Cree a aquellos que buscan la verdad; duda de los que la han encontrado.
André Gide
7.1. Dame un hijo tuyo por esposo
La situación en Egipto parecía difícil al comenzar la «posible» corregencia de Smenkhara. Y puede que el mismo Akhenatón, debilitado o enfermo, necesitase el apoyo de su esposa, que sin duda tenía de su lado a los partidarios de la reina madre Tiyi, es decir, a aquellos que los egipcios siempre habían considerado sus mayores enemigos en el exterior, los hititas, que habían conseguido tomar y destruir Babilonia unos años antes.
El rey hitita, el peligroso, altivo y ambicioso Subiluliuma, esperaba quizá construirse un palacio a las orillas del Nilo, a ser posible con vistas al Mediterráneo, sueño que siglos después harían realidad los reyes persas y el rey macedonio Alejandro, quien, a su muerte, dejó la finca egipcia a su medio hermano Ptolomeo. Bueno, en realidad, Ptolomeo se la apropió, pero esa es otra historia.
Esta época de transición en Egipto entre la muerte de Amenofis IV-Akhenatón y el fin de la Dinastía XVIII fue breve. Y poco después de la desaparición del faraón del disco solar, tanto su sucesor, el raro y no se sabe si existente Smenkhara, como su Gran Esposa Real, Nefertiti, habían desaparecido, muertos tal vez, o asesinados, porque hay noticias de que en su tercer año de corregencia, Smenkhara escribió a un sacerdote de Amón de Tebas diciéndole algo extrañísimo para un príncipe de Amarna: «Quiero ser enterrado en el Valle de los Reyes».
Si lo consiguió o no ya es otro cantar. Y tal vez lo consiguió al fin, si es que su cuerpo es el que se descubrió en la KV 55. Pero, como no se sabe a ciencia cierta si existió… La desaparición de este faraón de breve reinado (si es que reinó) dejó el trono libre al principal protagonista de nuestra historia: el niño Tutankhatón. ¡Otro gran misterio este muchacho desconocido!
Primero se llamó así, con el radical del nombre de Atón al final. Y luego se llamaría Tutankhamón y todos tan contentos, porque dejó al dios Atón y se pasó al antiguo dios Amón, que había ganado el curioso partido entre dioses que se había disputado en Egipto desde hacía ya dos generaciones.
Pero antes de que se produjesen estas desapariciones, los seguidores de la teoría Nefertiti = Smenkhara han querido ver en la falta de datos sobre el reinado del «fantasma» corregente de Akhenatón lo que se considera una gravísima traición de Nefertiti, conocida con el nombre de «El caso de Dahamunzu». Según esta teoría, Nefertiti, en una carta dirigida al rey Subiluliuma de Hatti, le habría pedido que le enviase un príncipe hitita para casarse con él. La conjura fue descubierta en Egipto y la reina, traidora a los intereses de su país, debidamente eliminada.
Porque, efectivamente, el asunto existió. Pero como en todas estas historias, también faltan datos. No se sabe a ciencia cierta quién fue la reina viuda de Egipto que firmó el pedido de un chico hitita a Subiluliuma, ni si el príncipe llegó o no llegó a Egipto. Quizá, al pobre príncipe hitita lo eliminaron los egipcios despechados que se habían quedado compuestos y sin su posible novia-reina, o puede que el joven hitita muriese por casualidad o de un accidente de verdad, o tuvo alguna enfermedad grave, o le sentó mal la brisa del Nilo o los calores del desierto o qué sé yo… El caso es que desapareció (si es que existió realmente).
Lo único cierto es que la autora de esta sorprendente carta en la que se pedía un novio real hitita, nada menos (teóricamente) que «un enemigo de Egipto», fue una reina viuda. Pero, para variar, no conocemos su nombre. Esta reina egipcia sin nombre envió la carta, se supone que en secreto secretísimo, al rey hitita Subiluliuma, y la misiva se conservó en los Anales de este rey, publicados por su hijo Mursil II y traducidos por H. G. Güterbock en 1956. Decía más o menos así:
Mi esposo ha muerto. No tengo ningún hijo varón, pero dicen que tú tienes muchos hijos. Dame un hijo tuyo por esposo. Jamás escogeré a uno de mis súbditos como esposo… Tengo miedo…
Y, ante el mosqueo del rey hitita, que, intrigado, mandó un mensajero a Egipto, a ver qué bebía últimamente la viuda real egipcia, la reina desconocida repitió la petición, un poquillo enfadada, porque Subiluliuma no había atendido a su petición a la primera y ella seguía compuesta y sin novio real que llevarse al tálamo:
¿Por qué te sorprendes? (los siguientes signos cuneiformes y jeroglíficos debían significar algo así como «cretino»). ¡Te he dicho que me mandes un hijo tuyo, que se me meriendan!
Y poco más. Pero Subiluliuma tardó. Y los acontecimientos se la merendaron a ella, a su posible consorte y a sus partidarios. Los sucesos engulleron a todos, hasta borrarlos del mapa. Pero, para entender la importancia de esta petición, hay que considerarla en el contexto de las relaciones de Egipto con los grandes poderes del Próximo Oriente de su época, la segunda mitad del siglo XIV a. C., en particular con los pequeños y grandes Estados que buscaban repartirse la enorme tarta de la riqueza y el poder en la pastelería de la zona: Hatti, Mitanni y Egipto, y los sirio-cananeos de Tiro, Arwad, Amurru, Karkemish y los nómadas que no tenían Estado y lo buscaban: Los hapiru de siempre, salteadores y bandidos a menudo, que deseaban asentarse, construirse una casa, sembrar su huerto y cosechar y comer todos los días, hartos de la arena del desierto y las serpientes y los escorpiones que se escondían entre las oscuras y remendadas telas de sus tiendas de nómadas. Muy parecidos en sus planteamientos a los ya conocidos hicsos.
«Que las estrellas sobre la cabeza son muy bonitas. Pero tanto astro ya cansa. Y ya llevamos quinientos años de estrellas y luceros, madrugadas heladoras y relentes varios», debían suspirar en las gélidas noches bajo sus negras tiendas, calentándose como podían junto a las birriosas fogatas. Mientras las somnolientas mujeres hapiru soñaban con un cuarto de baño, en el que lavarse y poderse depilar las piernas y el bigote, hartitas de oler a cabra, y no como las urbanitas, lavadas, planchadas y perfumadas.
7.2. Los quejumbrosos vecinos de los principados-sandwich
En medio de los grandes, poderosos, armados, imponentes, belicosos Estados, fuertes y aguerridos al máximo, los pequeños Estados sirio-cananeos hacían encaje de bolillos en la red del enorme circo de la expansión egipcia por el sur y las ambiciones expansionistas del hitita Subiluliuma I, un personaje de oscuro origen que en 1380 a. C., tras una conspiración, había suplantado al heredero legítimo al trono e iniciado una nueva Dinastía que ahora procuraba consolidar y expandir. El rey hitita oteaba el horizonte sirio-cananeo con mirada de águila imperial desde las poderosas cumbres de su fortaleza de Hattusas, situada justo en el centro de la actual Turquía.
Su señora, la Tawanana, título pomposo que llevaban todas las reinas hititas, estaba harta de tanta montaña. Le gustaban las llanuras mesopotámicas, el sur, el buen tiempo y desvestirse y quitarse los pesados refajos que la protegían del helador frío centroanatolio, como hacían normalmente las descocadas chicas sirias y babilonias. Pero los egipcios no estaban por la labor de entregar sus posesiones sirias y mucho menos el Delta del Nilo, por mucho que llorase la Tawanana hitita, pues sus mujeres tenían los mismos gustos que las hititas y se peleaban todas por alfombras, collares, esclavos, púrpura, ámbar, oro y demás fruslerías variadas que llevaban las vecinas sirias a sus casas, pasándoselos por las heladas narices.
Finalmente, ante la «presión social» («quiero los mismos collares que tiene la presumida de mi vecina»), Subiluliuma emprendió lo que se conoce como «las tres guerras sirias» y, tras vencer a los mitannios y a los pequeños Estados de Siria-Canaán, se enfrentó a Egipto en la llanura de Kadesh, ante la fortaleza del mismo nombre, en el río Orontes, y también en Karkemish, la fortaleza del Éufrates, y en cualquier otro lugar donde los generales de ambos bandos encontrasen un llano para desplegar sus carros y su infantería. Mientras tanto, los reyes de Amurru, un pequeño Estado al sur de Tiro, Alepo y una serie de pequeños reinos, independientes teóricamente, que basculaban, ahora con Hatti, ahora con Mitanni o con Egipto, atacándose mutuamente y echando siempre la culpa de sus enfrentamientos al vecino, que, a su vez, se chivaba al faraón o le pedía soldados para defenderse, se frotaban las manos, porque «guerra» significaba «dinero» y «reconstrucción» para ellos. Y sacaban brillo a sus vacías y oxidadas arcas. Pero las crónicas hititas de la época informan de asuntos que los egipcios creían tener muy guardados e intentaban, en vano, mantener en secreto:
Los egipcios tienen miedo. Y como su señor Nibhururiya ha muerto, la reina de Egipto, Dahamunzu, envió un mensajero a Subiluliuma.
