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—¡Mira qué lista! —dijo Fiona—. Has tardado lo tuyo en darte cuenta.

—Eso no es justo —intervino Diana—. Tú tampoco lo sabías.

—Bueno, porque no me dejaba acercarme a él y era tan sólido que pensé que era imposible que se tratara de mi íncubo —repuso Fiona—. Hiciste que se encarnara, Callie. Y eso es bastante impresionante. Para que un íncubo se convierta en humano el objeto de su amor debe tener una mente fuerte y deseos muy firmes. Debiste de anhelar que se encarnara.

—Intenté derrotarlo —protesté sacudiendo la cabeza—. ¡Y vosotras me visteis! —añadí, volviéndome hacia Soheila y Diana.

Soheila, que todavía no había pronunciado palabra, parecía afectada pero permaneció callada. Diana también parecía disgustada pero respondió a mi pregunta:

—Te vimos llevar a cabo el ritual, Callie, y estoy segura de que querías que saliera bien, pero no veíamos lo que había en tu corazón. Nadie puede verlo… —Diana miró nerviosa a Fiona—. Aunque, claro está, nadie pretende decir que lo ayudarás a cobrar vida a propósito.

Fiona le devolvió la mirada a Diana y casi a regañadientes añadió:

—No, supongo que no lo hiciste adrede.

—Pero si albergabas la mínima duda cuando realizaste el ritual… —continuó Diana, que se había quedado tan pálida ante la desaprobación de Fiona que las pecas le resaltaban todavía más—. Si una pequeña parte de ti quería que el íncubo se quedara, podría haber sido suficiente para permitirle que se encarnara.

Observé a Diana, pensando en la noche antes de Acción de Gracias, cuando desterramos al íncubo. ¿Acaso había sentido una pizca de deseo de que se quedara conmigo?

—Pero, ¿cómo lo hizo? —repuse, detectando una expresión de triunfo en Fiona y una de gran tristeza en Soheila—. Liam tiene prestigio profesional (títulos de Trinity y Oxford, publicaciones en revistas) y hasta una página de Facebook, ¡cielo santo! ¡Lo busqué en Google! —Y me enamoré locamente de la persona que había creado. Me lo creí todo.

Diana y Soheila intercambiaron una mirada y Fiona se limitó a reír.

—Sí, yo también —admitió—. Ha sido muy astuto, ¿verdad? Los títulos, las residencias, las conferencias… ¿A alguien se le ocurrió llamar para comprobarlo? Y su poesía; es encantadora, ¿verdad? Lo cierto es que siempre se le dieron bien las palabras.

—Creó una web virtual utilizando el ordenador de los Lindisfarne —explicó Diana—, tal como haría un ladrón de identidad…

—Pero ¡todo esto no puede haber sido virtual! —salté.

—¿Acaso has visto sus poemas editados en alguna revista impresa? —repuso Fiona con aire de suficiencia—. No, no lo creo. Y me temo que la decana Book tampoco.

—Estaba enferma —intervino Diana en defensa de Liz—. Seguro que la hechizó para que no revisara su currículum a fondo.

—¿Estás diciendo que no llamó a ninguna de sus referencias? —pregunté.

Diana se estremeció al oír mi tono airado, pero yo no podía evitarlo; era más fácil enfadarme con alguien que afrontar mi propia ceguera.

—Leyó su currículum, las cartas de recomendación y luego se reunió con él. También le escribió a un profesor de una de las universidades donde Liam había trabajado e intentó contactar con otro, pero no lo logró. Liz me ha confesado que todas sus credenciales eran digitales y que, por tanto, podrían haber sido falsas. Debería haberse dado cuenta, por supuesto, pero la había hechizado, y como se alegraba tanto de haber conseguido un sustituto para Phoenix no lo investigó lo suficiente.

—Y tú… —dije volviéndome hacia Fiona—. Has sugerido que Liam es el íncubo que conoces desde hace cientos de años. Así pues, ¿cómo es que no lo reconociste?

