De esto quiero hablarte, Ed, de la verdad sobre esta moneda. Mírala. ¿De dónde es? ¿Qué primer ministro, qué rey es ese? En algún lugar del mundo la consideran dinero, pero no fue así aquel día después del instituto en Cheese Parlor.

Habíamos acordado, con más debate y diplomacia que en esa miniserie de siete horas de Nigel Krath sobre el cardenal Richelieu, que tomaríamos una cena temprana o un aperitivo después del café y el entrenamiento o como quieras llamarlo, al atardecer, cuando se suponía que debías estar en casa pero estabas comiendo gofres con queso y una sopa de tomate aguada e hirviendo en terreno neutral.

Estaban cansados de no coincidir contigo, aunque lo cierto es que no se había presentado ninguna ocasión. Todos pensaban, Jordan y Lauren, Al no porque no tenía ninguna opinión al respecto, que te estaba escondiendo. ¿O era que me avergonzaba de mis amigos? ¿Era eso, Min? Alegué que tenías entrenamiento y ellos contestaron que eso no era excusa, yo dije que por supuesto que lo era y luego Lauren añadió que tal vez si no te invitáramos, como en la fiesta de Al, quizás entonces aparecerías.

Así que dije está bien, está bien, está bien, está bien, callaos, de acuerdo, el martes después del entrenamiento, después del café en Federico’s, vayamos a Cheese Parlor, que tiene una ubicación céntrica y a todos nos disgusta por igual, y luego te lo pregunté a ti y respondiste que claro, que sonaba bien. Me senté en una mesa con bancos corridos junto a ellos y esperamos. Los bancos se combaron y los manteles individuales nos invitaron a hacernos preguntas sobre quesos unos a otros.

—Oye, Min, verdadero o falso, ¿el queso parmesano se inventó en 1987?

Me saqué de la boca el dedo que estaba mordisqueándome y le propiné un fuerte capirotazo a Jordan.

—Vais a ser amables con él, ¿verdad?

—Nosotros siempre somos amables.

—No, nunca lo sois —exclamé— y por eso os quiero, algunas veces, la mayoría, pero hoy no.

—Si va a ser lo que quiera que vaya a ser —dijo Lauren—, entonces debería conocernos como Dios supuestamente nos creó, en nuestro medio natural, con nuestra habitual…

—Nosotros nunca venimos aquí —corrigió Al.

—Ya hemos discutido eso —le recordé.

Lauren suspiró.

—A lo que me refiero es que si vamos a salir todos juntos…

—¿Salir juntos?

—Tal vez no lo hagamos —continuó Jordan—. Tal vez no sea así. Tal vez nos veamos únicamente en la boda, o…

—Vale ya.

—¿No tiene una hermana? —preguntó Lauren—. ¡Imagínanos a las dos vestidas igual para el cortejo nupcial! ¡En color ciruela!

—Sabía que sería así. Debería avisarle de que no viniera.

—Tal vez esté asustado de nosotros y no se presente —dijo Jordan.

—Sí —exclamó Lauren—, y tal vez no quería el teléfono de Min y tal vez no iba a llamarla y tal vez no sean realmente…

Dejé caer la cabeza sobre la mesa y parpadeé, fija en una fotografía de queso brie.

—No mires ahora —susurró Al—, pero hay una bola de sudor junto a la entrada.

Es cierto, tenías un aspecto especialmente atlético y sudoroso. Me levanté y te besé, sintiéndome como en la escena de La cámara acorazada en la que Tom D’Allesandro ignora que a Dodie Kitt la tienen secuestrada justo debajo de sus narices.

—Hola —dijiste, y luego bajaste la mirada hacia mis amigos—. Y hola.

—Hola —fue la maldita respuesta de todos ellos.

Te deslizaste sobre el banco.

—No venía aquí desde hace una eternidad —comentaste—. El año pasado estuve con una persona a la que le gustaba la cosa esa, la sopa de queso caliente.

—Fondue —aclaró Jordan.

—¿Con Karen? —preguntó Lauren—. ¿La de las trenzas y la escayola en el codo?

Pestañeaste.

—Con Carol —corregiste—, y no era fondue. Era sopa de queso caliente.

