La rubia alzó la cabeza al oír aquellas palabras. Marion contempló el rostro del joven con ojos inquisitivos.
Bludin le hizo una ligera seña con la mano, como pidiéndole que le dejara hacer. En el mismo instante, Millie decía:
—¿Qué es lo que quiere de mí, Bat?
—Tengo en el bolsillo una fotografía, en la que aparecen siete conspiradores, usted entre ellos. ¿Recuerda esa reunión?
La cara de Millie, ya pálida, se puso gris.
—Sí —admitió con voz sorda.
—En esa reunión se conspiró para acelerar el fin de la vida de Koldicutt, ¿no es cierto?
Millie hizo un gesto afirmativo con la cabeza. Marion se sentía pasmada por la inesperada revelación, aunque, discreta, se abstuvo de intervenir, ya que comprendía que Bludin llevaría mejor el interrogatorio.
—¿Hicieron algún plan definido? —preguntó él.
—En cierto modo… Alguno tenía que procurarse una muestra de las píldoras estimulantes. Entonces prepararíamos otras idénticas, pero sin valor alguno medicinal.
—Y le darían el cambiazo.
—Sí.
Bludin sacó el frasco del bolsillo.
—Estas píldoras, ¿son auténticas o falsas?
—No lo sé, yo no lo hice ni intervine para nada. Ni siquiera vi una sola píldora.
—Entonces, ¿quién hizo el cambio?
—Lila… o su esposo, o quizá Peggy.
—Peggy —repitió Bludin—. Tenía cierta habilidad para mover los dedos sin que se diera cuenta la gente.
—Así era.
—Será preciso hacer analizar estas píldoras, aunque, de momento, eso es algo que no corre demasiada prisa. Millie, a pesar de las protestas, todos ustedes estaban necesitados de dinero, ¿no es cierto?
—Sí. Además, odiábamos a Hyram. Todos le detestábamos. Era un sujeto abyecto, repugnante; se gozaba en humillarnos, a cada momento nos echaba en cara nuestra dependencia de él…, y decía que iba a vivir cien años y que nosotros reventaríamos antes que él.
—Usted estuvo aquí hace pocos días. ¿Daba la impresión de que era un hombre acabado?
—Oh, no, en absoluto. Se conservaba fuerte como un toro, aunque debía tomar esas píldoras estimulantes.
—¿Vio usted el frasco en alguna ocasión? —Bludin volvió a enseñarlo.
—Sí, aunque no se me presentó oportunidad de cambiarlo. Sabíamos el nombre de la medicina, así que todos vinimos con un frasco cada uno, para cambiarlo, el que pudiera, por el suyo, tras observar la cantidad aproximada de píldoras ya consumidas. Así, al poner el frasco con las píldoras inocuas, dejaríamos la cantidad casi exacta, teniendo en cuenta las consumidas por él desde el momento del cambio hasta la sustitución definitiva. De este modo, Koldicutt no advertiría nada.
—Un truco muy ingenioso; pero, ¿sirvió?
Millie se encogió de hombros.
—Está muerto —respondió.
—Hay algo que no entiendo. —Bludin se volvió ligeramente hacia la muchacha—. Los siete conspiradores se reunieron y Fay tomó una instantánea. Pero esa fotografía puede ser el recuerdo de una reunión entre amigos y familiares de una misma persona. O la celebración de un cumpleaños… Ahora bien, por esa fotografía no se puede deducir una conspiración para asesinar a una persona.
—Según se mire.
—¿Cómo?
—Esa reunión tuvo lugar en casa de Fay. La fotografía no prueba nuestras intenciones, pero sí que estuvimos juntos y, además, indica el lugar donde fue tomada. Por tanto, Fay, un día, podría hacernos chantaje.
—No está mal pensado. Sobre todo teniendo en cuenta que vino a delatarles a Koldicutt.
Millie se irguió en su asiento.
—¿Eso hizo? —exclamó.
—Sí. Y cobró quinientos dólares por su delación.
—¡Traidora! ¡Perra asquerosa! —dijo Millie—. Siempre con su aspecto de mosquita muerta, humilde, servicial, amable… pero rastrera como ninguna. Así que nos delató.
