Salí de la enfermería sintiéndome peor que antes de entrar. A pesar de que la doctora Mondello había bromeado (era obvio que no conocía el secreto de Fairwick), no pude evitar plantearme si estaría en lo cierto. ¿Se estarían alimentando los profesores de Estudios Rusos de la sangre del alumnado? No parecía muy probable; si pudieran suponer un peligro para los estudiantes, no se les permitiría la entrada al campus. No obstante, Frank había dicho que en el pasado habían recibido quejas similares de la universidad. Tenía que comentarle mis sospechas a alguien… Pero ¿a quién? Liz Book no estaba en condiciones de tomar medidas al respecto. Quizá los vampiros habían pensado aprovecharse de los estudiantes viendo que la decana estaba demasiado débil para plantarles cara. Incluso cabía la posibilidad de que fueran ellos los culpables del estado de la decana.
En clase apenas podía concentrarme. Por suerte, ese día vimos una película, Drácula, de 1931, con Bela Lugosi. Aunque la verdad es que no fue la mejor elección para una mañana nevosa y gris como aquella. Cuando llegamos a la parte en que el conde logra llegar a Inglaterra, la mitad de los estudiantes ya se habían quedado dormidos y no me vi con fuerzas para despertarlos. De manera que en lugar de ver la película, me dediqué a estudiar los rostros somnolientos de mis alumnos, que parecían, a la luz parpadeante de la película en blanco y negro, tan pálidos y débiles como la pobre Lucy Westenra tumbada en su gran cama de estilo victoriano, totalmente consumida por el conde. No veía ninguna marca de mordiscos en sus cuellos, pero muchos llevaban jerséis de cuello alto o bufandas. Además, había leído suficientes novelas de vampiros para saber que el cuello no es el único lugar donde suelen morder.
Cinco minutos antes de que terminara la clase, justo antes de que Van Helsing y Jonathan Harker salvaran a Mina, paré la película y encendí la luces del aula. Los alumnos parpadearon y se taparon los ojos como una banda de vampiros jóvenes expuestos al sol, pero en lugar de carbonizarse, bostezaron y empezaron a comprobar a escondidas si tenían mensajes en el móvil o el portátil.
—¿Qué creéis? ¿Lograrán salvar a Mina? —les pregunté, a ver si al menos alguno se había leído el libro entero.
Pero Nicky Ballard, de quien me constaba que sí que lo había leído, respondió con otra pregunta:
—¿Y cuál sería la diferencia? Drácula ya la ha contaminado. Nunca volverá a ser la misma.
Me sorprendió tanto su tono ansioso que le pedí que se quedara después de clase. Había visto su nombre en la hoja de registros de la enfermería y me pareció que estaba pálida y cansada, pero hasta que la miré de cerca no me percaté del mal aspecto que presentaba. Tenía la tez del blanco azulado de la leche desnatada, ojeras oscuras y el cabello grasiento, que le colgaba en mechones alrededor del rostro. Apenas dos semanas antes la había visto feliz y descansada.
—Nicky, ¿qué te pasa? ¿Estás enferma?
Se encogió de hombros.
—Me han hecho un montón de pruebas en la enfermería, pero no han encontrado nada, salvo una carencia de vitamina B12. Me están poniendo unas inyecciones, pero creo que no me sirven de nada. —Bostezó.
—¿Y duermes bien?
—No —contestó Nicky, sacudiendo la cabeza—. Estoy durmiendo de nuevo en la residencia. —Se sonrojó, pero eso no le aportó vida a su rostro; solo le concedió un aspecto febril y resaltó el sarpullido que tenía en la frente y alrededor de la boca—. Pero ahora somos muchas en la habitación, ya que Mara le pidió a Flonia que se instalase con ella porque el semestre pasado yo pasaba la mayor parte del tiempo con Ben. Pero la semana pasada Ben y yo tuvimos una discusión muy fuerte y hemos roto. Así que he vuelto a instalarme en la residencia.
