Se llamaba padre Timothy. Tenía unos treinta y cinco años, pelo rubio y fino, con la raya al lado. Y temblaba.
Era el único habitante del lugar.
Ocupaba la casa parroquial que se encontraba junto a la pequeña iglesia: los únicos inmuebles del enorme complejo que todavía se utilizaban. El resto estaba abandonado desde hacía años.
—Yo estoy aquí porque la iglesia todavía está consagrada —explicó el joven sacerdote. Aunque el padre Timothy ahora ya oficiaba misa exclusivamente para sí mismo—. Nadie viene hasta aquí. La periferia está demasiado lejos, y la autopista nos ha aislado por completo.
Hacía apenas seis meses que estaba allí. Había sustituido a un tal padre Rolf cuando este se jubiló y, obviamente, no tenía ni idea de lo que había ocurrido en el orfanato.
—Casi nunca me acerco por allí —confesó—. ¿Para qué tendría que ir?
Habían sido Sarah Rosa y Mila las que le habían informado de las razones de su intrusión. Y del hallazgo del cadáver. Cuando supo de la existencia del padre Timothy, Goran prefirió mandarlas a ellas dos para que hablaran con él. Rosa simulaba tomar notas en su cuaderno, pero se veía a la legua que no le importaban demasiado las palabras del cura. Mila trataba de tranquilizarlo diciéndole que nadie esperaba nada de él, y que de ningún modo tenía la culpa de lo sucedido.
—Esa pobre niña desdichada —exclamó el cura antes de echarse a llorar. Se lo veía muy afectado.
—Cuando se recupere, querríamos que se reuniera con nosotros en la lavandería —dijo Sarah Rosa, reavivando así su desaliento.
—¿Por qué?
—Porque podríamos necesitar hacerle algunas preguntas sobre el lugar: ese sitio parece un laberinto.
—Pero ya les he dicho que yo he entrado allí muy pocas veces, y no creo que…
Mila lo interrumpió:
—Se tratará sólo de unos pocos minutos, cuando ya hayamos sacado el cadáver.
Se las había ingeniado para insertar hábilmente esa información en su discurso porque comprendió que el padre Timothy no quería que la imagen del cuerpo torturado de una niña se grabara en su memoria. En el fondo, él tenía que seguir viviendo en ese lúgubre lugar, y ya le resultaría bastante difícil así.
—Como quieran —consintió al fin, inclinando la cabeza.
Luego las acompañó hasta la puerta, recalcando su intención de mantenerse a su disposición.
Cuando volvieron junto a los demás, Rosa precedió a propósito a Mila un par de pasos, lo suficiente para marcar la distancia que había entre ellas. En otro momento, Mila habría reaccionado ante la provocación, pero ahora formaba parte de un equipo y tenía que respetar unas reglas si quería llevar a cabo su trabajo.
«Ya ajustaré cuentas contigo más tarde», pensó.
Pero, mientras formulaba ese pensamiento, se percató de que había dado por hecho que aquello tendría un fin. Que, de alguna manera, dejarían atrás ese horror.
«Es innato en la naturaleza humana —se dijo—. Uno tiene que seguir adelante con su propia vida». Los muertos serían enterrados, y con el tiempo todo sería metabolizado. Sólo quedaría un vago recuerdo en su ánimo, el descarte de un inevitable proceso de autoconservación.
Para todos…, excepto para ella, que esa misma tarde haría que ese recuerdo se tornara indeleble.
Es posible obtener una gran cantidad de información del escenario de un crimen, ya sea sobre la dinámica de los acontecimientos como sobre la personalidad del homicida.
Mientras que el del coche de Bermann no podía valorarse como un verdadero escenario del crimen, en el caso del segundo cadáver podría deducirse mucho sobre Albert. Por eso era necesario un análisis profundo del lugar y, a través de aquella suerte de entrenamiento colectivo que constituía la verdadera fuerza del equipo, una mejor definición de la figura del asesino al que intentaban dar caza.
