Los cubicadores de huevos ¿qué has hecho con los demás? Vintage Kitchen tenía siete y los compramos todos, riéndonos como tontos; tú, incluso sudado del entrenamiento, fuiste capaz de conseguir un buen descuento embelesando al hombre del bigote rectangular, que debió de pensar que estábamos colocados. De hecho, yo me sentía así con siete cubicadores de huevos en el bolso. Los saqué, intercambiando algunas palabras con una Joan muda que se marchaba —debería haberlo notado entonces, otra vez—, y formé una pirámide con ellos sobre la tostadora mientras tú te duchabas. Debiste de ver su espalda alejándose por el camino de acceso a través de las persianas, porque bajaste en toalla. Acordamos más tarde, después de hacerme un moratón en la cadera con los pomos de uno de los armarios, que al día siguiente sin falta los probaríamos, pero que en ese momento tenía que marcharme a casa, con la ropa tan suelta y descolocada que estaba segura de que mi madre notaría que me la había quitado. Nuestro último todo excepto. En mi habitación, vacié los deberes sobre la cama —te puedes imaginar lo crucial que me parecía Biología ese mes— y encontré el cubicador que había echado en falta. Lo coloqué en mi armario y luego me olvidé de él, hasta que rompimos y la gallina de la caja se burló de mí con su queja de tira cómica, mirando su propio trasero y sorprendiéndose al ver el huevo en forma de cubo. El paquete tiene un aspecto tan extraño y antiguo que Will Ringer probablemente vio lo mismo, lo que él llama «un ingenioso aparatito» en la página 58 de Auténticas recetas de Tinseltown. La gallina está diciendo más o menos la versión reducida de toda esta carta: «¿#!*? ¡Ay!».
Cuando Lauren tenía siete años, vio unos símbolos en un bocadillo de cómic y sus padres supercristianos fueron demasiado temerosos de Dios para explicarle que esos símbolos significaban joder, así que en primer curso bromeaba diciendo «que te almohadilla interrogación» y «que asterisco exclamación a todo el mundo». El cubicador me hizo pensar en ella y en la coartada. La llamé por primera vez en un montón de tiempo y ella, por supuesto, me lo recalcó.
—Lo sé, lo sé —dije—. He estado ocupada.
—Sí. Ya te vi muy ocupada en el baile.
—Cierra el pico.
—Es cierto. Apareces con tu superestrella del baloncesto y luego bailas con tu ex. Cuando el año pasado nos enganchamos a Las manecillas del reloj, no me imaginaba que tomarías al pie de la letra aquellas lecciones de telenovela.
—Fue solo un baile.
—Solo un baile que hizo que Gretchen se fuera pronto. Y eso sin contar el drama con Al. Min, me encantaría, ya sabes, que os dierais un beso e hicierais las paces.
—Al sabe dónde encontrarme —respondí.
—Sí —dijo ella bruscamente—. En los entrenamientos de baloncesto.
—Es mi novio —repliqué—. Es lo que hace.
—Eso y coger dinero de mi monedero.
—Lauren —Lauren y sus rencillas de dimensiones bíblicas. Tal vez no era la persona adecuada a la que pedírselo, pensé.
—Solo quiero que seáis amigos otra vez. ¿Cómo vas a celebrar la fiesta de cumpleaños de esa actriz si nosotros no estamos invitados?
—Tú estarás invitada —dije.
—No, no —replicó—. No dividas y venzas. Al o nada. Llámale, Min.
—Lo pensaré.
—Claro que lo pensarás. Llámale.
—Vale, vale.
—Está desanimado y jodido. Bonnie Cruz le pidió salir y él le contestó que no se encontraba en un buen momento para pensar en ello, y no ha salido con nadie desde…
—Lo sé, esa chica de Los Ángeles.
Lauren permaneció callada un segundo.
—Algún día llegaremos a eso —exclamó como una profesora de segundo grado hablando de álgebra—. Pero esta noche supongo que me has llamado para escuchar cómo te hago sentir culpable, ¿no? Me refiero a que no hay ninguna otra razón, ¿verdad? No podría haberla.
—Bueno, también quería escucharte cantar —respondí.
Imita a la perfección a alguien del campamento de convivencia al que fue cuando tenía diez años.
—Jesus is my dearest flower (Jesús es mi flor más preciada…).
—Vale, vale, apiádate de mí. Tengo que pedirte un favor.
—His love sustains me through the hour… (Su amor me sostiene en el transcurso de las horas…).
—¡Lauren!
—Promete que llamarás a Al.
—Sí, sí.
—Júralo.
—Lo juro por la imagen de san Pedro de tu madre.
—Júralo por algo que sea sagrado para ti.
Quise decir que lo juraba por ti. Por Hawk Davies.
—Lo juro por El descenso del ascensor.
—Vale. Por cierto, buena elección. Y ahora, ¿qué necesitas?
—Que me invites a dormir a tu casa este sábado —respondí.
—Por supuesto —dijo, y luego—: Oh.
—Está claro.
—Entonces, no estarás aquí.
—Exacto.
—Pero tu madre…
—Le diré que voy a estar contigo toda la noche.
—Durmiendo en mi casa —añadió Lauren.
La línea se quedó en absoluto silencio.
—Lo harás, ¿verdad?
—Suena como si tú fueras a hacerlo —dijo.
—Lauren.
—Aclárame una cosa: y si me pillan…
—No te pillarán —respondí rápidamente.
—Y a ti, carcelera.
—Tú también has salido a escondidas. Conmigo. Tus padres se acuestan temprano y luego se marchan a la iglesia antes de que cualquier persona normal se levante.
—Y si tu suspicaz madre llama con alguna suspicaz cuestión de última hora para comprobar tu sospechosa historia…
—No lo hará.
—Y ¿dónde podré encontrarte cuando tenga que llamarte rápidamente para que la llames y salves mi estúpido culo?
—Me llamará al móvil.
—Y ¿qué pasa si es más inteligente que un mono, Min? Entonces, ¿qué? ¿Dónde vas a estar?
—En ese caso, solo tienes que llamarme.
—Min, quieres que sea tu amiga y lo soy. Así que dile a tu amiga qué está pasando.
—Esto…
—Jesus’s light is always in bloom… (La luz de Jesús está siempre en flor…).
—Asterisco exclamación —exclamé, y luego se lo conté.
—Vaya —dijo lentamente, temblorosa, igual que si estuviera haciendo algo doloroso. Ay. Como defraudar a alguien. Como morderse la lengua. Como expulsar un huevo en forma de cubo—. Oh, Min —añadió—, espero que sepas lo que estás haciendo.