—Lo lamento, Nicky. Sé lo duro que es.
—Usted también rompió con su novio, ¿verdad?
No me gustaba hablar de mi vida privada con mis alumnos, pero Nicky me estaba mirando con tal ansiedad que no tuve el coraje de eludir su pregunta.
—Sí, y fue muy duro, pero después comprendí que no estábamos hechos el uno para el otro.
Nicky asintió y se mordió el labio.
—Y entonces empezó a salir con el profesor Doyle. Así que se podría decir que la separación fue positiva. Flonia dice que un clavo saca otro clavo.
—Bueno, es un poco más complicado que eso… —empecé, pero al ver su expresión hice una pausa. Tenía frente a mí a una chica de diecisiete años (casi dieciocho) pidiéndome consejo. Hasta el momento le había ofrecido un modelo de mujer que saltaba de una relación a otra con apenas una pausa para respirar. ¿Era eso lo que quería que hiciera Nicky? La imaginé metiéndose en la cama con el primer chico que se le cruzara por delante. ¿Quién sabe? Quizás así se quedaría embarazada y echaría a perder su vida, cumpliendo la maldición. De manera que en lugar de salvarla, mi ejemplo daría lugar a su perdición—. No es buena idea meterse en otra relación cuando todavía estás sufriendo por la anterior, pues una no está en condiciones para tomar decisiones y podría acabar haciéndose daño a sí misma y a la otra persona.
—Pero usted y el profesor Doyle…
—Somos más mayores y las circunstancias son diferentes… Y aun así, ¿quién sabe cómo nos irá juntos? Pero al menos somos lo suficientemente maduros para lidiar con las consecuencias de nuestros errores. Creo que ahora deberías concentrarte en tus estudios y en hacer realidad tus sueños…
—¿Mis sueños? —exclamó Nicky, sonrojándose de golpe—. Tengo unos sueños horribles. Sueño que estoy perdida en un bosque helado y veo unos carámbanos colgando de los árboles que se parecen a los adornos que prepara la gente del pueblo, pero dentro de cada uno de ellos hay uno de mis sueños: ser escritora, ser amada, viajar, hallar mi lugar en el mundo… Y todos se están derritiendo. Corro de un carámbano a otro para rescatar mi sueño antes de que se derrita y se derrame en el suelo del bosque, pero todos se me escurren entre los dedos. Así que al despertar sé que ninguno de mis sueños se hará realidad. Acabaré como mi madre y mi abuela. Y viviré sola en esa casa vieja hasta que me muera.
—Todos nos preguntamos en algún momento si lograremos hacer realidad nuestros sueños —le dije, recordando algunos momentos en la universidad en los que pensaba que mi abuela tenía razón acerca de mí y que nunca llegaría a nada—. Pero eso es a causa del miedo; se acerca a ti cuando estás cansada y triste y te susurra historias pesimistas al oído.
Nicky se sobresaltó y me miró.
—Eso es exactamente lo que siento, profesora. Cuando despierto por las mañanas me da la sensación de que alguien ha pasado la noche susurrándome cosas horribles al oído. Y por eso estoy tan cansada siempre. Esos susurros no me dejan dormir.
—Quizá deberías dormir con tapones —sugerí, medio en broma—. Y por las noches cierra la puerta con llave —añadí, temiendo que el susurrador nocturno de Nicky pudiera ser un vampiro que se colaba en su habitación.
Ella se secó los ojos y sonrió.
—Puede que eso de los tapones sea buena idea. Mara y Flonia se quedan despiertas charlando hasta tarde y me cuesta dormir. —Consultó su reloj—. Oh, llego tarde a la clase del señor Doyle. Será mejor que me vaya. Gracias por escuchar mis ridículos problemas, profesora. Significa mucho para mí tener alguien con quien hablar.