—Sospechaba que podía ser él, pero no estaba segura. Para saberlo con certeza, tengo que mantener contacto físico, pero cuando lo engatusé para que se metiera en el guardarropa conmigo para besarlo y así comprobarlo, tú nos interrumpiste.

—Pero él no quería besarte, ¿verdad?

—No. Seguro que sabía que eso lo delataría.

—O puede que no quisiera besarte porque yo le gustaba más.

Los ojos de Fiona ardieron y pareció crecer unos centímetros.

—Recuerda que Callie sigue bajo los efectos de su poder —le dijo Diana a Fiona con voz suave—. No es responsable de lo que dice.

—Sé perfectamente lo que estoy diciendo. No tenéis ninguna prueba que demuestre que Liam es su íncubo, ¿verdad?

Fiona y Diana no respondieron a mi arrebato, pero Soheila al fin habló:

—No, Callie, no tenemos pruebas, pero sabemos que es una criatura similar a un íncubo lo que les esta arrebatando la fuerza vital a los estudiantes. Todas sus víctimas (la decana Book, Flonia Rugova, Scott Wilder, Nicky Ballard y Mara Marinka) presentaban los mismos síntomas: fatiga, sueños perturbadores y anemia. Debería haberme dado cuenta antes, pero no es agradable imaginar que alguien de mi especie pueda actuar tan… indiscriminadamente. ¡Alimentarse de jóvenes estudiantes, Dios Santo! —Soheila hizo una mueca—. Incluso mis hermanas tienen más principios… Pero cuando fui a visitar a Nicky Ballard y la cogí de la mano, sentí la impronta del íncubo.

—Antes has dicho «similar a un íncubo» —señalé.

—Hay diversas criaturas que se alimentan de la fuerza vital de los humanos: íncubos, súcubos, conquistadores, lamias, lidercs, undinos… Todos están relacionados. Yo puedo sentir la presencia de una criatura que absorbe la fuerza vital… —Soheila estiró el brazo para cogerme la mano, pero retrocedí un paso… y me topé con Fiona; fue como chocar con una pared de hielo.

Soheila intentó cogerme la mano de nuevo. Quise apartarme, pero Fiona me retuvo dándome un breve y firme apretón en el brazo. Me dejó incapaz de moverme. Soheila me cogió entonces la mano, cerró los ojos y empezó a acariciarme el dorso. Sus ojos se movían de un lado a otro detrás de sus párpados, como si estuviera soñando… Cuando por fin los abrió, un lágrima se deslizó por su mejilla.

—Siento al íncubo, Callie. Su presencia es muy fuerte en ti. Percibo su amor…

—Un íncubo es incapaz de amar —refunfuñó Fiona—. Y si la amara, ¿por qué iba a fastidiar a todos esos estudiantes? ¿Acaso también los ama a ellos?

Aparté la vista de los ojos apenados de Soheila para mirar a Fiona.

—Puedo creerme que Liam sea un íncubo y que se haya estado alimentando de mí, pero no creo que les hiciera lo mismo a sus alumnos.

—Si tú no le satisficieras, tendría que hacerlo.

Tenía la mano en el aire, dispuesta a abofetear la sonrisa burlona de Fiona, antes siquiera de ser consciente de ello, pero Soheila y Diana me impidieron hacerlo. Un ráfaga de viento nos empujó a las tres contra la pared y una luz blanca me cegó. Oí la voz de Fiona dentro de mi cerebro, perforándome el oído como un piolet: «No vuelvas a desafiarme nunca, pequeña guardiana, o te convertiré en polvo. Te perdono la vida ahora solo para que puedas enviar a tu demonio de nuevo a las Tierras Fronterizas. Quiero que sepa lo que se siente cuando la persona que deseas te rechaza».

