30

Fiel a su promesa, la primera vez que hicimos el amor fue larga, deliciosa y exasperadamente lenta. Cuando acabamos me dio la sensación de que había recorrido cada milímetro de mi cuerpo con la boca o los dedos, y no podía distinguir con qué me había tocado en cada lugar. Pero lo que recordaba mejor de aquella noche fue despertarme en la cama y ver que me estaba mirando, su cuerpo tallado en mármol a la luz de la luna y sus ojos plateados. En cuanto abrí los ojos me penetró y se corrió casi de inmediato, como si hubiera retenido ese exceso de deseo y ya no pudiera esperar más.

Pero nunca lo volvió a hacer. Siempre se comportaba como el amante más generoso y considerado del mundo. Me daba placer a mí primero y se contenía hasta que yo estuviera satisfecha. Pero siempre que recordaba ese segundo encuentro sexual apresurado, dondequiera que estuviera (delante de mis alumnos o recorriendo un pasillo del supermercado), me flaqueaban las rodillas al evocar la ansia de mí que Liam había mostrado. Fue el momento que nos unió y la única vez en que él antepuso su deseo al mío.

Cuando nos despertamos a la mañana siguiente, Liam ya estaba pensando en nuevos modos de complacerme. Se coló en la Dulce Posada Hart, que estaba vacía (Diana se había ido a casa de Liz para cuidarla), y regresó cargado de provisiones para preparar un gran desayuno a base de creps de plátano, fruta, huevos y café. Y me lo trajo a la habitación en una bandeja junto con una rosa.

—¿También has robado la flor? —quise saber.

—No; la he encontrado en un bosque encantado. Era la última rosa que crecía en el jardín de un castillo en ruinas.

—Mmm —dije, oliendo la flor. No olía a flor de invernadero; olía a verano—. Como en La bella y la bestia. A mí también me encanta la versión de Cocteau… —Me callé de pronto, avergonzada por haber desvelado que había estado investigándolo en internet.

Liam sonrió.

—Ya lo sé. También la tienes en tu lista de películas favoritas. Veámosla después.

Yo no me habría atrevido a pronunciar la palabra «después»; no quería dar por sentado que pasaríamos nuestros «después» juntos, pero Liam no disimulaba su deseo de pasar todo el tiempo conmigo. Ese primer día lo pasamos juntos en la cama, utilizando la pertinaz nevada como excusa para no movernos. Aunque en realidad creo que a pesar de que el sol hubiera estado brillando en el cielo, hubiéramos encontrado cualquier excusa para quedarnos ahí tumbados. No obstante, al día siguiente me desperté en una cama vacía, excepto por las largas franjas de luz solar que se retorcían entre las sábanas. Sentí una punzada de pérdida tan afilada como la luz cristalina que se reflejaba en los carámbanos que colgaban de las ventanas, y por un momento me pregunté si había soñado ese último día y medio. Lo cierto es que parecía un sueño, incluso más increíble que las noches que había pasado con el íncubo. ¿Quizás el amante demonio había sido real y Liam no era más que un sueño?

Pero entonces oí el ruido de una pala procedente de la parte delantera de la casa. Fui hasta una de las habitaciones que daban a la fachada y por la ventana vi que Liam estaba quitando la nieve del camino de entrada. Al oír que abría la ventana, levantó la vista y me saludó con la mano. Tenía las mejillas sonrojadas del frío y del ejercicio, y una nubecilla de aire condensado flotaba por encima de su cabeza. ¿Cómo podía haber pensado que era un sueño? Parecía más real que cualquier cosa que pudiera imaginar.

