Capítulo 45

Permaneció de pie en el modesto salón del padre LeGrand, aún sujetando con fuerza el móvil durante un minuto más después de que la llamada hubiera terminado, pensando a toda velocidad.

A Danny lo había matado su propio padre. No había otro modo razonable de interpretar las pruebas. Seguro que quizás en algún universo paralelo era posible que la sangre y el vómito del hombre aparecieran simple y casualmente en la misma habitación donde su hijo había sido golpeado hasta morir, pero en cuanto Ginny analizó un poco la idea, le pareció absurda.

El padre biológico de Danny lo había asesinado. Con el forcejeo, dejó un rastro de su propia sangre. Y al ver lo que había hecho, vomitó: el vómito que Ginny tan alegremente había atribuido a la policía local era del propio asesino.

Eso indicaba que el asesino tuvo remordimientos, ¿no? ¿O móviles encontrados, o maldad pura y simple?

Con el cerebro zumbándole todavía, se obligó a sí misma a terminar lo que había empezado; aun cuando el padre LeGrand siguiera negándose a una fianza, sería una coincidencia que apareciese alguien mientras ella revolvía su casa. Mecánicamente, realizó una búsqueda concienzuda de la diminuta vivienda. De haber algo útil, no lo encontró.

De manera impulsiva juntó todos sus papeles (los del escritorio, los de la bandeja de la estantería, los del archivador) y los metió en una bolsa de plástico de la compra para una posterior inspección. Caminó hasta la tienda de Jimmy y se lo encontró sentado frente a su ordenador del despacho, mirando ceñudo un programa de hoja de cálculo. Le sonrió a Ginny, pero una mirada le indicó que algo iba increíblemente mal. Ella lo puso al tanto de la llamada telefónica de Sylvia y de su propia y absoluta certeza de que a Danny le había arrebatado la vida una de las personas que se la dio en primer lugar.

—¿Cómo puedes estar tan segura? —inquirió Jimmy cuando ella terminó—. La sangre únicamente significa que su padre estaba allí, ¿no? No…

—Hace muchos años que soy poli —replicó Ginny—, y las fotos de la autopsia de Danny casi me hicieron vomitar.

—Sigo sin…

Ginny se golpeó una palma de la mano con el otro puño.

—Era como si el asesino estuviese intentando borrar el rostro de Danny. Eso es lo que dijo el tipo que lo embalsamó. Pensé que era simplemente un puro arrebato de cólera por algo pasado, pero ahora lo entiendo. Esto fue tan personal como que un padre intentó eliminar a su propio hijo.

—Pero yo creía que nadie sabía siquiera quién era el padre de Danny. Hasta su propia madre dijo siempre que no lo sabía. ¿Realmente crees que Danny, de una manera o de otra, lo descubrió? ¿Y que por eso su padre lo mató?

Ginny pensó en ello. Los resultados del ADN la habían dejado tan perpleja que ni siquiera había empezado a plantearse cuál podría ser el móvil.

—Y espera… —dijo Jimmy—. Pensaba que te basabas en la presunción de que a Danny lo mataron para impedir que averiguara lo que realmente le ocurrió a su madre. ¿Estás diciendo entonces que la misma persona mató a los dos… el padre LeGrand?

Ginny se sentó en la otra silla, frotándose el entrecejo con el pulgar y el dedo índice.

—Me dijo que únicamente salió con Paula después de que naciera Danny, y le creo. Además, no veo ningún parecido entre ellos dos. ¿Tú sí?

Jimmy sacudió la cabeza.

—¿Y qué hay de Lance Pecor?

—Con él tampoco hay ningún parecido. Y hubo algo en la forma en que me dijo que Paula nunca le había dado una oportunidad; estoy bastante segura de que decía la verdad. —Continuó masajeándose la frente, como si la estimulación pudiese hacer que su cerebro funcionara más deprisa—. Quizá desde el principio haya seguido la pista equivocada. Quizás el asesino de Danny no esté realmente conectado con el de Paula. A menos que…

Hizo un alto, mirando fijamente, sin prestar atención, la pantalla de ordenador encendida.