Esto no se hubiese sabido si los citados anales hititas de Mursil II no hubiesen conservado el chivatazo histórico y el canguelo egipcio, además de la extraña petición de la reina Dahamunzu, de quien desconocemos su nombre egipcio.
El panorama geopolítico de Egipto en los decenios anteriores a la muerte de Tutankhamón era complicado, debido sobre todo a la política expansionista de los faraones de la Dinastía XVIII, que le tomaron el gusto a salir a conquistar algo de Siria-Canaán de vez en cuando, en lugar de quedarse tranquilos a la orilla del Nilo o cazando patos en las marismas del Delta.
Ya un siglo antes de la subida al poder de Akhenatón, los faraones eran dueños de casi toda la importante zona estratégico-comercial de Siria-Canaán y ejercían su influencia sobre los pequeños Estados de la región, llegando su dominio casi hasta el Éufrates. Conocemos a los gobernantes de estos Estados sirocananeos por las cartas de protesta, peloteo, quejas y peticiones que se conservaron en el archivo hallado en Amarna. Estas cartas no eran como las de ahora: sobre de papel y cuartilla con membrete de la casa real correspondiente y el nombre del rey, sino tablillas rectangulares de arcilla cruda, por lo general del tamaño de la palma de la mano, para que el escriba las pudiese sostener con una sola mano mientras escribía con la otra, aunque las hay mucho más grandes, y otras muy pequeñitas.
Las tablillas están escritas, salvo excepciones, en escritura cuneiforme y en acadio, la lengua internacional de la época en que se generaron. Pertenecían al archivo oficial de la ciudad de Akhetatón (hoy tel el-Amarna, o Amarna) y fueron descubiertas por una campesina egipcia hacia 1887. Algunas fueron vendidas en el mercado de antigüedades, otras se recuperaron en posteriores excavaciones sistemáticas. Según Morán, se conservan unas trescientas tablillas en diversos museos del mundo, no solo de El Cairo, sino también de Europa y los Estados Unidos. Una gran parte, 202 ó 203, están en el Vorderasiatisches Museum de Berlín; cerca de medio centenar se conservan en el Museo Egipcio de El Cairo, y unas cuantas en diversos museos como el Louvre de París, el Museo Puskhin de Moscú y el Oriental Institute de Chicago.
La información que ofrecen estas cartas abarca desde la época de Amenofis III hasta el reinado de Ay, el sucesor de Tutankhamón. Es decir, comprende ampliamente el periodo de Amarna, un antes y un después.
El problema es que este no es un archivo completo. Es parte de un conjunto de documentos que no les servía a los amarnienses y que, al abandonar la ciudad, guardaron por si volvían, lo que no pasó. Además, solían destruir todos los años el archivo de la Corte, con lo que lo que se conserva es muy poco y la información que ofrece es muy parcial.
Evidentemente, estos documentos no se refieren a todos los asuntos del Estado egipcio, porque faltan transacciones, pactos, impuestos, rentas, relaciones con comarcas y recaudadores, así como los asuntos domésticos del faraón, la familia o los grandes personajes egipcios. Sin embargo, ayudan a entender mejor las relaciones de Egipto con Babilonia, Asiria, Chipre (llamada entonces Alasiya), Mitanni, Hatti y los pequeños Estados sirio-cananeos.
Como no podía ser de otra manera, las tablillas de barro escritas en cuneiforme acadio presentan algunos problemas. No van firmadas ni llevan destinatario, porque era una correspondencia entre dos personas que se conocían sobradamente. No era necesario identificarse, y las cartas iban de Su Majestad a Su Eminencia Reverendísima en sus equivalentes hititas y egipcios, y todos tan contentos, lo que, una vez más, es fuente de desesperación para los investigadores modernos.
El mensajero que las llevaba era un cartero muy bien enterado de a quién representaba y a quién se la tenía que dar y dónde. Y aunque los egiptólogos, al tener la oportunidad de estudiar las cartas del archivo de Amarna, se frotaban inicialmente las manos con el descubrimiento, porque creían que iban a cotillear un rato largo con lo que pensaban que leerían, el enfado debió ser mayúsculo cuando descubrieron que algunos de los importantes reyes de Mitanni, Asiria y Babilonia llamaban al faraón correspondiente con alguno de sus nombres impersonales (puesto que tenían cinco oficiales y algunos privados, no era cuestión de enviar una mula cargada de cientos de tablillas escritas solo para saludar). Total, que no se sabía ni quién enviaba las cartas ni a quién iban dirigidas. Y fue un chasco mayúsculo.
Había, además, otro problema. Sobre todo en Egipto, los reyes duraban poco en aquellos tiempos, así que se dirigía la carta oficialmente al «Rey de Egipto», sin especificar, para que tuviese validez aunque cambiase el ocupante del trono. Así que bastaba con un «Rey Magnífico» o «Su Majestad, mi Sol, mi Señor» y a correr… El caso era que la carta llegase y se solucionase, por ejemplo, el problema del cobre, porque, si no lo conseguía vender, el rey de Alasiya tendría un problema muy serio.
Total, que las cartas de Amarna van dirigidas generalmente a un tal «Mi Dios», «Mi Sol», «Gran Rey» o cualquier fórmula protocolaria, que valía para cualquier faraón, con lo que es difícil enterarse de algo. En la época de Amarna ya se sabe que el misterio es como un vicio continuado: todo es incierto y misterioso, con lo que sumamos aún más enigmas a los que ya teníamos, por muchas cartas que se conserven en el archivo de la Ciudad del Sol.
Por suerte, los reyes amigos y vecinos duraban algo más que los faraones, corregente o corregentes incluidos. Se conoce al rey Abimilki de Tiro, en el actual Líbano, que escribió unas diez cartas al faraón (quienquiera que fuese) quejándose de algunos reyezuelos locales, como Zimridi de Sidón, su vecino directo, o Etakama, el sufridor rey de Kadesh, la fortaleza del río Orontes, cerca de la actual Hama, en Siria, el lugar donde todos se pegaban porque estaba justo en medio de la carretera que los unía. El bueno de Abimilki estaba en un ay porque no sabía por dónde le vendrían las flechas, y mientras tanto, Aziru de Amurru, uno de los vecinos de Zimridi, se aprovechaba del lío de la región porque tenía intereses en los negocios de los bandidos y contrabandistas hapiru. Y Aziru se frotaba las manos azuzando a hititas contra egipcios y a tirios contra sidonios, que a río revuelto ganancia de Amurru, y si puedo me alío con el rey de Babilonia, porque estos egipcios están locos de atar y a los hititas no hay quien los aguante. En estas cartas se hace mención también a ese grupo de bandidos nómadas, los habiru o hapiru, que muchos investigadores relacionan con los hebreos. Se trataba de un grupo de gentes desarraigadas que andaban en aquel tiempo por medio de los contendientes, a ver qué pillaban. Otros gobernantes citados en la correspondencia de Amarna son Tushratta de Mittani, Labayu de Siquem (al que David Rohl identifica con el rey bíblico Saúl) que en la AE 25 (Carta de Amarna n° 25) se excusa ante el faraón por haber invadido los Estados vecinos y se defiende de la denuncia de haber contratado mercenarios entre los bandidos habiru o hapiru, aunque admite que había invadido la fortificada ciudad de Gezer e insultado gravemente a su rey Milkilu que se ha quejado de él en cinco cartas al faraón. Labayu acusa a su vez a Milkilu de deslealtad a Egipto y a su rey, al que se dirige con frases de alabanza como «Mi rey, mi señor y mi Sol, así habla Labayu, tu siervo, que se postra a tus pies siete veces siete y ha obedecido tus órdenes». Sin embargo, sabemos que el faraón no se metió con Milkilu, quizá porque era quien le proveía de chicas guapas para servirle las copas ligeras de ropa, como se recoge en una de las cartas (AE 369). Pero si hay un personaje que destaque por su pesadez, ese fue, sin duda, el rey Rib-Hada de Biblos, la ciudad-estado situada también en la actual costa libanesa del Mediterráneo. De él se conservan nada más y nada menos que unas sesenta cartas pidiendo ayuda militar al faraón Akhenatón contra los hititas, contra los sardos, contra los hapiru y contra el rey de Amurru, aunque según todos los indicios el faraón estaba más que acostumbrado a sus quejas y le oía como el que oye llover, y parece que no le hizo mucho caso, y resulta que el pobre tenía toda la razón del mundo para quejarse. Y por fin le invadieron y acabaron quemando su ciudad.
