20

El trayecto en tren me resulta largo. Lo cual no tiene sentido. Debería parecerme breve y que acaba demasiado pronto, debería tener los nervios de punta, estar preguntándome qué demonios voy a encontrarme en el extremo opuesto de la vía. Los sermones de advertencia de mi madre, de Morfran, de Gideon van y vienen entre mis oídos. También escucho a mi padre, diciéndome como siempre solía hacer que no hay ninguna excusa para no estar asustado. Aseguraba que el miedo te mantiene alerta, aferrado incondicionalmente a tu vida. Latidos rápidos para mantener esa fuerza motora fresca en la mente. Tal vez sea el único de sus consejos que he desechado. Ya soporté bastante miedo en los años posteriores a su asesinato. Y además, cuando pienso en su muerte, no me gusta creer que murió asustado.

Fuera, no hay nada aparte de espacios verdes bordeados de árboles. El paisaje sigue siendo pastoril, y si viera un carro circulando por uno de los prados, ni pestañearía. Hay tanto campo que podría continuar para siempre. La ciudad no tardó en desvanecerse a nuestras espaldas después de que abandonáramos la estación de King’s Cross.

Estoy sentado al lado de Jestine, que ha cerrado el pico y está tensa como un arco. Supongo que esto será lo que ha estado esperando toda su vida. Sustituirme. La idea se me aferra a la garganta. Y si me piden eso, ¿lo haré? Si ese es el precio por salvar a Anna, si llegamos allí y lo único que quieren a cambio es que les entregue educadamente el áthame de mi padre, ¿se lo daré? No estoy seguro. Nunca pensé que dudaría.

A otro lado del compartimento, Carmel y Thomas van juntos. Hablan un poco, pero la mayor parte del tiempo miran por la ventana. Desde que Carmel llegó, parece que estuviéramos actuando, tratando de recuperar nuestra antigua dinámica cuando resulta obvio que ha quedado alterada. Pero seguiremos intentándolo, hasta que lo consigamos.

Mi mente vaga hasta concentrarse en Anna, y su imagen golpea con tal fuerza mis sentidos que casi puedo ver su reflejo en la ventana. Me resisto todo lo que puedo a parpadear y dejar de verlo.

—¿Por qué no quieres pensar en ella? —me pregunta Thomas, y doy un respingo. Ahora está sentado detrás de mí, inclinado sobre el hueco que hay entre los asientos. Estúpido ruido del tren. Carmel se ha estirado sobre las butacas y a mi lado, Jestine se ha quedado dormida también, acurrucada sobre su bolsa de viaje.

—Ella es la razón de todo esto —dice Thomas—. Entonces, ¿a qué viene tanta culpa?

Le miro con los ojos entrecerrados. Logra colarse en mi mente en los momentos más inoportunos.

—Carmel va a tener una vida insufrible.

—Carmel ha descubierto cómo bloquearme, casi siempre —se encoge de hombros—. Tú, no tanto. ¿Entonces?

—No lo sé —suspiro—. Porque cuando lo hago, olvido un montón de mierda.

—¿Como qué?

Thomas sabe que no quiero hablar realmente de esto. Apenas puedo ordenarlo dentro de mi cabeza.

—¿Y si pienso de manera aleatoria en todas las estupideces que se me pasan por la cabeza y tú les buscas el sentido?

—¿Si quieres provocarme una hemorragia nasal imparable? —me sonríe—. Simplemente… habla.

Como si fuera lo más sencillo del mundo. Las palabras se han formado en mi garganta, así que como abra la boca voy a estar vomitándolas quién sabe cuánto tiempo.

—Bien. Por un lado, el hechicero obeah. Si estoy en lo cierto, se encuentra allí también. Y todos recordamos lo fácilmente que me pateó el culo la última vez. Ahora se lo ha pateado incluso a Anna. Por otro, ¿en qué clase de mierda maquiavélica va a involucrarme la Orden? Jestine dijo que habría un precio, y no tengo ninguna duda al respecto. Y luego está la prueba hacia la que todos estamos corriendo a ciegas.

—No tenemos elección —responde Thomas—. El reloj avanza. La prudencia se ha convertido en un lujo.

Resoplo. Asumo que la prudencia sea un lujo para mí. Sé lo que estoy dispuesto a pagar. Pero Thomas y Carmel no forman parte de esto, aunque podrían verse arrastrados de todas maneras.