—¿Qué?

—A menos —contestó Ginny— que el padre LeGrand mienta.

—¿Por qué iba a hacer eso? Tú misma dijiste que sabías cuándo una persona era culpable sólo con verla.

—Sé que se siente culpable —dijo ella—. Pero eso no significa necesariamente que sea culpable. Alguien que se flagela con un látigo hasta sangrar a duras penas está en su sano juicio.

Él la miró como si estuviese aún más loca que el cura; como si en su despacho hubiese alguna violenta criatura, y él sin su pistola tranquilizadora.

—¿Estás diciendo que, después de todo, LeGrand no se acostó con Paula?

Ella lo ignoró, agarró la bolsa de plástico que había dejado en el suelo y se dirigió hacia la puerta.

—¿Adónde vas?

—A casa de Sonya. No sé nada de ella desde que descubrió lo de Paula y Pete. Estoy empezando a preocuparme.

—¿Qué tiene eso que ver con…?

—¿No lo comprendes? Pete se acostó con Paula. Podría ser el padre de Danny tanto como cualquier otra persona, y sabe Dios que no se llevaban bien. Y Sonya me explicó que había hecho negocios con Dulaine. ¿Y si no era el padre LeGrand a quien Dulaine encubría? ¿Y si…?

—Te debes de haber vuelto loca —soltó él—. ¿De verdad piensas que Pete está detrás de todo esto? ¿Que mató a su propio hijo? ¿Y que ahora le ha hecho algo a su mujer?

Salió disparada de su despacho sin contestar; las advertencias de Jimmy de que no se precipitara le entraron por un oído y le salieron por el otro al tiempo que se iba de la tienda corriendo y corría hasta la camioneta de Danny. Fue únicamente pura suerte que se zafara de que uno de los subordinados de Rolly le pusiera una multa mientras bajaba por Main Street y subía la colina volando.

No había nadie en casa de Sonya; todo estaba en el mismo sitio que la última vez que Ginny había estado allí. ¿Qué ocurría? Empezando a sentir una comezón, se vino abajo y telefoneó a los padres de Pete. Pero ellos no tenían ni idea de dónde estaba su hijo, ni tampoco su nuera.

Examinó la casa en busca de pruebas de violencia, una experiencia de lo más surrealista. ¿Hablaba en serio? ¿Podía Pete haber realmente herido a su mujer? ¿Pete, ese pedazo de zoquete del que Sonya había estado enamorada desde que era una niña?

Entonces Ginny recordó algo que Sonya había dicho: que cuando descubriese quién había asesinado a Danny, lo mataría con sus propias manos. Tal vez no era Sonya de quien Ginny debía preocuparse.

No había nada extraño en la casa; eso, al menos, era un alivio. Les llamó a sus respectivos móviles por enésima vez y no obtuvo respuesta. Volvió a llamar a la constructora; Pete aún no se había presentado.

Frustrada, desesperada por distraerse con otra cosa, extendió los papeles del despacho del padre LeGrand sobre el suelo de la cocina. Estaba dando palos de ciego, cambiando sus hipótesis del crimen como si fueran cromos. Pero aun cuando el cura no hubiese sido el asesino de Paula, ni siquiera el padre de su hijo, su instinto le decía que no era ni mucho menos inocente.

Revolvió los documentos: correspondencia oficial de la iglesia, facturas de suministros, borradores de homilías. El padre había estado trabajando en algo sobre el pecado original (tema adecuado). Ginny lo recordó de pie delante de la ventana de su despacho, con la camisa manchada de sangre que él mismo se había provocado.

Oyó un ruido en la puerta principal. Se levantó y cruzó corriendo el salón hasta el recibidor. Sonya estaba allí de pie, con aspecto de estar perdida en su propia casa.

—¡Gracias a Dios! —exclamó Ginny abrazándola con fuerza—. ¡Estaba tan preocupada!

La expresión de Sonya era tanto de confusión como de agotamiento.

—¿Preocupada? ¿Por qué?

—Me daba terror que te hubiera pasado algo. ¿Dónde has estado?