Para el faraón, los reyes sirio-cananeos debían ser como los niños en el colegio, chivándose ante el profesor de los vecinos de pupitre.
7.3. El príncipe inventado
Entre los asuntos verdaderamente curiosos de esta época, repleta de cotilleos interesantes y misterios, destaca la historia de un personaje del que, una vez más y para no perder la costumbre, se dice que es inventado: el príncipe hitita Zananza, el «novio» hitita enviado por Subiluliuma para la Dahamunzu desconocida, que nunca llegó a faraón de Egipto.
La petición de la reina egipcia, sin duda, era algo «rara». Pero parece que Subiluliuma sí envió a uno de sus hijos ante la reiterada súplica de la reina viuda egipcia sin hijos, pensando que, a lo mejor, algo pescaba por allá abajo y, quizá, podría apoderarse de la cuenca del Nilo.
Pero, al parecer, ese príncipe no se casó con la reina de Egipto. Que el faraón correspondiente pidiese chicas guapas para su harén, era normal, pero que una reina egipcia pidiese un novio, y además hitita, era raro, muy raro. Algo no cuadraba. No se prometía a cambio ninguna princesa egipcia, porque no era costumbre que los egipcios mandasen princesas propias a harenes ajenos. Amenofis III, que no tenía pelos en la lengua ni en el punzón para escribir en arcilla fresca, se lo había dejado muy claro tiempo atrás al mismo rey de Babilonia, que, en justa correspondencia con las princesas mesopotámicas que le enviaba desde las orillas del Éufrates, deseaba recibir a una bella princesa egipcia. La negativa de Amenofis fue tan brusca que el pobre rey babilonio, humillado, se rebajó a responder algo que sonaría más o menos así:
Bueno, tú mándame una novia egipcia que sea guapa, aunque no sea princesa, me da lo mismo, que ya me apaño yo con lo que sea. Pero no me dejes mal ante mi pueblo, que ya estoy presumiendo de princesa egipcia y voy a quedar fatal y en un ridículo espantoso ante mi pueblo.
No se sabe cómo terminó el espinoso asunto y si el faraón envió a alguna chica egipcia de buen ver a Babilonia, disfrazada de princesa del Nilo, pero eso de exportar princesas de verdad no se les daba muy bien a los reyes de Egipto, entre otras cosas porque a ver con quién se iban a casar ellos si exportaban chicas de la familia. Aunque, en caso de escasez o necesidad, echaban mano hasta de su propia madre, como se dice de Akhenatón, cuya madre, la reina Tiyi, aparece a su lado con el nombre de Gran Esposa Real de su anguloso hijo, en un momento en que el faraón era claramente Akhenatón, no su padre, como se podría suponer. Parece que lo del «complejo de Edipo» no lo inventaron los griegos y «mi mamá me ama, yo amo a mi mamá» no era una frase hecha, sino la más pura realidad: «Mi mamá me da hijos-hermanitos, a ver si con ella tengo más puntería y concibo un heredero varón».
Siguiendo con el novio hitita para la reina sin nombre, Subiluliuma, aunque desconfiado, terminó por atender la petición, y envió a su hijo Zananza, un personaje que aparece como de soslayo en una inscripción y del que Vandersleyen dice que ni era el príncipe enviado por el rey hitita a la reina de Egipto ni nada de nada, y que ni Subiluliuma envió un príncipe, ni lo asesinaron, ni la reina era Nefertiti, sino Ankhesenpaatón, la viuda de Tutankhamón, que no quería casarse con el vejestorio de su abuelo Ay, el padre de Nefertiti. Total, otro misterio sin resolver, pero ¿acaso no es romántico? Aunque al príncipe asesinado, si lo hubo, no debió parecérselo, claro.
El caso es que parece ser que Subiluliuma, que estaba sitiando la fortaleza de Karkemish, en el alto Éufrates, se fue a casa, a Hattusas, a pasar el invierno y, al llegar la primavera, tras recibir la airada segunda carta de la reina viuda, envió a su hijo a casarse con la egipcia pesada. Pero el joven no llegó al lecho nupcial.
¿Había dado tiempo a que el «egipcio despechado» con el que la reina no quería casarse (tal vez Ay o Horemheb) se deshiciese de la reina, Nefertiti o Ankhesenamón, mandase asesinar a Zananza y se hiciese proclamar faraón, casándose con la hija de Ay, la princesa-reina Mutnedjemet, una vez muerto ya el papá de la chica, el faraón Ay? ¿O bien sería este el que quería hacerse proclamar faraón a toda costa y forzaba a Nefertiti o a alguna de sus bellas hijas y por eso la carta de la reina decía «tengo miedo»? El caso es que en los Anales de Mursil II sobre Subiluliuma, los hititas acusan a los egipcios de este asesinato. Y las consecuencias fueron graves para todos.
El rey hitita atacó los asentamientos de Egipto en Siria, venció a sus ejércitos, y se llevó muchos prisioneros egipcios y sirios a Hattusas, para esclavizarlos y venderlos en el mercado a buen precio. Sin embargo, esos prisioneros le pegaron la peste y el rey de Hatti murió, y acabó muriendo hasta el apuntador, entre ellos, poco después, su propio príncipe heredero. Y Subiluliuma debió pensar que habría estado mejor en casa y que, si lo hubiese sabido, habría tirado las tablillas-cartas de Duhumunzu a la cabeza del embajador egipcio en vez de leerlas y hacerles caso. Que si hay que ir, se va, pero ir para traerse la peste, como que no.
En cualquier caso, las opiniones de los investigadores sobre todo este asunto son muchas y variadas. Y no se puede decir a ciencia cierta que Nefertiti estuviese tras estos personajes o en relación con el príncipe Zananza, ni que en realidad muriese en el decimocuarto año de reinado de Akhenatón, como suponen muchos investigadores. Porque, como siempre, todo son meras conjeturas.
7.4. Epidemias en Amarna
Parece cierto que durante el periodo de Amarna se produjo una importante pandemia, probablemente de poliomielitis, peste bubónica o una grave gripe, aviar o porcina, que mutó y afectó a los humanos. Originada en Egipto, se extendió por todo el Levante mediterráneo, Siria-Canaán, y acabó, entre otros, con la vida de Subiluliuma. Algunas de las primeras evidencias arqueológicas de este problema se han fechado durante el reinado de Akhenatón, y la pandemia que siguió a este periodo en todo el Próximo Oriente, según los investigadores, parece ser el primer brote de esta enfermedad registrado en la Historia.
La duración de la peste y/o la plaga, además de la incapacidad de atajarla con los medios que entonces se tenían, puede explicar la rapidez con que fue abandonada la ciudad de Akhetatón, y también por qué las generaciones posteriores consideraron que los dioses se habían vuelto contra los reyes de Amarna.
El egiptólogo Zahi Hawass supone que lo que acabó con la familia real de Amarna, si hubo una enfermedad general tipo plaga, debió ser la peste negra, ya que parece haber encontrado sus huellas en Amarna, aunque otros investigadores se refieren a peste bubónica y poliomielitis unidas. Es decir, lo que los modernos han denominado «La muerte negra», o bubónica, que fue una devastadora pandemia que asoló Europa en el siglo XIV d. C., causando la muerte de la tercera parte de los habitantes del continente europeo en 1348. El bonito nombre del género de la bacteria que la causaba era Yersinia. Pero hay muchas. La mala malísima es la que lleva por apellido pestis. Y aunque la causan las pulgas, también ayudan las ratas negras de campo, dos cosas, campo y pulgas, que en Egipto había, y hay, en abundancia. Y también chinches y garrapatas, y cucarachas y moscas, como en cualquier medio rural que se precie con ganados y aves de corral y estiércoles varios sin medios sanitarios adecuados.
¿Mató a los amarnienses una epidemia de pulgas infectadas por ratas negras? ¿Llegó al Egipto medio una infección bubónica por las ratas que llegaban por barco? Pues tampoco hay seguridad, pero ya veremos cómo, al hablar de la maldición de Tutankhamón, que habla de bacterias y pestes y esas cosas que no se ven pero matan, maldiciones aparte. Sí, infecciones «raras» y vida latente en la tumba de los faraones.
