—¿Le arrastras al otro lado del mundo? —protesta Carmel, dando golpecitos de indignación con el pie—. ¿Donde no tiene contactos ni ventaja? ¿Metiéndole en quién sabe qué infierno? —entorna los ojos—. Me prometiste que cuidarías de él.
—De hecho, Carmel, te dije…
—¡Oh, no me importa lo que dijeras!
—De todos modos, ¿cómo nos has encontrado? —le pregunto, y ella por fin toma aire. Ha entrado como un torbellino, como un terremoto con botas hasta la rodilla, y todo se ha detenido haciendo un derrape. Oigo cómo se para la ducha de manera abrupta en el piso de arriba. Espero que Thomas no resbale y se abra la cabeza en su precipitación por bajar. Y espero que se acuerde de envolverse con una toalla.
—Morfran me lo dijo —responde Carmel—. Tu madre me lo dijo —su voz mantiene un fragor constante, sin que aumente ni disminuya. Sus ojos se detienen en mis manos, estudiando mis mangas subidas y los retazos de espuma de jabón que gotean sobre el suelo. Debe de resultar una escena doméstica muy pintoresca. Nada que ver con el torrente de peligros que ella esperaba. Me limpio la espuma en los laterales de los vaqueros.
Jestine se desliza desde atrás, con cuidado de no darle la espalda a Carmel, a quien no conoce. Sus movimientos reflejan también tensión, como si estuviera preparada para saltar. Quienquiera que la instruyera, lo hizo bien. Se mueve como yo y es dos veces más desconfiada. Llamo su atención y sacudo la cabeza. Carmel no necesita ser recibida igual que nosotros, con Jestine salmodiando maleficios y arrebatándole el aire de los pulmones.
—Me aseguró que os conocía —dice Jestine—. Supongo que será verdad.
—Por supuesto que sí —exclama Carmel, echando un vistazo a Jestine mientras se coloca a mi lado. Alarga la mano—. Soy Carmel Jones. Amiga de Thomas y Cas —cuando se estrechan la mano, mi estómago se relaja. Jestine solo muestra curiosidad y la hostilidad de Carmel está dirigida hacia mí. Es extraño, pero mi instinto me decía que se llevarían casi como una serpiente y una mangosta.
—¿Me pasas tu bolso? —le pregunta Jestine, señalando el grandísimo bolso de viaje de Carmel, uno blanco y de diseño con cierres de cremallera enjoyados.
—Claro —responde Carmel, y se lo acerca—. Gracias.
Nos miramos el uno al otro con templanza hasta que Jestine está en el piso de arriba, fuera del alcance de nuestras palabras. Resulta verdaderamente difícil mantener la expresión seria. Carmel muestra su mejor rostro enfadado-frustrado, pero en realidad quiere abrazarme, estoy seguro. En vez de eso, me empuja con tal fuerza que me tambaleo y caigo sobre el brazo del sofá.
—¿Por qué no me dijiste que veníais aquí? —me pregunta.
—Tenía la ligera impresión de que no querías saberlo.
Contrae el rostro.
—No quería saberlo.
—Entonces, ¿qué haces aquí?
Los dos miramos hacia arriba. Thomas está de pie en medio de la escalera. Ha bajado en absoluto silencio. Yo esperaba cierto atropello. Casi que rodara y acabara a nuestros pies, con champú en el pelo y en cueros. Observo atentamente la expresión de Carmel cuando le ve. Refleja la misma felicidad que cualquiera que sabe que no tiene derecho a estar feliz.
—¿Podemos hablar? —pregunta ella. El pulso se acelera en su cuello cuando Thomas frunce los labios, pero ambos le conocemos. No permitiría que haya atravesado un océano simplemente para darle la espalda.
—Fuera —responde él, y se abre paso entre nosotros en dirección a la puerta. Carmel le sigue y yo escudriño a través de varias ventanas, estirando el cuello y vigilando su avance mientras rodean la casa.
