Por suerte, todavía me quedada una botella de Jack Daniel’s que había sobrado del alijo de Phoenix. Mientras servía dos copas, Liam encendió el fuego en la biblioteca.
—¡Me encanta esta habitación! —exclamó entusiasmado—. Nunca he vivido lo suficiente en ningún lugar para poder tener todos mis libros juntos.
—¿En serio? —comenté inocentemente; no pensaba revelarle lo mucho que sabía sobre su estilo de vida trotamundos gracias a mis búsquedas en Internet—. Supongo que un escritor residente debe de pasarse la vida saltando de un lado a otro.
—Sí, esa es mi excusa —contestó, sonriendo con pesar al tiempo que alzaba su copa de bourbon hacia mí—. Pero a veces me pregunto si no utilizo el trabajo como una excusa para huir. Es como si estuviera bajo una maldición que no me deja quedarme en un mismo lugar demasiado tiempo. Puede que esa sea la razón por la que los poemas de Nicky Ballard me conmueven tanto; parece que los haya escrito una chica que cree que está condenada.
Lo miré, preguntándome si sabría algo acerca de la maldición de los Ballard, pero entonces comprendí que solo había desviado el tema de su propia historia a la de Nicky. Y precisamente lo había invitado a entrar en casa para hablar de la pobre Nicky, ¿no?
—Pues la verdad es que casi se podría decir que sí que está maldita —dije, rodeando el sofá y sentándome en el sillón junto al fuego.
Él se sentó delante de mí y empecé a hablarle de lo que había oído acerca de la familia Ballard, evitando los elementos sobrenaturales y centrándome en el legado de pérdidas de fortunas, mujeres desilusionadas, embarazos adolescentes y alcoholismo.
—Pobre Nicky —comentó—. He pasado junto a esa casa y desde la calle ya se ve que la familia está arruinada. Debe de pensar que es inevitable acabar como su madre y su abuela. Tenemos que impedir que cometa los mismos errores.
—¿Nosotros?
—¿Acaso no sabes lo mucho que te admira Nicky, Cailleach? —Era la primera vez que decía mi nombre y me pilló por sorpresa. La mayoría de gente no lo pronunciaba bien a la primera.
—Creo que a quien admira es a ti… Liam. Venga, no disimules, seguro que ya sabes que todas las chicas de tu clase están locas por ti.
—Estoy hablando en serio. Nicky se pasa el día hablando de ti. Creo que para ella el sol gira a tu alrededor. Y admira en especial tu gran independencia, por ser una mujer que vive sola y todo eso.
—Bueno… De hecho, tengo novio, ¿sabes?
Liam hizo una mueca y apartó la mirada. El reflejo del fuego destellaba en sus gafas, de manera que no pude distinguir su expresión.
—No, la verdad es que no lo sabía, pero me alegro. ¿Y cómo se llama? ¿Y dónde está? —preguntó, mirando alrededor como si yo tuviera a un hombre escondido debajo del sofá.
—Se llama Paul y está acabando un doctorado en economía en la UCLA. La semana que viene iré a visitarlo a California. Y si todo va bien, el año próximo conseguirá un trabajo en la Costa Este.
—¿Y si no lo consigue?
Me encogí de hombros.
—Ya se nos ocurrirá algo… ¿Y qué me dices de ti? Debe de ser difícil mantener una relación con tanto viaje. —Levanté el vaso para beber otro trago de bourbon pero me percaté de que ya estaba vacío.
Liam cogió la botella y se inclinó para servirme otra copa.
—Sí, y creo que precisamente por eso lo hago. No he tenido… Bueno, en la universidad me pasó algo y desde entonces no he querido comprometerme en ninguna relación.
—¿Una mala separación?
Hizo una mueca.
—No exactamente. Es…
—¿Complicado? —sugerí al intuir que no pensaba acabar la frase. Solo pretendía alegrar el ambiente, pero cuando se apartó del fuego y se quitó las gafas para secarse los ojos me arrepentí de inmediato.
—Supongo que se podría decir así. Verás, ella… Jeannie, mi novia de la infancia… murió.