—Dando vueltas por ahí en coche.

—¿Toda la noche? —Sonya respondió asintiendo a medias, como si no tuviese energías para asentir del todo—. ¿Adónde has ido?

—Al Lago George.

—¿Has ido en coche hasta las montañas Adirondacks? ¿Para qué?

Sonya se encogió de hombros.

—Mis padres solían llevarnos a Storytown… ese parque temático donde hay esos personajes de cuentos de hadas hechos de cemento.

—¿Y?

—Siempre me gustó ir allí. Pero ahora está cerrado. Se ha terminado la temporada.

Sonya pasó por delante de ella y entró en la casa. Ginny la siguió, agarrándola del brazo y obligándola a sentarse en el sofá del salón.

—¿Has ido hasta allí, has dado media vuelta y has bajado otra vez?

—He dormido un rato —explicó Sonya—. En el coche.

Ginny lanzó una mirada hacia la puerta principal.

—¿Dónde está Pete?

—No tengo ni idea.

—¿No vino a casa anoche?

Otra vez asintió a medias.

—Por supuesto que vino.

—¿Y qué pasó?

—Preguntó por qué no estaba su cena en la mesa —contestó Sonya—. Le enseñé ese libro. La buena tierra.

—¿Reconoció que se había acostado con Paula?

Ella negó con la cabeza, cogió una de las revistas de la mesa de centro y la hojeó. Ginny empezaba a preguntarse si estaría borracha.

—Sonya. —Ginny le quitó el ejemplar del Reader’s Digest de las manos—. ¿Qué te dijo Pete?

Sin inmutarse, Sonya cogió un viejo ejemplar de la revista La buena ama de casa y se puso a leer una receta de pastelitos para la celebración del cuatro de julio como si encerrase el secreto de la eterna juventud.

—Lo negó —respondió—. Pero no importa. Supe que mentía. Dieciséis años de matrimonio a cambio de una sarta de mentiras.

—¿Y dónde está ahora?

—Le dije que no quería volver a verlo nunca más.

Sonya hablaba con voz tranquila, distraída. Aun así, tras ese aire de indiferencia había algo implacable; Ginny tuvo la sensación de que hablaba en serio, al menos de momento.

—¿Y de verdad no sabes dónde está?

—¿Qué más da?

Ginny le quitó la segunda revista, luego cogió las dos manos de Sonya entre las suyas.

—Tengo que decirte algo —anunció—. No será agradable oírlo.

—¿Y? Adelante. —La actitud de Sonya indicaba, sobre todo, que le molestaba que Ginny le hubiese confiscado su revista.

—Cogí unas cuantas muestras de sangre de la fábrica —le contó Ginny—. Hoy me han llegado los resultados. Revelan que el padre biológico de Danny estuvo en la escena de su asesinato.

—¡Oh!

Eso fue todo lo que dijo: ¡Oh!

—¿Entiendes lo que digo? —insistió Ginny—. Es bastante probable que a Danny lo asesinara su propio padre.

Ginny había relajado su mano, dándole a Sonya la posibilidad de que apartase las suyas. Como una autómata, empezó a alargar el brazo para coger otra revista pero, al parecer, cambió de idea; sus manos cayeron sobre su regazo.

—¿Por eso no dejas de preguntar por Pete? —preguntó Sonya con voz extrañamente monótona—. ¿Porque crees que él es el padre de Danny y que lo mató, y pensabas que me había matado a mí también?

Así verbalizado sonaba absurdo. Pero hacía menos de una hora tanto ella como Pete estaban desaparecidos en combate; la probabilidad de que él se hubiese acostado con Paula, sumada a todas esas peleas con Danny acerca de su futuro, lo habían señalado como culpable.

Pero aun cuando Ginny hubiese errado el tiro (sacando una conclusión precipitada porque estaba preocupada por su amiga), no explicaba lo que Sonya hizo a continuación. Ginny permaneció allí sentada y observó cómo Sonya aspiraba grandes bocanadas de aire, y el sofá temblaba con el movimiento de su cuerpo al tiempo que ella reía y reía y reía.