Capítulo 51

Hank negó con la cabeza, reacio a cruzar el campo minado de la memoria. Inspiró profundamente, cerró los ojos, luego expulsó el aire y los volvió a abrir.

—Estoy convencido de que a un hombre más sofisticado el vaho de las ventanillas le habría dado una pista —dijo—. Pero yo no soy un hombre sofisticado. Abrí de golpe la puerta de la camioneta de Danny esperando verlos contando la droga.

De nuevo estuvo en silencio, esta vez incluso durante más rato. Al fin, Ginny dijo:

—Pero estaban follando.

Hank apretó la mandíbula.

—Danny tenía los pantalones bajados y Dobson estaba… detrás de él. Y me volví loco. Saqué a Danny de allí y lo metí en mi coche y simplemente conduje. Le pregunté qué demonios estaba haciendo, y Danny dijo algo absurdo sobre que Dobson le estaba ayudando a buscar a su madre y que habían ido al Fish Pond, porque ése era el último sitio donde ella había sido vista y que una cosa condujo a la otra.

»Es entonces cuando le dije que yo era su padre. ¡Yo estaba muy enfadado! No pensaba con claridad. Le dije que ningún hijo mío se comportaría como un asqueroso… —Se interrumpió—. Como un asqueroso… —Se rindió y levantó la vista hacia ella—. Cuando supe que Danny era hijo mío, me sentí feliz. ¡Estaba tan orgulloso de él! De que hubiera resultado ser tan listo y fuerte y bueno. Y luego al verlo así, sometido a un traficante de drogas. Perdí el juicio.

—¿Cómo acabaron en la fábrica?

Volvió a encogerse de hombros.

—Fue como si el coche fuese solo. Y cuando Danny preguntó qué hacíamos allí, me di cuenta de por qué lo había hecho. Lo arrastré al interior para enseñarle… para enseñarle dónde fue concebido. Cómo su madre y yo habíamos follado como animales en ese suelo, rodeados de toda esa basura. Quería que él viera dónde había empezado su vida, advertirle que si no se enderezaba, acabaría exactamente igual que su madre; un miserable ser humano que estaba a gusto entre toda esa porquería.

»Y me dijo a gritos que no hablara así de ella. Y entonces me pegó, hizo que me sangrara la nariz, y después de eso apenas si recuerdo algo.

»Sé que cogí algo del suelo y le golpeé con ello, y que él estaba en el suelo, y vi mis propios ojos mirándome fijamente. Y lo siguiente que supe fue que estaba de pie sobre él, y la visión de lo que había hecho me hizo vomitar. Tiré el tubo al río que hay detrás de la fábrica, y cuando vi que tenía la ropa cubierta de sangre, la tiré y me puse un chándal que llevaba en el coche.

»Y luego me fui a casa.

Los ojos del entrenador Hank estaban secos, como si la historia fuese su propia anestesia. El asesinato había sido muy parecido a como Ginny lo había visualizado; sólo que jamás, ni en un millón de años, se habría imaginado que este hombre encantador y protector fuera quien lo cometió.

—¿Y qué hay de Geoffrey Dobson?

Dio la impresión de que Hank se sobresaltaba, como si el nombre fuese una palabra de una lengua extranjera. Pero luego parpadeó varias veces y contestó:

—Estuve esperando a que la policía apareciese en mi puerta. Dobson me había visto sacar a Danny de la camioneta, y Danny había dicho mi nombre. Entonces él me llamó, me dijo que quería mi ayuda o que iría a la policía.

—¿Su ayuda?

—Para vender su veneno. Él sabía que yo había intentado hasta la saciedad que mis alumnos se mantuvieran lejos de las drogas. Pero él no quería simplemente que le dejara el camino libre; quería que fuese su camello, que hiciera entregas cuando el equipo saliese de casa. No me lo podía ni creer. Pero le dije que lo haría. Quedar en el Fish Pond fue idea suya; el hijo de puta tenía inclinación por lo dramático. Así que robé el monovolumen. Estoy seguro de que ya sabes el resto.

Ginny lo miró. Algo había cambiado, y necesitó un minuto para comprender que a diferencia del asesinato de Danny, Hank describió el de Dobson con una falta absoluta de arrepentimiento.

—El segundo asesinato —comentó ella— siempre es más fácil que el primero.

Hank se giró rápidamente hacia ella, la frente arrugada por el enfado.

—Dobson era escoria… un traficante de drogas. Estoy seguro de que no le importaba estar arruinando la vida de Danny. ¿Y sabes una cosa? Si él hubiera avisado a la policía, yo quizás habría confesado. Pero él vio la muerte de Danny simplemente como una oportunidad más de ganar dinero. Recibió justo lo que se merecía.

Arthur Dulaine había usado las mismas palabras cuando habló del asesinato de la madre de Danny. La superioridad moral era una pendiente resbaladiza.

—¿Y cuál es —inquirió Ginny— su merecido?

Él le sonrió, lo último que ella se había esperado. Entonces inclinó la cabeza en dirección a la cascada.

—Hace un segundo creías que iba a saltar. Si ahora quisiera hacerlo, no tratarías de detenerme, ¿verdad?

Ginny pensó en ello.

—Tendría que hacerlo —respondió.

Su respuesta pareció sorprender al entrenador.

—Pero ¿por qué?