—Cuando quieras, Nicky. De verdad. Si hay algo más que te preocupa… algo que te dé miedo…
—Gracias. Por cierto, una cosa más. Seguiré su consejo en lo de no meterme en la cama con otro chico enseguida, pero no creo que se haya equivocado al empezar a salir con el señor Doyle. Me parecen la pareja ideal.
Nicky se marchó y me quede en el aula vacía unos minutos intentando decidir qué hacer. Normalmente me iba a la biblioteca una hora y después me reunía con Mara en mi despacho para repasar las redacciones que había corregido. Pero últimamente le pedía que viniera a la Casa Madreselva por las tardes para catalogar los manuscritos de Dahlia LaMotte. Mara, que había resultado una ayudante de investigación diligente y organizada, había ideado un sistema para indexar las cartas y los manuscritos de la escritora. Puesto que los escritos no podían salir de allí, la había invitado a trabajar en casa. De manera instintiva, evité que viniera cuando Liam rondaba por casa. Parecía haber cierta antipatía entre ambos, que atribuí a la decepción de Mara por haber perdido el protagonismo que Phoenix le concedía en la clase de Escritura Creativa. Había elegido las horas en que Liam impartía sus clases de la tarde y dirigía el estudio independiente de Nicky, que la mayoría de días realizaba él solo. No obstante, resultaba agotador mantenerlos separados, aparte de que yo no tenía ni un minuto para mí misma durante el resto de la tarde. De manera que si quería hablar con Frank Delmarco sobre el gran número de estudiantes que habían caído enfermos, sería mejor que lo hiciera en aquel momento.
Bajé por las escaleras traseras para no pasar por delante de la clase de Liam. Sabía que era ridículo y que aunque él me viera solo pensaría que iba a mi despacho, pero sospechaba que se pondría celoso si supiera que iba a ver a Frank. No sé en qué se inspiraba esa sospecha. De hecho, había sido Frank quien se había mostrado celoso de Liam, no a la inversa, pero recordé con cierta culpabilidad la primera tarde que nos conocimos (¿de verdad solo habían pasado dos meses y medio?) y me pilló burlándome de él con Frank. Cuando le pedí disculpas, Liam se limitó a reír y dijo, en tono formal, que ya me había perdonado, pero nunca dijo que también hubiera perdonado a Frank.
Frank estaba en su despacho en su postura habitual: los pies encima de la mesa y el periódico abierto tapándole el rostro. Sin embargo, no quedaba rastro de la parafernalia de los Jets, pues el equipo había perdido unas semanas antes en el campeonato de la AFC.
—Siento que los Jets perdieran —dije para ablandarlo antes de exponerle mi teoría.
Él se encogió de hombros.
—Me lo esperaba. Están gafados. Uno de estos días encontraré al culpable de su racha de mala suerte y entonces los Jets ganarán tres Super Bowls seguidas.
—¿Lo dices en serio? ¿Crees que alguien los ha…?
—¡Ni lo digas! —Dejó el periódico en el escritorio y alargó los brazos con las palmas por delante—. Cada vez que alguien lo duda, la mala suerte se acrecienta. No me mires así. ¿De veras crees que fue una casualidad que Bill Belichick solo fuera el primer entrenador de los Jets durante una hora?
—Ah. —Sí, tenía su lógica, pero no estaba allí para hablar de deporte—. Por cierto, ¿has visto cuántos estudiantes han caído enfermos?
Frank bajó los pies de la mesa y se inclinó sobre su escritorio.
—Sí, lo sé, pero las universidades son un criadero de gérmenes. Seguro que casi todas las enfermerías de las universidades del noreste están ahora mismo abarrotadas.
—¿Abarrotadas de casos inexplicables de fatiga, anemia y pérdida de peso? —repliqué.
—Bueno, esos síntomas podrían estar causados por las largas trasnochadas, la comida basura y la baja autoestima respecto a la propia imagen física… pero espera. —Me miró de la cabeza a los pies de un modo que me hizo sonrojar—. Tú también has perdido peso, ¿verdad? Y pareces cansada.