Ese día preparé el desayuno, y más tarde nos pusimos las botas de montaña y caminamos colina abajo para reunirnos con los de la asistencia en carretera junto a mi coche. Resultó que el propietario de la grúa era el primo de Brock, Alf, y que cuando Brock se enteró de que había llamado para pedir asistencia, había insistido en venir con él para echar una mano. Brock pareció sorprenderse al verme con Liam, pero este le explicó que me había visto salir hacia el coche y se había ofrecido para hacerme compañía mientras esperaba a la grúa. Brock lo miró con recelo y sus ojos saltaron de Liam a mí un par de veces, como si sospechara que me tenía secuestrada.

—Pensaba que iba a hacerme un placaje —comentó Liam después de que hubieran sacado el coche de la zanja y se lo llevaran con la grúa.

—Solo era su vena protectora —dije. Pero yo también me preguntaba por qué Brock se había mostrado tan desconfiado de Liam.

Como no teníamos coche, caminamos hasta el Stop & Shop, la única tienda abierta del pueblo, y compramos algunas provisiones. Más tarde, cogimos dos pares de esquís de fondo de la casa de huéspedes y esquiamos a través del bosque, dejando nuestras huellas en la profunda nieve virgen. No había pasado mucho tiempo desde que aquel cuervo gigante me atacara y todavía me daba miedo el bosque, pero con Liam abriendo el camino me convencí de que nada malo sucedería. Y así fue. El bosque estaba tranquilo, silenciado por el manto de nieve. Todas las criaturas que pudieran haberse movido a sus anchas entre los dos mundos debían de haberse escondido en sus madrigueras.

Al igual que nosotros. Los días siguientes, durante la tranquilidad que envolvía el período entre Navidad y Año Nuevo, nos recluimos en la Casa Madreselva. Fuera no dejaba de nevar y la nieve echaba una cortina blanca y tupida entre nosotros y el resto del mundo. El calor que emanábamos empañaba las ventanas del dormitorio y más tarde el vaho se congelaba, dejándonos encerrados dentro.

—Es como si estuviéramos en la Edad del Hielo y fuéramos las únicas dos personas que quedáramos en el mundo —comenté una noche con la cabeza apoyada en el pecho de Liam. Estábamos tumbados en la cama observando la nieve que caía a través de las ventanas casi opacas.

—¿Y eso te parecería malo? —preguntó.

Me reí y levanté la vista para comprobar si hablaba en serio, pero Liam estaba mirando hacia la ventana y su rostro, un perfil blanco contra las sombras, no expresaba más emociones que un busto tallado en mármol.

—Bueno, no podemos pasarnos la vida así —respondí, procurando que mi voz sonara suave.

Se volvió hacia mí; sus ojos parecían dos pozos oscuros.

—Pues yo sí que podría —repuso con voz seria. Movió las caderas y se colocó encima de mí con un movimiento rápido y sutil. Me sorprendió; hacía menos de una hora que habíamos hecho el amor, y ya estaba erecto de nuevo. Aunque esta vez no me penetró. Me estiró los brazos por encima de la cabeza y me sujetó las manos alrededor del poste de la cama—. Espera —susurró, al tiempo que me besaba las manos. Su aliento era como una cinta de seda que me amarraba las muñecas al poste del cabezal—. Te podría atar a este lecho y hacerte el amor toda la eternidad —me susurró en la clavícula, y comenzó a recorrerme el pecho con unos besos excitantes. Sentí que me hundía en el colchón y me aferré al poste para no hundirme. Me lamió la entrepierna y se me arqueó la espalda, como si tirara de ella con un hilo. Parecía estar tejiendo una red a mi alrededor con sus labios, como si cada una de sus palabras y besos me envolviesen—. Te podría devorar —comentó, respirando entre mis piernas.

«Lo dice en serio —pensé, arqueando las caderas para recibir su boca—. Me podría devorar». Pero a medida que su lengua se deslizaba dentro de mí, comprendí que no me importaba. Podía amarrarme a la cama, lamerme hasta dejarme seca y machacarme los huesos hasta convertirlos en polvo, y yo seguiría pidiendo más, tal como hacía ahora, gritando en una casa vacía donde la nieve silenciaba los sonidos y nos apartaba del resto del mundo.

