Capítulo 21

Al final decidí no ir a esconderme a la habitación, sino que me decanté por la Sala de las Mujeres. Generalmente entraba y salía de allí durante todo el día, visitando las bibliotecas, dando paseos con Marlee o incluso subiendo a ver a mis doncellas. Pero ahora la usaba como una guarida. Ningún hombre, ni siquiera los guardias, podían entrar sin el permiso expreso de la reina. Era el lugar perfecto.

Bueno, fue perfecto durante tres días. Con tantas chicas, era solo cuestión de tiempo que llegara el cumpleaños de alguna. El jueves era el de Kriss. Supongo que se lo mencionaría a Maxon —que aparentemente no perdía ninguna ocasión de hacer algún regalo—, y el resultado fue una fiesta de asistencia obligatoria para las seleccionadas. Así que el día en cuestión hubo un ir y venir de chicas continuo, que entraban y salían de las habitaciones, preguntándose unas a otras qué ponerse o haciendo cábalas sobre la majestuosidad de la fiesta.

No parecía que hubiera que hacer regalos, pero igualmente quise tener un detalle con ella.

Me puse uno de mis vestidos de día favoritos y cogí mi violín. Me dirigí al Gran Salón intentando que nadie me viera, mirando tras cada esquina antes de avanzar. Cuando llegué, escruté el lugar, examinando a los guardias apostados en las paredes. Gracias a Dios, Aspen no estaba allí, pero me hizo gracia ver a tantos hombres uniformados. ¿Qué esperaban? ¿Un alzamiento?

El salón estaba decorado con gran elegancia. Había jarrones colgados de las paredes, con enormes arreglos de flores blancas y amarillas, y unos ramos similares en centros repartidos por la estancia. Las ventanas, los tabiques y prácticamente todo lo que no se movía estaba cubierto de guirnaldas. Había unas mesitas cubiertas con vistosos manteles salpicados de confeti brillante. Y unos grandes lazos decoraban los respaldos de las sillas por detrás.

En una esquina había un enorme pastel a juego con los colores de la habitación. Y a su lado, sobre una mesita, unos cuantos regalos para la cumpleañera.

Había un cuarteto de cuerda junto a una pared, lo que hacía que mi iniciativa perdiera toda su gracia, y un fotógrafo se paseaba por la habitación, captando instantáneas para compartir con el público.

En la habitación reinaba un ambiente festivo. Tiny —que hasta ahora solo había conseguido intimar con Marlee— hablaba con Emmica y Jenna, y se la veía más animada que nunca. Marlee estaba junto a una ventana, y parecía que montaba guardia como los soldados. No parecía tener ninguna intención de alejarse de aquel rincón, pero paraba a todo el que pasaba para charlar. Un grupo de Treses —Kayleigh, Elizabeth y Emily— se giraron, sonrientes, y me saludaron con la mano. Les devolví el saludo. Todo el mundo parecía estar feliz y de buen humor.

Salvo Celeste y Bariel. Generalmente eran inseparables, pero en aquel momento se encontraban en extremos opuestos de la habitación: Bariel hablaba con Samantha; Celeste estaba sola en una mesa, agarrando una copa de cristal con un líquido de un color rojo intenso. Estaba claro que me había perdido algo de lo que había ocurrido entre la cena del día anterior y aquel momento.

Cogí de nuevo la funda de mi violín y me dirigí al fondo de la sala para ver a Marlee.

—Hola, Marlee. Vaya fiesta, ¿no? —pregunté, dejando el violín en el suelo.

—Desde luego —me abrazó—. He oído que Maxon vendrá más tarde para desearle a Kriss feliz cumpleaños en persona. ¿No es encantador? Supongo que él también tendrá un regalo.

Marlee siguió adelante con su típico entusiasmo. Yo aún me preguntaba cuál era su secreto, pero confiaba en que me lo contaría si lo necesitaba. Hablamos de tonterías unos minutos hasta que oímos un clamor generalizado en la entrada al salón.

Marlee y yo nos giramos y, aunque ella mantuvo la calma, sentí que me deshinchaba por completo.