—Esperaba que Koldicutt le demostrase algo más positivo que quinientos dólares.
—No sabe cuánto me alegro —rió Millie—. De todos modos, no ha salido tan mal librada. Le van a llover cien mil dólares…
—Suponiendo que aparezca el testamento.
Millie saltó en su asiento.
—¿Qué está diciendo? —exclamó.
—Recuerde: Simmons leyó el testamento, pero nosotros sólo vimos que sacaba un sobre, lo enseñaba, rasgaba sus sellos de lacre, extraía un papel de su interior y leía las disposiciones testamentarias de Koldicutt. Pero ¿vimos alguno de nosotros ese testamento?
—Es cierto —murmuró la rubia.
—Y cuando yo iba a apoderarme de la cartera de Simmons, alguien me atacó y se la llevó.
—¿Quién? —preguntó Marion.
—Eso importa poco ahora —dijo Bludin—. Hay algo muchísimo más importante, y es que usted resulta ser el único superviviente de los herederos.
* * *
Sobrevino un intervalo de silencio. Marion observaba a Millie y se dio cuenta de que la joven trataba de digerir la observación de Bludin.
—La única superviviente… —repitió, pasados unos instantes.
—Sí. El testamento lo decía bien claro; renunciar a la herencia o quedarse aquí, para morir de acuerdo con las costumbres y circunstancias personales de cada cual. No hay que tomar esto en un sentido absolutamente literal; pero Koldicutt sabía muy bien que, por ejemplo, Lila buscaría dulces en la primera ocasión que se le presentase. Fred tocaría el piano tarde o temprano… y así los demás.
—Fred no era heredero —dijo Millie.
—Bueno, estaba aquí.
—Hacía bastante tiempo que se había convertido en la sombra de Helen. —Los labios de Millie se curvaron en una mueca de desprecio—. Figúrese, una mujer de cuarenta años bien corridos y un hombre quince o dieciséis años más joven…
—No es la primera pareja en tales condiciones —intervino Marion.
—Bien, eso es algo secundario por el momento. Parece, sin embargo, que Koldicutt debía de sentir una gran antipatía por Fred y por eso le preparó la trampa de la ametralladora. De Helen sabía también que acabaría por ir a la caja fuerte, en busca del medallón. Por tanto, puso la aguja envenenada… Y usted, Millie, ¿cuál es su costumbre más acusada?
La rubia se mordió los labios.
—No lo diré —contestó.
—Millie, tratamos de ayudarla —dijo Marion.
—¡No!
—Escuche, comprendemos muy bien su estado de ánimo y el odio que podía sentir hacia su tío; pero eso no es suficiente para que él no quisiera matarla. Por alguna parte de la casa hay una trampa preparada. Koldicutt demostró ser un buen psicólogo, no cabe la menor duda. Díganos cuál es su costumbre más acusada, para buscar y desarmar esa trampa.
Millie vaciló.
—Está bien… Hace ya tiempo que… he empezado una cura de alcohol… Todos sabían que yo bebía en exceso, pero aún no había dicho a nadie que me he puesto en tratamiento. Esta noche, por ejemplo, no he probado una sola gota de licor.
A Marion se le pusieron los pelos de punta.
—¡Cielos! —exclamó—. Ella no ha bebido, pero todos los demás sí; y en alguna parte hay una botella envenenada…
—Yo sé dónde está —declaró Millie sorprendentemente.
—¿Cómo? —se asombró Bludin.
—Mi tío supuso que nos quedaríamos en la casa después de la lectura del testamento. Yo solía ocupar siempre la misma habitación. Apostaría a que hay allí un par de botellas.
Bludin volvió los ojos hacia Marion. La chica asintió.
—Voy a comprobarlo —dijo él—. Marion, no se separe de Millie.
—Descuide, Bat.
Bludin se dirigió hacia la puerta y corrió rápidamente al primer piso. No tardó en encontrar una habitación en la que, sobre una mesita, se divisaban dos botellas.
Sonrió satisfecho. Al menos, en una de sus víctimas, Koldicutt había fracasado.
