NOTA A MI TERAPEUTA

Tenías razón. No me doy valor.

He pasado un mes entero escribiendo esta historia y mirando durante horas la caja que me mandaste comprar. Luego ha transcurrido un mes más, y no exagero si te digo que he leído estas hojas unas cinco o seis veces. He cambiado cosas, y luego he vuelto a dejarlas tal como las había escrito.

Muchos kilómetros en moto y una visita a un lugar que para mí ha sido muy especial: el Valle del Jerte.

Solas mi moto y yo. Sin móvil ni acceso a internet.

Miles de cerezos en flor y mucho tiempo en soledad para pensar.

Mucho… pero no demasiado.

Por fin creo haberlo comprendido: el amor no puede doler, y yo he permitido que llegue a dolerme demasiado.

¿Las razones? Intentar encajar en mi vida, a la fuerza, algo que había llegado en un mal momento. ¿Cómo iba a conservar a Hugo si ni siquiera era capaz de mirarme desnuda ante un espejo? ¿Y cómo encontrar el equilibrio si basaba todos mis cambios en lo que me decía otro?

Yo sólo necesito una cosa: sentirme bien conmigo misma. Y como es lo único que necesito, no puedo permitirme olvidarlo.

Me ha costado mucho, pero ya sé qué es lo que voy a meter en mi caja: en lugar de cuatro objetos, he decidido guardar en ella mi vida.

Sí, mi vida.

Mis historias.

Mis errores y mis aciertos.

Así, cuando vuelva a sentirme perdida, no sólo tendré a una loquera a la que acudir. También podré volver a recorrer mis vivencias y, con ellas, mis avances y mis procesos de cambio.

En el espejo reconocí mi reflejo y me reencontré.

En la caja atesoraré mis relatos inmortalizados en papel.

La convertiré en mi historia… en mi reflejo en el espejo.