Por la mañana desperté con los brazos doloridos y esa sensación irritante de haber hecho algo vergonzoso, pero que no lograba recordar; una sensación que conocía por las noches de borrachera en la universidad. Liam yacía dormido a mi lado con una expresión angelical en el rostro, un ángel que la noche anterior me había confesado que quería atarme a la cama y devorarme.

«Pero no me ató de verdad», pensé, frotándome las muñecas. Y aunque lo hubiera hecho, no tendría nada de malo. Eran muchos los adultos que por propia voluntad se enzarzaban en juegos mucho más salvajes. Yo nunca lo había hecho, pero había algo en el abandono que había sentido y en el deseo de entregarme por completo que hizo que sintiera un nudo en el estómago. Salí de la cama con sigilo para no despertar a Liam y me escabullí escaleras abajo. Sentía que debía reconectar con el mundo de algún modo, así que encendí el portátil y comprobé el correo mientras ponía en marcha la cafetera.

Tenía 283 emails no leídos.

—Mierda —protesté, revisando la bandeja de entrada. ¿Cuándo había sido la última vez que había pasado tantos días sin comprobar el correo? ¿Cuánto tiempo había pasado desconectada? ¿Y en qué día estábamos?

Miré la fecha del mensaje más reciente y me quedé boquiabierta al ver que era del 31 de diciembre.

Casi todos los mensajes eran fácilmente desechables, pero había uno de Paul. Antes de abrirlo, me serví una taza de café.

«Solo quería asegurarme de que estabas bien —había escrito—, y desearte Feliz Año Nuevo».

—¿Qué significa ese símbolo?

La voz de Liam me sobresaltó. Estaba de pie justo detrás de mí.

—¡Me has asustado! —grité—. No te he oído bajar.

—Estabas bastante absorta —repuso, inclinando la barbilla hacia la pantalla—. ¿Qué significa? ¿Es un símbolo matemático? Paul es una persona de números, ¿verdad?

—Es de mala educación leer el correo de los demás, ¿sabes? —repuse, con más irritación de la que pretendía.

Liam se estremeció.

—Pensaba que no teníamos secretos. Pensaba que… —Miró la pantalla de nuevo y enseguida pareció comprenderlo. Apretó el músculo de la mandíbula—. Ah, ahora lo pillo. Se supone que representa un corazón, ¿no? ¿Es esa su idea del romanticismo? ¿Enviarte un corazón formado por signos y números?

—Paul solo quería asegurarse de que estoy bien —dije, ignorando su crítica del corazón. Lo cierto es que siempre había pensado que ese emoticono era un poco cursi, pero no me gustaba reírme de Paul, y me parecía bastante mezquino por parte de Liam.

—¿Y lo estás? —preguntó mirándome con los ojos entornados—. ¿Que si estás bien, quiero decir?

—Pues claro que sí. Supongo que solo necesito un poco de… espacio.

Liam palideció y apartó la mirada.

—¿Espacio? Vale, pues supongo que yo puedo dártelo.

Abandonó la habitación tan deprisa como si se hubiera desvanecido, aunque lo oí subir la escalera. Si hubiera hecho el mismo ruido cuando había bajado… Pero tampoco tenía por qué esconder un correo de mi ex novio. Liam estaba siendo ridículo, me dije cuando lo oí bajar de nuevo a toda prisa. Y si se mostraba tan posesivo después de pasar una semana juntos, ¿cómo sería en una relación de larga duración?

El sonido de la puerta principal abriéndose hizo que me diera un vuelco el corazón. ¿De verdad pensaba irse hecho una furia sin siquiera despedirse?

«Menudo crío», me dije, aferrándome al asiento de la silla para no salir corriendo tras él.