—Estoy cansada, aunque me paso el día en la cama. ¿Podría ser que…? —Me ruboricé más—. ¿Podría ser que a una persona la mordiera un vampiro y no se diera cuenta?
Frank se levantó y se acercó. Me apartó el cabello a un lado y de repente me examinó el cuello. Soltó un juramento y su aliento me hizo cosquillas detrás de la oreja.
—Con esta luz no veo nada…
Me cogió del brazo, me hizo sentar en el borde de la mesa y enfocó la lámpara hacia mi cuello. A continuación, me inclinó la cabeza a un lado y otro, y me palpó la piel con sus ásperos dedos, a la vez que me explicaba con voz formal el modus operandi de los vampiros:
—Es posible que un vampiro beba la sangre de una víctima sin que esta se dé cuenta. Lo haría por la noche, por supuesto, pero tendrían que haberlo invitado previamente. ¿Ha estado alguno de los profesores de Estudios Rusos en tu casa?
—No —respondí, y solté un chillido cuando deslizó la mano por debajo de mi blusa.
—Perdón. No veo ninguna marca, pero tendrás que comprobar la arteria femoral. ¿Sabes dónde está?
—Sí —asentí, sonrojándome todavía más.
—¿Duermes sola? —preguntó.
—Pues… no. —La sangre me ardía en el pecho. Esperaba que Frank no pensara que era una reacción a su roce. Porque no lo era.
—Entonces lo más seguro es que no se trate de un ataque vampírico. De todas maneras, lo investigaré.
Lo único que estaba investigando en ese momento era mi escote.
—Oye, no creo que los vampiros muerdan ahí —protesté.
La boca de Frank se curvó para formar una sonrisita.
—¿No? —preguntó, arreglándome el cuello de la blusa. Y justo cuando se estaba apartando, oí un paso detrás de él.
Miré por encima del hombro y vi a Liam, plantado en el pasillo, pálido y con los ojos como platos.
Abrí la boca para llamarlo, pero desapareció en un abrir y cerrar de ojos, tan rápido que casi pensé que lo había imaginado. Ojalá.
Intenté apartar a Frank de un empujón, pero su pecho era un obstáculo sólido.
—¿Liam? —preguntó, apretando los labios para disimular una sonrisa—. Vaya. Vista desde la puerta, no debíamos de ofrecer una imagen tranquilizadora.
—Tengo que ir a buscarlo. —Intenté empujar a Frank de nuevo y esta vez se apartó.
—Seguro que se te ocurre una buena explicación para justificar por qué tenía la mano dentro de tu blusa —sonrió, sin disimular que aquella situación le hacía gracia—. Ya me dirás lo que le cuentas. Estaré encantado de respaldar tu versión.
Abrí la boca para contestarle, pero no podía perder el tiempo con él.
—Limítate a descubrir por qué nuestros alumnos están cayendo enfermos como moscas —espeté mientras salía de la habitación—. Y ya me ocupo yo de Liam.
No miré atrás, pero oí la risa de Frank mientras me apresuraba escaleras abajo. Esperaba que Liam hubiera regresado a su aula puesto que todavía le quedaban veinte minutos de clase. ¿Y para qué había subido al despacho de Frank? ¿Quizá para coger algún libro? Su aula estaba vacía, a excepción de un chico rubio que parecía dormir con la cabeza apoyada en los brazos.
—Oye. —Le sacudí el hombro. Cuando me miró lo reconocí por el tatuaje de la «W»: era el chico que había echado la cabezadita en la enfermería por la mañana—. ¿Qué ha pasado con la clase de Escritura Creativa?
—Sí, asisto a esa clase, tía. Estoy aquí. Ya he llegado.
—Me alegro por ti, pero ¿dónde están el resto de los estudiantes y el profesor Doyle?
—¿Liam? Es un tío guay… —Se frotó los ojos y miró alrededor—. Oye, ¿dónde se han metido todos?
Suspiré con frustración y me volví para marcharme, pero el muchacho me agarró del brazo y señaló a la pizarra.