—Vaya lío que hay ahí —me dice Jestine al oído, y pego un respingo. Este lugar permite a la gente acercarse sigilosamente con demasiada facilidad—. ¿Vendrá ella con nosotros?
—Creo que sí. Espero que sí.
—Entonces espero que arreglen sus asuntos. Lo último que necesitamos es melodrama y angustia y gente tomando decisiones estúpidas —cruza los brazos y regresa a la cocina para terminar de limpiar los restos del desayuno.
Probablemente debería preguntarle a Jestine que a qué se refiere, a qué vamos a enfrentarnos, pero Thomas y Carmel han desaparecido de mi campo de visión. La idea de que Carmel esté aquí me marea. Es algo casi surrealista, un inesperado pedazo de Thunder Bay añadido a la fotografía. Después de lo que me dijo aquel día en mi habitación, pensé que había desaparecido para siempre. Había tomado una decisión, llevar la vida que Thomas y yo no íbamos a disfrutar. Pero mientras regreso a la cocina detrás de Jestine, noto un gran alivio en el pecho, y alegría también, de que esta cosa de la que yo no puedo escabullirme tampoco resulte fácil de abandonar.
Después de recorrer todas las ventanas, consigo atisbarlos a través de la que está más al oeste, una que mira hacia el jardín trasero, si me inclino lo suficiente hacia la izquierda. La escena refleja bastante tensión; miradas directas a los ojos y manos abiertas. Pero, mierda, no puedo leerles los labios.
—Pareces una vieja —bromea Jestine—. Limpia la huella de tu nariz del cristal y ayúdame con los platos —me coloca el estropajo en la mano—. Tú friegas. Yo seco.
Frotamos en silencio durante un minuto y la sonrisa de su boca se amplía cada vez más. Supongo que piensa que estoy tratando de escuchar lo que dicen Carmel y Thomas.
—Deberíamos salir por la mañana —dice Jestine—. Tenemos que hacer un largo trayecto en tren y luego una buena caminata. Serán dos días de viaje sin parar.
—¿De viaje adónde, exactamente?
Alarga la mano para coger un plato.
—No hay ningún exactamente. La Orden no está señalada con un punto en ningún mapa. Está en algún lugar en las tierras altas escocesas. Las tierras altas occidentales, al norte del lago Etive.
—¿Así que ya has estado allí? —tomo su silencio por una afirmación—. Ponme al día. ¿Qué vamos a encontrarnos?
—No lo sé. Un montón de pinos y tal vez un par de pájaros carpinteros.
¿Ahora es cuando no me parece de fiar? El enfado asciende por mis brazos, empezando en el agua caliente de fregar y terminando en mi mandíbula apretada.
—Detesto fregar —exclamo—. Y detesto la idea de vagar por Escocia detrás de alguien a quien apenas conozco. Van a ponerme a prueba. Al menos podrías decirme cómo.
Su rostro se muestra entre sorprendido e impresionado.
—Vamos —continúo—. Está bastante claro. Si no, ¿por qué no nos hemos ido con Gideon? Así que, ¿de qué se trata? ¿Se supone que no debes contármelo?
—Te gustaría eso, ¿verdad? —dice ella, y tira el paño sobre la encimera—. Eres tan transparente —se inclina hacia mí, escrutándome—. El reto te excita. Y también la confianza de saber que lo superarás.
—Corta el rollo, Jestine.
—No es ningún rollo, Teseo Casio. No puedo decírtelo porque no lo sé —aparta la mirada—. Tú no eres el único al que van a poner a prueba. Somos iguales, tú y yo. Sabía que sería así. Solo que ignoraba cuánto.
***
Thomas y Carmel regresan después de una hora y me encuentran desplomado en el sofá del salón de Gideon, cambiando entre la BBC 1 y la BBC 2. Entran arrastrando los pies y se sientan, Carmel a mi lado y Thomas en una silla. Parecen extrañamente, incómodamente reconciliados, como con una especie de maquillaje que no se ha llegado a fijar. Carmel es la que parece más abatida, aunque podría deberse únicamente al desfase horario.