Seguía pendiente del ruido de la puerta al cerrarse cuando Liam apareció en la puerta de la cocina. Suspiré aliviada y solté las manos de la silla para secarme una lágrima que no quería que viera, pero antes de que mi mano alcanzara mi cara, él ya estaba a mi lado, de rodillas, secándome la lágrima con un beso y diciéndome que lo sentía.

—Soy un idiota —dijo, levantándome de la silla y subiéndome a la mesa de la cocina, al tiempo que cerraba el ordenador con el inadecuado corazón de Paul formado por signos y números.

Liam se pasó el resto del día arrepentido. Desapareció un rato, diciéndome que me estaba dando mi «espacio». Cuando regresó, justo antes del anochecer, anunció que tenía una sorpresa para la víspera de Año Nuevo. Sacó los esquís que habíamos tomado prestados y me pidió que lo siguiera. En lugar de llevarme por uno de los caminos por los que ya habíamos esquiado, se deslizó en dirección contraria, hacia el matorral de madreselva. Nunca habíamos ido hacia allí, ni nosotros ni nadie. La nieve estaba intacta y la capa superior crujió cuando Liam rompió la superficie con sus esquís. Seguí sus marcas, mirando nerviosa los matorrales que flanqueaban el camino. En algún lugar de aquella espesura estaba la puerta que conducía al Reino de las Hadas y todavía estaba abierta, aunque solo fuera una pequeña grieta, y así permanecería hasta medianoche. ¿No regresarían esa noche todas las criaturas que habían entrado durante el solsticio? ¿Qué pasaría si nos interpusiéramos entre ellos y la puerta? ¿Y si, de algún modo, nosotros mismos cruzábamos al otro lado?

—Oye —dije—, está oscureciendo. ¿No crees que deberíamos regresar? Nos podríamos perder.

—Eso es imposible —contestó por encima del hombro sin detenerse—. Solo tenemos que seguir nuestras huellas hasta casa.

De modo que continuamos. Liam iba tan rápido que me costaba seguirlo. Lo último que quería era perderlo de vista y quedarme sola en ese bosque en plena oscuridad, pero a medida que la luz empezó a desvanecerse del cielo, tiñéndolo antes de azul lavanda y malva, la belleza del paisaje me distrajo. La nieve, que reflejaba la debilitada luz, adoptó un brillo opalescente y el último rayo de luz se posó en una maraña de madreselva y se quedó ahí colgado como un racimo de uvas violetas en una red. Podía sentir el peso de esa luz violeta, pendiendo al filo de la noche y extendiéndose, proyectando unas sombras moradas en la capa helada de nieve. Cuando esa última luz se apagó, llegamos a un claro que había al final del camino. Liam se movió a un lado, deslizando sus esquís en paralelo, para que yo pudiera pararme al borde del claro sin pisar la superficie de la nieve.

Era un círculo perfecto. Las ramas de los matorrales que nos rodeaban formaban una cúpula encima de nuestras cabezas. Y delante había dos árboles que se inclinaban el uno hacia el otro, formando un arco estrecho. Como una entrada.

—Encontré este sitio antes de la tormenta y pensé que cubierto de nieve estaría precioso. Mira… —Señaló hacia la entrada que formaban aquellos dos árboles y por un momento pensé que algo salía de ahí.

Y así fue. El hueco que había entre los árboles se llenó de una luz blanca, fría y pura como la luz de la luna que había llevado al íncubo por el suelo de mi habitación hasta mí. De pronto sentí miedo, más por Liam que por mí. Me volví hacia él. Tenía el rostro tan tranquilo y pálido que por un momento tuve el presentimiento de su muerte. Ese sería su aspecto cuando estuviera muerto, pensé, y sentí un dolor lacerante.

Estiré el brazo para tocarlo… y me percaté de que mis manos también estaban pálidas.

