La unificación de Egipto tras los hicsos. Los faraones de la Dinastía XVIII hasta Akhenatón

¡Oh tú que vienes para atrapar, no te dejaré que atrapes a nadie!

¡Oh tú, que vienes para capturar, no te dejaré que captures a nadie!

Yo te atraparé, yo te capturaré. Soy la protección de Osiris.

Libro de los Muertos, fórmula 137

5.1. Reorganización

Tras la reconquista y la expulsión de la zona del Delta de las últimas poblaciones y tropas hicsas, Ahmose siguió con la reorganización del país, un tanto desorganizado después de tanta guerra. Sin embargo, muchos hicsos, ya emparentados con los «nativos» egipcios, se quedaron, tal vez convirtiéndose al culto de Amón, disimulando su amor a Seth y prometiendo restaurarle y compensarle el disgusto de su abandono fingido.

También se mantuvieron las estructuras políticas y administrativas que existían en Egipto desde el Reino Medio, por aquello de que no se puede desorganizar un país y luego organizado todo a partir de la nada. Ahmose inició una política de acercamiento a las familias de los principales gobernadores provinciales para ganarse su obediencia. Pero, sobre todo, y como es lógico, en la nueva reorganización, Ahmose confió los cargos importantes a dignatarios que habían apoyado con fidelidad su causa, la tebana, por si acaso, que no era tan tonto como para dejar a partidarios del rey hicso en puestos de responsabilidad. Y tanto Tebas como el-Kab (al sur de Tebas) fueron los verdaderos enclaves centrales en estos inicios del Reino Nuevo.

La nueva administración tebana reinició el control de la irrigación de los campos y los cultivos, algo necesario no solo para que el pueblo comiese, sino también para que le sobrase algo para pagar los impuestos y que estos llegasen al faraón, que necesitaba reponer su economía y llenar sus arcas, vacías tras la guerra, y las de la administración central, y las de sus ávidos funcionarios, fieles a los reyes tebanos, en aquellos lugares que habían estado bajo control hicso.

Desde el punto de vista económico, la apertura hacia el Próximo Oriente, Canaán y Siria que Egipto vivirá a inicios de este Reino Nuevo hizo que numerosas materias primas de las que carece el País del Nilo llegasen hasta allí. Como consecuencia de toda esta riqueza, se desarrolló una abundante producción artística que se refleja, por ejemplo, en el mobiliario funerario y la joyería, sobre todo, de la reina Ahhotep, o en las estelas reales de Ahmose en Abidos y Karnak.

No se ha encontrado la tumba del faraón Ahmose en Dra Abu el-Naga, pero, al igual que las de sus descendientes, su momia fue reubicada en el escondrijo DB 320 D de Deir el-Bahari. De su reinado destaca, además, la presencia al lado del rey de su esposa, la reina Ahmose-Nefertari, que fue, junto con la reina Ahhotep, su madre, una de las mujeres más interesantes y conocidas de los inicios del Reino Nuevo. Tras Ahmose reinó su hijo, llamado Amenhotep o Amenofis I, sepultado en la tumba KV 39 del Valle de los Reyes.

5.2. Los reyes de la Dinastía XVIII hasta Hatshepsut

Tutmosis I (1530-1520 a. C.), sucesor de Amenofis I (se ignora el parentesco que había entre ambos), fue el primer gran conquistador de los faraones egipcios, llegando hasta el río Éufrates. Él dejó fijada la larga y pomposa titulatura completa de los faraones en un decreto que emitió nada más subir al trono. A partir de aquel momento, todos los reyes de Egipto llevaron cinco nombres:

1. El Nombre de Horus fue el símbolo más antiguo utilizado para representar el título de faraón: se trataba de un halcón (el dios Horus) sobre un serekh (la fachada estilizada de un palacio) en el que aparecía el nombre del rey en caracteres jeroglíficos.

2. El Nombre de Nebty o «Las dos Damas», que aludía al hecho de que el faraón era rey del Alto y del Bajo Egipto, simbolizados respectivamente por la diosa buitre Nekhbet y la diosa cobra Wadjet.

3. El Nombre de Horus de Oro, que se representaba por medio del halcón de Horus posado sobre el sol. Era, quizá, una demostración del poder superior de Horus sobre los demás dioses, en especial Seth.

4. El Nombre de Nesut-Bity o Nombre de Trono, significa literalmente El del Junco y la Abeja y se suele traducir como Señor de las Dos Tierras, representadas por la abeja (Bajo Egipto) y el junco (Alto Egipto).

5. El Nombre Sa-Ra «Hijo de Ra» o Nombre de Nacimiento, que se incluía dentro de un cartucho, protegiéndolo mágicamente, precedido por la oca y el Sol.

Tutmosis I inició también varias campañas en Nubia que supusieron la ruina del reino de Kerma. Una vez pacificada Nubia, inició su avance hasta Palestina y el río Éufrates. Y para que no hubiese dudas sobre su nombre, envió al gobernador de los países del sur un decreto en el que fijaba con exactitud cómo había que nombrarle: Todopoderoso. Amado de Maat. Favorito de las Dos Diosas. El que brilla en la diadema, serpiente grande en fuerza, Horus de Oro, feliz en años, que hace vivir los corazones, rey del Alto y Bajo Egipto. Akheprkara, hijo de Ra (Tutmés), que vive para siempre jamás, aunque su nombre de nacimiento era más sencillito: «Nacido del dios Toth».

Una innovación curiosa de este faraón fue que abandonó la idea de enterrarse en pirámides e inició la costumbre de utilizar los hipogeos excavados en laderas (el Valle de los Reyes, frente a Tebas), enterramientos que se mantendrían durante todo el Reino Nuevo. Además, continuó la labor reorganizadora de sus antecesores, haciendo resaltar el papel de la antigua ciudad de Menfis, cerca de la actual capital egipcia, El Cairo. Le sucedió Tutmosis II (1528-1484 a. C.), cuya sucesión fue muy complicada, por culpa de la citada Hatshepsut, que no se resignó al papel pasivo que Egipto reservaba a las mujeres y acabó convirtiéndose en reina-rey de pleno derecho.

