BEEP DEWAR fue a ver a Dave Williams a Daisy Farm, su estudio de grabación en el valle de Napa.
Las habitaciones eran sencillas pero cómodas, mientras que el estudio, en cambio, no tenía nada de sencillo, pues disponía de lo último en tecnología punta. Allí se habían grabado varios álbumes de éxito, y alquilar el espacio a otros grupos se había convertido en un negocio pequeño pero rentable. A veces los grupos le pedían a Dave que fuese su productor, y este descubrió que parecía tener talento para ayudarles a conseguir el sonido que querían.
Y menos mal que era así, porque Dave ya no ganaba tanto dinero como antes. Desde la disolución de Plum Nellie habían sacado al mercado un álbum de grandes éxitos, un álbum en vivo y un recopilatorio de versiones y canciones que no se habían publicado nunca. Cada uno de ellos había vendido aún menos que su predecesor. Los discos en solitario de los ex miembros habían conseguido unas ventas modestas.
Dave no pasaba apuros económicos, pero ya no podía comprarse un Ferrari nuevo cada año. Y la tendencia era a la baja.
Cuando Beep lo llamó para preguntarle si podía ir a verlo al día siguiente, se había quedado tan sorprendido que no le había preguntado si tenía alguna razón especial para visitarlo.
Esa mañana se lavó la barba en la ducha con champú, se puso unos vaqueros limpios y eligió una camisa azul brillante. Luego se preguntó por qué diablos estaba emperifollándose de aquella manera. Ya no estaba enamorado de Beep, así que ¿por qué le importaba lo que pensase de su apariencia? Se dio cuenta de que quería que ella lo viera y se arrepintiese de haberlo dejado.
—Maldito idiota —dijo en voz alta, y se puso una camiseta vieja.
De todos modos se preguntó qué tripa se le habría roto a Beep.
Dave estaba en el estudio, trabajando con un joven cantautor en la grabación de su primer álbum, cuando el intercomunicador de la puerta de entrada parpadeó sin hacer ruido. Dejó al músico concentrado en el puente de la canción y salió a abrir la puerta. Beep había llegado hasta la entrada de la casa al volante de un Mercury Cougar rojo con la capota bajada.
Dave esperaba encontrarla cambiada y sentía curiosidad por ver qué aspecto tendría, pero en realidad estaba igual, tan guapa y menuda como siempre, y con aquel brillo travieso en los ojos. No parecía en nada distinta de la Beep que había conocido hacía una década, cuando era una cría de trece años insultantemente sexy. Ese día llevaba unos pantalones pirata y una camiseta a rayas, y el pelo corto a lo paje.
Primero la llevó a la parte trasera de la casa y le mostró la vista del otro lado del valle. Era invierno y las viñas estaban desnudas, pero brillaba el sol y las hileras de vides de color pardo oscuro proyectaban sombras azuladas a su alrededor, dibujando trazos curvilíneos como si fueran pinceladas.
—¿Qué tipo de uva cultivas?
—Cabernet sauvignon, la uva tinta clásica. Es resistente y se adapta muy bien a este suelo pedregoso.
—¿Haces vino?
—Sí. No es nada del otro mundo, pero vamos mejorando. Entra y prueba una copa.
A Beep le gustó la cocina revestida de madera por todas partes, con aquel aire tradicional a pesar de contar con los electrodomésticos más modernos. Los armarios eran de madera de pino natural, barnizados con una leve capa de color para conferir a la madera un brillo dorado.
Dave había quitado el falso techo y había elevado la altura de la habitación hasta la parte interior del tejado a dos aguas.
Había empleado mucho tiempo en el diseño de aquella estancia porque quería que fuera como la cocina de la casa de Great Peter Street, una habitación donde todo el mundo se reunía a pasar el rato, comer, beber y charlar.
Se sentaron a la mesa de pino antigua, y Dave abrió una botella de Daisy Farm Red de 1969, el primer vino que Danny Medina y él habían producido como socios. Todavía contenía demasiado tanino, y Beep hizo una mueca. Dave se echó a reír.
—Supongo que hay que saber apreciar su potencial.
—Tendré que fiarme de tu palabra.
Ella sacó un paquete de Chesterfield.