¿Quién fue la reina Dahamunzu? ¿Es posible que estuviese sufriendo su familia la dichosa peste? ¿O es que, con tanto matrimonio endogámico, lo que tenían era una degeneración física total? Las opciones más probables para responder a la pregunta de quién es la reina que pide un novio hitita apuestan por vincular el nombre de faraón esposo de Dahamunzu citado por la reina («Mi esposo Nipuriya ha muerto») a dos de los protagonistas de esta curiosa época: «Neferkheperura», es decir, el praenomen de Akhenatón, o bien a «Nebkheperura», el praenomen de Tutankhamón.
Así pues, las pistas podrían indicar que Dahamunzu fue, o bien Nefertiti, o bien su hija Ankhesenamón, viuda de Tutankhamón, aunque tal vez la mención de que no había heredero egipcio para ocupar el trono a la muerte de Akhenatón haría descartar a Nefertiti, porque hoy sabemos que sí lo había y que era, precisamente, Tutankhamón.
Sin embargo otra opinión es que la frase «no hay heredero» dicha por Nefertiti equivaliese a decir «No hay heredero MÍO, no tengo un hijo y el que hay de Kiya no me vale para nada, porque es de OTRA. Necesito concebir yo y parir yo un hijo varón». Al fin y al cabo, se supone que la vieja reina aún podría tener hijos, porque todavía no había llegado a la cuarentena.
Total, que el caso de Duhumuzu no tiene solución por ahora. Y mientras aparece otra pista fiable para resolver tanto misterio, el ataúd sin rostro de la KV 55 ya ha sido devuelto a Egipto, de donde fue robado, tras una serie de peripecias, que incluyen su desaparición-aparición-restauración y la vuelta a casa del precioso objeto con bombo y platillo, aprovechando los egipcios el momento para pedir la devolución de otros muchos artículos de su país dispersos por medio mundo, previa venta de egipcios vendedores de antigüedades halladas mediante expolio, robos, asaltos y lindezas similares. Desde la época misma de los antiguos faraones, estos vendedores han sobrevivido con lo que los muertos, faraones, ministros, oficiales y particulares se llevaban al Más Allá. El Más Acá estaba más cerca, dirían, y dicen aún los miembros de las familias dedicadas al expolio de tumbas.
Y de vez en cuando, alguna que se ha escapado a su fino olfato, aparece oficialmente y asombra al mundo. Tal fue el caso de la del joven Tutankhamón, como veremos más adelante.
7.5. El «posible» ataúd de Akhenatón devuelto a Egipto
Una noticia de prensa del 28 de marzo de 2010 informaba sobre la devolución a Egipto del ataúd sin nombre hallado en la tumba KV 55, atribuida a Akhenatón. La pieza devuelta fue presentada en la capital egipcia por el Ministro egipcio de Cultura, Faruk Hosni, quien se congratuló del retorno del supuesto ataúd del faraón Akhenatón y expresó su deseo de que aquel fuese el comienzo de «la recuperación del patrimonio de Egipto repartido por el mundo».
En 1907, el sarcófago recubierto de oro fue hallado en la tumba KV 55 y fue dado por desaparecido por las autoridades egipcias en 1931, después de que las pesquisas emprendidas para encontrar a los ladrones que lo sacaron del Museo de El Cairo, en 1915, llegaran a un callejón sin salida. El misterio del «viaje» de una pieza tan valiosa se mantuvo, y se mantiene hasta la actualidad, algo que sucede hasta en los museos mejor controlados del mundo.
Pero el precioso ataúd reapareció en Europa en 1980, cuando un coleccionista privado suizo lo entregó al Museo Estatal de Arte Egipcio de Munich para que se hiciera cargo de su conservación, ya que estaba ligeramente deteriorado.
Al igual que sus predecesores y sucesores, Akhenatón, que, para algunos, protagonizó la mayor revolución social y religiosa de la época faraónica (hubo muchas, pero no tan espectaculares, eso sí que no se le puede negar), tal vez decidió hacer excavar su tumba en un lugar recóndito del árido y montañoso Valle de los Reyes. Aunque también es posible que fuese alguno de sus sucesores, quienquiera que fuese, el que contradijo los deseos del faraón de no abandonar nunca su ciudad, ni vivo ni muerto, y llevó su momia al Valle de los Reyes para salvarla de la rapiña, la destrucción y la consiguiente pérdida de la inmortalidad, algo muy probable si se le dejaba en la primitiva tumba real de la Ciudad del Horizonte de Atón. Allí, el sarcófago externo del faraón, sus cuatro ángulos inferiores, no estaban protegidos por las habituales imágenes de diosas aladas anónimas. Sus caras eran la de Nefertiti.
¿Quién sacó el bonito ataúd del faraón del sarcófago de granito rosa que salvaguardaba su tranquila momia, velado su sueño eterno por la cuádruple Nefertiti, representada como una diosa?
La vuelta a Egipto del curioso sarcófago sin rostro fue posible gracias a un acuerdo firmado entre los gobiernos de Egipto y Alemania y al interés del Primer Ministro del Estado de Baviera, Edmund Stoiber, quien en mayo de 2010 prometió la devolución del preciado sarcófago «robado» (es decir, vendido por algún egipcio relacionado con el Museo) a las autoridades egipcias, herederas de quienes, o bien lo vendieron, o bien no supieron conservarlo ni protegerlo de su propio «posible» personal. Y es que ningún no egipcio lo hubiese comprado si alguien no lo hubiese robado y vendido. ¿O no?
En el acto de su devolución, el ministro egipcio Hosni destacó el gesto del gobierno alemán, e instó a los países del mundo a que «sigan el ejemplo para que el patrimonio de Egipto se conserve en su tierra» («A ver si lo guardamos bien, querido», debió pensar el representante del gobierno europeo, dándole una cariñosa palmada en la espalda a su colega egipcio, «que alguien se está forrando con estas ventas. Y no es el hombre blanco solo el malo que compra, porque si no hubiese venta, nadie podría comprar, querido»). Y se despidieron como amigos, pero sin devolverles el busto de Nefertiti, para lamento y dolor de todos aquellos, de cualquier nacionalidad, que la venderían a cualquier coleccionista privado en cuanto saliese del Museo de Berlín.
El cráneo encontrado en la tumba KV 55. ¿Akhenatón?
Así pues, se puede decir que en Alemania todavía se exhibe, bien guardada y custodiada por ahora, una de las piezas más codiciadas de la arqueología egipcia, el busto de la reina Nefertiti, esposa de Akhenatón, que gracias a los dioses no estaba en el Museo de El Cairo durante las últimas revueltas en las que han desaparecido valiosas piezas del tesoro de la tumba de Tutankhamón. Creo que este busto ya no es egipcio, sino Patrimonio de la Humanidad. Y debe estar en el lugar que mejor garantice su seguridad.
7.6. ¿Una carta de amor?
Las vicisitudes que sufrió el sarcófago sin rostro hallado en la KV 55 fueron expuestas en una conferencia por el académico alemán Rolf Krauss, cuyas investigaciones y descubrimiento de los robos de antigüedades, sobre todo de las egipcias, evocan piratas, bucaneros, ladrones de caravanas o simplemente desidia, abandono, pobreza y necesidad.
Al parecer, el curioso sarcófago dorado llegó a Munich tras ser adquirido hacia 1950 por un vendedor de antigüedades de Ginebra llamado Nicolás Koutoulakis, que no consiguió venderlo, y la pieza fue a parar en 1980 al Museo de Munich, dirigido por Dietrich Wildung, para ser restaurado en secreto. Y fue montado, protegido por un plexiglás de la dispersión de algunas piezas. Finalmente, en 1994, la hija de Koutoulakis lo donó a dicho museo y finalmente, la institución admitió que lo tenía y lo devolvió a Egipto. Estas vicisitudes de la curiosa y enigmática pieza han hecho casi olvidar el texto escrito en dicho sarcófago, un hermoso y sugerente texto del que, una vez más, no se sabe quién lo redactó ni a quién iba dirigido:
Pueda respirar el dulce aire que sale de tu boca. Pueda contemplar tu belleza cada día, que es mi oración. Pueda oír tu dulce voz en el viento del norte. Pueda mi cuerpo crecer lleno de vida por tu amor. Majestad, tú me das el sustento nacido de tus dos manos, y yo lo recibo y vivo por él. Majestad, tú siempre pronuncias mi nombre y este no ha de faltar en tus labios.