—Oye —dice Thomas—. La situación está negra. Tal vez incluso tanto como el alquitrán, si quieres ponerte realmente dramático —sonríe—. Pero no te sientas culpable por estar entusiasmado de verla otra vez. Yo estoy entusiasmado de verla otra vez.

Sus ojos no albergan la más mínima duda. Está absolutamente seguro de que el plan se desarrollará según lo previsto, y que todo acabará con arcoíris y ollas de oro. Es como si hubiera olvidado por completo cuántas personas acabaron muertas el otoño pasado.

***

Cambiamos de tren en Glasgow y por fin desembarcamos en el lago Etive, una extensa masa de agua azul que refleja el cielo con una escalofriante quietud. Cuando cogimos el transbordador hacia la orilla norte, no pude dejar de pensar en la profundidad existente bajo el barco, ni desechar la idea de que el reflejo del cielo y las nubes estaba ocultando un mundo lleno de oscuridad, cuevas y cosas nadando. Me alegra haberlo cruzado, estar en tierra firme. Hay musgo, y humedad en el aire que me limpia los pulmones. Pero incluso ahora siento el lago sobre mis hombros, silencioso y siniestro como las mandíbulas abiertas de una trampa. Prefiero con creces el lago Superior, con sus olas y su cólera. Su violencia no permanece oculta.

Jestine ha mantenido el teléfono a mano. Lo ha estado mirando de vez en cuando por si recibía algún mensaje de Gideon, aunque en realidad no espera ninguno.

—En el norte la cobertura de móvil es irregular —nos explica.

Ahora lo cierra e inclina el cuello hacia atrás, lo gira, estirándose después de dormir durante horas en el tren hecha un cuatro. Lleva el pelo suelto sobre los hombros. Vamos todos vestidos de forma cómoda, con varias capas de ropa, calzado deportivo y mochilas a la espalda, aparentando ante todo el mundo ser senderistas de excursión por el campo, lo que supongo que es bastante habitual. Lo único que nos distingue son nuestras expresiones nerviosas y contraídas. Entre nosotros fluyen unas intensas vibraciones de extraños en tierra extraña. Yo estoy acostumbrado a encontrar rápidamente mi lugar en los sitios nuevos. Dios sabe que me he mudado suficientes veces. Aunque, tal vez, echar raíces en Thunder Bay me haya convertido en un flojo. Tener que confiar en Jestine para todo tampoco resulta fácil, pero no hay alternativa. Al menos está consiguiendo de manera aceptable alejar las mentes de Thomas y Carmel de lo que nos espera contándoles originales leyendas locales. Habla de héroes antiguos y sabuesos leales, y sobre el tipo de Braveheart y dónde organizaba sus encuentros. Cuando nos arrastra dentro de un pub para comer patatas fritas y hamburguesas, me doy cuenta de que también ha distraído mi mente de todo.

—Me alegro de que hayáis arreglado las cosas —dice Jestine mirando a Carmel y Thomas, que están sentados al otro lado de la mesa—. Hacéis muy buena pareja.

Carmel sonríe y se arregla el pelo, recogido en una informal coleta.

—Qué va —responde, y le da un golpecito a Thomas con el hombro—. Es demasiado guapo para mí. Thomas hace una mueca, le coge la mano y se la besa. Desde que se han reconciliado, estoy dispuesto a permitir que este asunto de las muestras de afecto en público empeore.

Jestine sonríe y respira hondo.

—Podríamos pasar la noche aquí y continuar por la mañana. Tienen habitaciones para alojarse en el piso de arriba y mañana nos espera una larga caminata —alza las cejas en dirección a Thomas y Carmel—. ¿Cómo queréis que nos repartamos? ¿Vosotros dos y nosotros dos? ¿O chicos en una habitación, y chicas en la otra?

—Los chicos en una —respondo rápidamente.

—Vale. Vuelvo en un minuto —Jestine se levanta para hacer las gestiones, dejándome con mis boquiabiertos amigos.

—¿A qué ha venido eso? —pregunta Carmel.

—¿A qué ha venido el qué?

Como de costumbre, hacerme el tonto no me conduce a ninguna parte.

—¿Ha pasado algo? —hace un gesto con la cabeza en dirección a Jestine—. No —responde a su propia pregunta. Pero observa a Jestine, considerando lo atractiva que es.

—Por supuesto que no —aseguro yo.

—Por supuesto que no —repite Thomas—. Aunque —añade, entornando los ojos—, Cas tiene debilidad por las chicas que pueden patearle el culo.

Me río y le tiro una patata frita.

—Jestine no me pateó el culo. Y además, ¿como si Carmel no pudiera pateártelo a ti?