—Ya fumabas Chesterfield cuando tenías trece años —comentó Dave.
—Tendría que dejarlo.
—Era la primera vez que veía unos cigarrillos tan largos.
—Eras tan tierno a esa edad…
—Y ver tus labios chupando un Chesterfield me resultaba extrañamente excitante, aunque no sabía por qué.
Beep se echó a reír.
—Yo podría habértelo dicho.
Dave tomó otro sorbo de vino. Tal vez mejoraría al cabo de un par de años más.
—¿Cómo está Walli?
—Bien. Se mete más drogas de lo que debería, pero ¿qué quieres que te diga? Es una estrella del rock.
Dave sonrió.
—Yo mismo me fumo un porro casi todas las noches.
—¿Estás saliendo con alguien?
—Con Sally Dasilva.
—La actriz. Vi una foto de vosotros dos juntos llegando a algún estreno, pero no sabía si ibais en serio.
No iban en serio.
—Está en Los Ángeles, y los dos trabajamos mucho, pero pasamos juntos algún fin de semana de vez en cuando.
—Por cierto, tengo que decirte lo mucho que admiro a tu hermana.
—Evie es muy buena actriz.
—Me hizo llorar de risa en esa película en la que interpretaba a una policía novata, pero es su activismo lo que la convierte en una heroína.
Hay mucha gente que está en contra de la guerra, pero no todos tienen las agallas de ir hasta Vietnam del Norte.
—Estaba muerta de miedo.
—Me lo imagino.
Dave dejó la copa y miró a Beep fijamente. Ya no podía seguir conteniendo la curiosidad por más tiempo.
—¿Qué es lo que te ha traído por aquí en realidad, Beep?
—En primer lugar, gracias por haber accedido a verme. No tenías por qué hacerlo, y te lo agradezco.
—No tienes que agradecérmelo.
Había estado a punto de negarse a verla, pero al final la curiosidad había vencido al resentimiento.
—En segundo lugar, quiero pedirte disculpas por lo que hice en 1968. Siento haberte hecho daño. Fui muy cruel, y es algo de lo que siempre me avergonzaré.
Dave asintió. No pensaba quitarle la razón: dejar que su prometido la encontrara en la cama con su mejor amigo era la crueldad máxima a la que podía llegar una mujer, y el hecho de que solo tuviese veinte años en ese momento no era excusa para justificarlo.
—En tercer lugar, Walli también lo siente. Él y yo todavía nos amamos, no me malinterpretes, pero somos conscientes de lo que hicimos. Walli te lo dirá también, si le das la oportunidad algún día.
—Está bien.
Con sus palabras, Beep estaba empezando a remover los sentimientos de Dave, que sintió los ecos de emociones olvidadas desde hacía tiempo: ira, resentimiento, pérdida… Estaba impaciente por saber adónde llevaba todo aquello.
—¿Podrías llegar a perdonarnos algún día?
No estaba preparado para aquella pregunta.
—No lo sé, la verdad es que no lo he pensado —contestó con voz débil. Antes de ese día podría haberle dicho que el pasado ya no le importaba, pero de algún modo las preguntas de Beep estaban despertando un dolor latente en lo más hondo de su ser—. ¿Qué implicaría el hecho de perdonaros?
Beep respiró profundamente.
—Walli quiere volver a reunir el grupo.
—¡Ah!
Dave no esperaba eso.
—Echa de menos trabajar contigo.
Esas palabras resultaron gratificantes para él, en un sentido malicioso y retorcido.
—Los discos en solitario no le han ido muy bien —añadió Beep.
—Él ha vendido mucho más que yo, eso desde luego.
—Pero no son las ventas lo que le inquieta. A él no le preocupa el dinero, no se gasta ni la mitad de lo que gana. Lo que le importa es que la música era mejor cuando vosotros dos componíais juntos las canciones.
—En eso estoy de acuerdo —coincidió Dave.
—Tiene un par de canciones que le gustaría compartir contigo.
Podrías hacer que Lew y Buzz viniesen de Londres. Todos podríamos vivir aquí, en Daisy Farm. Luego, cuando saliese el disco, tal vez podríais dar un concierto para celebrar el regreso del grupo o incluso hacer una gira.