La elección del vestido de Kriss había sido un acto de estrategia increíble. Todas íbamos vestidas de día —con vestidos cortos e inocentes— y ella llevaba un vestido de ceremonia hasta el suelo. Pero no era solo la longitud. Era de un color crema casi blanquecino. La habían peinado con una sarta de joyas amarillas que trazaban una línea sobre la frente y que recordaban sutilmente una corona. Se la veía madura, regia, como una novia.

Aunque no sabía muy bien qué pensar, sentí un pinchazo de celos. Ninguna de nosotras disfrutaría de un momento como aquel. Por muchas fiestas o cenas que hubiera, quedaría bastante patético intentar copiar la imagen de Kriss. La mano de Celeste —la que no sostenía la copa— se convirtió en un puño.

—Está preciosa —comentó Marlee, con un aire melancólico.

—Más que preciosa —respondí.

La fiesta siguió, y Marlee y yo nos limitamos casi a observar a la multitud. Sorprendentemente —y sospechosamente—, Celeste se pegó a Kriss, hablando sin cesar mientras la otra chica iba recorriendo al sala, dándole las gracias a todo el mundo por venir, aunque en realidad no teníamos opción.

Al final llegó a la esquina donde estábamos Marlee y yo, calentándonos al sol de la ventana. Marlee, como era de esperar, se lanzó hacia Kriss en un abrazo.

—¡Feliz cumpleaños! —exclamó, eufórica.

—¡Gracias! —respondió Kriss, mostrando el mismo afecto y entusiasmo que Marlee.

—Así que hoy cumples diecinueve, ¿verdad? —preguntó Marlee.

—Sí. Y no podía tener una celebración mejor. Estoy contentísima de que tomen fotos. ¡A mi madre le va a encantar! ¡Es precioso! —suspiró.

Kriss era una Cuatro, igual que Marlee. Sus vidas no estaban tan limitadas como la mía, pero me imaginé que algo como aquello no tendría lugar en su mundo.

—Es impresionante —comentó Celeste—. El año pasado, para mi cumpleaños, celebré una fiesta de blanco y negro. Cualquier rastro de color, y ni siquiera podías entrar.

—Vaya —susurró Marlee, admirada, aunque no quisiera hacerlo patente.

—Fue fantástico. Comida de lujo, una iluminación espectacular… ¡Y la música! Bueno, hicimos venir a Tessa Tamble. ¿Habéis oído hablar de ella?

Era imposible no conocer a Tessa Tamble. Tenía al menos una docena de números uno. A veces veía vídeos suyos en la tele, aunque a mamá no le hacía ninguna gracia. Según ella, nosotros teníamos un talento infinitamente mayor que alguien como Tessa, y le daba una rabia terrible que ella disfrutara de tanta fama y dinero, y nosotros no, cuando básicamente hacíamos lo mismo.

—¡Es mi cantante favorita! —exclamó Kriss.

—Bueno, Tessa es una amiga de la familia, así que vino y dio un concierto en mi fiesta. Es que, claro, no íbamos a traer a un puñado de Cincos de pena para que aburrieran a todo el personal…

Marlee me lanzó una mirada de reojo. Me di cuenta de que se avergonzaba por mí.

—¡Ups! —añadió Celeste, mirándome—. Lo había olvidado. No era mi intención ofender.

El tono empalagoso de su voz era exasperante. Una vez más sentí la tentación de darle una buena bofetada… Mejor no pensar en ello.

—No me ofendes —respondí, con la máxima compostura posible—. ¿A qué te dedicas exactamente, Celeste? Para ser una Dos, nunca he oído tu música en la radio.

—Soy modelo —respondió, en un tono que implicaba que debería de haberlo sabido—. ¿No has visto mis anuncios?

—La verdad es que no.

—Oh, bueno, eres una Cinco. Supongo que tampoco puedes comprarte revistas.

Me dolió porque era cierto. A May le encantaba echar un vistazo a las revistas cuando teníamos ocasión de ir a alguna tienda, pero nosotras no teníamos absolutamente ningún motivo para comprarlas.

Kriss volvió a tomar la iniciativa y cambió de tema.

—Por cierto, America, hace tiempo que te quería preguntar a qué te dedicas.

—A la música.

—¡Deberías tocar para nosotras!