Un grito agudo resonó en mi cerebro y temí que la cabeza fuera a estallarme. Pero al punto desapareció y solo me quedó un pitido en los oídos y un regusto a cobre en la boca. Caí de rodillas y vomité. Diana me sujetó el cabello hacia atrás y Soheila murmuró:

—Tranquila, ya se ha ido. Esta enfadada porque él te eligió a ti en lugar de a ella, pero sabe que no puede destruirte. Incluso la Reina de las Hadas necesita a un guardián para abrir la puerta del Reino.

—Ha dicho que me perdonaba la vida para que pudiera enviarlo a las Tierras Fronterizas y así aprendiera lo que se siente cuando alguien que amas te rechaza… Pero ella misma ha afirmado que un íncubo es incapaz de amar… y si Liam es realmente el íncubo… —Al intentar asimilarlo, otra nausea me subió desde el estómago. Liam, cuyo cuerpo conocía tan bien en la intimidad, no era de carne y hueso, sino que era una criatura de las sombras y de la luz de luna, un gólem que había adoptado la forma de mi deseo—. Si Liam es un íncubo, si me ha mentido y se ha nutrido de sus alumnos… entonces no me ama. No puede amar a nadie.

Soheila se estremeció. Diana me apartó el cabello de la frente húmeda y dijo:

—Creo que te quiere lo mejor que puede. Pero eso no importa. Tienes que echarlo. Si no lo haces, te consumirá hasta matarte.

—Diana tiene razón —asintió Soheila—. Él no puede evitarlo. Es su naturaleza.

—¿Y cómo se supone que voy a lograr que se vaya?

Ambas se miraron y por un momento pensé (o deseé) que levantarían las manos y me dirían que no tenían ni idea: «Vaya, lo sentimos, pero una vez que el íncubo se ha convertido en humano ya no hay manera de desencarnarlo. Estas atrapada para siempre. Solo puedes intentar obtener lo mejor de esta situación». Pero, en lugar de eso, después de que Soheila asintiera, Diana cogió su móvil y marcó un número.

—Está preparada —dijo sin preámbulos. Y colgó sin despedirse.

Al otro lado de la calle, se abrió la puerta de la Dulce Posada Hart y Brock salió cargado con una caja. Cruzó la calle sosteniéndola delante, como un camarero que lleva la bandeja del té a un cliente.

—Ni Soheila ni yo podemos ayudarte con esta parte, Callie, porque no toleramos el hierro. Brock te explicará lo que tienes que hacer.

—Un momento —dije, cuando vi que las dos se disponían a marcharse—. Si un íncubo no tolera el hierro, ¿por qué a todas sus víctimas les absorbe el hierro?

Diana sacudió la cabeza.

—Buena pregunta. Todavía no se tiene mucha información al respecto, pero, por lo que parece, entre el íncubo y su víctima se crea una especie de relación simbiótica que hace que la víctima se deshaga del hierro para que el íncubo pueda seguir alimentándose de ella. Y creemos que esa es la causa de que la víctima se debilite y acabe muriendo. Si tuviéramos más información, los íncubos… y los súcubos —añadió mirando a Soheila— podrían mantener relaciones normales con los humanos.

Soheila le dedicó una sonrisa, pero meneó la cabeza.

—Casper Van der Aart lleva décadas estudiando el problema. Y me temo que no hay mucha esperanza de dar con una solución. Mientras tanto… —Se volvió hacia Brock, que se había parado en medio del sendero de entrada—. Tenemos que irnos. El hierro que ha forjado Brock es especialmente potente y Diana y yo no podemos estar cerca de él. —Soheila me tomó de la mano—. Buena suerte, Callie. Recuerda que Liam no puede evitar ser quien es, pero si de verdad te ama no querrá destruirte. A la larga estará mejor en las Tierras Fronterizas que viviendo con tu muerte pesándole sobre la conciencia. —Me dio un último apretón en la mano y se levantó para irse. Diana se despidió dándome unas palmaditas en el hombro y la siguió. Yo también me incorporé, más que nada para alejarme del sitio donde había vomitado, y me reuní con Brock en el porche.