Muy a pesar suyo, Dave sintió que lo invadía el entusiasmo. Nunca había vivido una etapa más emocionante que la de los años de Plum Nellie, desde Hamburgo hasta los días de Haight-Ashbury. El grupo había sido víctima de la explotación, del engaño y de la estafa, y les había encantado vivir todas esas experiencias, cada minuto de ellas. En ese momento Dave era una personalidad respetada y bien pagada, un personaje célebre de la televisión, un artista que gustaba a toda la familia y un empresario del mundo del espectáculo. Sin embargo, no era ni la mitad de divertido.
—¿Volver a la carretera? —reflexionó—. Pues no lo sé, la verdad.
—Piénsatelo —insistió Beep—. No digas sí o no.
—Está bien —dijo Dave—. Lo pensaré.
Pero ya sabía cuál iba a ser su respuesta.
La acompañó hasta el coche. Había un periódico en el asiento del pasajero. Beep lo cogió y se lo dio.
—¿Has visto esto? Es una foto de tu hermana.
La imagen mostraba a Evie Williams en uniforme de camuflaje.
Lo primero que llamó la atención de Cam Dewar era lo atractiva y seductora que estaba. La ropa holgada solo hacía que recordarle que bajo ella se escondía el cuerpo perfecto que el mundo había visto en la película La modelo del artista. Las pesadas botas y la práctica gorra le daban un aspecto aún más adorable.
Estaba sentada en un tanque. Cam no sabía mucho de armamento y carros de combate, pero leyó en el pie de foto que se trataba de un tanque soviético T-54 con cañón de cien milímetros.
A su alrededor se concentraban unos soldados uniformados del ejército de Vietnam del Norte. Evie parecía estar diciéndoles algo gracioso, y tenía el rostro iluminado con una expresión de risa y alegría.
Los soldados reían alborozados, como hacía la gente de cualquier rincón del mundo en torno a una estrella de Hollywood.
Según el artículo que acompañaba a la fotografía, Evie había acudido allí en una misión de paz y había descubierto que los vietnamitas no querían estar en guerra con Estados Unidos.
—Joder, menuda sorpresa —exclamó Cam con sarcasmo.
Lo único que querían era que los dejaran vivir tranquilos, decía Evie en el reportaje.
La fotografía era una victoria de las relaciones públicas del movimiento contra la guerra. La mitad de las chicas de Estados Unidos querían ser Evie Williams, la mitad de los chicos querían casarse con ella, y todos admiraban su valentía por ir a Vietnam del Norte. Lo que era aún peor, los comunistas no le estaban haciendo ningún daño, sino que charlaban animadamente con ella y le decían que querían ser amigos del pueblo norteamericano.
¿Cómo podía el malvado presidente arrojar bombas sobre aquella gente tan simpática?
A Cam le daban ganas de vomitar.
Sin embargo, la Casa Blanca no pensaba quedarse de brazos cruzados.
Cam estaba colgado del teléfono llamando a los periodistas amigos.
No había demasiados; los medios liberales odiaban a Nixon, y una parte de los medios más conservadores lo encontraban demasiado moderado. Aun así, Cam consideraba que contaban con un número suficiente de simpatizantes para plantar cara, si accedían a seguirles el juego.
Tenía ante sí una lista donde figuraban distintos hechos y afirmaciones, e iba escogiendo de esa lista en función de la persona con quien estuviese hablando.
—¿A cuántos soldados estadounidenses cree usted que ha matado ese tanque? —le preguntó a un guionista que trabajaba en un programa de entrevistas.
—No sé, dígamelo usted —respondió el hombre.
La respuesta correcta era que probablemente a ninguno, ya que los tanques norvietnamitas en general no se enfrentaban a las fuerzas estadounidenses, sino que combatían contra el ejército de Vietnam del Sur. Sin embargo, esa no era la cuestión.
—Es una pregunta que debería hacerles a los liberales en su programa —sugirió Cam.
—Tiene razón, es una buena pregunta.
Luego llamó a un columnista de un diario sensacionalista de derechas.
—¿Sabía que Evie Williams es inglesa? —preguntó.
—Su madre es estadounidense —replicó el periodista.
—Pero odia tanto Estados Unidos que dejó su país en 1936 y no ha vuelto a vivir aquí desde entonces.