—Sonya merece mirar al asesino de su hijo a los ojos. Estar presente cuando un jurado lo declare culpable y un juez lo condene a prisión.

—¿Qué pasa con mis niñas? No merecen crecer con esta deshonra, ¿verdad?

—Algunos dirían que eso es parte de su castigo —contestó ella—. Quizá la peor parte de todas.

—¿Y tú?

—Supongo que tendría que estar de acuerdo.

Hank sopesó la respuesta, posando la mirada en Ginny y en la barandilla, y viceversa.

—¿Crees que podrías detenerme?

—Tal vez no —dijo ella—. Pero creo que, aun cuando eligiera usted el camino fácil, podría prometerle ser capaz de reunir las suficientes pruebas para demostrar lo que hizo. Quizá no en un tribunal legal, sino en el tribunal de la opinión pública. Con lo que sus hijas sufrirían toda la deshonra y, además, la muerte de su padre.

Hank entornó los ojos.

—¿Harías eso? ¿No te limitarías a decirle a Sonya la verdad y te olvidarías del tema?

—No soy una especie de vigilante —respondió ella—. Soy policía.

Ginny se puso de pie. Lo había presionado demasiado, y su humor había cambiado tan deprisa que daba miedo. Había algo amenazador en sus ojos, y por primera vez pudo verlo como la persona que había matado a Danny a golpes. Antes, ese hombre había sido una abstracción. Demasiado confiada por la confesión de Hank y veinte años de amistad, Ginny había creído que él ya no era peligroso para nadie salvo para sí mismo. Pero amenazar el futuro de su familia había despertado algo animal en él; exactamente igual que al ver a su único hijo en brazos de otro hombre.

Hank se abalanzó sobre ella. Ginny saltó los tres escalones del mirador al suelo y empezó a correr hacia el camino. Pero Hank era demasiado rápido para ella; ella era diez años más joven, pero él le había enseñado cuanto sabía sobre correr, y por lo visto se había guardado una serie de secretos para sí. La alcanzó y la agarró del brazo, y aunque Ginny intentó darle un fuerte golpe en la mandíbula, él se limitó a esquivarlo.

Entonces trató de propinarle un rodillazo en la entrepierna, pero Hank era mucho más ágil que Lance Pecor; se movió hacia un lado y el golpe le dio en el muslo. Él la cogió del cuello, y ella consiguió darle un cabezazo, pero como, al parecer, la dejó igual de aturdida que a él, probablemente fuera un error. Hank la volvió a coger del cuello, y esta vez Ginny le propinó un puñetazo en el estómago; él no se lo esperaba y lo dejó sin aliento.

Ginny se giró, agarró a Hank del brazo derecho y lo hizo volar sobre su cabeza mediante una llave de judo que había aprendido en el gimnasio, pero que no había probado en la calle ni una sola vez. Él aterrizó en el suelo; ella apenas tuvo tiempo para felicitarse de haberlo lanzado por el aire, porque Hank se volvió a levantar del suelo de un salto y la atacó de nuevo. Él intentó una derecha cruzada, pero ella lo esquivó; Hank era bueno en atletismo, pero a la hora de pelear, era un amateur.

Sin embargo, lo que le faltaba de práctica lo suplía con creces con su desesperación. Volvió a atacarla, la embistió con todo su cuerpo, tumbándola y aterrizando sobre ella. Intentó agarrarla por las manos, para clavarla contra el suelo, pero ella las apartó para evitar que la cogiera. Ginny notó la navaja; dura contra su nalga derecha y muy lejos de su alcance. Desesperada, se incorporó y le dio un mordisco, prácticamente arrancándole el lóbulo de la oreja, y el dolor bastó para hacerle chillar y llevarse una mano a la cabeza.

Utilizó su mano derecha liberada para apoyarse en el suelo y sacarse a Hank de encima. La mirada de sus ojos había pasado de desencajada a algo peor, y mientras él se apretaba la oreja sangrienta, le propinó un rodillazo justo en los testículos. No fue original, pero surtió efecto. Hank se dobló por el dolor, y ella cogió la primera piedra que pudo encontrar y le asestó un buen golpe en la cabeza. Hank puso los ojos en blanco, y perdió el conocimiento.

A continuación, porque no era ninguna idiota, Ginny se quitó las zapatillas de deporte y utilizó los cordones para atarle las manos detrás de la espalda. Deprisa, por si acaso volvía en sí, cortó los nudos de los cordones de sus botas de trekking y los empleó para atarle los pies. Cogió la mochila de Hank y vació su contenido en el suelo, encontrando un botiquín de primeros auxilios; en su interior había un rollo de esparadrapo blanco. No era ideal, pero era cuanto tenía. Ginny arrastró el cuerpo laxo del entrenador hasta el árbol robusto más cercano y le ató las manos a él, dando vueltas y vueltas hasta que se acabó el rollo.

Abrió la botella de Nalgene y tomó un gran sorbo; cuando acabó, vio que el agua estaba teñida de rosa por una mancha de sangre. Hank todavía no había emitido ningún sonido. Ginny se puso la mochila a la espalda, evitó lanzar una última mirada hacia el cuerpo inmóvil, y se dispuso a bajar la montaña. Sus zapatillas de deporte sin cordones le bailaban al andar, pero consiguió no perderlas.