Capítulo 1

Caminé arriba y abajo, intentando sacudirme la ansiedad del cuerpo. Cuando la Selección era algo distante —una posibilidad para el futuro— parecía emocionante. Pero ahora…, ahora no estaba tan seguro de que lo fuera.

Ya se había realizado la criba, y se habían comprobado las cifras varias veces. Habían redistribuido al personal del palacio, se habían hecho todos los preparativos de vestuario y las habitaciones para nuestras nuevas invitadas estaban a punto. El momento se acercaba, emocionante y aterrador al mismo tiempo.

Para las chicas, el proceso había empezado en el momento en que habían rellenado sus solicitudes —y debían de haber sido miles las que lo hicieron—. Para mí, comenzaba esa noche.

Tenía diecinueve años. Ya estaba en edad de prometerme.

Me detuve frente al espejo y comprobé de nuevo la corbata. Esa noche habría más ojos de lo habitual puestos sobre mí, y tenía que dar el aspecto del príncipe seguro de sí mismo que todos esperaban. Estaba preparado, así que me dirigí al estudio de mi padre.

Saludé a los asesores y a los guardias con la cabeza. Era difícil imaginar que al cabo de menos de dos semanas aquellos pasillos se llenarían de chicas. Golpeé la puerta con los nudillos, decidido, tal como me había enseñado mi padre. A veces me daba la impresión de que siempre tenía algo que corregirme.

«Llama con autoridad, Maxon».

«Deja de pasear arriba y abajo, Maxon».

«Sé más rápido, más listo, mejor, Maxon».

—Pasa.

Entré en el estudio, y él apenas levantó los ojos para mirarme.

—Ah, por fin. Tu madre llegará enseguida. ¿Estás listo?

—Por supuesto —respondí. No había ninguna otra respuesta aceptable.

Alargó la mano y cogió una cajita. Me la puso delante, encima de su mesa.

—Feliz cumpleaños.

Le quité el papel plateado, que dejó al descubierto una caja negra. En el interior había unos gemelos. Probablemente estaba demasiado atareado como para recordar que ya me había regalado unos en Navidad. Quizás aquello viniera con el cargo. A lo mejor yo también le regalaría a mi hijo lo mismo dos veces cuando llegara a ser rey. Aunque, por supuesto, para eso primero tendría que buscarme una esposa.

Esposa. Jugueteé con aquella palabra entre los labios sin decirla en voz alta. Resultaba demasiado ajena a mi mundo.

—Gracias, padre. Me los pondré hoy mismo.

—Esta noche tienes que ofrecer tu mejor imagen —dijo él, dándose el último repaso ante el espejo—. Todo el mundo estará pendiente de la Selección.

Esbocé una sonrisa tensa.

—Yo también —repuse. No sabía si decirle lo nervioso que estaba. Al fin y al cabo, él había pasado por aquello. En algún momento también habría tenido sus dudas.

Evidentemente, los nervios se reflejaban en mi cara.

—Sé positivo, Maxon. Se supone que esto tiene que ser emocionante.

—Y lo es. Solo que me asombra lo rápido que está sucediendo todo —respondí, concentrado en pasarme los gemelos por los ojales de los puños.

Mi padre se rio.

—A ti te parece que pasa rápido, pero para mí han sido años de preparación.

Levanté la vista, frunciendo el ceño.

—¿A qué te refieres?

La puerta se abrió, y entró mi madre. Como era habitual, a mi padre se le iluminó la cara al verla.

—Amberly, estás imponente —dijo, yendo a recibirla.

Ella sonrió, como siempre hacía, como si no pudiera creerse que la gente se fijara en ella, y le dio un beso.

—No demasiado imponente, espero. No querría robarle el protagonismo a nadie. —Dejó a mi padre, se acercó y me dio un fuerte abrazo—. Feliz cumpleaños, hijo.

—Gracias, mamá.

—Tu regalo viene de camino —me susurró, y luego se giró hacia mi padre—. ¿Estamos listos, entonces?

—Por supuesto —contestó. Le tendió el brazo, ella se agarró a él y yo salí detrás. Como siempre.

—¿Cuánto tiempo falta aún, alteza? —me preguntó un reportero.

La luz de las cámaras de vídeo me calentaba la cara.

—Los nombres se harán públicos este viernes, y las chicas llegarán el viernes siguiente —respondí.

—¿Está nervioso, señor?

—¿Ante la idea de casarme con una chica a la que aún no conozco? No, es algo que hago cada día —respondí, con una mueca, y los presentes soltaron algunas risas.

—¿No le crea tensión, alteza? —preguntó alguien.

Dejé de intentar asociar cada pregunta con un rostro. Me limité a responder en la dirección de donde venía la pregunta, con la esperanza de acertar.

—Al contrario, estoy muy ilusionado.

Muy ilusionado, más o menos.

—Sabemos que hará una elección estupenda, señor —oí, y el flash de una cámara me cegó.