A pesar de las tentativas de Sarah Rosa de mantenerla fuera del grupo, Mila al final se había ganado un sitio en la cadena de energías —como la había rebautizado ella en ocasión del hallazgo del primer cadáver en el coche de Bermann—, y ahora también Boris y Stern la consideraban una de los suyos.
Una vez se hubieron marchado los integrantes de las fuerzas especiales, Goran y los suyos ocuparon la lavandería.
La escena había sido iluminada por las luces halógenas plantadas sobre cuatro trípodes y conectadas a un generador, ya que en el edificio no había corriente eléctrica.
Nada había sido tocado todavía. El doctor Chang, sin embargo, ya se afanaba alrededor del cadáver. Había traído consigo un extraño atrezo metido en un maletín, compuesto de probetas, reactivos químicos y un microscopio. En ese momento estaba retirando una muestra del agua turbia en la que había sido sumergido parcialmente el cadáver. Dentro de poco llegaría Krepp y tomaría el relevo.
Disponían aún de media hora de tiempo antes de dejarle el campo libre a la científica.
—Obviamente no nos encontramos frente a una escena del crimen primaria —empezó Goran, entendiendo que esa era una escena secundaria, porque indudablemente la muerte de la niña había ocurrido en otro sitio.
En el caso de los asesinos en serie, el enclave del hallazgo de las víctimas es mucho más importante que el lugar donde han sido asesinadas, porque, mientras que el asesinato es siempre un acto que el homicida se reserva para sí, todo lo que lo sigue se convierte en una manera de compartir la experiencia. Mediante el cadáver de la víctima, el asesino establece un tipo de comunicación con los investigadores.
Desde ese punto de vista, Albert no era menos.
—Debemos leer la escena. Entender el mensaje que contiene, y a quién va dirigido. ¿Quién quiere empezar? Os recuerdo que ninguna opinión será descartada a priori, por tanto, sentíos libres de decir lo primero que se os pase por la cabeza.
Nadie quería empezar. Eran demasiadas las dudas que se hacinaban en su mente.
—Quizá nuestro hombre pasó la infancia en este orfanato. Quizá su odio y su rencor provienen de aquí. Deberíamos buscar entre los archivos.
—Francamente, Mila, no creo que Albert quiera darnos noticias de sí mismo.
—¿Por qué?
—Porque no creo que pretenda dejarse capturar… Al menos, por ahora. En el fondo solamente hemos encontrado el segundo cadáver.
—¿Me equivoco o a veces los asesinos en serie quieren ser apresados por la policía porque no son capaces de dejar de matar?
—Eso es una chorrada —replicó Sarah Rosa con su habitual arrogancia.
Y Goran añadió:
—Es cierto que a menudo la última aspiración de un asesino en serie es ser detenido, pero no porque no logre controlarse, sino porque con su captura por fin puede salir al descubierto. Especialmente si posee una personalidad narcisista, quiere ser reconocido por el tamaño de su obra. Y mientras su identidad sigue siendo un misterio, no puede conseguir su objetivo.
Mila asintió, aunque no estaba del todo convencida. Goran se percató de ello y se dirigió a los demás:
—Quizá deberíamos resumir cómo reconstruimos la relación que existe entre el escenario del crimen y la conducta organizativa del asesino en serie.
Era una lección a beneficio de Mila, pero a ella no le molestó. Se trataba de una manera de elevarla a la misma altura que los demás. Y por cómo reaccionaron de inmediato Boris y Stern, realmente pareció que no querían que se quedara atrás.
Fue el agente de más edad el que tomó la palabra. Lo hizo sin mirar directamente a Mila, evitando incomodarla.
—Según el estado del lugar, subdividimos a los asesinos en serie en dos grandes categorías: desorganizados y organizados.
Boris continuó:
—El perteneciente al primer grupo es, precisamente, desorganizado en todos los aspectos de su vida. Es un individuo que ha fracasado en el contacto humano, un solitario. Tiene una inteligencia inferior a la media, una cultura modesta, y desarrolla un trabajo que no requiere habilidades particulares. No es sexualmente competente. Desde ese punto de vista, sólo ha tenido experiencias apresuradas y torpes.