—Mira, me han dejado una nota. ¿A que mola?
Había una frase escrita con la letra elegante de Liam: «Wilder, he cancelado la clase por baja asistencia. Vuelve a tu habitación y duerme un poco».
Al leerla noté un nudo en la garganta. Liam debía de haberla escrito minutos antes de subir y encontrarme con Frank en situación más que comprometida a sus ojos.
—¿Cuánto hace que…? —empecé a preguntarle a Wilder, pero al darme la vuelta vi que el chico se había quedado dormido otra vez.
Salí del pabellón Fraser y crucé el campus mirando en todas direcciones en busca de Liam, pero era difícil distinguir los rostros de los peatones, que se encorvaban para protegerse de la nieve que en ese momento caía con fuerza. Me detuve en la biblioteca para comprobar si estaba ahí, pero la sala donde solía sentarse estaba vacía, salvo por unos pocos estudiantes que leían o dormían. Todavía faltaba una hora para que se reuniese con Nicky para el estudio independiente, de manera que debía de haber vuelto a casa.
Empecé a bajar a toda prisa por el sendero que conducía a la salida sudeste, pero después de cruzar la puerta reduje el paso. Distinguí las pisadas de Liam en la nieve en dirección a casa, pero ninguna en sentido opuesto. La luz del dormitorio que había convertido en su estudio estaba encendida. De manera que sí estaba allí. Me llevé la mano al pecho, consciente por primera vez de lo rápido que me latía el corazón y del miedo que había pasado temiendo que pudiera haberse marchado. Pero la incertidumbre sustituyó rápidamente a mi sensación de alivio. ¿Qué le iba a decir? ¿Cómo le iba a explicar lo que había visto en el despacho de Frank? Podía intentar convencerle de que Frank me estaba quitando una garrapata del pelo, pero ¿por debajo de la blusa? No, nunca podría decir semejante trola sin que se me escapara la risa.
También podía contarle la verdad: que había ido a ver a Frank porque sospechaba que los vampiros residentes de la universidad se estaban alimentando de la sangre de los estudiantes, y quizá también de la mía. «¿Por qué no?», pensé con actitud desafiante. Nadie me había dicho que tuviera que guardar el secreto. Y podría llevar a Liam ante Liz y Soheila para que respaldaran mi historia…
Me detuve a medio camino. Aunque lograra convencerlo de que en Fairwick había brujas y hadas, solo podría explicar lo que había sucedido en el despacho de Frank revelando su verdadera identidad; primero a Liam y más tarde a todas las personas que pudieran confirmar mi historia. Y si descubrían quién era Frank en realidad, este no podría investigar qué nos estaba haciendo enfermar a los estudiantes y a mí. Y aunque Frank me pareciera arrogante y fastidioso, también sospechaba que era la persona más competente y eficiente para descubrirlo. No podía comprometer su capacidad de maniobra.
Acabé de cruzar la calle y subí despacio los escalones del porche. Cuando abrí la puerta, todavía sin saber qué iba a decirle a Liam, me tropecé con algo que había en el suelo del recibidor. Era un nido de pájaro con un huevo azul agrietado. Lo contemplé, preguntándome cómo había ido a parar allí y recordé entonces que era uno de los «hallazgos» que Liam había traído a casa después de uno de sus paseos inspiradores y que lo había dejado en la mesa del recibidor. Eché un vistazo a la mesa: los demás objetos que solía haber encima (un bol de madera para las llaves, la calderilla y la bandeja con los menús de restaurantes de comida a domicilio) estaban desperdigados por el suelo. Con la llave en la mano (no sabía dónde dejarla en medio de aquel desorden), seguí los escombros escaleras arriba, sin lograr esquivar los trozos de cristal azul de una botella que solía estar en la repisa del rellano. Me detuve en el umbral del estudio de Liam. Él estaba sentado a su escritorio, que estaba vacío salvo por las piedras lisas y redondeadas que había recogido y que utilizaba como pisapapeles, mirando a través de la ventana con expresión ausente. La luz fría y gris le decoloraba la cara; estaba blanco como la camisa de algodón que yo misma había lavado y planchado. Su cabello negro y sus ojos, hundidos en las cuencas, parecían formar parte de las sombras de la tarde, al igual que los pliegues de su abrigo oscuro. Bajo esa cruda luz invernal, parecía que pudiera desvanecerse al mínimo pestañeo.