¿Es una carta de amor de una mujer? ¿Una mujer enamorada que hace escribir en el ataúd de su esposo su último suspiro enamorado? ¿Una última carta de amor? Una vez más, no se puede saber quién inspiró estas bellas palabras. Pero, si fue Kiya quien lo mandó escribir, ¿no hemos dicho que el ataúd misterioso podía ser para ella y luego se readaptó para Akhenatón, poniéndole el uraeus real en la frente y el látigo y el cayado en las manos? Obviamente, no se escribió una carta de amor a sí misma. ¿Sería para Kiya, se enterró en él a Akhenatón y la carta la escribió Nefertiti para su marido? ¿O es una última carta de Kiya a Akhenatón, cuando el otrora amantísimo esposo ya la había repudiado?
Sobre los ladrillos de arcilla depositados en la tumba, la fórmula mágica del capítulo 137 del Libro de los Muertos repetía para la eternidad la eficaz protección mágica:
¡Oh tú, que vienes para atrapar, no te dejaré que atrapes a nadie! ¡Oh tú, que vienes para capturar, no te dejaré que captures a nadie! Yo te atraparé, yo te capturaré. Soy la protección del Osiris N.
Las palabras de poder se grababan y pronunciaban sobre un ladrillo de arcilla cruda y una figurilla de madera mágica a la que se había abierto la boca. Estos ladrillos, colocados en su correspondiente nicho, cada uno en uno de los puntos cardinales, protegerían eternamente al faraón, al que posiblemente una mujer desconocida había escrito una eterna carta de amor en las paredes de su ataúd.
7.7 El misterio de la momia
En el sarcófago antropomorfo de la KV 55 se hallaron restos humanos en muy mal estado. Aunque el cuerpo estaba prácticamente completo, estaba en los huesos, porque parece que las filtraciones de agua en la tumba, y también la caída del sarcófago, provocaron la rápida desintegración de los tejidos del cuerpo al ser descubierto. Pero, a pesar de la destrucción, se pudo apreciar que dicha momia presentaba varias semejanzas con la de Tutankhamón: labio leporino, cráneo dolicocéfalo y escoliosis.
Esta identificación o similitud del posible Akhenatón y el seguro Tutankhamón tampoco es totalmente aceptada por todos los investigadores, algo que ya parece ser un deporte en lo que se ha dado por llamar «Amarnología». Otras recientes investigaciones sugieren que la persona hallada en la KV 55 murió aproximadamente a los veinte años, por lo que era demasiado joven para ser Akhenatón. Por eso, hay quien piensa que dicha momia puede ser la de Smenkhara, del que ya se ha dicho más arriba que otros estudiosos dicen que no existió o que fue Nefertiti. Así pues, hay opiniones para todos los gustos, pero la verdad no se termina de saber.
Otros análisis, basados esta vez en la dentición de la momia, dan como resultado que tenía unos treinta años o más, por lo que sería posible identificarla con Akhenatón. En cualquier caso, la KV 55 no contiene ninguna mención de Smenkhara, así que identificar a la momia con él es puramente especulativo. Como todo lo que se refiere a Amarna.
7.8 El nombre tachado
Los restos del ocupante del ataúd sin rostro estaban vendados y cubiertos por doce láminas de oro sin inscripciones. Llevaba tres brazaletes de oro en cada muñeca, colgantes de oro al cuello, placas con incrustaciones en el pecho, flores de loto de oro y pequeñas cuentas en sus collares, destacando que una lámina de oro en la zona lumbar contenía un cartucho con el nombre de Akhenatón tachado. ¿Damnatio memoriae de este faraón, brujería para «borrar» mágicamente su nombre por toda la eternidad, o reutilización para el muerto o la nueva muerta?
El caso es que la posición del cuerpo corresponde a un entierro real femenino, y lleva el brazo izquierdo cruzado sobre el pecho, como la momia de Tiyi. ¿Por qué se enterró a un hombre como si fuera una mujer?
Tras el análisis de la osificación de las epífisis, los exámenes médicos revelaron que los restos pertenecían a un varón de entre 20-25 años de edad, con constitución normal. No se apreció el síndrome de Fröhlich ni hidrocefalia y, debido al mal estado de los restos, no se pudo averiguar la causa de la muerte ni siquiera utilizando la más alta tecnología contemporánea. Pero, por lo menos, se aprecia que «no tenía el cráneo alargado», como si lo hubiese diseñado Picasso, lo cual es un alivio. Parece que la familia de Amarna, al menos los chicos (si es que, efectivamente, es el cadáver de un miembro de aquella familia real), tenían el cráneo normal, algo que es de suponer para quienes defendemos que la cuestión de las figuras alargadas pudo ser solamente una moda de aquella época, una búsqueda de una nueva estética, que no corresponde a una realidad física enferma o deforme.
Según los estudios craneoencefálicos realizados en 1984 por el doctor Jim Harris (Instituto Oriental de Chicago), los restos de la KV 55 pertenecen a un hombre de unos 35 años, y tiene una relación padre-hijo o hermano-hermano con Tutankhamón, con lo cual la teoría de Akhenatón o Smenkhara está servida. ¿Quién pudo ser este faraón? Por la edad pudo ser Akhenatón. Con cabeza normal.
El cálculo de Harris de la edad de la momia estaba basado, entre otros parámetros forenses, en la osificación de la hipófisis de los huesos en la actual raza nubia (si bien el cráneo pertenece al tipo meso-nilótico), que parece ser diferente a las edades de los occidentales, lo que ya no sé si cuadra con el hallazgo actual de que, según su ADN, Tutankhamón era indoeuropeo caucásico. Y supongo que su papá también. Claro que, si Akhenatón padecía el Síndrome de Marfan, quedaría anulado el resultado del análisis de la osificación de la epífisis citada, porque la osificación se altera, y acabaríamos otra vez perdidos.
Pero al menos parece que el parentesco de esta momia con Tutankhamón también está apoyado por pruebas sanguíneas, ya que ambos cuerpos comparten el mismo tipo de grupo sanguíneo. Dado el estado de los cuerpos, no se ha podido realizar un estudio comparativo de ADN, lo que es una pena, porque estamos una vez más casi como al principio. ¿Es este el papá de Tutankhamón? ¿Es este Akhenatón?
Y solamente se puede tratar de opinar por las imágenes conservadas de la época de Amarna, que, teniendo en cuenta lo que se sabe de Picasso o el Greco, por ejemplo, pone los pelos de punta. Pero no por si resultase que Akhenatón fue un extraterrestre reptiloide por su cráneo alargado o que de verdad tenía los ojos en el cogote o en la frente, sino porque, con los mismos datos, cada investigador llega a conclusiones completamente distintas. Por ejemplo, Smith, en el Catálogo General del Museo Egipcio de 1912, afirmaba que la cabeza del cuerpo de la KV 55 tenía hidrocefalia y la barbilla alargada, detalles característicos de las figuras de Akhenatón en las imágenes, pero seguimos sin saber con cuántos años murió el señor del cual es la dichosa momia.
El Dr. Derry, sucesor del anterior en su puesto oficial en el Museo de El Cairo, informa que Akhenatón no tenía hidrocefalia, y que los huesos de la KV 55 pertenecen a alguien que no tenía más de veinte años, por lo que no puede ser Akhenatón. Además, es un hombre y, por tanto, no puede ser Nefertiti. En conclusión, debería ser Smenkhara, que, como se sabe, posiblemente no existió. Entonces, ¿quién es este personaje?
7.9. El baile de las tumbas
Está claro que las tumbas del Valle de los Reyes son también un misterio inacabado y continuado. Es posible suponer que, para evitar los robos, violaciones y expolios, cada tumba se hacía para un personaje real determinado y se le enterraba en ella. Al poco tiempo, entraban los ladrones a robar, se los pillaba y metía en la cárcel o se los despeñaba por los riscos, y se recogían los restos reales, metiéndolos la policía donde podía, a fin de conservarlos y que el muerto fuese inmortal en el otro mundo, que era lo que, al fin y al cabo, se pretendía.
Ese debió ser el caso de la KV 55, que fue aprovechada como se pudo, porque debió concebirse originariamente para Ay. A pesar de ser bastante mayor, Ay no la necesitaba por el momento, y se la prestó a su familia. Porque, cuando los jóvenes se morían, lo hacían sin apenas avisar, de manera que su muerte cogía a todos desprevenidos y sin sepultura.