5.3. La sucesión de Tutmosis II. La reina Hatshepsut

Los hechos conocidos, y brevemente explicados de su nacimiento y toma del poder fueron, más o menos, como sigue:

Tutmosis II tuvo un hijo, Tutmosis III, al que nombró su sucesor. Tutmosis II llevaba el nombre de su padre, Tutmosis I, pero no era hijo de la esposa principal de este, Ahmes o Ahmosis, madre de Hatshepsut, sino de Mutnefert, una esposa de segundo rango. La única hija legítima del gran conquistador Tutmosis I y la reina Ahmes era una joven princesa, Hatshepsut, que, por lo tanto, tenía más derechos a la sucesión que el príncipe, varón, claro, de manera que pronto hubo lío, porque su padre la nombró heredera, pero una conjura del palacio encabezada por el visir o Taty y arquitecto real, Ineni, consiguió sentar en el trono al príncipe Tutmosis II. Este se casó con Hatshepsut, su hermana por parte de padre, para legitimar su corona.

La princesa se tragó su rabia y orgullo por el momento, porque ella era la verdadera heredera de su padre y de las grandes reinas que habían luchado contra los hicsos. Así, Hatshepsut fue rodeándose de partidarios, disimulando su odio y frustración ante su esposo y rival. Por suerte o desgracia, su esposo Tutmosis II duró apenas dos o tres años en el trono (no es seguro. Hay diversas opiniones por culpa de un periodo helíaco de Sotis-Sirio, y otros investigadores dicen que reinó doce o trece años). Es posible que, algún día, se descubra que su esposa Hatshepsut contribuyó a su muerte. Ella o sus partidarios. Aunque no hay ni un solo dato, que tontos no eran, obviamente.

Probablemente, cuando murió su esposo y hermano, Tutmosis II, Hatshepsut se casó también con el joven Tutmosis III, hijo de su esposo el II y de la reina Isis (aunque no es seguro) apoyado por Ineni, y reinaron juntos sobrino e hijastro y tía y madrastra. Hatshepsut se resignó por el momento a su papel de tía, madrastra, reina como antes y esposa, hasta que se hartó del joven. Ineni y sus partidarios habían conseguido la fuerza suficiente para cargarse al poderoso visir Hapuseneb, fiel partidario de la reina y, junto a Senenmut, su principal apoyo.

Hapuseneb es un personaje curioso que merece que nos detengamos brevemente en él, porque diseñó y organizó numerosas edificaciones y monumentos para cinco faraones de la Dinastía XVIII: Amenofis I, Tutmosis I, II y III, y Amenofis II. También ostentó el cargo de Administrador de los Graneros de Amón durante los cuatro primeros reinados. Procedía de una familia aristocrática, y comenzó sus trabajos como arquitecto en época de Amenofis I, que le eligió para ampliar el templo del dios Amón en Karnak. Después trabajó para Tutmosis I, pero, como en aquel momento se opuso a Hatshepsut, esta le sustituyó por Senenmut, aunque continuó trabajando para ella y fue su asesor en otras obras.

La joven era una hija de rey de armas tomar. Y no dudó en vestirse de hombre para reinar como faraón masculino. Desafiando todas las costumbres anteriores, no se dejó relegar a la sombría soledad del harén real, y fue uno de los mejores faraones de Egipto. Representada con barba y todo, como se dijo arriba, un atributo masculino que no restó belleza al agraciado rostro de la reina-rey, que no «faraona», ya que el título en femenino para la gobernante no existe en Egipto.

Fue Horus femenino, Useretkau (Rey del Alto y Bajo Egipto), Maatkara (Verdad es el alma de Ra) y Khenemetamon Hatshepsut (la que abrazó a Amón, la principal entre las mujeres nobles).

Después de dos años de corregencia o regencia del joven Tutmosis III, Hatshepsut, pues, fue faraón con toda la ley. Y toda la barba. No solo regente, como su antepasada Ahhotep. Y volvió a las tradiciones de otras reinas-faraón anteriores a ella, apoyándose para ello en un conjunto de funcionarios fieles, como el Intendente de Amón Senenmut y su Visir y Gran Sacerdote de Amón Hapuseneb. La reina se vistió como un hombre y suprimió en su indumentaria real y títulos las desinencias femeninas, adoptando el protocolo real completo, excepto el tradicional epíteto de «Toro poderoso», que lleva por ejemplo Tutmosis III en lugar del Horus en su primer nombre.

El joven Tutmosis III, sobrino e hijastro del faraón femenino, por muy toro potente que quisiera ser o denominarse, era solo un novillo novel, que tuvo que esperar muchos años antes de gobernar en solitario, sin su tía y madrastra y no se sabe si también esposa amantísima y quizá suegra, si es que ella no se lo llevó al huerto y lo intentó más bien con su hija.

5.4. Heredera de la anciana reina calva

Hatshepshut era la valiente y fuerte heredera de los atributos y virtudes de las reinas Ahhotep y Ahmose-Nefertari, hija esta última de Seqenenra Tao II y la reina Ahhotep, hermana y Gran Esposa Real de Ahmose I, el rey que expulsó definitivamente a los hicsos.

Ahmose-Nefertari era parte de la tercera generación de reinas excepcionales de la Dinastía XVIII comenzada por su abuela, la reina Tetisheri. Al igual que esta última y que su madre Ahhotep, Ahmose-Nefertari recibió culto en Tebas hasta la época de Herihor, a finales del II milenio a. C. Y, de la misma manera que Ahhotep participó en la reconstrucción que siguió a la reconquista del país, su descendiente desempeñó un extraordinario papel, quedando estrechamente ligada a grandes acontecimientos, muchos de los cuales debieron ser inspirados y propiciados por ella misma, como la apertura de nuevas minas, la construcción de un cenotafio para la reina Tetisheri y de numerosos monumentos al sur de la segunda catarata. Además enriqueció también numerosos templos y reorganizó la necrópolis de Tebas.