—¡Aquí, aquí! —dijeron otras voces.

Me encogí de hombros.

—No sé. Una chica que se conforme con ser mi esposa desde luego no puede estar en su sano juicio.

La gente se rio de nuevo, y me pareció que aquel era un buen momento para dejarlo.

—Perdónenme, pero tengo a familiares de visita y no quiero ser maleducado con ellos.

Les di la espalda a los reporteros y a los fotógrafos, y respiré hondo. ¿Iba a ser así toda la noche?

Pasé la mirada por el Gran Salón —las mesas cubiertas con manteles azul oscuro, las luces que brillaban con fuerza, realzando el esplendor de la sala— y tuve claro que no había escapatoria. Dignatarios en una esquina, periodistas en otra… No había ningún sitio donde pudiera estar tranquilo. Teniendo en cuenta que yo era el homenajeado, me habría gustado tener algo que decir en todo aquello. Pero no parecía que las cosas funcionaran así.

En cuanto conseguí escapar de la multitud, el brazo de mi padre me rodeó la espalda y me agarró por el hombro. El repentino contacto y su presencia me pusieron tenso.

—Sonríe —ordenó, entre dientes, y yo obedecí, mientras él saludaba en dirección a algunos de sus invitados más distinguidos.

Mi mirada se cruzó con la de Daphne, que había venido de Francia con su padre. Afortunadamente, la fiesta coincidía con un momento en que nuestros respectivos padres tenían que hablar sobre el vigente acuerdo comercial entre ambos países. Al tratarse de la hija del rey de Francia, nuestros caminos se habían cruzado varias veces, y quizá fuera la única persona ajena a mi familia con la que había tratado con cierta asiduidad. Era agradable encontrar un rostro familiar en la sala.

La saludé con la cabeza, y ella levantó su copa de champán.

—No puedes responder a todo con tanto sarcasmo. Eres el príncipe. La gente necesita ver en ti a un líder. —La mano de mi padre me agarraba el hombro con una presión innecesaria.

—Lo siento, padre. Es una fiesta, así que pensé…

—Bueno, pues pensaste mal. Cuando llegue el Report, espero que te tomes esto en serio.

Se detuvo y se me puso delante, mirándome con sus ojos grises y firmes.

Sonreí de nuevo, consciente de que era lo que él quería, de cara al público.

—Por supuesto, padre. No sé en qué estaría pensando.

Él dejó caer el brazo y se llevó una copa de champán a los labios.

—Últimamente parece que te pasa mucho.

Me arriesgué a echar una mirada a Daphne y puse los ojos en blanco, con lo que le arranqué una risa. Entendía perfectamente lo que sentía. La mirada de mi padre siguió la trayectoria de la mía hasta el otro extremo de la sala.

—Esa chica siempre tan mona… Lástima que no pueda entrar en el juego.

Me encogí de hombros.

—Es muy agradable. Pero la verdad es que nunca he sentido nada por ella.

—Bien. Eso habría sido una estupidez extraordinaria.

Hice caso omiso de la pulla.

—Además, no veo la hora de conocer cuáles son mis opciones reales.

Mi padre aprovechó el envite y siguió con lo suyo:

—Ya va siendo hora de que tomes decisiones, Maxon. Decisiones importantes. Estoy seguro de que crees que mis métodos son muy severos, pero necesito que te des cuenta de lo importante de tu posición.

Contuve un suspiro. «He intentado tomar decisiones. Pero tú no confías en mí y no me dejas», pensé.

—No te preocupes, padre. Me tomaré muy en serio la tarea de elegir esposa —respondí, esperando que mi tono le diera cierta confianza.

—No se trata únicamente de encontrar a alguien con quien te lleves bien. Por ejemplo, Daphne y tú. Sí, es muy graciosa, pero no valdría para nada —sentenció. Dio otro sorbo a su copa y saludó con la mano a alguien a mis espaldas.

Una vez más, controlé mi reacción. No me gustaba la deriva que estaba tomando la conversación, así que metí las manos en los bolsillos y eché un vistazo al panorama.

—Quizá debería dar una vuelta.

Él me dio permiso con un gesto de la mano, volvió a centrar su atención en la copa y yo me alejé rápidamente. Por mucho que lo intentara, no entendía el porqué de todo aquello. No tenía ningún motivo para ser maleducado con Daphne, cuando ella ni siquiera era una opción.

El Gran Salón bullía de actividad. La gente me decía que toda Illéa estaba esperando aquel momento: la emoción de tener una nueva princesa, la esposa del príncipe y futuro rey… Por primera vez, sentí toda aquella energía y me preocupó la posibilidad de que acabara aplastándome.

Estreché manos y acepté educadamente regalos que no necesitaba. Le pregunté a uno de los fotógrafos por su objetivo y besé mejillas de familiares y amigas, y también las de unas cuantas completas desconocidas.