Señalaste la SOPA DE QUESO CALIENTE en la carta y, durante un breve instante, nos sumimos en un profundo silencio.

—Nosotros siempre pedimos el especial —sugirió Al.

—Entonces, pediré el especial —dijiste—. Y Al, que no se me olvide —diste unos golpecitos sobre tu mochila—, Jon Hansen me pidió que te diera una carpeta para el trabajo de Literatura.

Lauren se volvió para mirar a Al.

—¿Vas a Literatura con Jonathan Hansen?

Al negó con la cabeza y tú bebiste un largo, largo trago de agua con hielo. Contemplé tu garganta y la deseé, cada una de las palabras que habías pronunciado, todas para mí.

—Con su novia —aclaraste por fin—. Joanna Nosequé. Aunque, y no se lo digáis a nadie, no por mucho tiempo. Eh, ¿sabéis de qué me acabo de acordar?

—¿De que Joanna Farmington es amiga mía? —contestó Lauren.

Sacudiste la cabeza e hiciste una seña con la mano al camarero.

—De la máquina de discos —respondiste—. Aquí tienen una máquina de discos.

Colocaste la mochila encima de la mesa, sacaste la cartera y frunciste el ceño al ver los billetes.

—¿Alguien tiene cambio? —preguntaste, y entonces alargaste el brazo hacia el bolso de Lauren.

No sé nada sobre deporte, pero pude sentir el strike uno, strike dos, strike tres zumbando sobre tu cabeza. Abriste la cremallera y revolviste cosas. Mis ojos se dirigieron hacia Al, que trataba de no dirigir sus ojos hacia mí. La única persona, además de Lauren, que tiene permiso para hurgar en el bolso de Lauren es quienquiera que la encuentre muerta en una cuneta y esté buscando su identificación. Asomó un tampón y entonces diste con el monedero, sonreíste, lo abriste y dejaste caer las monedas sobre tu mano.

—El especial para todos —pediste al camarero, y te levantaste para acercarte a la máquina de discos, dejándome sola en una mesa con conmoción postraumática.

Lauren miraba su monedero como si yaciera muerto en la carretera.

—Por Jesucristo y su padre biológico.

—Como diría tu madre —añadió Jordan.

—Ellos se comportan así entre amigos —exclamé desesperada—, comparten el dinero.

—¿Se comportan así? —preguntó Lauren—. ¿Qué es esto, un especial de naturaleza? ¿Es que son hienas?

—Esperemos que no se emparejen de por vida —masculló Jordan.

Al solo me miraba, como si deseara saltar sobre su caballo, disparar el revólver y abrir la escotilla de emergencia, pero solo a una señal mía. Y yo no le di la señal. Regresaste, sonreíste a todo el mundo y, strike mil millones, empezó a sonar Tommy Fox. Ed, no sé cómo explicártelo, pero nosotros, nunca te lo dije, hacemos chistes sobre Tommy Fox, ni siquiera buenos chistes, porque es demasiado fácil reírse de Tommy Fox. Sonreíste de nuevo y lanzaste esta moneda sobre la mesa, clin, giro, clin, giro, mientras todos clavábamos la mirada en ella.

—Esta no funcionaba —dijiste señalando al centro de la mesa, la tierra de nadie donde este objeto inútil seguía girando.

—No me digas —exclamó Lauren.

—Me encantan las guitarras de esta canción.

Te sentaste y me rodeaste con el brazo. Yo me recosté sobre él, Ed, tu brazo resultaba agradable incluso con Tommy Fox en el aire.

—Está de broma —dije, de nuevo desesperada. Tenía esa esperanza y mentí por ti, Ed. La moneda repiqueteó hasta detenerse y yo la guardé en mi bolsillo mientras comíamos y balbuceábamos y nos levantábamos a trompicones y pagábamos y nos marchábamos. Tus ojos mostraban tanta dulzura cuando me acompañaste a la parada del autobús mientras ellos se alejaban en dirección contraria…

Los vi arremolinarse y reír. Oh, Ed, dondequiera que sirva este dinero, pensé con tu mano sobre mi cadera y la moneda inútil en el bolsillo, dondequiera que se pueda usar, cualquier extraña tierra que sea, vayámonos allí, quedémonos en ese lugar, solos.