Una marca distintiva de esta reina es que se la representa en los relieves a la misma escala que el rey y los dioses, algo muy poco usual. Ella fue la primera Gran Esposa Real investida con el título y función de «Esposa del dios», un título que oficializaba una práctica, ya existente desde el Reino Antiguo, por la que la reina acompañaba al rey y participaba con él en las ceremonias oficiales de culto que, a partir de la Dinastía XVIII, establecía la participación activa del monarca en el culto de Amón e identificaba a la reina con la encarnación humana de la diosa Mut, esposa celeste de Amon, y, por tanto, contrapartida femenina del Creador. Asimismo, le permitía oficiar como sacerdotisa, lo que se aprecia en una escena del templo de Karnak que representa a Ahmose-Nefertari desempeñando estas funciones. Su importancia política, complemento de la religiosa y ritual citada, queda también patente en el hecho de que, a la muerte del rey Ahmose, ella asumió la regencia del país durante la minoría de edad de su hijo, el joven faraón Amenofis I.

A su muerte, tras una vida muy longeva, la reina Ahmose-Nefertari fue objeto de un culto muy popular, a veces asociado a su hijo Amenofis I, y recibió especialmente culto en Deir el-Medina, donde fue venerada como diosa, «Señora del Cielo» y «Dama del oeste». Su enorme sarcófago, que todavía albergaba su momia, fue hallado en el escondrijo real de Deir el-Bahari en 1881. Su cuerpo, que correspondía a una enjuta mujer de edad avanzada, probablemente en torno a los setenta años, muestra las mismas características dentales y una marcada similitud esquelética con su abuela Tetisheri. En el momento de su fallecimiento, la reina había perdido gran parte de su pelo natural, por lo que se adornó coquetamente la momia con numerosas trenzas falsas de cabello humano.

5.5. El mercadillo de la reina gorda

De la política exterior e interior llevadas a cabo por Hatshepsut se ha escrito mucho, y aún hoy ciertos aspectos de su reinado siguen siendo motivo de debate entre los egiptólogos.

La reina prosiguió las campañas contra Nubia, en torno a la tercera catarata, alcanzando el control de los territorios entre la quinta y la sexta cataratas. Durante su reinado hubo un total de seis campañas militares. De todos modos, la expedición egipcia más célebre organizada bajo el reinado de Hatshepsut fue la que condujo a los barcos egipcios hasta el país del Punt, en el sur de la actual Somalia, país de la mirra y el incienso, una expedición de carácter comercial que quedaría inmortalizada en el templo funerario de Hatshepsut en Deir el-Bahari. En cuanto al otro foco imperialista de Egipto, Asia, el reinado de Hatshepsut coincidió con la hegemonía de Mitanni liderada por su rey Saustatar, que aprovechó el momento de crisis interna de Egipto para extender su control hasta parte de Siria-Palestina.

Hatshepsut hizo construir su tumba en el Valle de los Reyes (KV20), igual que hicieron sus predecesores Tutmosis I y II y otros faraones posteriores. En las representaciones del interior de su tumba, como hizo a lo largo de su reinado, la reina se hizo representar como varón, con todos los atributos de los faraones. Hatshepsut llevó a cabo multitud de construcciones por todo Egipto. Pero fue especialmente en la capital, en Tebas, a ambos lados del Nilo, donde realizó sus construcciones más ambiciosas, dedicadas sobre todo al dios Amón, debido a la ayuda que el dios le había prestado, por medio de un oráculo, para tomar el poder, y en Deir el-Bahari, un lugar que se encontraba al otro lado del río, casi enfrente de Karnak.

En este lugar, que parece haber estado asociado de forma muy estrecha al culto de la diosa Hathor desde muy antiguo, fue donde la reina realizó su construcción más ambiciosa, tal como indica su nombre, «El sagrado de los sagrados». En aquel lugar existía un templo construido por Mentuhotep II quinientos años antes, y allí quedaron ligados dos personajes de leyenda, la reina y Senetmut, del que los cotilleos hacen su amante. Un hombre sabio y singular que fue enterrado frente al templo funerario que construyó para su reina y amada. De lo demás poco se sabe, salvo que fue el preceptor de la princesa Neferura, única hija de la reina. Senemut está representado en un lugar poco visible del templo de Deir el Bahari, y su segunda tumba se extiende en gran parte bajo la de la reina, como si fuese un perro fiel que la guarda por toda la eternidad. Aunque es imposible probar sus románticas relaciones íntimas, que todos deseamos suponer para felicidad de ambos amantes, existe un grafito en las paredes del templo en el que se muestra a la reina y Senenmut en una escena sexual. Algunos investigadores cuestionan la autenticidad del grafito, que consideran falso, pero otros, como Cristina Desroches-Noblecourt, lo consideran obra de los obreros que construyeron el templo, una muestra de buen humor que indicaría que, ya en vida de Hatshepsut y Senenmut, se cotilleaba sobre esa posible relación.

5.6. Las «otras» reinas-faraón ninguneadas

Hatshepsut no fue ni la primera ni la última mujer que ocupó sola el trono real egipcio. Hubo al menos cinco reinas-faraón en el Egipto clásico, y otras más en la Dinastía Ptolemaica, cuya última reina, Cleopatra VII, aparece con cuerpo de hombre en una estela del Museo del Louvre, aunque sin barba, como sí hizo Hatshepsut. Las otras cuatro reinas-faraón «clásicas» fueron las siguientes, por orden de antigüedad:

La primera reina-faraón egipcia conocida fue Meritneit, pues reinó durante la Dinastía I, en torno al año 3000 a. C. Flinders Petrie creyó que era un faraón masculino llamado Merneit, pero la ausencia del nombre de Horus, propio de los monarcas varones, así como nuevos hallazgos con el nombre en femenino, demostraron que era una mujer y que fue enterrada con honores reales hasta entonces insólitos. Al parecer, Meritneit fue regente de su hijo, el Horus Den, durante su minoría de edad y él agradeció su ayuda con una magnífica tumba, construida en la necrópolis de Abydos. La incógnita es si esta reina regente llegó a llevar los títulos propios de un faraón masculino o se limitó a gobernar en nombre de su hijo.