Por fin conseguí quedarme solo un momento. Eché un vistazo a la multitud, seguro de que pronto me saldría alguna obligación. Mis ojos se cruzaron con los de Daphne, y ella se dirigió hacia mí. Yo no veía el momento de disfrutar de una conversación distendida, pero eso tendría que esperar.

—¿Te diviertes, hijo? —preguntó mi madre, que se cruzó en mi camino.

—¿Da la impresión de que me divierto?

—Sí —repuso ella, pasándome la mano por el traje, que ya estaba impecable.

Sonreí.

—Pues eso es lo que importa.

Ladeó la cabeza mostrándome una sonrisa amable.

—Ven conmigo un segundo.

Le tendí el brazo, al que se sujetó encantada, y los dos salimos al pasillo entre los clics de las cámaras.

—¿No podemos hacer algo más íntimo el año que viene? —pregunté.

—No creo. Para entonces lo más probable es que ya estés casado. Probablemente tu esposa querrá montar una gran celebración, en ocasión de tu primer cumpleaños a su lado.

Fruncí el ceño, algo que podía hacer ahora que estábamos solos.

—A lo mejor a ella también le gustan las cosas tranquilas.

Ella soltó una risita.

—Lo siento mucho, cariño, pero cualquier chica que se presente a la Selección desde luego no será de las que buscan tranquilidad.

—¿Tú no lo eras? —pregunté. Nunca hablábamos de cómo había llegado ella al palacio. Era una extraña línea divisoria entre nosotros, pero a mí me fascinaba: yo había crecido allí, pero ella había decidido venir.

Se detuvo y se me puso delante, con una expresión cálida en la cara.

—Me enamoré del rostro que vi en televisión. Soñaba despierta pensando en tu padre, al igual que miles de chicas sueñan contigo.

Me la imaginé como la jovencita de Honduragua que debía de ser, con el pelo recogido en una trenza mientras veía la televisión. Me la imaginaba suspirando cada vez que intentaba hablar.

—Todas las chicas sueñan con ser princesas —añadió—. Que de pronto les cambie la vida y llevar una corona… Es todo lo que podía pensar la semana antes de que escogieran los nombres de las finalistas. No me daba cuenta de que era mucho más que eso. —De pronto se puso un poco triste—. No podía ni imaginarme la presión a la que me vería sometida, ni la poca intimidad que tendría. Aun así, casarme con tu padre y tenerte a ti —añadió, acariciándome la mejilla— supone ver cumplidos todos esos sueños.

Se me quedó mirando fijamente, sonriendo, pero vi que las lágrimas se le acumulaban en las comisuras de los párpados. Tenía que hacer que siguiera hablando.

—¿Así que no te arrepientes de nada?

Negó con la cabeza.

—De nada. La Selección me cambió la vida, y del mejor modo posible. De eso es de lo que quería hablarte.

Hice una mueca.

—No estoy seguro de entenderte.

Ella suspiró.

—Yo era una Cuatro. Trabajaba en una fábrica. —Estiró las manos—. Tenía los dedos secos y agrietados, y la suciedad se me acumulaba bajo las uñas. No contaba con influencias ni estatus, nada que me hiciera digna de convertirme en princesa…, y, sin embargo, aquí estoy.

Me la quedé mirando, no muy seguro de qué quería decir.

—Maxon, este es mi regalo: te prometo que haré todos los esfuerzos posibles para ver a esas chicas a través de tus ojos. No desde la mirada de una reina, ni siquiera con los ojos de tu madre, sino de los tuyos. Aunque la chica que elijas sea de una casta muy baja, aunque los demás piensen que no vale nada, siempre escucharé tus motivos para quererla. Y haré todo lo que pueda por apoyarte.

Tras una pausa, lo comprendí:

—¿Padre no tuvo esa ayuda? ¿No contaste tú con ella?

Mamá levantó la cabeza.

—Todas las chicas tendrán sus pros y sus contras. Ciertas personas decidirán subrayar lo peor de algunas y lo mejor de otras, y no serás capaz de entender su estrechez de miras. Pero yo estaré a tu lado, cualquiera que sea tu elección.

—Siempre lo has estado.

—Es verdad —dijo ella, cogiéndome del brazo—. Y ya sé que muy pronto voy a quedar en segundo plano tras otra mujer, como es natural, pero mi amor por ti no cambiará nunca, Maxon.

—Ni el mío por ti —respondí, esperando que notara la sinceridad de mis palabras. Era imposible que dejara de adorarla.

—Lo sé. —Y, con un leve gesto de la cabeza, indicó que debíamos volver a la fiesta.

Cuando entramos en la sala, entre sonrisas y aplausos, me quedé pensando en las palabras de mi madre. Era increíblemente generosa, más que cualquier otra persona que conociera. Aquel era un rasgo que debía hacer mío. Si aquel era su regalo, seguro que sería más necesario de lo que a priori parecía. Mi madre nunca hacía un regalo sin pensárselo antes.