—Era mi primer año en Trinity —empezó Liam después de rellenar las copas—. Yo venía de un pequeño pueblo del Oeste. Mi padre era entrenador de caballos y la familia de Jeannie tenía una mercería, que en Irlanda es una tienda en la que se venden todo tipo de productos de tela. Nos conocíamos desde pequeños y no recuerdo ningún momento en que no estuviera planeando pasar mi vida con ella. Pero también me encantaba leer y escribir… y la verdad es que se me daba bastante bien. A los diez años empecé a ganar algunos premios de poesía, y Jeannie estaba muy orgullosa de mí. De hecho, fue ella quien me convenció para que solicitase la beca en el Trinity y me animó a aceptarla cuando me la concedieron. Me dijo que ya pasaríamos juntos las vacaciones y que cuando tuviéramos suficiente dinero ahorrado se vendría a vivir conmigo a Dublín.
—Tuviste suerte de tener una novia que creía en ti y no envidiaba tu éxito.
—Sí —repuso, y bebió el último sorbo de su vaso—. Tenía mucha suerte, pero no era consciente de ello. Y tampoco lo fui de lo mucho que cambié. Estaba tan contento de vivir en la gran ciudad rodeado de gente fantástica… mis profesores, claro, pero también los otros estudiantes; chicos que habían crecido rodeados de libros y conversaciones cultas. Congenié en especial con un grupo de alumnos angloirlandeses que habían estudiado juntos en un internado: Robin Allsworthy, su amigo Dugan Scott y la prima de Robin, Moira. Me parecían muy glamurosos, y todo el mundo los admiraba y hablaba de ellos. Y, claro, cuando se hicieron amigos míos, yo no podía creerlo. Creo que estaba enamorado de los tres, pero, como era de esperar, Jeannie no lo veía así.
—¿Cómo se enteró de lo de Moira?
—Vino a verme la semana antes de las vacaciones de Navidad; más o menos por esta época del año, ahora que lo pienso. Se suponía que tenía que ser una sorpresa. Jeannie había reservado una habitación en un hotel de lujo… —Se sonrojó—. No habíamos… ya sabes, no habíamos estado juntos de aquella manera y creo que ella pensaba que por eso nos habíamos distanciado. Pero cuando llegó yo había salido con Robin, Dugan y Moira para celebrar que habían acabado los exámenes finales. La pobre Jeannie fue de bar en bar, siguiendo nuestro rastro. Cuando al fin nos encontró, me vio con Moira. No fue más que un beso de borrachera… Ni siquiera recuerdo cómo sucedió, pero nunca olvidaré la cara de Jeannie.
Se quedó callado, con la mirada clavada en el fuego como si pudiera ver el rostro de su novia en las llamas.
—¿Se lo intentaste explicar? —pregunté tras unos instantes.
Sacudió la cabeza.
—No pude, se fue corriendo. Las calles estaban atestadas de estudiantes delante de los bares y la perdí. La busqué por todas partes, pero al final Robin, Dugan y Moira me convencieron para que regresara a mi habitación y llamase al hotel. Cuando la recepcionista me dijo que había dejado la habitación, mis amigos dijeron que debía de haberse marchado a casa y que ya podría arreglar las cosas cuando volviera al pueblo por vacaciones.
Se quedó callado de nuevo, mirando ahora el fondo vacío de su vaso. Esta vez no lo animé a seguir; no deseaba oír el final de la historia.
—Pero no se había ido a casa. Tres días después encontraron su cuerpo en el río Liffey —explicó.
—¿Y crees que se…?
Levantó los ojos antes de que pudiera terminar la pregunta.
—No lo sé —dijo con tristeza—. ¿Que si se mató? ¿O si se cayó? ¿O si alguien la empujó? Nunca lo sabré. Pero ¿qué más da? Es como si yo mismo la hubiera empujado al río. Murió por mi culpa.
Sacudí la cabeza.
—No puedes culparte. No fue culpa tuya.
Él hizo una mueca de dolor.
—Eso mismo me dijo Moira. Dijo que Jeannie había sido débil.