Curiosamente, esta reina, como otras reinas-consorte del Periodo Tinita, desde Narmer, tiene un nombre teóforo, formado con el de la diosa Neit de Sais (en el Bajo Egipto). Así, conocemos a Neithotep (esposa de Narmer), Herneit (esposa secundaria de Hor-Dyer) y Merytneit (esposa principal de Hor-Dyer). Durante los años en que aún se consideraba histórica la «Unificación de las Dos Tierras», se opinó que este hecho se debía a que las princesas del «Reino del Delta» (Bajo Egipto), se veían forzadas a casarse con los representantes del «Reino del Valle» (Alto Egipto), como garantes de un compromiso político-diplomático que consolidaba la unión de ambas zonas del país. Un hecho que posiblemente se repitió cuando algunas princesas hicsas contrajeron matrimonio con los faraones de la Dinastía XVIII tebana. Tal vez la historia se repitió. O bien es solo una curiosa coincidencia que no tiene por ahora más explicación que las relaciones diplomáticas o buscar la unión del país, casando a primos y primas, como ha venido haciéndose a lo largo de la historia en multitud de países. También en esto los egipcios fueron los precursores.

La segunda reina fue Nitocris, que reinó durante la Dinastía VI. Cronológicamente, ella pudo ser la primera reina-faraón de todo Egipto. Aparece en alguna lista real como tal y también la mencionan Manetón y los escritores griegos y romanos. Lo único que impide incluirla con seguridad en esta lista de mujeres-faraón es que no existen evidencias históricas de su reinado, que se supone duraría unos dos años, entre 2183 y 2181 a. C., y que con ella acaba la Dinastía VI. Su historia ha quedado muy alterada por la leyenda, que la convirtió en una heroína que se vengó de la muerte de su marido, Merenra II, dando muerte a sus asesinos y suicidándose ella a continuación. Otra variante de la leyenda asegura que mandó construir la tercera pirámide de Guiza, atribuida a Micerino. Aunque es notorio que esta noticia no es cierta, sí es muy probable para muchos investigadores que Nitocris fuese un personaje histórico, una reina-faraón con todo su poder, barba incluida, con la que acabó el Imperio Antiguo, antes del incierto y poco conocido Primer Periodo Intermedio.

La siguiente de la lista es Neferusobek. Esta reina-faraón reinó, según todos los indicios, durante unos cuatro años (quizá algunos más), entre 1777 y 1773 a. C. aproximadamente. Ella fue con seguridad, el último gobernante de la Dinastía XII, y, salvo su nombre de coronación, Sobekkara-Neferusobek, se sabe muy poco de ella. Neferusobek era hija de Amenemhat III, el último gran rey de su Dinastía, y hermana de Amenemhat IV, a cuya muerte ascendió al trono tomando nombres masculinos y gobernando hasta su muerte, con la que terminó el Imperio Medio. La sucesión de Neferusobek fue pacífica, tal vez debido a su propio buen gobierno, y se supone que los primeros faraones de la Dinastía XIII eran descendientes de su difunto hermano, Amenemhat IV y no herederos de la propia reina.

La cuarta y última reina-faraón, si no se tienen en cuenta a las reinas de Amarna y a otra que fue, posiblemente, hija de Horemheb y de la que hablaremos más adelante, sería la reina Tausret, cuyo gobierno en solitario cerró la Dinastía XIX. De ella sabemos que, aunque era miembro de la extensa familia real ramésida, descendiente de uno de los múltiples hijos de Ramsés II, no era hija de reyes, y que fue la Gran Esposa Real de Seti II. De él se supone que tuvo un solo hijo, el príncipe Seti-Merenptah, que debió morir al poco de nacer. Tras Tausret todo terminó. Nada en la calma dorada del atardecer de sus últimos días hacía presagiar el incierto futuro que se acercaba, el gran cambio que significaría el reinado de su hijo: nada menos que el final del poder de los faraones en el reino de Egipto. Pero antes hay que volver a Tebas y recordar los directos antecesores de Tutakhamón, Amenofis III y Akhenatón.

A estas reinas habría que añadir la citada Cleopatra VII y algunas otras de su Dinastía ptolemaica, y también, como veremos más adelante, a alguna mujer cercana a Tutankhamón.

5.7. ¿Qué tendría Tiyi de especial para casarse con el faraón?

El faraón Amenofis III, hijo de Tutmosis IV (que solo reinó unos 8 ó 9 años), gobernó aproximadamente entre 1390/1 y 1353/2 a. C., en total unos 38 años. Parece que accedió al trono muy jovencito, entre los seis y los doce años, por lo que hasta su mayoría de edad gobernó su madre, la reina Mutemuja, y un consejo de regencia. Como en la mayoría de los casos de reinas y princesas egipcias, el origen de la reina Mutemuja es desconocido, aunque se sabe que no era princesa real, ya que no lleva el título de Hija del Rey.

Según algunas opiniones, Mutemuja era hija del rey Artatama I de Mitanni, por lo que sería una de las primeras princesas de este país en llegar a la corte de los faraones como prueba de alianza entre su país y Egipto. Otra teoría supone que fue hija de Yei, un comandante de carros de origen sirio, y hermana de Yuya, un hombre de gran importancia durante el reinado de Amenofis III, como padre de la reina Tiyi. En todo caso, la filiación de la joven que se casó con Amenofis III ya no es tan desconocida, pues podía ser también ella una princesa de origen sirio, cuyos padres formarían parte de un grupo de sirio-hititas-mitannios llegados a Egipto en el gran séquito de alguna de estas princesas extranjeras que se casaron con los faraones. Mitannias, o hititas. O de esa zona. Una teoría que a mí me encanta, porque supongo que serían rubios, e indoeuropeos. Al menos, por ahí van ahora los tiros de los genes de Tutankhamón. Con lo que los misterios siguen y las nuevas teorías también. Y al final veremos cómo con todas las teorías que existen y surgen continuamente, el misterio sigue y cada uno piensa algo nuevo. Lo malo es que hay que demostrarlo. Y eso ya es harina de otro costal.