El anciano Ay era un personaje muy importante en la corte egipcia desde el reinado de Amenofis III, y fue, posiblemente, el padre de Nefertiti y Mutnedjemet. Él fue el faraón que reinó tras la muerte de Tutankhamón, aunque no se sabe si porque no quedaba ningún varón de la familia real o porque él se los había cargado a todos para llegar al trono, aunque ya no fuese un jovencito. Ay era hermano de la reina Tiyi y familia, por tanto, de Akhenatón, de Smenkhara (si es que existió), posible padre de Nefertiti y tal vez abuelo de sus hijas, además de familiar de Tutankhamón, aunque no se sabe exactamente en qué grado, porque la identidad de los padres del chico es otro lío. Y seguimos en la ignorancia de siempre cuando se habla de la familia de Tutankhamón.
Como, antes de ser faraón, Ay no era tan importante (como para ser rey, que para otras cosas sí lo era), hay quien afirma que, posiblemente, la modesta tumba de Tutankhamón (KV62) estaba destinada a él, algo extraño también, porque importante sí era como para casar a su hija Tiyi con Amenofis III, pero la prematura muerte del joven faraón hizo que se la cediese a él (o que se apropiase de la WV 23), aunque estuviera inacabada. Otro lío.
El caso es que el viejo Ay está representado como joven y guapísimo en la tumba de Tutankhamón, celebrando la ceremonia de apertura de la boca del joven, lo cual muestra su posición de sucesor o su determinación a serlo, algo que tampoco era habitual en Egipto. Parece que Ay ordenó ser representado de tal guisa precisamente para dejar claro a los que asistían al entierro de Tutankhamón que el que mandaba era él, no solo ante los hombres, sino también ante los dioses. Y también para subrayar que quería ser guapo para toda la eternidad y que era así como quería que lo recordasen. Y aunque era el abuelito de la familia, no menos de sesenta años, en la tumba de Tut no aparenta más de veinte, lo que es todo un récord del lifting y la falsedad de las imágenes, al menos en una tumba egipcia.
Y tuvo que ser Ay el siguiente faraón porque ya no había ningún varón de sangre real a quien poner la Doble Corona. Así pues, se la puso a sí mismo, mirando de reojo a Horemheb, al que no le quedó más remedio que tirarle los tejos a la hija de Ay, la princesa Mutnedjemet, casarse con ella y procurar que su suegro y señor siguiese pronto al joven Tutankhamón a los campos de la Duat, a ver si de una dichosa vez conseguía ser faraón, pensaría el general, que ya llevaba muchos años preparando las oposiciones a faraón y se le caía la baba cada vez que pensaba en las coronas Blanca y Roja sobre su ya también madura cabeza.
Parece ser que cuando murió Ay, de peste o de vejez o de lo que fuese, pero enseguida también, fue enterrado en la WV 23, donde se encontraron algunos huesos que tal vez sean suyos, y tal vez sea suya también una de las momias encontradas en la tumba de Amenofis II, aunque cada vez tiene más fuerza la opinión de que sus restos son los encontrados en el escondite de Horemheb en la WV 23. Supuestamente su ocupante debía de ser Ay, el penúltimo (para algunos, último) faraón de la Dinastía XVIII, pero su momia no ha sido encontrada y tal vez fue destruida por órdenes de su sucesor, el cansado de esperar Horemheb, su yerno, ya que al ser descubierta en 1816 solo se encontró el sarcófago de Ay reducido a pedazos.
Según la opinión general, la tumba WV 23 fue construida inicialmente para Tutankhamón, pero el incompleto estado de las obras a la muerte de este llevó a Ay a decidir enterrarlo en su propia tumba, la KV 62, y es que, puesto que le iba a suceder, para qué iba a discutir con un faraón muerto, si lo que él quería era ponerse de una vez la bella Doble Corona que tanto deseaba y, de paso, casarse con su nieta Ankhesenpaatón-Amón, que estaba de muy buen ver.
Esta tumba WV23, o tumba de Ay, es una de las pocas situadas en el Valle de los Monos o Valle Occidental, un gran desfiladero paralelo al Valle de los Reyes o Valle Oriental, donde ya se había hecho enterrar Amenofis III, no se sabe si para despistar a los ladrones de tumbas o porque no le gustaba estar rodeado de las tumbas de los demás. El caso es que a Akhenatón le gustó el lugar para permanecer toda la eternidad al lado de su papá, pero luego se fue a Amarna y cambió de opinión. Más tarde, con la construcción de la WV 23, posiblemente por Tutankhamón, se reunían los tres varones «lógicos» de la familia, lo que avalaría que son abuelo-padre-nieto y se confirma que Tut fue hijo de Akhenatón. Aunque cualquiera habla de lógica a estas alturas de la película. Pero parece ser que Ay, para seguir la manía de reagrupación familiar de los faraones de esta singular Dinastía, se construyó las tumbas KV 55 y KV 62 antes de su instalación en Akhetatón (donde se hizo construir la TA 25, la tercera, y el hombre encantado, porque sobrevivía sin necesitar ninguna) y siguió el baile de tumbas y traslados de momias reales.
El caso es que estas construcciones se produjeron entre el ascenso al poder real como reina única de su «posible» hija Nefertiti (una de las pocas formas de conseguir permiso para enterrarse en el Valle sin tener sangre real) en el segundo año de reinado de Akhenatón, hasta su traslado a Akhetatón, seguramente en el año octavo de su yerno. Total, tanta tumba y ni una momia. La única, la del joven Tut, que es con la única que se podrán comparar todas las demás, si es que algún día aparecen y están identificadas, sin sus cartuchos borrados, su rostro y títulos completos. En resumen, si conservan su DNI para que los identifiquen los expertos en ADN.
7.10 Tiyi y la «revolución» de Akhenatón
La nueva pareja real, formada por los jovencísimos Amenofis IV y Nefertiti, ocupó el primer plano político y religioso al morir Amenofis III, aunque es posible que su gobierno fuese supervisado, al menos en los primeros años, si no en todos, por la experimentada reina madre Tiyi.
Es muy posible también que Tiyi no fuese ajena a los cambios políticos y religiosos iniciados por su hijo. Al fin y al cabo, continuaban los de su esposo y padre respectivo, como el hecho de mandar construir una nueva capital y cambiar su nombre. Estos cambios, según todos los indicios, tenían como base una política religiosa cuyo objeto era la divinización de los faraones difuntos, la propia divinización de Amenofis IV y la de su esposa Nefertiti. Es decir, que además era una centralización total del poder real, como contrapeso político, religioso y económico, al creciente poder de los sacerdotes de Amón. Porque el poder del dios de Tebas crecía más y más desde la época de Hatshepsut y había desembocado últimamente en una auténtico imperio económico-religioso que buscaba, agazapado en las tinieblas, el poder político, haciendo sombra con sus interesados manejos al gobierno del mismísimo faraón.
7.11 ¿De qué estamos hablando?
Se olvida a menudo, al referirse a los personajes de Amarna, la poca edad que casi todos tenían cuando sucedieron los hechos a los que nos estamos refiriendo, lo que, o bien les confiere una extraordinaria madurez en épocas muy tempranas de sus vidas, de una precocidad asombrosa, casi inconcebible, o es que estaban teledirigidos por personas ya adultas, que obraban en la sombra, dirigiendo a los jóvenes reyes como si fuesen marionetas, moviendo sus hilos desde lejos para no ser descubiertos por los historiadores.
Estas tempranas edades se aprecian magníficamente en el cuadro adjunto, siguiendo las fechas de Philip Vandenberg, en su Biografía arqueológica de Nefertiti:
Amenofis III: 1449-1364 a. C. (45 años) [Comienzo del reinado 1442 a. C.]
Tiyi Amenofis IV: 1376-1347 a. C. (29 años) [Comienzo del reinado 1364 a. C.]
Nefertiti: 1381-1344 a. C. (37 años)
Tutankhamón: 1353-1325 a. C. (17-18 años)
Sorprende bastante comprobar que, al referirse a la familia real egipcia, a partir de Amenofis III al menos, se hable de faraones que comenzaron a gobernar siendo niños y, no obstante, llevaron a cabo una revolución total en un país anclado en las antiguas tradiciones e inamovible en muchos aspectos, lo cual evidencia la existencia de consejos de regencia que llevaban las riendas del Gobierno, presididos por las madres de los jóvenes reyes: Mutemuja para Amenofis III y Tiyi para Amenofis IV. Y si la primera eligió a la segunda para el lecho oficial de su hijo, la segunda eligió a una candidata idónea para el lecho del suyo: Nefertiti.
La posibilidad de que las tres perteneciesen a la misma familia es alta, porque, para seguir mandando en la sombra, las reinas Mutemuja y Tiyi solo podían confiar en jovencitas de su misma familia o afines, de su clan o grupo selecto, perfectamente educadas en sus propios principios e ideales, sumisas y complacientes no solo con el joven faraón, sino también con sus ambiciosas madres, unas chicas que supiesen dar a los jóvenes faraones lo que no lograban sus otras concubinas y amantes, porque solo ellas estaban «teledirigidas» por la reina madre y los eunucos de la corte.