Me volví y vi que algo había atravesado la puerta. La luna llena se estaba alzando entre el hueco que separaba los dos árboles, derramando su luz en el claro y convirtiendo el círculo de nieve en un disco plateado, un espejo en el que la luna se miraba y se enamoraba de su propio reflejo.

—Qué bonito… —comenté, mirando de nuevo a Liam, pero al ver su expresión me callé—. ¿Qué sucede?

—Quería traerte aquí porque estaba seguro de que esta noche este lugar estaría precioso con la nieve y la luna llena, que sería tan perfecto como esta última semana hasta que me comporté como un estúpido esta mañana. Pero sé que todo cambiará en cuanto empiece el nuevo año y volvamos al trabajo y todo el mundo regrese a Fairwick. Ya no será lo mismo.

Quise decirle que sí, que sería lo mismo y que nada cambiaría, pero sabía que Liam tenía razón.

—Yo también lo he pensado —dije al fin.

—¿Sí? —Me cogió la mano.

Asentí y me rodeó la espalda con el brazo, del mejor modo que pudo pues ambos estábamos encima de los esquíes.

—Menuda mierda —refunfuñó.

Reí, y me sorprendió el eco de mi risa en el claro redondo.

—Sí, pobrecillos de nosotros. Hemos disfrutado de un sexo increíble una semana entera y ahora tenemos que volver al mundo real. ¿Cómo nos las arreglaremos para sobrevivir? —Lo dije en broma, pero él respondió en tono serio.

—Supongo que recordándolo. Por eso quería traerte aquí, para que pudiéramos evocar una imagen perfecta cuando pensáramos en esta semana.

Contemplé el claro. La luna se había alzado hasta el centro del hueco, tan grande y tan llena que parecía que pudiera colarse a través de los árboles y venir rodando hasta nosotros. Entonces sentí la presencia de otras cosas, extrañas y hostiles, que estaban esperando al otro lado de la puerta para atravesarla. Recordé la visión del Reino de las Hadas y el anfitrión diáfano que me había rogado que los liberase. ¿Acaso me estaban esperando a mí? ¿Tirarían de mí a través de aquella puerta si me acercaba demasiado?

—Es precioso —dije, con ganas de irme, pero sin querer alarmar a Liam. ¿Cómo iba explicarle que me daba miedo?—. Pero hace un frío que pela. Volvamos a casa.

—¿A casa? —preguntó, la luz de la luna reflejada en sus ojos.

Comprendí que me preguntaba si también era su casa y en ese momento me di cuenta de que aquello era lo que deseaba. La Casa Madreselva nunca me había parecido más hogar que durante esa última semana, con Liam a mi lado. ¿Debía pedirle que se mudara conmigo? Pero cuando recordé el modo en que se había comportado esa mañana y su reacción ante el correo de Paul, vacilé. Una sombra cubrió el rostro de Liam. Apartó la mirada y empezó a girar los esquís, pisando la nieve impoluta. Nos colocamos de nuevo encima de nuestras propias huellas, que el aire frío había congelado en los pocos minutos que habíamos permanecido en el claro. Liam iba delante, deslizando los esquís por las resbaladizas marcas. A pesar de que no me gustaba quedarme atrás, eché un último vistazo al claro. Seguía vacío, pero la luna ya se había elevado bastante y proyectaba las sombras de los árboles en la nieve blanca. Me pareció ver otras formas entre las sombras de las ramas, unas siluetas con cuernos, alas y colas; criaturas del otro lado de la puerta que intentaban atravesarla. «Seres del otro mundo», los había llamado mi abuela. Ella también había dicho que no había ninguna diferencia entre un hada y un demonio, pero aquellas criaturas de la sombra parecían más demonios que hadas.