La reina Tiyi, esposa de Amenofis III.

El caso es que la reina Mutemuja, fuese de donde fuese, mitannia o hitita-siria, era esposa del príncipe Tutmosis y madre de Amenofis, su hijo varón. Antes de que su marido llegase al trono, es posible que ni siquiera pensase en esa posibilidad, pues ocupaba el quinto o sexto lugar en la línea sucesoria. Pero el caso es que llegó, y cuando Tutmosis IV comenzó a reinar, Mutemuja fue desplazada en el protocolo real por dos de las hermanas del faraón, que sí eran de sangre real. Y las princesas Nefertari e Iaret llevaron el dichoso título importante, y tal vez fueron, de hecho, compañeras de cama, como Grandes Esposas Reales, de su hermano, para rabia y pataleo de Mutemuja, que solo pudo obtener el famoso e importante título oficial de Gran Esposa Real cuando ya había muerto su marido. ¡A buenas horas, mangas verdes! La verdad es que a estos egipcios no hay quien los entienda. Ahora era viuda y Gran Esposa. Más vale tarde que nunca, debió pensar la reina, pero, repito, tampoco se entiende mucho este ritual.

Cuando Amenofis III fue coronado faraón, tras el breve reinado de Tutmosis IV, Mutemuja asumió, tal vez encantada, satisfechísima y regocijada, la regencia del país, mientras crecía su hijo, de apenas doce años, y concertó con su posible hermano Yuya el matrimonio del chico con su sobrina Tiyi, con lo que se saltaba de un golpe las candidaturas de las hijas nacidas del difunto Tutmosis IV con sus dos Grandes Esposas Reales (es probable que Mutemuja tuviese un poquillo de manía a sus cuñadísimas por haberla desplazado durante el reinado de su esposo).

Finalmente, rodeada de todo tipo de lujos y habiendo logrado su sueño de tener el título importantísimo y haber dejado burladas a sus cuñadas, la reina madre murió a una avanzada edad, a finales del reinado de su hijo. Y le dejó el regalito de una sobrina de armas tomar. Más o menos como ella, que ya es decir. Porque Mutemuja había ejercido un gran poder sobre su hijo, sobre todo en los primeros años de su reinado. Y él, para ensalzarla más aún de lo del título oficial y demás prebendas, declaró, y así lo hizo representar en el bello templo de Luxor, que era hijo de la unión sexual entre Mutemuja y del propio dios Amón-Ra, algo a lo que los egipcios iban acostumbrándose poco a poco desde el reinado de Hatshepshut, que había hecho representar de tal guisa a su mamá con Amón. Y luego no había sido muy frecuente. Hasta ese momento. Así que mamá puso cuernos a papá y el chico resultó deificado, a lo que a las reinas de la antigüedad se fueron acostumbrando, porque más de mil años después, la madre de Alejandro Magno, Olimpia, dejó también en entredicho a su marido y dijo que el príncipe era hijo de Zeus-Amón. O sea, que el famoso dios egipcio ya hacía la competencia a Zeus desde mucho antes de que los griegos se lo inventasen. De esta forma, los sacerdotes de Amón manejaban a su antojo a los príncipes por aquello de que «hay que obedecer a papá, nene», especialmente si papá es un dios, y mientras tanto manejaban el cotarro económico de Egipto, metiéndose de lleno en las multinacionales del comercio del Golfo Pérsico.

Por tanto, además de grandes inversores en acciones de Amón, que invertía a su vez en el extranjero, los reyes eran dioses, aunque con cuerno (desde entonces, curiosamente, atributo de la divinidad, tal vez para disimular). La reina había conquistado hasta al mismísimo dios Amón, y no se sabe si él o quién sería el padre de los otros hijos de la reina, aunque parece que Tutmosis IV se adjudicó junto con el dios (o lo adoptó) al joven Amenemhat. ¡Menos es nada! Y la reina Mutemuja fue enterrada en la necrópolis tebana con todos los honores de haber sido amante de Amón, no sin antes haber casado al divino infante Amenofis III con una original novia: Tiyi, hija de un poderoso funcionario de origen real mitannio y su prima, sobrina de la misma Mutemuja. Con ocasión de su boda se emitieron grandes escarabeos conmemorativos con los que generalmente se informaba al pueblo de sucesos importantes. Y dicho matrimonio lo era. La joven Tiyi se encargó de ello, desde luego.

La reina Tiyi nació probablemente en Akhmin (la Panópolis de los griegos), en el Egipto Medio, ciudad de origen de su familia que se hallaba bajo la protección del dios Min, garante en Egipto de la fecundidad y de la regeneración perpetua de la naturaleza.

5.8. El misterio de la familia de Tiyi

Su padre, el rubio (posiblemente) Yuya, era un hombre alto y fuerte, según su momia, admirablemente conservada aún. Yuya era sacerdote de Min, estaba al mando de los carros de guerra del faraón y era intendente de las caballerizas reales. Se ocupaba con esmero del cuidado y el entrenamiento de los caballos, reservados al cuerpo de élite del ejército egipcio. Tal vez fue Yuya quien enseñó al regio matrimonio a montar a caballo. Y lo del posiblemente rubio se dice porque hay quien supone que no era rubio aunque su momia tiene el cabello amarillo, color que se debe al proceso de momificación. En fin, que a lo mejor era rubio y a lo mejor no. Pero tiene pinta de rubio y la momia es rubia.

Por si era poco el lío de la concepción divina de Amenofis III, no lo hay menos con la familia de la reina Tiyi. Porque no era normal que un faraón se casase con una plebeya, tal como se la ha identificado. Hay quien sostiene que se trató del desquite de la reina Mutemuja contra las princesas egipcias que la habían hecho de menos. Y por eso casó a su hija con su sobrina, que tampoco era «Hija de Rey». Pero era lista y la habían educado como sacerdotisa del dios de la lechuga, en mi opinión, adiestrador de jovencitas en el plano sexual para mantener «animado» al faraón.