—Liam… —empecé.
Levantó la mano sin volverse hacia mí.
—No digas nada. No tienes que darme explicaciones. Lo entiendo.
—¿En serio? —Entré despacio en la habitación y me senté en el brazo de la silla que habíamos comprado en Bovine Corners unas semanas atrás.
—Sí. Sé que hemos ido demasiado rápido… y que nunca te di tiempo para recuperarte de la ruptura con Paul. Es normal que tengas dudas.
—¡No las tengo! —exclamé, poniéndome en pie—. Lo que has visto… no es lo que piensas. Frank estaba…
Al oír ese nombre hizo una mueca de dolor y levantó la mano de nuevo. En ese momento advertí que Liam estaba temblando.
—Me da igual. No me importa lo que puedas haber hecho o no con Frank Delmarco. Lo que me entristece es lo que le has dicho a Nicky Ballard.
—¿Lo que le he dicho a Nicky Ballard? —Me senté en la silla sin saber a qué se refería—. Hable con Nicky de su ruptura con su novio… —Y entonces lo recordé—. Ella creía que encontrar un novio nuevo era la mejor cura para el dolor porque pensaba que eso había hecho yo.
—¿Y es así? —Se volvió hacia mí. Tenía los ojos enrojecidos, el único toque de color en su rostro—. ¿Por eso estás conmigo? ¿Porque un clavo quita otro clavo?
—No. Sé que desde fuera puede parecerlo, pero nuestra relación… Sé que no tiene nada que ver con Paul.
—Pero dijiste que lo nuestro podía ser un error.
—¿Eso te contó Nicky?
—Escribió sobre ello en el trabajo que me ha entregado hoy.
—Ah —dije, intentando recordar cuáles habían sido mis palabras exactas—. Creo que lo que le dije es que tú y yo somos lo suficientemente mayores para lidiar con las consecuencias de nuestros errores. No quería decir que nuestra relación fuese un error.
Ladeó la cabeza y entornó los ojos.
—Por lo que he visto hoy en el despacho de Frank, parece que tienes tus dudas.
—¡Oye, hace un minuto has dicho que eso no te importaba! De todos modos, no era lo que parecía.
Liam rio, sorprendiéndome.
—Eso es lo que el infiel suele decir en las películas cuando le pillan con otra.
—Liam, por favor, ¡esto no es un peli! —Empezaba a exasperarme—. A veces creo que todo lo que sabes del amor lo has aprendido viendo películas. —Lamentablemente, en ese instante recordé a Jeannie y las cosas que Liam había aprendido de su relación con Moira, pero era demasiado tarde, ya lo había dicho. Y él ya se había levantado y estaba cogiendo el petate que tenía a los pies, del que no me había percatado antes.
—¡Liam! —grité, cogiéndolo del brazo—. No quería…
Pero él apartó el brazo de golpe, como si mi tacto quemara, y levantó la mano apretando el puño, mirándome con sus ojos oscuros y salvajes en su rostro pálido. Entonces se volvió y se fue, tan deprisa que sentí el revuelo del aire que sacudió su abrigo cuando se dio la vuelta. Me quedé mirándolo hasta que un dolor agudo en mi mano captó mi atención. Bajé la vista y comprobé que me había deslizando el canto dentado de la llave entre los dedos, tal como Annie me había aconsejado que hiciera cuando pensara que alguien me estaba siguiendo. Una parte de mi cerebro se había asustado tanto por la brusca reacción de Liam que yo misma me había preparado para atacarlo.