—¡Tiene razón!
A continuación habló con un periodista liberal que solía dirigir sus diatribas contra Nixon.
—Hasta usted tiene que admitir que Evie Williams ha sido una ingenua al dejarse utilizar así por los norvietnamitas para la propaganda antiamericana —dijo Cam—. ¿O acaso se ha tomado en serio lo de su misión de paz?
Los resultados fueron espectaculares. Al día siguiente se levantó una ola de clamor popular contra Evie Williams mucho mayor, en comparación, que su victoria inicial. Se convirtió en la enemiga pública número uno, arrebatándole el puesto a Eldridge Cleaver, el violador en serie y líder de los Panteras Negras. Una lluvia de cartas reprochándole su conducta inundó la Casa Blanca, y no todas estaban instigadas por los partidos republicanos locales del país; se había convertido en una figura odiada por todos los votantes de Nixon, personas que se aferraban a la creencia de que o estabas con Estados Unidos o estabas contra él.
A Cam todo aquello le parecía profundamente gratificante. Cada vez que leía otro ataque contra ella en los tabloides, se acordaba de cuando se había burlado del amor que sentía por ella tachándolo de «tonterías».
Pero aún no había terminado con Evie.
En el momento de mayor apogeo de las reacciones adversas, Cam llamó a Melton Faulkner, un empresario partidario de Nixon que formaba parte del consejo de una cadena de televisión. Hizo que fuese la centralita la que realizase la llamada, de manera que cuando la secretaria de Faulkner le puso con su jefe, se oyó:
—¡La Casa Blanca al teléfono!
Después de escuchar la voz de Faulkner al otro extremo del hilo, Cam se presentó y abordó la cuestión:
—El presidente me ha pedido que le llame, señor, para hablarle de una película sobre Jane Addams que está preparando su cadena.
Jane Addams, fallecida en 1935, había sido una activista progresista, sufragista y ganadora del Premio Nobel de la Paz.
—Efectivamente, así es —dijo Faulkner—. ¿Es el presidente admirador suyo?
«Y un cuerno admirador suyo…», pensó Cam. Jane Addams era la típica liberal cabeza hueca que el presidente detestaba.
—Sí, en efecto —mintió—, pero en The Hollywood Reporter dicen que está pensando en darle a Evie Williams el papel de Jane.
—Así es.
—Seguramente habrá visto las noticias recientes sobre Evie Williams y la forma en que se ha dejado manipular para fomentar la propaganda de los enemigos de Estados Unidos.
—Claro, leí el reportaje.
—¿Y está seguro de que esa actriz inglesa y antiamericana, de ideología socialista, es la persona adecuada para interpretar el papel de una heroína de nuestro país?
—Como miembro del consejo no tengo nada que decir en el reparto…
—El presidente no tiene potestad para tomar ninguna medida al respecto, desde luego que no, pero he pensado que tal vez usted estaría interesado en escuchar su opinión.
—¡Por supuesto que lo estoy!
—Me alegro de haber hablado con usted, señor Faulkner.
Cam colgó el teléfono. Había oído que la venganza era dulce, pero nadie le había dicho cuánto…
Dave y Walli se hallaban en el estudio de grabación sentados en taburetes altos y con las guitarras en la mano. Tenían una canción que se titulaba Back Together Again. La canción constaba de dos partes, cada una en diferentes claves, y necesitaban un acorde para la transición.
Interpretaron el tema una y otra vez, probando versiones diferentes.
Dave estaba muy contento. Todavía compartían aquella chispa especial. Walli tenía un talento innato para componer canciones, y se le ocurrían melodías y progresiones armónicas que nadie más utilizaba.
Intercambiaban ideas sin cesar y el resultado era mejor que cualquier cosa que hubiesen podido hacer cada uno por su cuenta. Iba a ser un regreso triunfal.
Beep no había cambiado, pero Walli sí. Tenía un aspecto demacrado. Su delgadez extrema acentuaba sus pómulos marcados y sus ojos almendrados; tenía un atractivo vampírico.
Buzz y Lew estaban sentados cerca de ellos, fumando, escuchando y esperando. Eran pacientes. En cuanto Dave y Walli hubiesen compuesto la canción, los dos se pondrían al frente de sus instrumentos y se concentrarían en las partes de la batería y el bajo.