Pero algo importante debía ser, o saber, la chica, cuando en los escarabeos conmemorativos de tales nupcias se hace hincapié en que era «hija de Yuya y Tuya», que debían ser harto conocidos, nobles e importantes como para que eso importase, cuando, en realidad, los padres de las reinas egipcias eran, por lo general, desconocidos o bien eran reyes aliados. O el rey y la reina eran hermanos, y entonces estaba bien claro quiénes eran los padres de la esposa.

5.9. ¿Y si Yuya fue el José bíblico?

Algunos investigadores han sugerido que se podría identificar al noble Yuya con el antiguo patriarca hebreo José, que fue a Egipto con su familia en una época de hambre y sus hermanos lo vendieron y llegó a la corte del faraón y se dedicó a adivinar para él (Génesis, capítulos 37 al 50). Esta teoría se basa, entre otras cosas, en la anómala situación de las manos de su momia, que están colocadas alrededor de su cuello, como se acostumbra en las momias conocidas de los semitas. Pero otros investigadores llaman la atención en el hecho de que los mitannios debían ser indoeuropeos, no semitas. Y Yuya, dicen, era mitannio, como se deduce de su relación con los caballos. En el mundo antiguo, los mitannios eran famosos jinetes y adiestradores de caballos, como aquel Kikkuli, que escribió el tratado de hilología, una minúscula tablilla escrita en cuneiforme que hoy se conserva en el Museo Arqueológico de Estambul.

Momia de Yuya, padre de la reina Tiyi. ¿El José de la Biblia?

Su esposa, Tuya, era la superiora del harén de Min; dirigía, por tanto, una institución que era al mismo tiempo religiosa, «sexual» y económica. Y por aquello de que Min era el dios de la fertilidad, los mal pensados suponemos que en aquel convento no enseñaban a rezar precisamente, sino a mantener erguido el falo del faraón, garante de la existencia de Egipto, mediante técnicas sexuales sofisticadas. Y que el muy antiguo título de «Adorno real» significaba que tenía acceso a la corte (o que había pertenecido al harén real).

¿Cómo se casó Amenofis III con la joven Tiyi? Lo ignoramos, pero lo que sí parece claro es que su matrimonio con una mujer que no era princesa real no supuso ningún problema. Al contrario, parece indicar la gran influencia que tenía la familia de la chica, posiblemente emparentada por parte de su padre con las reinas mitannias del harén real. Quizá fuese además príncipe de Mitanni y Fenicia, como a veces se ha escrito. Si así fuera, la teoría del origen plebeyo de Tiyi quedaría en nada.

Con motivo de la boda de Amenofis III y Tiyi se fabricaron y distribuyeron escarabeos de cerámica, de unos diez centímetros de largo, en los que se grabó el siguiente texto:

¡Faraón y la gran esposa real Tiyi, larga sea su vida! Su padre se llama Yuya y su madre Tuya.

Una gran campaña publicitaria, sin duda. Y así, Tiyi se convirtió en la influyente esposa de un poderoso soberano de un reino cuya frontera sur llegaba a Karoy (en Sudán) y la frontera norte hasta Naharina o Mitanni, en Mesopotamia norte.

Se enviaron estos escarabeos conmemorativos a todas las provincias de Egipto, e incluso al extranjero, anunciando el reinado de la nueva pareja real. Gracias al buen funcionamiento del correo egipcio, la noticia no tardó en difundirse por todos los Estados vecinos. Como hemos visto, en ellos se mencionaba a los padres de Tiyi, cuya influencia en la corte la había elevado a su alto puesto. Ellos pasaron el resto de sus días junto a la reina, que no olvidó tampoco a su hermano Anén, que llegó a desempeñar altos cargos en el clero de Amón y de Ra-Atum, y se convirtió en uno de los más próximos allegados y consejeros de su cuñado, el faraón, con lo que todo quedaba en casa. Y cabe también preguntarse si esta familia no estaría emparentada o descendía de aquellos «abuelos» hicsos.

5.10 Los cambios del abuelito presagian Amarna

En el orden ideológico-religioso, en esta época destaca la importancia que va adquiriendo el dios Atón, hasta ahora poco conocido fuera de los antiguos templos del Delta y la Dinastía V. En realidad, se trataba de una asimilación de Amón a otros dioses cuya forma visible era el disco solar de Atón (Iten), algo que sería un precedente claro de las ideas de Akhenatón.

Amenofis III realizó espléndidas construcciones, como su templo funerario, del que solo quedan los ahora denominados «Colosos de Memnón». También mandó construir el templo de Luxor, como harén meridional de Amón, así como otro santuario para Amón, enfrente de Luxor, una barca para Amón hecha de cedro del Líbano y otro templo más dedicado a Amón que unos investigadores ubican en Karnak, mientras que otros identifican con el templo de Soleb.

5.11 La familia y la herencia de Amenofis III. La Gran Esposa Real

De la infinidad de mujeres que tuvo el faraón Amenofis III, solo tres ascendieron al rango de Gran Esposa Real (en antiguo egipcio: ta hemet nesu), el título principal de algunas de las esposas de los faraones. Lo utilizó por primera vez, durante el Segundo Periodo Intermedio, la reina Nubemhet, esposa de Sobekemsaf I, pero fue Meretseger, la esposa de Sesostris III, la primera reina consorte que escribió el título (wrt) junto a su nombre en un cartucho. El cargo sufrió diversas modificaciones y, con el tiempo, fue adaptándose a las diversas circunstancias del devenir social, religioso y político de la realeza egipcia.

5.12. El gobierno de Tiyi. La Casa de la Reina

En la morada para la eternidad del administrador de la casa de Tiyi, un individuo llamado Kheruef (TT núm. 192), cuyos relieves se incluyen entre las obras maestras del arte egipcio, la reina a la que servía desempeña el papel de «diosa de oro», Hathor, y participa en la regeneración ritual del rey, ofreciéndole su mágica protección y asegurándole millones de años de reinado, mientras unas sacerdotisas danzan y cantan, celebrando los festejos. Asimismo, se la representa acompañada por su hijo Amenofis IV, que aún no había cambiado su nombre por el de Akhenatón, realizando ofrendas a diferentes divinidades, especialmente a Atum, el creador. El futuro faraón venera, además, a Ra, el dios de Heliópolis, y a sus propios padres, Amenofis III y Tiyi, como pareja divina.