Me estremecí y, al ver mi reacción, Liam asintió.
—Sí, lo sé, no debería haberla escuchado. Pero lo hice, porque quería olvidar a Jeannie desesperadamente. Me pasé los siguientes tres años y medio con Moira, aprendiendo a beber, a colocarme y adquirir vicios caros y peligrosos. En mis peores momentos me encontraba pensando que era una suerte que Jeannie hubiera muerto… Y entonces bebía para olvidar que hubiera podido pensar tal cosa. Acabé la universidad de milagro, pero de algún modo me las arreglé para seguir escribiendo. Había un profesor que creía en mí, a pesar de mi vida desenfrenada, y me consiguió una beca de investigación en Oxford. Pensé que Moira estaría encantada pues siempre hablaba de salir de Irlanda, pero resultó que ya tenía otros planes. Ella y Dugan pensaban irse juntos a París para estudiar pintura. Me dijo que no me preocupara, que nos veríamos en vacaciones, que ya se nos ocurriría algo…
Eso era justo lo que yo había dicho acerca de mi relación con Paul unos minutos antes.
—Comprendí que yo no significaba nada para ella —continuó Liam—. Solo había sido un entretenimiento. Recobré la sobriedad, tanto en sentido literal como figurado, y empecé a escribir sobre Jeannie, con la esperanza de encontrarme de nuevo con ella a través de la poesía.
—¿Y desde entonces no has estado con nadie más?
Depositó su vaso vacío en la mesilla, se inclinó con los codos apoyados en las rodillas y me miró. A pesar de que había bebido, tenía la mirada nítida.
—Nada serio. Me cansé de las chicas como Moira, y cuando encuentro a alguien que me recuerda a Jeannie… pues me acuerdo de lo que le hice. Veo su rostro… Así que mis relaciones no suelen durar mucho.
—¿Y no se te ha ocurrido que no solo hay dos tipos de mujeres? ¿Que no todas las mujeres son inocentes como Jeannie ni cabronas como Moira?
Se rio.
—Sí, tienes razón. Quizás… —Se inclinó más, con las manos en las rodillas. Por segunda vez esa misma noche pensé que iba a intentar besarme, pero solo se estaba levantando—. Debería considerarlo cuando no haya bebido tanto. Gracias por contarme la historia de Nicky Ballard —dijo, dirigiéndose a la puerta—. Creo que me será de gran ayuda. Y puede que entre los dos podamos evitar que siga los pasos de su madre y su abuela.
—Ahora entiendo por qué te preocupas tanto por tus alumnos —dije, acompañándolo—. Por lo que le pasó a Jeannie.
—Me gustaría pensar que me importarían igual si ella estuviera viva. Como tú. Te preocupas por tus estudiantes y no te ha pasado nada horrible. Todavía tienes a Paul.
—Sí, eso es verdad —admití, abriéndole la puerta. Liam se tambaleó hacia delante, pero esa vez no tuve la ilusión de que me fuera a besar. Solo estaba achispado. Le di un pequeño empujón hacia fuera y pregunté—: ¿Conseguirás cruzar la calle?
—Eso está hecho —aseguró—. Solo espero que logre subir la escalera sin romper ningún adorno ni destrozar las ramas de acebo que cuelgan de la barandilla.
Cuando se volvió para marcharse le deseé buena suerte. Me pareció que se tambaleaba un poco al pie de los escalones del porche, pero enseguida comprendí que estaba observando uno de los colgantes de hielo obra de Brock, el que tenía la piedra mágica en el interior. Tras contemplarlo unos segundos, empezó a atravesar el jardín, dejando tras él un serpenteante rastro de huellas en la nieve recién caída. Me quedé observándolo mientras cruzaba la calle y subía al porche de la casa de huéspedes. Entonces se volvió y se despidió con la mano, como sabiendo que yo lo estaba mirando.