Eran las diez de la noche y llevaban tres horas trabajando, pero seguirían hasta las tres o las cuatro de la madrugada y luego dormirían hasta el mediodía. Esas eran las horas del rock and roll.
Aquel era su tercer día en el estudio. Habían pasado el primero improvisando, interpretando sus viejas canciones favoritas, disfrutando de acostumbrarse a estar juntos de nuevo. Walli había tocado unos maravillosos fragmentos melódicos a la guitarra. Por desgracia, el segundo día había sufrido un fuerte dolor de estómago y se había retirado temprano, así que aquella era su primera jornada de trabajo en serio.
Junto a Walli, encima de un amplificador, había una botella de Jack Daniels y un vaso alto con cubitos de hielo. En los viejos tiempos solían beber alcohol o fumar marihuana mientras trabajaban en las canciones.
Formaba parte de la diversión. Esta vez, en cambio, Dave prefería trabajar estando sobrio, pero Walli no había cambiado sus hábitos.
Beep entró con cuatro cervezas en una bandeja. Dave imaginó que quería que Walli bebiese cerveza en lugar de whisky. De vez en cuando les llevaba comida al estudio: arándanos con helado, tarta de chocolate, platos de cacahuetes, plátanos… Quería que Walli se alimentase de algo más que de alcohol. Él tomaba una cucharada de helado o un puñado de cacahuetes y luego volvía a aferrarse a su vaso de Jack Daniels.
Por suerte seguía siendo un músico brillante, tal como demostraba la nueva canción; sin embargo, Dave se impacientaba cada vez más con la incapacidad de ambos para conseguir el acorde de transición adecuado.
—¡Mierda! —exclamó—. Lo tengo aquí en la cabeza, ¿sabes? Pero no le da la gana de salir.
—Estreñimiento musical, tío —repuso Buzz—. Necesitas un laxante de rock. ¿Cuál sería el equivalente de un plato de ciruelas?
—Una ópera de Schönberg —dijo Dave.
—Un solo de batería de Dave Clark —propuso Lew.
—Un álbum de Demis Roussos —fue el comentario de Walli.
El teléfono parpadeó y Beep respondió.
—Entra —dijo, y colgó. Entonces le dijo a Walli—: Es Hilton.
—Muy bien.
Walli bajó del taburete, dejó la guitarra en un soporte y salió.
Dave miró a Beep con aire interrogador.
—Un camello —explicó ella.
Dave siguió tocando la canción. No tenía nada de raro que un traficante de marihuana asomase por un estudio de grabación. No sabía por qué los músicos recurrían a las drogas mucho más que la población general, pero siempre había sido así: Charlie Parker había sido adicto a la heroína, y eso que pertenecía a dos generaciones atrás.
Mientras Dave tocaba, Buzz cogió su bajo y lo acompañó, Lew se sentó tras la batería y empezó a golpear sin hacer mucho ruido, buscando el ritmo. Llevaban quince o veinte minutos improvisando cuando Dave paró de pronto y dijo:
—¿Qué coño le ha pasado a Walli?
Salió del estudio seguido por los demás y regresó al edificio principal.
Encontraron a Walli en la cocina. Estaba tendido en el suelo, completamente colocado y con una jeringuilla hipodérmica todavía clavada en el brazo. Se había pinchado en cuanto había llegado el suministro.
Beep se agachó junto a él y sacó la aguja con cuidado.
—Estará fuera de combate hasta mañana —dijo—. Lo siento.
Dave soltó un taco. Ese fue el final de la jornada de trabajo.
—¿Nos vamos a la cantina? —le propuso Buzz a Lew.
Al pie de la colina había un bar que solían frecuentar sobre todo los jornaleros mexicanos. Tenía el ridículo nombre de The Mayfair Lounge, por lo que siempre se referían a él como «la cantina».
—Vale —dijo Lew.
La sección rítmica se marchó.
—Ayúdame a llevarlo a la cama —le pidió Beep a Dave.
Este cogió a Walli de los hombros mientras Beep lo agarraba de las piernas, y se lo llevaron al dormitorio. Luego regresaron a la cocina.