Sonreímos y retomamos la comida con un estado de ánimo más relajado. Sin embargo, cuando Jestine regresa a la mesa, evito mirarla, solamente para dejar clara la cuestión.

***

Tengo los ojos abiertos en la oscuridad. No hay verdadera luz en la habitación, solo unos suaves y fríos reflejos azulados entrando por la ventana. Thomas está roncando en la cama junto a la mía, aunque no como si estuviera serrando un tronco o algo así. No ha sido él quien me ha despertado. Tampoco una pesadilla. No siento adrenalina en la sangre, ni nerviosismo en la espalda o las piernas. Susurros. Recuerdo susurros, aunque no puedo distinguir si se trataba de sonidos que procedían del sueño o la vigilia. Mis ojos se dirigen hacia la ventana, hacia el lago. Pero no es eso. Por supuesto que no. Ese lago no va a abandonar sus orillas ni a deslizarse hasta aquí detrás de nosotros, independientemente de cuántas cosas haya arrastrado y ahogado en sus profundidades.

Probablemente sean los nervios. Pero a pesar de eso, mis piernas se arrastran fuera de la cama, me pongo los vaqueros y saco el áthame de debajo de la almohada. Sigue tu instinto es el credo que mejor me ha funcionado, y mi instinto me dice que hay una razón por la que me he despertado de repente en medio de la noche. Y estoy despierto de verdad, absolutamente despierto. Ni siquiera me estremezco al sentir el frío seco del suelo contra mis pies desnudos.

Cuando abro la puerta de nuestra habitación, el pasillo está en silencio. Es algo que casi nunca sucede; siempre hay algún sonido de algún tipo viniendo de alguna parte: el crujido del edificio sobre sus cimientos, el zumbido distante de una nevera en marcha. Pero justo ahora no se escucha nada, y parece como un manto.

No hay suficiente luz. No importa cuánto abra los ojos, pues son incapaces de absorber la claridad necesaria para distinguir algo, y solo recuerdo vagamente la distribución del pasillo de cuando subimos a nuestras habitaciones. Giramos dos veces a la izquierda. Carmel y Jestine continuaron más hacia el fondo; la puerta de su habitación estaba a la vuelta de la esquina. El áthame se agita en mi palma; la madera se desliza sobre mi piel.

Alguien grita y salgo corriendo hacia el sonido. Carmel me está llamando. Luego de repente se calla. Cuando su voz se corta, mi adrenalina alcanza su nivel máximo. Estoy en su puerta abierta en dos segundos, entornando los ojos frente a la luz de la lamparita de Jestine.

Carmel está fuera de la cama, apretujada contra la pared. Jestine continúa bajo las sábanas, pero sentada. Sus ojos están fijos en el extremo opuesto de la habitación, sus labios se mueven rápidamente mientras articulan un cántico en gaélico, y su voz surge uniforme e intensa de su garganta. Hay una mujer de pie en el centro de la habitación con un largo camisón blanco. Unas greñas de pelo rubio blanquecino serpentean sobre sus hombros y por su espalda. Obviamente está muerta, y tiene la piel más púrpura que blanca y unas profundas marcas parecidas a arrugas, solo que no es mayor. Su piel está plegada, como si la hubieran dejado descomponerse en una bañera.

—Carmel —susurro al tiempo que alargo la mano. Ella me oye, pero no reacciona; tal vez esté demasiado impresionada para moverse. La voz de Jestine sube progresivamente de volumen y el fantasma se eleva del suelo. Enseña sus dientes amarillentos; la mujer está cada vez más y más cabreada. Cuando empieza a revolverse, lanza agua putrefacta por todas partes. Carmel chilla y se cubre la cara con el brazo.

—¡Cas! No voy a poder sujetarla mucho más —exclama Jestine, y en el momento en que lo hace, el hechizo pierde su fuerza y el fantasma se abalanza hacia la cama.

No lo pienso; simplemente lanzo el cuchillo. Abandona mi mano y se clava en su pecho con un sonido seco, como si acabara de impactar contra el tronco de un árbol. La deja en el sitio.

—¿Qué pasa? —pregunta Thomas, chocándose con mi espalda y empujándome al pasar para llegar hasta Carmel.

—Buena pregunta —respondo yo, y entro en la habitación para poder cerrar la puerta. Jestine se inclina sobre el borde de la cama y mira fijamente el cuerpo. Antes de que pueda decirle algo tranquilizador, ella alarga la mano y lo empuja, girándolo boca arriba, con la empuñadura del áthame clavada de lleno en el pecho.