Durante el ritual de regeneración del faraón, Tiyi actuaba como iniciada en los misterios de Isis y Gran Sacerdotisa, y se la representaba luciendo el mágico collar de la resurrección y la corona de cobras (uraei) rematada por dos plumas y un disco solar, presidiendo la erección del pilar djed, símbolo de la resurrección de Osiris. También estaba asociada a su esposo en todos los acontecimientos importantes de su reinado, encarnando a la diosa Maat, la justicia en la tierra, por lo que era, al mismo tiempo, la armonía indestructible del cosmos y el fundamento divino de la sociedad egipcia.

Tiyi tenía en Tebas su propio palacio, la «Casa de la Reina», parte de la «Casa del faraón», uno de cuyos administradores fue Kheruef, uno de los hombres de confianza de Amenofis III, al que el faraón encargó construir un gran lago en honor de Tiyi en Yaruja, al norte de la ciudad de Akhmin, lugar de origen de la reina y su familia, tal vez para mejorar los cultivos y para pasear en la gran barca real, llamada «El Atón resplandece», un nombre divino que reaparecerá en el nombre de su hijo, el faraón Amenofis IV, que cambió el suyo original por el de Akhenatón. En honor de Atón, el joven erigiría una nueva capital, a la que llamaría «El Horizonte de Atón».

5.13 La Reina viuda negra

Al morir Amenofis III, su esposa, que para algunos estudiosos era negra, por una cabecita que la representa con gran fidelidad y que se conserva en Berlín, hizo grabar en un escarabeo conmemorativo una tierna frase de despedida: «La Gran Esposa Real, Tiyi, ha redactado este documento, que es suyo, para su hermano bienamado, el faraón». Había un solo hijo para sucederle y reinar, el citado Amenofis. Y una princesa, Sitamón, la «Hija de Amón». Acostumbrada como estaba Tiyi a las responsabilidades del gobierno, tuvo en el joven Amenofis IV y en su esposa, Nefertiti, tal vez sobrina de la propia Tiyi, a sus más aventajados discípulos, junto con los demás príncipes y princesas que llenaban el harén real. Pero los vientos de cambio en Egipto habían sido muy fuertes en los últimos tiempos, y se tornaron en un poderoso huracán que lo barrió todo durante la siguiente generación.

5.14 El reto de las misteriosas tumbas KV 35 y KV 55

Si los misterios de los que hasta ahora se ha hablado no son suficientes para hacer de la época de Akhenatón una de las más interesantes del Antiguo Egipto, hay aún algunos más que también llenan páginas y páginas de libros e Internet. Me refiero a las tumbas KV 35 y KV 55 y su contenido.

En estas dos tumbas se encuentran abundantes datos para intentar desentrañar los misterios de la desaparición de los personajes de la familia real de Akhenatón anteriores a Tutankhamón. Pero también para crear más líos aún, porque el problema común a casi todas las tumbas reales egipcias es que, al haber sido saqueadas y las momias de sus ocupantes desenvueltas, sacadas de sus sarcófagos, destrozadas y revueltas unas con otras, son solo enormes contenedores de datos sueltos casi destrozados. Momias sin nombre, objetos con nombres de personajes que no están en esta tumba, ataúdes sin momias ni nombres y otros que sí tienen nombres, momias sin ataúd ni nombre ni adornos, brazos rotos momificados, polvo sin cuento y, por todos lados, el horrible rictus de la muerte o la extraña serenidad de unas caras apergaminadas que a veces esbozan una enigmática sonrisa ante unos espectadores, investigadores y sabios estudiosos que manosean obscenamente y sin pudor, aunque con respeto, eso sí, unos pobres restos humanos resecos y marchitos, otrora sagrados e intocables, como correspondía a los reyes de Egipto y sus familias.

5.15. La extraña KV 35

La tumba KV 35 es una preciosa y complicada construcción funeraria perteneciente en principio al faraón Amenofis II. En la segunda cámara o cripta de la KV 35 se encontró toda una colección de momias reales reunidas y escondidas allí para preservarlas de los ladrones que ya habían despojado sus tumbas de sus tesoros y habían despreciado, tal vez, los restos reales que menos les atraían, pensando que no llevarían joyas, quedándose los ladrones con los tesoros que les rodeaban, que debían ser tan espectaculares que lo que hubiese dentro de la momia no valía la pena. Y la verdad es que, comparando lo que podía haber con lo hallado en la tumba de Tutankhamón, no es de extrañar.

El caso es que robar tumbas reales era una costumbre muy lucrativa para las innumerables familias de ladrones de tumbas que vivían en los alrededores y vivían de lo que encontraban en ellas durante generaciones, pasándose de padres a hijos el negocio de robar al faraón difunto como el que pasa una cuenta bancaria en Suiza, hasta que la policía, alertada por alguna pieza excepcional que aparecía de improviso en el mercado de antigüedades y, tras seguir la pista a los que la habían vendido, pescaba a los vendedores y, tirando del hilo, pescaba también a los ladrones, y entonces ellos confesaban el hallazgo del tesoro, el robo de la tumba del faraón y hasta que habían matado a Kennedy.

Así, generación tras generación, era mayor el número de ladrones que se escapaba tras el destrozo y vivía del oro de los reyes muertos, destrozados y esquilmados, que los que la policía conseguía detener, que ya habían arrestado a muchos tíos y primos de la tribu y habían espabilado un montón. Tan común era el robo de tumbas que ya los antiguos gobernantes reunían las momias de sus antepasados y las escondían en una tumba comunitaria, mejor defendible que muchas particulares aisladas, asegurando a los difuntos que, por lo menos, sus principios vitales sobrevivirían al seguir existiendo las momias. Finalmente, serían eternos, aunque pobres.

