uando Única llegó a la playa, se miró las manos y vio que ya no tenía membranas. Se preguntó si no lo había soñado. Vacilante, dio algunos pasos, hasta que se acostumbró a caminar de nuevo. Entonces corrió a tierra firme. Oyó unas voces a lo lejos, y se dirigió hacia allí con precaución.
Su sorpresa y alegría fueron mayúsculas al encontrarse con todos sus amigos sanos y salvos, y con la tripulación del barco élfico al completo.
—¡Única! —exclamó Cascarrabias, loco de contento—. ¡Estás viva!
Única corrió a abrazar a sus amigos.
—¿Y vosotros? —preguntó—. ¿Qué hacéis aquí?
—El barco naufragó —explicó Mattius—. Un grupo de delfines nos rescató y nos trajo hasta aquí. Parecía como si ya supieran lo que estábamos buscando —añadió, frunciendo el ceño.
Única sonrió, y les contó lo que había averiguado.
Todos se quedaron pasmados.
—¿Y si estalla una guerra acabaremos todos en el fondo del mar? —dijo Fisgón.
—¡Qué espantoso! —suspiró Silva, a quien le gustaba mucho hablar, y solía hacerlo por los codos—. ¡El Silencio Perpetuo!
—O se nos quedará la piel roja como a los minotauros —siguió conjeturando Fisgón.
—¿Y a dónde se han ido los tuyos, Única? —preguntó Cascarrabias.
Única calló un momento, pensativa, intentando desentrañar el mensaje y el significado de lo que había visto en el Templo del Silencio. Después alzó la cabeza, sonriente.
—Creo que ya lo sé —declaró—. Y voy a irme a casa con ellos.
Abrazó a cada uno de sus amigos para despedirse, intentando no llorar; se quedó unos segundos más en brazos de Mattius. «Te echaré de menos», se dijo. «Me has enseñado el auténtico valor de la música: la música que se da a los demás».
Entonces se llevó la flauta a los labios y comenzó a tocar.
Era una melodía totalmente improvisada, que Única trataba de sacar de lo más hondo de tu corazón. Una melodía diferente a todas.
Madre Música, decía. Déjame ir contigo.
Única pensó en la gente que había conocido: los Pequeños, los enanos, los humanos, los minotauros y los elfos; en sus amigos de BosqueVerde; y en Mattius el juglar, y siguió tocando.
Madre Música…
Y era una melodía sobrenatural, inmortal. Los que observaban a Única vieron, maravillados, que su piel se iba aclarando hasta volverse blanca, y que en su espalda nacían unas alas de sedosa pluma de cisne.
Única batió sus nuevas alas y, sin dejar de tocar, se elevó en el aire.
—¡Única! —chilló Cascarrabias—. ¿Qué haces?
—¡Vuelvo con mi gente! —respondió ella desde arriba.
—¿A dónde?
—¡Al seno de la Música!
Cascarrabias calló, confuso. No entendía sus palabras.
—¡Adiós, adiós! —dijo Única—. ¡Os echaré mucho de menos a todos! ¡Os quiero!
Siguió tocando y vieron cómo su cuerpo se hacía cada vez más inmaterial, hasta que Única se desvaneció en el aire.
Después, el silencio.
Nadie dijo nada. Pasó un rato hasta que se oyó un sonido desde la playa: los delfines los aguardaban para llevarlos de vuelta a casa.
De vuelta a casa.
Así fue como Única, la Mediana de BosqueVerde, la última nereida, encontró el camino para volver con los suyos al único lugar donde el Silencio jamás podría alcanzarles: la Música misma.
Y unos días después de la partida de Única sonó una dulcísima melodía venida de nadie sabe dónde, que recorrió el mundo calmando el odio de los hombres, y poniendo fin a la amenaza de guerra.
Fue así como supe que Única había cumplido la promesa que me hizo.
Por eso desde entonces, cada vez que taño mi laúd, sé que las notas que salen de él son también las almas de los nereidas que se refugiaron en la Música; y es por eso que, cada vez que relato esta historia como os la estoy contando a vosotros, recuerdo a mis amigos, los Pequeños, que volvieron a BosqueVerde (excepto Fisgón, que se fue con Silva en busca de más Caminos), y a Única, la Mediana de piel azul. Y sé que donde haya música estarán ella y su gente y que, mientras yo siga contando su historia, nunca olvidará a su amigo Mattius, el Juglar.
Quedad en paz y sed felices, amigos míos. Si el cuento os ha gustado, aceptaré la recompensa que queráis darme.
Pero os ruego que nunca olvidéis esta historia, para bien o para mal.
FIN