—¿No se supone que tendría que… desintegrarse o algo así? —pregunta Jestine, ladeando la cabeza.

—Bueno, algunas veces explotan —respondo yo, y ella se aparta rápidamente. Me encojo de hombros—. Hubo uno al que ya le habían destripado, pero cuando clavé el áthame en lo que le quedaba, sus entrañas… reventaron. No en trocitos pequeños ni nada por el estilo.

—¡Aj! —Jestine hace una mueca.

—Cas —dice Carmel, y cuando la miro, sacude la cabeza. Me callo, pero si esperaba delicadeza, entonces no debería haber regresado. Me acerco al fantasma. Ya no se le ven los ojos; o han desaparecido o se han caído dentro del cráneo. A pesar de la repugnancia inherente a una piel púrpura y putrefacta, y de la manera en que brilla como si la acabaran de sacar del agua, no es peor que otras cosas que haya visto. Si esto es lo que la Orden considera una prueba, me he estado preocupando en exceso. Vacilante, toco el fantasma con la punta del pie. Ahora es simplemente un cascarón corpóreo. Se degradará como le corresponda, y si no lo hace, supongo que podremos bajarlo a cuestas y tirarlo al lago.

—¿Qué ha pasado? —pregunto a Jestine.

—Ha sido raro —responde ella—. Estaba dormida, y de repente ya no. Había algo moviéndose por la habitación. Estaba inclinado sobre la cama de Carmel —hace un gesto con la cabeza hacia Carmel, que sigue de pie junto a la puerta, con el brazo de Thomas alrededor de los hombros—. Así que empecé a salmodiar.

Miro a Carmel en busca de confirmación, pero se encoge de hombros.

—Cuando me desperté, lo vi al lado de mi cama. Jestine estaba diciendo algo —se inclina hacia Thomas—. Sucedió todo bastante deprisa.

—¿Qué era ese cántico? —pregunta Thomas.

—Un hechizo de amarre en gaélico. Lo sé desde que era pequeña —se encoge de hombros—. No era lo que tenía planeado utilizar. Fue lo primero que se me vino a la cabeza.

—¿A qué te refieres con que no era lo que tenías planeado utilizar? ¿Por qué pensaste que tal vez tendrías que utilizar algo? —le pregunto.

—Bueno, no pensé eso; no realmente. Solo sabía que este lugar estaba encantado. No estaba segura de si el fantasma aparecería. Simplemente dije unas cuantas palabras al cruzar el umbral, para atraerlo, y luego me fui a dormir con ese deseo.

—¿Estás jodidamente loca? —chilla Thomas. Alargo la mano, haciendo gestos para que mantenga la voz baja. Él aprieta los labios y me mira con los ojos desencajados.

—¿Lo hiciste a propósito? —pregunto a Jestine.

—Pensé que sería un buen entrenamiento —responde ella—. Y admito que tenía curiosidad. Me han enseñado cómo se utiliza el áthame, pero por supuesto nunca lo había visto.

—Pues la próxima vez que tengas curiosidad por algo, podrías avisar a tu compañera de habitación —suelta Carmel. Thomas la besa en lo alto de la cabeza y la abraza con más fuerza.

Bajo la mirada hacia el cadáver, preguntándome quién sería. Preguntándome si sería un fantasma al que habría necesitado asesinar. Jestine se sienta con total tranquilidad a los pies de la cama. Me gustaría estrangularla, gritarle hasta que le reventaran los oídos que no se debe poner a la gente en peligro. En vez de eso, alargo la mano para recuperar el áthame. Cuando mis dedos se cierran en torno al mango, vacilan, y mi estómago da un pequeño vuelco al tener que dar un tirón para sacar la hoja del hueso.

El cuchillo sale, cubierto por una ligera capa de sangre púrpura. Tan pronto como la punta de la hoja está fuera, la herida se agranda, enrollando la piel a capas, rasgando la tela sintética del camisón. La carne desaparece hasta que quedan solo los huesos, y luego estos se ennegrecen y se convierten en polvo; la descomposición total de músculos, tendones, ropa y pelo dura menos de cinco segundos.

—No vuelvas a poner a mis amigos en peligro jamás —le advierto. Jestine clava sus ojos en los míos, desafiante como de costumbre. Unos segundos después, asiente con la cabeza y pide disculpas a Carmel. Pero en esos escasos segundos he adivinado lo que estaba pensado. Que soy un hipócrita por decirle eso.