Beep se apoyó en la encimera mientras Dave hacía café.
—Está enganchado, ¿verdad? —preguntó jugueteando con el filtro.
Beep asintió.
—¿De verdad crees que podremos grabar este álbum?
—¡Sí! —respondió ella de inmediato—. Por favor, no lo abandones.
Tengo miedo de que…
—Está bien, tranquilízate.
Encendió la cafetera.
—Puedo controlarlo —dijo ella con desesperación—. Aguanta mucho por las noches, solo se coloca con pequeñas cantidades mientras trabaja, y luego, ya de madrugada, se chuta y se queda fuera de juego.
Lo de hoy no ha sido algo habitual. No se queda así, colgado, de repente. Normalmente yo se lo preparo y le dosifico las cantidades…
Dave la miró horrorizado.
—Te has convertido en la niñera de un yonqui.
—Tomamos decisiones cuando somos demasiado jóvenes para saber lo que implican, y luego tenemos que vivir con ellas —dijo, y se le saltaron las lágrimas.
Dave la abrazó y ella se echó a llorar en su pecho. Él le dejó tiempo mientras la parte delantera de su camisa iba empapándose y el aroma a café inundaba toda la cocina. Luego la apartó con delicadeza y sirvió dos tazas.
—No te preocupes —la tranquilizó—. Ahora que sabemos cuál es el problema, podremos afrontarlo. Mientras Walli esté lúcido haremos las cosas más difíciles: componer las canciones, los solos de guitarra, las armonías vocales… Cuando esté en horas bajas y desaparezca, nos centraremos en los acompañamientos y en hacer una mezcla provisional. Podemos conseguirlo.
—Dave, muchas gracias. Le has salvado la vida. No te imaginas el alivio que siento. Eres tan bueno…
Se puso de puntillas y lo besó en los labios.
Dave se sintió raro. Beep le estaba dando las gracias por salvar la vida de su novio y, al mismo tiempo, lo besaba.
—Fui una idiota al dejarte —dijo ella entonces.
Aquello era una deslealtad hacia el hombre que estaba en el dormitorio, pero la lealtad nunca había sido el punto fuerte de Beep.
Esta le rodeó la cintura con los brazos y apretó su cuerpo contra el suyo.
Por un momento Dave permaneció con las manos suspendidas en el aire, sin tocarla, pero luego se rindió y volvió a rodearla con los brazos. Tal vez la lealtad tampoco fuera su propio punto fuerte.
—Los yonquis no practican mucho sexo —dijo Beep—. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez…
Dave sintió que le temblaban las piernas. Se dio cuenta de que de algún modo, en el fondo, él había sabido que aquello iba a suceder desde el instante en que Beep se presentó en su casa al volante de aquel descapotable rojo.
Temblaba de deseo por ella. Un deseo irresistible.
Siguió sin decir nada.
—Llévame a la cama, Dave —pidió Beep—. Vamos a echar un polvo como los de antes, solo una vez, por los viejos tiempos.
—No —dijo él.
Pero lo hizo.
Terminaron el álbum el día que murió el director del FBI, J. Edgar Hoover.
—Mi abuelo es senador y dice que a J. Edgar le iban las pollas —soltó Beep durante el desayuno, a mediodía del día siguiente, en la cocina de Daisy Farm.
Todos se quedaron boquiabiertos.
Dave sonrió. Estaba seguro de que el viejo Gus Dewar nunca le había dicho a su nieta que a Hoover «le iban las pollas», pero a Beep le gustaba hablar así delante de los chicos. Sabía que eso los excitaba.
Era mala y traviesa, y esa era una de las cosas que la hacían aún más interesante.
—El abuelo me dijo que Hoover vivía con su subdirector, un tipo llamado Tolson. Iban juntos a todas partes, como si fueran marido y mujer —siguió explicando Beep.
—La gente como Hoover es la que nos da mala prensa a los maricas —dijo Lew.
—Oíd, chicos, daremos un concierto de regreso cuando salga el álbum, ¿no? —propuso Walli, que se había levantado insólitamente temprano.
—Sí, genial. ¿En qué habías pensado? —preguntó Dave.
—Organizaremos un concierto para recaudar fondos para George McGovern.