Tal fue el caso de la citada KV 35, una preciosa tumba de doble cámara de pilares profusamente decorada, la primera cámara con el techo de color azul oscuro, tachonado de estrellas, perteneciente a Amenhotep o Amenofis II, que Victor Loret, alumno de Masperó, descubrió en 1898. Durante el Tercer Periodo Intermedio, la tumba sirvió de escondrijo para las momias de, al menos, nueve faraones masculinos, entre ellos algunos Ramsés, Amenofis y Tutmosis, así como de varias mujeres, entre ellas posiblemente la reina-faraón Tausert, todos más o menos bien identificados por sus nombres escritos en las envolturas de sus momias.

Allí estaban el sarcófago y la momia de Amenofis II, además de su ajuar funerario, por lo que, junto al joven Tutankhamón, son los dos únicos faraones que han sido hallados dentro de su sarcófago y en su propia tumba. Y allí se los ha dejado ambos, descansando para la eternidad.

5.16 Tiyi, la Anciana Señora, el príncipe Tutmosis ¿y Nefertiti?

Se sabe con seguridad que la momia de una mujer mayor (conocida como Eider Lady, «Anciana Señora») hallada en esta revuelta tumba es la de la reina Tiyi. Según los análisis realizados a sus restos, la mujer podía tener unos 50 años al morir, una larga melena rojiza y el brazo izquierdo doblado, como si sostuviera un cetro, aunque también se la identificó con la madre de Amenofis II, la reina Meritre-Hatshepsut. La identificación final con Tiyi se ha hecho porque su cabello coincide con el de un mechón de pelo hallado en un sarcófago en la tumba de Tutankhamón. Al fin y al cabo, como veremos, parece que era la abuela del chico.

Tiyi era la reina de cabello pelirrojo que tapaba con una alta tiara y que heredó la reina Nefertiti, su sobrina y nuera. Así se aprecia perfectamente en el famoso busto de la reina Nefertiti al que le falta un ojo y que se conserva en Berlín.

5.17 La Joven Dama y sus orejas

La egiptóloga británica Joann Fletcher ha identificado la momia número 61072 de la KV 35 de una mujer joven (bautizada como Young Lady, la «Joven Dama») con la reina Nefertiti. Y se supone que el príncipe adolescente era, o bien el príncipe Websenu, hijo de Amenofis II, o bien el príncipe Tutmosis, el hijo mayor de Amenofis III y Tiyi. Además, en esa tumba había otra momia femenina, dos esqueletos y un brazo momificado.

Curiosamente, algunos elementos, como una gran estatua funeraria en actitud de marcha, recuerdan los objetos descubiertos en la tumba de Tutankhamón. De ahí a identificar los tres cuerpos momificados con parte de la familia real de Amarna solo hubo un paso. Una de ellas con la misma Nefertiti, sobre todo por su largo cuello y los dos agujeros de sus orejas, algo que únicamente llevaban las reinas y princesas de la familia real de la época de Amarna. Porque la momia tiene la oreja izquierda doblemente perforada. ¿Llevaba Nefertiti pendientes?

Uno de los argumentos presentados por la Dra. Fletcher se basaba en la doble perforación que la momia 61072 presenta en el lóbulo de su oreja, la izquierda, al menos, porque la derecha está partida, lo que, según Fletcher, la identifica como Nefertiti. Según ella, si nos fijamos en la familia de Nefertiti, la momia de Tuya, la madre de la reina Tiyi, es, hasta donde se sabe, el primer ejemplo conocido de momia con doble perforación lobular. A veces no se aprecia bien esta doble perforación bastante extraña que ya se practicaba desde los primeros años del reinado de su nieto Akhenatón en algunas esculturas femeninas. No la encontramos en las imágenes de la reina Nefertiti, a excepción quizá del busto Berlín 21220, pero sí en el caso de una de sus hijas, tal vez Meritatón (Cairo JE 44869). ¿Será Nefertiti esta momia de la mujer joven (entre 18 y 25 años) de la KV 35? Sí como afirma Zawi Hawass, la Joven Dama es Kiya, ¿cómo queda entonces su teoría de que la madre de Tutankhamón no es Kiya, sino la princesa Sitamón, hermana de Akhenatón y, por lo tanto, tía también de Tutankhamón?

Momia de la joven Dama. ¿Será Kiya o Nefertiti?

Como se ve, el lío desentrañado con el ADN puede complicarse aún más con la cuestión añadida de las dobles perforaciones en el lóbulo de la oreja de una mujer real de Amarna, sobre la que, tal vez algún día, se pongan de acuerdo los especialistas.

5.18. ¿Es ella Nefertiti?

Las tres momias de la KV35 han dado mucho que hablar porque estaban desenvueltas, desvendadas, algo así como medicamentos sacados de la caja y sin prospecto. Y se les puso tres nombres lógicos en función de su aspecto físico y la edad que se les suponía: la Anciana Señora, la pelirroja, la Joven Dama, con los agujeros en la oreja, y el chico joven.

Pero la egiptóloga británica Joann Fletcher (Barnsley, Yorkshire, 1966) ha ido más lejos. Según ella, la chica joven es la reina Nefertiti, una teoría que en 2003 levantó una gran polémica e hizo que incluso se le negase el permiso para trabajar en Egipto por el enfado de Zahi Hawass.

Para él, como ya se dijo arriba, la Young Lady no era Nefertiti, sino Kiya, otra esposa de Akhenatón que, para algunos investigadores, sería la madre biológica de Tutankhamón, mientras que para otros se trata de una momia masculina. Así estaban las cosas hasta que en febrero de 2010 se realizaron las pruebas de ADN y dejaron claro que se trataba de una mujer, y que era, además, la madre de Tutankhamón, hija de Amenofis III y Tiye, y hermana y esposa de Akhenatón. Su nombre, sin embargo, sigue siendo desconocido, ya que se duda entre las princesas Nebetiah o Beketatón.

Si alguna vez se encuentran sus momias, habrá, sin duda, que buscarles y mirarles las orejas, a ver si de una vez se aclara con ello el enigma de la tumba KV 35.