido decayendo, tal vez ya no esté aquí. Imagino que es mejor así. A mi lado, Anna permanece tensa mientras escudriña el paisaje. Pero sigue sin haber nada.

—Oye —le digo—. Cuando esto haya acabado, y suponiendo que siga vivo para regresar, quiero llevarte conmigo. Vine a buscarte, igual que Thomas y Carmel. Queremos que regreses —trago saliva—. Quiero que regreses. Pero la decisión es tuya.

—Seguiré estando muerta, Casio.

—Yo también lo estaré, algún día. Eso no importa —le rozo el hombro, nos detenemos y la miro a los ojos—. No importa.

Anna parpadea, lentamente, con sus negras pestañas sobre sus mejillas.

—De acuerdo —responde, y suelto todo el aire de mis pulmones—. Regresaré.

El alarido del hechicero obeah rompe el silencio y notamos las vibraciones resonando bajo nuestros pies.

—Ahí está.