Me volví y fui tras Liam, esquiando todo lo rápido que podía sobre las huellas heladas. A medida que la luna ascendía en el cielo, las sombras se extendían más y más en el bosque, a ambos lados del estrecho camino. Me dio la impresión de que nos estaban persiguiendo y temí que si nos adelantaban nunca lograríamos regresar a casa. Esquié todavía más rápido, intentando no mirar a ninguno de los lados, aunque no me pude resistir. Con el rabillo del ojo me pareció vislumbrar que una sombra se movía libremente en la nieve, desplazándose de lado como un cangrejo, rascando la superficie de la nieve con sus pinzas. Aceleré el ritmo. Las sombras caían sobre el sendero como si fueran hojas que el viento bamboleara, pero no soplaba nada de viento. Una sombra aterrizó justo frente a mí, gorda como un sapo. Sin pensármelo dos veces, la pinché con uno de los bastones al tiempo que recitaba el hechizo contra insectos que había oído a Justin Plean:

—Pestis sprengja!

La sombra reventó como una ampolla hinchada y se partió en dos. «Mierda», quizás el hechizo de Justin no funcionara con esas criaturas, o quizá mi abuela tenía razón en cuanto a mi falta de talento para la magia. Puede que los hechizos no me funcionaran porque yo era el producto de dos líneas de descendencia que no deberían haberse mezclado. Una de las mitades fue a parar al surco izquierdo. Levanté el esquí y lo pisé con fuerza. Oí que reventaba de nuevo y algo pegajoso se enganchó a mi esquí izquierdo. A punto estuve de tropezarme, pero logré recuperar el equilibrio y seguir esquiando por el sendero helado más rápido que nunca. Veía a Liam más adelante; ya había llegado al jardín trasero de la Casa Madreselva. ¿Debería pedirle ayuda? ¿Qué vería si se volvía hacia mí? ¿A mí golpeando las sombras? ¿Podría ayudarme, o aquellos cangrejos asquerosos arremeterían contra él?

Temí que sucediera esto último, de manera que aporreé a uno de los cangrejos con mi bastón derecho y aceleré el paso para alcanzar a Liam en el jardín sin sombras. En ese momento, una bola con púas se lanzó a mis pies y se aferró a mi tobillo. Levanté la pierna para sacudírmela y me quedé perpleja. No tenía nada en el tobillo… porque no tenía tobillo derecho, solo un agujero en blanco, como si aquella sombra se hubiera tragado mi carne.

Sentí que me desplomaba, pero si lo hacía los cangrejos me devorarían. Me apoyé en el bastón derecho y utilicé el izquierdo para arrancarme esa cosa del tobillo antes de que me comiera toda la pierna. Pero antes de que pudiera llevar a cabo esa maniobra complicada, otra cosa salió disparada del bosque hacia mí. Pensé que sería otro cangrejo, pero este se asemejaba más a una ardilla voladora.

—¡Ralph! —grité.

Este aterrizó encima del cangrejo que tenía enganchado al tobillo y le clavó los dientes. El bicho chilló y se soltó, y mi tobillo tomó forma de nuevo. Ralph y la sombra rodaron por el suelo hasta hundirse en la nieve.

—¿Callie? —oí que Liam me llamaba. No podía permitir que viniera a buscarme, pero tampoco podía abandonar a Ralph.

—Ya voy —respondí.

Me quité los esquís, me arrodillé y hundí las manos en el montón de nieve, sabiendo que quizá tirara del bicho, pero, por fortuna, saqué a Ralph. Estaba tieso en mi mano, pero no tenía tiempo para comprobar si respiraba, de manera que me lo metí en el bolsillo y corrí hacia la luz de la luna, dejando atrás las sombras y lanzándome a los brazos de Liam.

—¿Qué haces? ¿Qué sucede?

Miré alrededor. Las sombras no habían llegado al jardín. De hecho, parecían retroceder hacia el bosque.

—He encontrado a Ralph —dije, sacándolo del bolsillo—. Le ha atacado un… búho.

—Pobrecillo. —Liam se acercó para mirarlo, pero no llegó a tocarlo—. Parece que respira. Llevémoslo a casa, y a ti también. Estás cojeando.