Cuando entré en casa fui en busca del teléfono para llamar a Paul. Me sentía culpable por no haberlo llamado esa noche, pero tampoco me apetecía hacerlo ahora. Mientras le daba algo de comer a Ralph (había estado escondido durante la visita de Liam), me pregunté si debía contarle a Paul que había pasado la tarde con el nuevo escritor residente, un rompecorazones irlandés; ya le había comentado que todas las chicas estaban locas por él. Quizá sería mejor que le dijera que había estado ocupada corrigiendo exámenes.
—¿Tú qué crees, Ralph? —le pregunté al ratoncillo al tiempo que lo subía a mi mano para llevármelo escaleras arriba—. ¿Una mentirijilla piadosa? ¿O quizás iría bien que lo pusiera un poco celoso para que valorara más lo que tiene?
Ralph tenía los mofletes repletos de queso, de manera que no respondió. Aunque la verdad es que hasta el momento tampoco había demostrado tener ningún talento para la comunicación, por muy mágico que fuera.
Paul me ahorró la elección entre mentirle o provocarle, pues cuando subí a mi habitación y abrí la tapa del teléfono, vi que me había enviado un mensaje:
«Todavía no hemos hablado y m tengo q ir a dormir pronto. Cambio de planes: vengo a NY para una entrevista. He reservado hab. en Ritz-Carlton d Battery Park y he cancelado tu vuelo a LA. Ya t explicaré».
Le contesté para preguntarle con quién se iba a reunir. Era extraño que una universidad realizase entrevistas de trabajo durante las vacaciones de Navidad, y todavía más extraño que Paul hubiera reservado en un hotel tan caro como el Ritz-Carlton. No me respondió el mensaje, de manera que tendría que esperar al día siguiente para enterarme de lo que sucedía.
Me quedé dormida enseguida, gracias sin duda al bourbon, pero me desperté sobresaltada en plena noche. ¿Y si Paul había reservado una habitación en un hotel de cinco estrellas porque planeaba sorprenderme con la noticia de que al fin había conseguido un trabajo en Nueva York? ¿Y si pensaba celebrarlo pidiéndome que me casara con él? Siempre habíamos dicho (aunque no recordaba quién de los dos había abordado el tema primero) que nos casaríamos en cuanto él encontrara trabajo en la ciudad y viviéramos juntos. ¿Por qué sino habría escogido un hotel tan lujoso? ¿Y por qué me latía con tanta fuerza el corazón? Me senté en la cama con la mano apoyada en el pecho izquierdo y miré por la ventana. Esa noche el claro de luna no se colaba en la habitación y no había ni una sombra en el suelo. Me levanté y fui descalza hasta la ventana, y enseguida comprendí por qué. Estaba nevando de nuevo; una nieve blanda y plumosa que absorbía la luz de la luna y cubría de silencio el mundo exterior.
Pasé los siguientes días ocupada con los exámenes finales, las evaluaciones y las tutorías. Intenté llamar a Paul, pero siempre me saltaba el buzón de voz. Le envíe un SMS y me respondió que ya me lo explicaría todo cuando nos viéramos en la ciudad el día 22. No se le daba muy bien guardar secretos. Lo más seguro es que supiera que si hablábamos acabaría explicándome con quién se entrevistaba y por qué había reservado habitación en el Ritz-Carlton. Cuando me di cuenta de que una parte de mí deseaba que no consiguiera el trabajo, comprendí que tenía un problema, pero me quité esa idea de la cabeza y me centré en mi última tutoría del semestre, con Nicky Ballard.
No había visto a Liam Doyle desde la noche del bourbon, pero me había enviado un email. «Tengo una idea para el problema de Nicky», había escrito, y a continuación detallaba el plan que había ideado para que Nicky no se desviara del buen camino. Y se suponía que yo tenía que implementar la primera parte de aquel plan el último día del semestre. La mayoría de estudiantes ya se habían ido a sus casas, pero como Nicky vivía en el pueblo se había ofrecido voluntaria para la última hora de tutoría. Esa tarde había una fiesta de profesores, de manera que acudí a la reunión más arreglada de lo normal.
—¡Caray! —exclamó Nicky cuando me quité el abrigo—. ¡Está guapísima!