Parecía lógico que sólo estuviesen envenenadas las dos botellas, porque era de suponer que los invitados beberían de otras que se hallarían en la planta baja, y si cada uno de ellos debía morir de acuerdo con sus hábitos o circunstancias, la única que podía morir envenenada era la alcohólica… que precisamente estaba en vías de curación.
—No sabes cuánto me alegro de que, por lo menos uno de ellos, te haya chasqueado —dijo en voz alta, como si el muerto pudiese oírle.
De pronto se acordó de algo que había olvidado.
—Tengo que despertar a Elphins —murmuró.
Salió del dormitorio y se encaminó hacia el ático. Momentos después abría la puerta del cuarto del mayordomo.
Elphins continuaba dormido en la cama. Bludin pronunció su nombre.
El mayordomo continuó en la misma posición.
—¡Elphins!
La voz del joven había alcanzado un tono muy superior al normal; pero, pese a ello, Elphins no varió de postura.
Habría tomado demasiados somníferos, dedujo. Pero, de una forma u otra, tendría que despertarlo.
Se acercó a la cama. De súbito, reparó en la absoluta inmovilidad del pecho de Elphins.
Tocó una de las manos del durmiente. Estaba fría como el hielo.
En aquel cuerpo no había pulso, lo comprobó instantes después. Y, lleno de congoja, se preguntó si no habría podido evitar aquella muerte, tratando de despertar a Elphins cuando apenas se había tomado el somnífero.
* * *
Durante unos momentos, Bludin permaneció inmóvil, consternado por el descubrimiento. De pronto, oyó unos golpes en el patio posterior.
Corrió hacia la ventana. Fay golpeaba un tronco con un hacha.
—¿Qué hace, Fay? —preguntó.
—Astillas —contestó la mujer—. Ahora, a la madrugada, la temperatura baja aquí bastante. Encenderé la chimenea de la salita.
—Está bien. Bajaré a ayudarla.
—No se moleste.
Bludin cerró la ventana. Al volverse, divisó algo que llamó poderosamente su atención.
¿Qué había en aquel armario, cuya puerta estaba entreabierta?
Se acercó al mueble y terminó de abrirlo. Lo que descubrió le hizo sentirse muy pensativo.
Estuvo así unos momentos. Luego, de pronto, cerró con cuidado, dio media vuelta y salió del dormitorio.
Momentos después entraba en la salita. Marion y Millie le dirigieron una mirada ansiosa.
—Arriba hay dos botellas, en efecto —dijo él.
—Me lo figuraba —contestó Millie.
—Pero eso no es lo peor. Elphins está muerto.
Marion lanzó un gritito. Millie se puso lívida.
—También el mayordomo —dijo con voz sorda.
—Creía que estaría dormido, pero cuando le llamé y no despertó, le sacudí con fuerza… y entonces fue cuando noté que estaba muerto.
Millie dejó escapar una risa amarga.
—¿Quién dijo antes que ésta era la noche de difuntos?
—Bat, ¿de qué ha muerto Elphins?
—Lo ignoro. Sospecho que ha debido de tomar exceso de somníferos, porque se le ve el rostro muy tranquilo…, pero no es más que una suposición, ya que, naturalmente, no tengo medios de comprobar mis palabras.
—Otro muerto más —murmuró Marion—. Bat, ¿podremos salir de aquí?
—Tarde o temprano, tendremos que intentarlo. Sobre todo, cuando amanezca. Pero, mientras tanto, ¿quieren acompañarme?
—¿Adónde, Bat?
—Vengan las dos, por favor. Pero no hagan nada sin que yo se lo diga. Sigan en todo mis indicaciones. ¿Comprendido?
—¿Qué idea se le ha ocurrido, Bat? —inquirió Millie.
—Por favor, un poco de paciencia.
Bludin dio media vuelta. Fay entró en aquel momento, con un brazado de astillas.
—Voy a encender la chimenea —anunció con voz inexpresiva.
—Nosotros regresaremos en seguida —dijo Bludin, apartándose a un lado para que salieran las dos mujeres.