—Lo siento mucho, Callie. Debería haberte protegido mejor. Tendría que haberlo reconocido, pero es que nunca pensé que pudiera encarnarse; nunca lo hizo en todo el tiempo que visitó a Dahlia.

—Creo que ella lo mantenía a raya con su escritura —dije, pensando en el patrón que Mara había descubierto en los manuscritos—. De alguna manera, cuando él se hacía demasiado fuerte, Dahlia dejaba que se encarnara en su ficción y después se liberaba de él unos días. Debía de tener un incentivo muy fuerte para mantenerlo alejado. Creo que tenía a su lado a un hombre de carne y hueso que le bastaba.

Brock me miró con los ojos bien abiertos e iluminados por las lagrimas contenidas.

—Eres muy generosa, Callie. Creo que Dolly lo consideraba una especie de musa, pensaba que escribía gracias a él. Pero se equivocaba; eran precisamente sus relatos lo que le trajeron hasta ella. Aunque no creo que él la amara, al menos no del modo que te ama a ti. De todas maneras… —Abrió la caja. Encima de un retal de lino blanco bordado había dos pulseras de hierro fundido trenzadas formando dos nudos. En el centro de cada nudo había una cerradura y entre los dos brazaletes, una cadena con una llave de hierro—. Tendrás que ponerle esto en las muñecas —explicó Brock, mostrándome cómo se abrían y cerraban—. Y luego tendrás que girar la llave en cada una de las cerraduras. Mantén la llave colgada del cuello y él no podra tocarte.

—¿Y crees que se quedara mansamente quieto para que lo haga?

—Una vez que tenga el hierro en las muñecas no podrá moverse. Pero asegúrate de que giras la llave hacia la derecha. Si lo haces hacia la izquierda, abrirás las pulseras y él quedara libre. Y entonces… Bueno, seguro que estará enfadado y ya viste lo que hizo la última vez que se enfadó.

Me estremecí al recordar la destrucción causada por la tormenta de hielo: las hectáreas de bosque arrasado, el avión de Paul cayendo en picado… ¿De verdad podría haber hecho Liam todo aquello? Una parte de mi mente, y de mi corazón, todavía se resistía a creerlo, pero las pruebas eran aplastantes. Aunque tenía mis dudas… Pero, claro, Diana había dicho que seguía bajo los efectos del poder que él ejercía sobre mí, de manera que no podía confiar en mis instintos.

—¿Dónde está? —pregunté.

—La decana aceptó retenerlo en su despacho hasta que yo la llamara. Si estás preparada, la llamo ahora mismo.

—Espera. Solo una cosa más. Si hago esto… si le pongo estas cosas, ¿qué le pasará?

—Será desterrado a las Tierras Fronterizas que separan este mundo del Reino de las Hadas. El hierro evitará que pueda materializarse en este mundo, y tampoco podrá entrar en el Reino de las Hadas. Ningún hierro puede cruzar la puerta.

—¿Y… duele? —quise saber.

Brock no respondió enseguida, sin duda considerando si mentirme, pero le sostuve la mirada y al final asintió.

—Sí, le hará daño. Pasará la eternidad sintiendo dolor, confinado con todas las almas torturadas que se han perdido entre los dos mundos. Mi gente llama a ese lugar Niflheim, o Mundo de la Niebla, donde vive una diosa cuya casa se conoce como La Humedad; su plato, el Hambre; su cuchillo, Famélico; su umbral, Escollo; su cama, Lecho de Enfermo, y sus cortinas, Desgracia. Del nombre de dicha Diosa, Hel, procede vuestro infierno, hell en inglés. Pero no tienes opción. Si no lo destierras, te consumirá y morirás.

Brock me entregó la caja y se marchó sin decir nada más. Y yo me quedé sola con las herramientas para torturar a mi amante durante toda la eternidad.