—En realidad —dije, con un suspiro—, había traído el violín para dedicarte algo por tu cumpleaños. Pensé que sería un buen regalo, pero ya tienes un cuarteto, así que imaginé…

—¡Oh, toca para nosotras! —suplicó Marlee.

—¡Por favor, America, es mi cumpleaños! —insistió Kriss.

—¡Pero si ya te han regalado un…!

Pese a mis protestas, Kriss y Marlee ya habían hecho callar al cuarteto y habían atraído a todo el mundo a la parte de atrás de la sala. Algunas de las chicas se sentaron en el suelo con sus vestidos extendidos, mientras que otras cogían sillas y se acercaban a nuestra esquina. Kriss se situó en el centro del grupo, con las manos apretadas de la emoción, y Celeste se quedó a su lado, sosteniendo con la mano la copa de cristal de la que aún no había bebido ni un sorbo.

Mientras las chicas tomaban posiciones, preparé el violín. El cuarteto de jóvenes que había estado tocando se acercó para acompañarme, y los camareros que había por la sala se quedaron quietos por fin.

Respiré hondo y me llevé el violín a la barbilla.

—Para ti —dije, mirando a Kriss.

Dejé el arco flotando sobre las cuerdas un momento, cerré los ojos y comencé a tocar.

Por un momento desaparecieron la malvada Celeste, la amenaza de Aspen en palacio, los rebeldes intentando invadirnos. No quedó nada más que una nota perfecta dejando paso a otra, como si fueran reticentes a perderse en el tiempo sin sus compañeras. Pero se agarraban unas a otras, y, mientras flotaban en el aire, lo que debía ser un regalo para Kriss se convirtió en un regalo para mí misma.

Quizá fuera una Cinco, pero no por ello me sentía inferior.

Toqué la pieza —tan familiar para mí como la voz de mi padre o el olor de mi habitación—, unos momentos, breves pero bellos, y luego dejé que llegara a su inevitable final. Di una última pasada al arco sobre las cuerdas y lo levanté.

Me giré hacia Kriss, esperando que le hubiera gustado su regalo, pero ni siquiera vi su rostro. Tras el grupo de chicas estaba Maxon. Llevaba un traje gris y una caja bajo el brazo, para Kriss. Las chicas estaban aplaudiendo educadamente, pero yo no percibía el sonido de sus aplausos. Lo único que veía era la atractiva expresión de sorpresa de Maxon, que poco a poco se convirtió en una sonrisa, una sonrisa que era solo para mí.

—Majestad —saludé, con una reverencia.

Las otras chicas se pusieron en pie para saludar a Maxon. Y en medio de todo aquello, oí un chillido de sorpresa.

—¡Oh, no! ¡Kriss, cómo lo siento!

Unas cuantas chicas miraban en la misma dirección, y, cuando Kriss se giró hacia mí, vi por qué. Su precioso vestido tenía una mancha por delante, del color del ponche de Celeste. Era como si la hubieran apuñalado.

—Lo siento, es que me he girado demasiado rápido. No era mi intención, Kriss. Deja que te ayude —se disculpó.

A oídos de cualquiera, probablemente parecería sincera, pero a mí no me engañaba.

Kriss se tapó la boca y se echó a llorar; luego salió corriendo de la sala, lo que puso fin a la fiesta. Maxon, en un gesto galante, fue tras ella, aunque en realidad a mí me habría gustado que se quedara.

Celeste se defendía ante cualquiera que quisiera escucharla, diciendo que había sido un accidente. Tuesday asentía, y aseguraba que lo había visto todo, pero entre las demás había tantas que levantaban la vista al cielo o ponían cara de hastío que el apoyo de Tuesday no valía para nada. Por mi parte, me limité a guardar el violín y me dispuse a marcharme.

Marlee me agarró del brazo.

—Alguien debería hacer algo con ella.

Si Celeste podía conseguir que una persona tan encantadora como Anna se mostrara violenta, o si pensaba que podía intentar quitarme el vestido, o hacer que alguien tan benevolente como Marlee estuviera a punto de dejarse llevar por la rabia, desde luego en la Selección no había sitio para ella.

Tenía que conseguir que la echaran de palacio.