La idea de que las bandas de rock recaudasen dinero para los políticos liberales estaba cobrando cada vez más ímpetu, y McGovern era el contrincante favorito para la candidatura demócrata a las elecciones presidenciales de ese año, como aspirante a favor de la paz.
—Me parece una gran idea. Eso doblaría nuestra publicidad y también ayudaría a poner fin a la guerra —señaló Dave.
—Contad conmigo —dijo Lew.
—Está bien, estoy en minoría, me rindo —fue la respuesta de Buzz.
Lew y Buzz se marcharon poco después para coger un avión a Londres. Walli se fue al estudio para guardar sus guitarras en las fundas, una tarea de la que prefería encargarse personalmente.
—No puedes irte —le dijo Dave a Beep.
—¿Por qué no?
—Porque llevamos las últimas seis semanas follando como locos cada vez que Walli se coloca.
Ella sonrió.
—Ha estado muy bien, ¿verdad?
—Y porque nos queremos.
Dave esperó a ver si ella lo confirmaba o lo negaba.
Beep no hizo ninguna de las dos cosas.
—No puedes irte —insistió él.
—¿Qué voy a hacer, si no?
—Habla con Walli. Dile que se busque otra niñera. Vente a vivir aquí conmigo.
Beep negó con la cabeza.
—Te conocí hace una década —dijo Dave—. Hemos sido amantes.
Estuvimos prometidos. Creo que te conozco bien.
—¿Y?
—Sientes un gran afecto por Walli, te preocupas por él y quieres que esté bien, pero rara vez mantenéis relaciones sexuales y, lo que es aún más revelador, no parece importarte. Eso me dice que en realidad no lo amas.
Una vez más, Beep ni confirmó ni negó sus palabras.
—Creo que me amas a mí —insistió Dave.
Ella se quedó mirando la taza vacía de café como si en sus posos pudiera hallar respuestas.
—¿Quieres que nos casemos? —dijo Dave—. ¿Por eso dudas?
¿Quieres que te lo pida? Entonces lo haré. Cásate conmigo, Beep. Te quiero. Te quería cuando teníamos trece años y creo que no he dejado de quererte desde entonces.
—¿Qué? ¿Ni siquiera cuando estabas en la cama con Mandy Love?
Dave sonrió con expresión culpable.
—Puede que me olvidase de ti solo unos momentos, de vez en cuando.
Beep sonrió.
—Ahora sí te creo.
—¿Y los niños? ¿Te gustaría tener hijos? A mí sí.
Ella no dijo nada.
—Vamos a ver, te estoy abriendo mi corazón y no recibo nada a cambio. ¿Se puede saber qué está pasando por tu cabeza?
Ella levantó la mirada y Dave vio que estaba llorando.
—Si dejo a Walli, morirá.
—No creo que ocurra eso —dijo él.
Beep levantó la mano para silenciarlo.
—Me has preguntado qué es lo que está pasando por mi cabeza. Si de verdad quieres saberlo, no me repliques.
Dave calló.
—He hecho un montón de cosas malas y egoístas en mi vida. Algunas tú ya sabes cuáles son, pero hay más.
Dave la creía, pero quería decirle que también había llevado risas y alegría a las vidas de mucha gente, incluso a la suya propia. Sin embargo, ella le había pedido que se limitase a escucharla, así que fue lo que hizo.
—Tengo la vida de Walli en mis manos.
Dave reprimió una réplica, pero Beep dijo lo que él tenía en la punta de la lengua.
—Está bien, no es culpa mía que sea drogadicto, no soy su madre, no tengo que salvarlo.
Dave pensaba que Walli podía ser más duro y fuerte de lo que creía Beep, aunque, por otra parte, Jimi Hendrix había muerto, Janis Joplin había muerto, Jim Morrison había muerto…
—Quiero cambiar —afirmó Beep—. Es más, quiero compensar mis errores. Ya es hora de que haga algo que no sea lo que me dé la gana en cada momento. Es hora de que haga algo bueno… Así que voy a quedarme al lado de Walli.
—¿Es tu última palabra?
—Sí.
—Entonces, adiós —dijo Dave, y se apresuró a salir de la cocina para que ella no lo viera llorar.