—Gracias, Nicky. —Me había puesto un vestido plateado que había comprado las Navidades pasadas en Barney’s y los pendientes de diamantes que mi tía me regaló cuando cumplí los veintiuno—. Y que conste que tengo pensado cambiarme los zapatos —añadí, mostrándole un par de zapatos de tacón, también plateados, que sustituirían a las botas de piel de borrego que llevaba puestas en ese momento.
—Ya hace bien en llevar las botas —comentó Nicky—. Dicen que esta noche podemos llegar a diez grados bajo cero.
—Brrr, ¿te acostumbras alguna vez a este frío? —pregunté fingiendo un escalofrío.
Nicky soltó una risita.
—Pues la verdad es que no. A veces me pregunto cómo sería vivir en un lugar caluroso.
—Deberías probarlo algún día. Podrías cursar un año de intercambio en España, o hacer un semestre de excavación arqueológica en México, o incluso estudiar un posgrado en la Universidad de Texas, en Austin. Tienen un programa de escritura excelente.
Los ojos de Nicky se iluminaron con mis sugerencias, pero se apagaron enseguida.
—No podría hacerlo —dijo—. Mi abuela me necesita y creo que mi beca solo cubre mis estudios aquí.
—Mmm… Se lo preguntaré a la decana Book. Pero mientras tanto quería hablar contigo de una idea para una proyecto que combinaría la poesía que estás escribiendo con la investigación de los temas que aparecen en tus poemas. Por ejemplo, sueles escribir sobre el tema de la doncella cautiva, un tema que aparece en cuentos como Rapunzel y La bella durmiente, y en la ficción gótica, como…
—¿Como Emily St. Aubert atrapada en el castillo de Udolfo? ¿O Bertha Rochester encerrada en el desván de Thornfield Hall?
—Exacto —repuse, aunque no estaba pensando exactamente en Bertha Rochester, quien muere al final de Jane Eyre. La idea era que Nicky se identificara con aquellas heroínas cautivas de los mitos y la literatura que al final de la historia lograban escapar. Liam pensaba que si Nicky fuera capaz de trazar un plan de escape para su alter ego ficticio, podría evitar caer víctima del destino de las mujeres Ballard. Por supuesto, Liam no sabía nada de la maldición, pero cuando fui a explicarle la idea a Soheila, esta pensó que el plan no haría daño a nadie. Y valía la pena hacer algo. Había ojeado el libro de hechizos en busca de algún modo de acabar con la maldición, pero todos requerían conocer los nombres de las dos brujas que podrían haber maldecido a los Ballard. De manera que por el momento eso era lo único que podía hacer por Nicky—. Así que ¿te gusta la idea?
—Sí. ¿Trabajaré con vosotros dos juntos o por separado?
—Pues todavía no hemos hablado de eso, pero supongo que podríamos hacerlo de las dos maneras. ¿Qué prefieres?
—Me gustaría que nos reuniéramos los tres a la vez. Me gusta mucho el profesor Doyle, pero siempre que estoy a solas con él me pongo tan nerviosa que casi no puedo hablar. Será más fácil si usted también está.
Le sonreí indulgentemente, como si hiciera años que no experimentaba ese tipo de nervios.
—Bien, decidido pues. Hablaré con el profesor Doyle para ver qué hora nos va bien a todos cuando le vea en la fiesta. —Eché un vistazo al reloj—. Y será mejor que me ponga en marcha.
—Sí, claro, no querrá llegar tarde. Esa fiesta es toda una tradición en Fairwick. Aunque, claro, los estudiantes no podemos asistir. Se supone que tenemos que estar todos fuera del campus antes del atardecer, y cierran las puertas con llave una hora después de que caiga el sol.
—¿En serio? —Nunca había visto la puerta sudeste cerrada y mucho menos con llave—. Bien, pues será mejor que tú también te pongas en marcha. No me gustaría que te quedaras encerrada en el campus todas las vacaciones.
Ambas reímos al imaginar esa posibilidad, pero caí en la cuenta de que era exactamente el tipo de cosas que sucedían en las novelas góticas que habíamos analizado en clase.