—A menudo es una persona que en la infancia ha estado sometida a una severa disciplina —prosiguió Goran—. Por ese motivo, muchos criminólogos opinan que tiende a infligirles a las víctimas la misma cantidad de dolor y sufrimiento que él recibió de niño. Es por eso por lo que esconde un sentimiento de rabia y hostilidad que no necesariamente se manifiesta al exterior, con las personas que frecuenta habitualmente.
—El desorganizado no planifica: actúa espontáneamente —intervino Rosa, que no quería verse excluida.
Y Goran puntualizó:
—La falta de organización del crimen hace que el asesino se sienta ansioso en el momento de la consumación. Por eso tiende a actuar cerca de lugares que le son familiares, donde se siente cómodo. La ansiedad y el hecho de que no se aleja demasiado lo llevan a cometer errores, por ejemplo, dejando huellas que a menudo lo traicionan.
—En general, sus víctimas sólo son personas que se encuentran en el lugar erróneo en el momento equivocado. Y mata porque ese es el único modo que conoce de relacionarse con los demás —concluyó Stern.
—Y el organizado, ¿cómo se comporta? —quiso saber Mila.
—Bueno, en primer lugar, es muy listo —dijo Goran—. Puede resultar muy difícil identificarlo a causa de su perfecto mimetismo: parece un individuo normal, respetuoso con las leyes. Tiene un cociente intelectual elevado. Es hábil en su trabajo. A menudo posee una posición relevante en el seno de la comunidad en la que vive. No ha padecido traumas particulares en la infancia. Tiene una familia que lo quiere. Es sexualmente competente y no tiene problemas para relacionarse con el sexo opuesto. Mata sólo por puro placer.
Esa última afirmación hizo estremecer a Mila. No fue la única en sentirse turbada porque, por primera vez, Chang desvió la atención de su microscopio para dirigir la mirada hacia ellos. Quizá también él se preguntaba cómo un ser humano podía obtener satisfacción del mal que infligía a un semejante.
—Es un depredador. Selecciona a sus víctimas con esmero, a menudo buscándolas en lugares lejos de donde vive. Es astuto, prudente. Es capaz de prever la evolución de las investigaciones sobre su caso, adelantándose así a los movimientos de los investigadores. Por eso es difícil capturarlo: aprende de la experiencia. El organizado acecha, espera y mata. Sus acciones pueden ser programadas durante días o semanas. Elige a su víctima con sumo cuidado. La observa. Se mete en su vida, recogiendo información y anotando bien sus costumbres. Siempre busca un contacto, fingiendo determinados comportamientos o cierta afinidad para ganarse su confianza. Para obtener la razón, prefiere las palabras a la fuerza física. La suya es una obra de seducción.
Mila se volvió a mirar el espectáculo de muerte que se había representado en aquella sala. Después declaró:
—Su escena del crimen siempre estará limpia, porque su palabra para el orden es «control».
Goran asintió.
—Por lo que parece, has encuadrado a Albert.
Boris y Stern le sonrieron. Sarah Rosa evitó cuidadosamente su mirada y fingió mirar la hora en su reloj, suspirando por aquella inútil pérdida de tiempo.
—Señores, tenemos novedades…
El miembro silencioso de aquel pequeño conciliábulo había hablado: Chang se levantó; llevaba entre las manos una placa de Petri que acababa de sacar del microscopio.
—¿Qué hay, Chang? —preguntó el doctor Gavila, impaciente.
Pero el médico forense tenía la intención de disfrutar de ese momento. En su mirada ardía la luz de un pequeño triunfo.
—Cuando he visto el cuerpo, me he preguntado por qué estaba sumergido en dos dedos de agua…
—Estamos en una lavandería —afirmó Boris, como si fuera lo más evidente del mundo.
—Sí, pero como la instalación eléctrica del edificio, tampoco la de agua funciona desde hace años.
La revelación los pilló a todos por sorpresa. Sobre todo a Goran.
—Entonces, ¿qué es ese líquido?
—Agárrese, doctor… Son lágrimas.