«Eso» que los jovencísimos dueños del mundo apetecían en la intimidad solo lo sabían sus expertas madres y los eunucos que educaban a los pequeños príncipes, en perfecta connivencia con sus mamás y sus partidarios políticos que habían educado a las futuras reinas para ello en los «harenes sagrados», como el del dios de la fertilidad, Min, en Ackmin, de donde procedía la familia de Tiyi. Lo contrario hubiera sido dejar el lecho real en manos de cualquier bella concubina expertamente educada por sus propios partidarios políticos, que por medio de sus habilidades sexuales dirigirían al faraón y de paso la política y la economía egipcias. Así han funcionado y funcionan aún los harenes: política y sexo, vida y muerte, matar o morir, pero sobrevivir como se pueda. Y parece que las mujeres de Amarna se empeñaron bastante en esa supervivencia, aunque abandonaron muy pronto, y sin dejar huellas de su desaparición, el gran escenario de la Historia.
Siguiendo la cronología de Philipp Vandenberg en su biografía de Nefertiti, el príncipe Amenofis nació en 1376 y pasó sus primeros once años de vida en la escuela sacerdotal de Hermópolis. La «ciudad de Hermes» es el nombre helenizado de Khnum, dos ciudades del antiguo Egipto en donde se veneraba al dios Dyehuty (o Thot), el Hermes griego. Hermópolis era la capital del nomo XV del Alto Egipto, que, ¡oh casualidad!, estaba solo a unos treinta kilómetros al norte de la futura Amarna.
A esta capital del dios Thot, que no tenía nada que envidiar a la sureña Tebas en riqueza y opulencia, morada de la Ogdoada de dioses presididos por Thot, el dios de la escritura, la magia y la sabiduría identificado con el Schmun fenicio y el Hermes Tres veces grande, le llevarían sus preceptores y nodrizas al joven príncipe al menos a los dos años, como muy pronto, y allí se formó religiosamente, que para eso lo habían mandado a aquel cole interno, en el culto al huevo cósmico, la colina primordial o «isla de fuego» de la que salió Ra, que ascendió hasta el cielo. Después de un largo descanso, Ra, junto con las otras deidades en forma de ranas y serpientes de la Ogdoada, entre ellas el gran Amón, crearon todas las demás cosas del mundo.
Posteriormente, cuando Atum se asimiló a Ra como Atum-Ra, fue adoptada la cosmogonía de la Eneada hermopolitana, en la creencia de que Atum surgió de una flor de loto azul egipcio y fue unido a Ra. El loto habría surgido de las aguas después del cataclismo inicial como un capullo que flotaba en la superficie del caos primordial, y poco a poco abrió sus pétalos, de los que salió el escarabajo, Kheper o Khepri. Este dios, un aspecto de Ra que representa al sol naciente, se convirtió en un niño llorando, Nefertum, (el joven Atum), cuyas lágrimas formaron a las criaturas de la tierra. Más adelante, cuando el dios Khepri fue absorbido totalmente por Ra, se dijo que Ra había salido del loto, del niño, en lugar de que Ra fuese Khepri temporalmente, y a veces el niño era identificado con Horus, lo que se debía a la fusión de los mitos de Horus y Ra en el dios Ra-Harakthes, el sol del mediodía. Lo que a su padre le interesaba, porque para heredero ya tenía al primogénito Tutmosis, aunque el buen faraón había desestimado la ambición de su Tiyi para su hijo único y ella debió pensar que más valía hacer lo que quisiera el viejo chivo, que ya le quedaba poco de vida. Y se contentó por el momento con hacer del chico un sacerdote-mago como quería su padre.
Pero, siguiendo a Vandenberg, el joven príncipe no solo estudió magia y religión solar en Hermópolis, sino que también pasó largas temporadas en el extranjero, y se puede suponer que o bien fue a Creta o pasó a Canaán-Fenicia o más lejos: a Hatti o Mitanni-Babilonia. Pero no hay datos al respecto. Aunque, puesto que tenía familia por aquellas tierras y Egipto contaba con numerosas posesiones fuera de la cuenca del Nilo no tiene por qué ser extraño que el joven estudioso ampliase sus estudios haciendo un «máster» fuera de su país, como cualquier chico pudiente.
En 1364 a. C., al morir su padre, y con solo doce años, Amenofis IV subió al trono, y se supone que formado sacerdotal, política y militarmente, además de haber viajado y recibido educación sexual entre curso y curso de estudio y magia. Un año después, cuando tenía tan solo trece años, se casó con Nefertiti, que ya tenía dieciocho, cinco más que el joven rey, una joven que según algunos autores ya venía enseñada del harén de su nuevo suegro, al que la joven pertenecía, porque en realidad era una princesa mitannia llamada Taduhepa que había estado casada con Amenofis III.
Y la nueva pareja real lo cambió todo. En los dieciocho años que duró el reinado de Amenofis IV-Akhenatón, que murió con solo 29-30 años, y ella unos tres después de Akhenatón, con 37, cambiaron la religión, se entretuvieron en engendrar seis hijas, decidir cambiar la capital, seguir los planos, diseñarlos con los arquitectos y orar a Atón. Además, Akhenatón tuvo otras esposas, en concreto todas las de su padre, más las que le obsequiarían amigos y colegas como regalo de cumpleaños, aparte de una esposa conocida, Kiya, que, posiblemente, fue la madre de Tutankhamón y que vivía también en un palacio-templo, el Maru-Atón, en la misma ciudad de Amarna y casi al lado de la Gran Esposa Real-diosa Nefertiti. Por si esto fuera poco, el faraón también tuvo tiempo para casarse con sus propias hijas. Según Vandenberg, la cronología de los principales acontecimientos del reinado sería la siguiente:
1362 a. C.: Nace Meritatón, la primera de las seis hijas de la pareja. Nefertiti contaba con 19 años y Akhenatón 14.
1361: Nace Maketatón.
1360: Nace Ankhesenpaatón. Se sublevan los sacerdotes de Amón y se decide fundar Akhetatón.
1358: Traslado a la nueva capital. Nace Neferneferuatón.
1357: Inauguración oficial de la Ciudad del Horizonte de Atón-Akhetatón. Nerfertiti tenía 24 años y Akhenatón 19.
1356: Se talla posiblemente el busto de Nefertiti (Berlín).
1555: Nacen Neferneferura y Tutankhamón.
1553: Nace Setepenra.
1552: Muere de parto Maketatón, segunda hija, nacida en 1561 (9 años).
1550: Akhenatón, de 26 años, se casa con Meritatón, primera hija de la pareja nacida en 1562 (12 años).
1348: Matrimonio de Akhenatón con Ankhesenpaatón, tercera hija, nacida en 1360 (12 años).
1347: Muere Akhenatón a los 29 años. ¿Carta de Nefertiti a Subiluliuma, pidiéndole un hijo como esposo?
1346: Neferititi tiene 35 años. Tutankhamón, de 9 años, se casa con Ankhesenpaatón, tercera hija de Akhenatón y Nefertiti, que tiene entonces 14 años, y es viuda de su padre.
1344: Tutankhamón, de 11 años, abandona Akhetatón. Muere Nefertiti a los 37 años.
Como ya hemos comentado anteriormente, además de toda la cronología anterior, existen numerosas cronologías diferentes para todo este periodo. Así, Vandersleyen da para Tutankhamón unas fechas en torno a 1339-1329 a. C. /1328-1318, que se convierten en 1334-25 para Clayton, 1352-44 para Drioton, 1347-39 para Gardiner, 1336-27 para el Museo Británico, Grimal y Malek, 1332-23 en el caso de Krauss, o 1332-22 en el de Murnane. Pero, para que nadie se llame a engaño, hay que aclarar que estas fechas son, en todos los casos, simplemente una pura convención.
7.12. La reina culona y el Photoshop de Tutmés
Una de las cosas que más inquieta de Akhenatón, y en menor grado de su familia, es el aspecto físico cambiante con que aparece en las figuras de Akhetatón, en opinión de quien esto escribe, únicamente una moda divertida.
Pero muchos sesudos investigadores han intentado buscar un origen patológico a dichas imágenes y se han propuesto dos teorías: sufrían el Síndrome de Fröhlich o el Síndrome de Marfan, ambas enfermedades genéticas.
Posibles características físicas de la familia de Akhenatón Síndrome de Fröhlich Síndrome de Marfan
• Distribución de las grasas de manera similar a la de las mujeres.