—Creo que me he torcido el tobillo —contesté, apoyándome en su brazo.

—¿Quieres que vuelva y recoja tus esquís?

—¡No! —dije con brusquedad—. Ya vendré a buscarlos mañana. Entremos antes de que Ralph se muera de frío.

Metí a Ralph en su antiguo cesto, lo envolví con una manta y lo coloqué cerca de la chimenea, en la biblioteca. Respiraba, pero seguía inconsciente. Quizás aquella sombra con forma de cangrejo le había hecho algo. Yo tenía el tobillo hinchado y amoratado, pero no me dolía; lo tenía dormido y apenas lo sentía. Liam me ayudó a apoyarlo en los cojines del sofá y me puso una bolsa de hielo.

—Menuda Nochevieja… —comentó—. Supongo que tendré que cancelar el baile. Y suerte que al menos tenemos champán.

Liam trajo una botella de Moet & Chandon y dos copas y luego, para mi sorpresa, organizó un picnic de pan, queso y fruta. Me dio de comer como si me hubiera lesionado las dos manos, no solo el tobillo. Me bebí dos copas antes de dejar de temblar. Liam pensaba que era del frío, pero yo sabía que era del miedo que me habían dado esos asquerosos cangrejos. Mi abuela había estado en lo cierto cuando había dicho que tarde o temprano correría peligro en Fairwick. Odiaba que Adelaide tuviera razón.

Bebí otra copa y dejé que Liam me fuera alimentando de fresas con nata. Una pizca de nata acabó en la punta de mi nariz. Liam se inclinó y me la lamió. Reí y le dibujé un bigote de nata. Él contraatacó hundiendo su boca cubierta de nata entre mis pechos. Entonces me desabrochó la camisa y dibujó una línea de nata desde mi plexo solar hasta la cintura de mis pantalones de esquiar. Cuando me alcanzó la entrepierna con la lengua acepté la derrota con un largo gemido. Intenté acercarlo a mí, pero Liam me cogió en brazos y me levantó. Miró el cesto donde yacía Ralph y dijo:

—Lo siento, es que aquí me da la sensación de que tu amigo nos está mirando.

Me llevó escaleras arriba.

—Puedo caminar, ¿sabes? —dije con voz ronca.

—No, lo siento, no creo que puedas. De hecho, creo que estás totalmente indefensa. A mi merced, para que te haga lo que más me apetezca.

—¿Y qué te apetece? —pregunté mientras me tumbaba en la cama.

Y me lo enseñó.

Horas después desperté de una deliciosa languidez poscoital.

—Oye, ¿nos hemos perdido la entrada del Año Nuevo? —pregunté.

Pero Liam estaba dormido. Me levanté y cojeé hasta mi escritorio para mirar la hora. Las 23.58. Debería despertarlo para darle un beso de Año Nuevo, pero se le veía tan a gusto que no quise molestarlo. Además, ya me había besado lo suficiente en las últimas horas. Sí, de hecho, me sentía besada a conciencia.

Me senté a mi mesa y me incliné para mirar por la ventana. La luna había ascendido por encima del techo de la casa y estaba en la parte occidental del cielo, proyectando todas las sombras hacia el este, hacia el bosque. Me pareció que algunas de esas sombras se movían entre la espesura; escondiéndose entre los árboles, revoloteando entre las ramas, escabulléndose antes de que la puerta se cerrara a medianoche. ¿Lo conseguirían? ¿O algunas se quedarían encerradas a este lado? Me estremecí al pensar en aquellos cangrejos y deseé que al menos esos bichos sí lograran cruzar el umbral. En Fairwick ya había suficientes monstruos, pensé mientras me metía de nuevo en la cama junto a Liam. Me acurruqué contra su espalda, cobijándome en el calor de su cuerpo, pero pasó mucho tiempo hasta que dejé de temblar.