—¿Entonces? —pregunto—. ¿Volvemos a ser una gran familia feliz? —los dos me miran amargamente. No ha salido como yo esperaba.
—Creo que estoy a prueba —responde Carmel. Echo una ojeada a Thomas. Parece feliz, pero cauteloso. Eso está bien. Su confianza fue traicionada. Por mi cerebro rondan frases extrañas. Me apetece cruzar los brazos y decir cosas como: «¡No os reconciliéis si no va a durar!». Pero seguramente Carmel ya haya escuchado todo eso de Thomas. Yo no era el novio. No sé por qué siento que debería tener también la oportunidad de gritarla.
Por Dios. Me he convertido en lo que llaman el tercero en discordia.
—¿Cas? ¿Algo va mal? —Thomas tiene el ceño fruncido.
—Nos vamos mañana —respondo—. A conocer a la Orden del Bla Bla Bla.
—¿La Orden del qué? —pregunta Carmel, y como yo no le ofrezco ninguna explicación, lo hace Thomas. Le escucho a medias, me río entre dientes al oír su pronunciación, y añado datos triviales cuando me preguntan.
—El viaje va a ser una prueba —les explico—. Y no creo que sea la única —el comentario de Jestine sobre disfrutar de la emoción del reto sigue bullendo en mi interior. Disfrutarla. ¿Por qué habría de disfrutarla? Excepto que lo hago, más o menos, y exactamente por las razones que ella describió. Y ahora que lo pienso, resulta bastante morboso—. Oye. Vamos a dar un paseo —les propongo.
Se levantan e intercambian una mirada, captando mi tono siniestro.
—Que sea un paseo corto, ¿vale? —murmura Carmel—. No sé en qué estaba pensando cuando me puse estas botas para viajar en avión.
Fuera, el sol ha salido y el cielo aparece despejado. Nos dirigimos hacia la arboleda para poder hablar sin tener que entrecerrar los ojos.
—¿Qué pasa? —pregunta Thomas cuando nos detenemos.
—Gideon me dijo algo antes de marcharse. Algo sobre la Orden y Jestine —arrastro los pies. Aún parece imposible—. Me dijo que la estaban entrenando para sustituirme.
—Sabía que no debías confiar en ella —exclama Thomas, y se vuelve hacia Carmel—. Lo supe desde el instante en que le lanzó aquella maldición en el callejón.
—Oye, porque la hayan preparado para el puesto no significa que vaya a tratar de robármelo. Jestine no es el problema. Podemos confiar en ella —evidentemente, Thomas piensa que soy un imbécil. Carmel se reserva el juicio—. Creo que podemos. Más vale que podamos. Mañana va a guiarnos a través de las tierras altas escocesas.
Carmel ladea la cabeza.
—No tienes por qué usar ese tonillo cuando dices «tierras altas escocesas». Sabes tan bien como nosotros que esto no es una broma. ¿Quién es esa gente? ¿En qué nos estamos metiendo?
—No lo sé. Esa es la cuestión. Aunque no esperéis que se alegren de verme —en absoluto. Continúo pensando en las palabras de Jestine cuando salimos de la capilla de la Torre de Londres, en la reverencia con la que mira el áthame. Para esta gente, he cometido un sacrilegio.
—Si quieren que Jestine te releve, ¿qué supone eso para ti? —pregunta Carmel.
—No lo sé. Cuento con que su respeto hacia el áthame se extienda, al menos en parte, al linaje original del guerrero —miro a Thomas—. Pero cuando descubran lo que pretendo hacer con Anna, se opondrán. No vendría mal tener la red vudú de Morfran bajo la manga.
Él asiente con la cabeza.
—Se lo diré.
—Y después de que lo hagas, deberíais quedaros aquí los dos. Esperándome en casa de Gideon. Él me cubrirá las espaldas. No quiero que os impliquéis en esto.
Se quedan pálidos. Cuando Carmel desliza su mano hacia la de Thomas, veo que le tiembla.
—Cas —dice ella con suavidad, y me mira directamente a los ojos—. Cállate.