• Cubrimiento de los genitales por una capa de grasa.
• Impotencia.
• Retraso mental.
• Alta estatura y cara larga.
• Extremidades muy largas, dedos muy delgados.
• La envergadura excede a la altura.
• Cifosis.
• Tórax en embudo o quilla.
• Cabeza alargada.
• Caderas anchas.
• Mala distribución de la grasa.
• Ceguera.
La hipótesis del Síndrome de Fröhlich como la enfermedad que sufrían Akhenatón y su familia fue muy aceptada en su momento, pero tenía dos importantes problemas que la descartaban: la impotencia de los que la sufrían, que no era el caso de Akhenatón, padre de seis hijas y varios varones; y el retraso mental, que tampoco se aprecia en Akhenatón y sus obras y escritos. La enfermedad de Marfan solo podrá ser confirmada o desmentida mediante los análisis comparados de los cuerpos de la Tumba 55 y el de Tutankhamón, aunque por el momento es muy probable que esa sea la enfermedad que padeció esta misteriosa familia, dadas las curiosas coincidencias de los síntomas con las deformidades de la familia real de Amarna, aunque en opinión de quien esto escribe tiene tanto de enferma como los dibujos irreales de Picasso. No fue más que una moda pasajera, una búsqueda de nuevos estilos, la libertad de expresión y dibujo, influida por los aires innovadores de la moda cretense que venían influyendo en el arte egipcio y se hizo del todo evidente en la época de Amarna.
Un hecho que se aprecia perfectamente en la pequeña estatuilla de la reina Nefertiti del Museo del Louvre, en París. De frente, la técnica de los paños mojados que luego copiará Grecia, haciéndola original suya, (sin referirse al copyright egipcio) muestra el cuerpo de una joven mujer esbelta, de bellas curvas. Vista de lado la estatuilla, la esteatopigia llena caderas y glúteos, disminuyendo progresivamente hasta finalizar casi en punta, al estilo de los ídolos cicládicos. Culona, para qué nos vamos a engañar. El escultor Tutmés, o era corto de vista, o estaba tan enamorado de Nefertiti que solo la veía de frente y guapa. Pero alguien, tal vez un ayudante despechado porque la reina no le hacía caso, le gastó la broma. Y como Procopio cantó y desveló en secreto los horrores de la emperatriz Teodora, un anónimo artista de Amarna dejó esta escultura de la reina egipcia para la posteridad. Con lo que, como en el caso de la emperatriz de Bizancio, nunca sabremos la verdad. Si era guapa y estilizada o gorda, vieja y culona la egipcia, y si santa y honrada o pervertida la bizantina. ¡Esos son los gages de la Historia! Hay que tratar bien a la oposición, porque, de lo contrario, te la lían para toda la eternidad. Conocidos precedentes del enorme poder actual de la prensa.
7.13. Las reinas olvidadas
En resumen, que el faraón Akhenatón murió, no se sabe ni cómo ni cuándo ni por qué, algo que ya es habitual en casi todos los asuntos que conciernen a esta familia real egipcia que nos ocupa, pero murió. Y, tras los ritos oportunos, se le enterró en la tumba real de Amarna, en un ataúd que a lo mejor fue el sin rostro de la KV 55 y luego este fue introducido en un sarcófago de granito rosa de Assuán, que según C. Alfred se encontró en trocitos, esparcidos por toda la cámara funeraria, prueba de que fue destrozado a conciencia. En el sarcófago había trabajadas imágenes de Nefertiti, talladas en alto relieve, que se mostraban protectoras en las cuatro esquinas a modo de las diosas clásicas Isis, Nephtis, Selket y Neith, en diferentes combinaciones, en los sarcófagos reales del Valle de los Reyes. Los pedacitos pegados, y el sarcófago reconstruido con ellos, se conservan a duras penas a la intemperie en un patio olvidado del Museo Egipcio de El Cairo.
Con esta temprana muerte del faraón (hay que recordar que no llegaba a los treinta años), el trono egipcio quedó de repente en manos de su mujer, la bella reina Nefertiti, quien posiblemente tomó el mando con los sucesivos nombres de Nefer-neferu-atón y Smenkhara. Es decir, al faraón Akhenatón lo sucedió en el trono una mujer faraón (Nefertiti), luego otra mujer faraón (Ankheperura Smenkhara) y posteriormente otra mujer faraón (Ankheperura Meritatón). En mi opinión, a la última mujer faraón (Ankhesenamón) es a la que Ay y Horemheb le usurpan el trono, figurando que la viuda de Tutankhamón se casó con un abuelo de Tutankhamón (Ay), de ahí que la reina Ankhesenamón desaparezca de la historia de la Dinastía de Amarna, al igual que Nefertiti, Meritatón y demás mujeres, quedando solamente la posible hermana de Nefertiti, la princesa Mutnedjemet. En el caso de esta última, al morir su padre, el faraón Ay, le heredó y fue reina-faraón para legitimar la toma del poder por parte de Horemheb, que se casó con ella. Así pues, es posible que la descendencia de esta pareja llevase la sangre de Amarna al comienzo de la Dinastía XIX.
La última escena documentada con seguridad de toda la familia unida, todas estas reinas y princesas incluidas, antes de la subida de Tutankhamón al trono, tras el fallecimiento de Akhenatón y sus inciertos sucesores, es la que se ha denominado «el-durbar» o «escena de recepción de los tributos extranjeros», representada en el sepulcro de Meryra II, en Akhetatón (El Amarna). Allí aparece la familia real al completo: Akhenatón, Nefertiti y sus seis hijas, en un episodio de recibimiento del tributo debido por parte de los vasallos extranjeros, que está fechado en el segundo mes del duodécimo año del rey.
La escena es la última aparición segura de las siete mujeres juntas, así como la última mención en la forma tardía del nombre didáctico del Atón. De aquí en adelante, hasta el ascenso de Tutankhamón al trono, la historia de la Dinastía de Amarna se difumina en la niebla de los tiempos, las contradicciones y las más variadas hipótesis, algunas plausibles, otras completamente fantásticas e irreales, como toda la historia de esta época.
7.14. El final de un sueño
Según Miriam Lichtheim, tras la muerte de Akhetatón sin un hijo varón que le sucediese, la aventura amarniana se desvaneció poco a poco. Dado el culto centralizado que Akhenatón había puesto en su persona y en Nefertiti como miembros femenino-masculino de la deidad andrógina, la ciudad ya no tenía sentido al faltar una mitad. El pueblo no podía orar a un faraón que ya no estaba, y el culto al Atón dios-diosa no se pudo continuar. Y el joven nuevo sucesor se desplazó a Menfis.
Para otros, tras la desaparición de Nefertiti y el nombramiento de Smenkhara como su sucesor, Akhenatón era ya consciente de que la ciudad desaparecería tras él. También es posible la idea que defiende Christian Jacq, de que Akhenatón creó una teología y una capital para que durase solo lo que su reinado. El hecho de que pusiese límites a la expansión de la ciudad (primera serie de estelas fronterizas) parece apoyar esta idea.
Seguramente el faraón Ay, sucesor de Tut, fue el que dio por finalizada la aventura de Amarna e hizo trasladar la capital a Tebas por las razones religiosas que se mencionaron más arriba. Las reformas políticas que se habían emprendido bien podían hacerse y seguirse desde Akhetatón, pero una vuelta al culto de Amón obligaba a trasladar de nuevo la capital política y religiosa a Tebas. La administración le siguió. Y tras los ministros y funcionarios, los agricultores dejaron sus huertos y los artesanos abandonaron sus trabajos en Amarna y volvieron resignadamente a las inacabadas obras de la antigua Tebas que, vieja de siglos, acogería alborozada la vuelta de los otrora osados aventureros, ahora dolidos emigrantes de sueños rotos y casas destruidas.
La ciudad del Sol debió ser abandonada durante el tercer año de reinado de Tutankhamón, pero posiblemente sería Horemheb quien comenzase a desmantelar los templos, palacios y otros grandes edificios de Amarna para usar el material en las obras de su propio reinado. Ante el abandono de la ciudad por parte de la policía, quizá fue Tutankhamón quien, por seguridad, trasladaría los restos de algunos componentes de su real familia a la necrópolis tebana. Más tarde, las restantes tumbas de las necrópolis de Akhetatón fueron profusamente saqueadas. Tiempo después, Ramsés II dio permiso a los habitantes de la cercana Hermópolis para que tomasen libremente de Akhetatón el material de construcción que necesitasen. Con aquella última rapiña se puede dar por finalizado el fugaz sueño de gloria del extraño faraón Akhenatón.