Al entrar en el comedor hice una reverencia a la reina, pero ella no me vio.
Miré a Elise, que era la única que ya había llegado, y ella se limitó a encogerse de hombros. Me senté en el momento en que Natalie y Celeste entraban, y también ellas pasaron desapercibidas; por fin llegó Kriss, que se sentó a mi lado, pero sin apartar la vista de la reina Amberly. Esta parecía perdida en su mundo, con la vista en el suelo o mirando de vez en cuando las sillas de Maxon y del rey, como si algo no fuera bien.
Los mayordomos comenzaron a servir la comida, y la mayoría de las chicas empezaron a comer; pero Kriss no dejaba de mirar a la cabecera de la mesa.
—¿Sabes qué es lo que pasa? —le susurré.
Kriss suspiró y se giró hacia mí.
—Elise llamó a su familia para informarse de lo que estaba ocurriendo y para que sus parientes fueran al encuentro de Maxon y del rey en cuanto llegaran a Nueva Asia. Pero la familia de Elise dice que no llegaron.
—¿No llegaron?
Kriss asintió.
—Lo raro es que el rey llamó cuando aterrizaron, y tanto él como Maxon hablaron con la reina Amberly. Están bien, y le dijeron que ya habían llegado a Nueva Asia; pero la familia de Elise afirma que no han aparecido por allí.
Fruncí el ceño, intentando comprender.
—¿Y todo eso qué significa?
—No lo sé —confesó ella—. Dicen que están allí, así que ¿por qué no iban a estar? No tiene sentido.
—¡Boh! —dije yo, sin saber muy bien qué más añadir.
¿Por qué la familia de Elise no sabía que estaban allí? Y si en realidad no estaban en Nueva Asia, ¿dónde podían estar?
Kriss se inclinó hacia mí.
—Hay algo más de lo que querría hablar contigo —susurró—. ¿Podríamos ir a dar un paseo por los jardines después del desayuno?
—Claro —respondí, deseosa de oír lo que sabía.
Ambas comimos rápido. No estaba segura de qué habría descubierto, pero, si quería hablar fuera, estaba claro que era algo que había que mantener en secreto. La reina estaba tan distraída que apenas se dio cuenta de que salíamos.
Salir al jardín, bañado por la luz del sol, era una sensación magnífica.
—Hacía tiempo que no salía —apunté, cerrando los ojos y levantando la cara hacia el sol.
—Sueles venir con Maxon, ¿verdad?
—Ajá —respondí. Pero un segundo más tarde me pregunté cómo lo sabía. ¿Sería de dominio público? Me aclaré la garganta—. Bueno, ¿de qué querías hablar?
Ella se detuvo a la sombra de un árbol y se giró hacia mí.
—Creo que tú y yo deberíamos hablar sobre Maxon.
—¿Qué le pasa?
—Bueno, yo ya me había preparado para perder —dijo, jugueteando nerviosamente con los dedos—. Creo que todas lo habíamos hecho, excepto Celeste, quizás. Era evidente, America. Te quería a ti. Pero entonces pasó todo aquello de Marlee, y la cosa cambió.
No sabía muy bien qué decir.
—¿De modo que quieres decirme que sientes haberme desbancado, o algo así?
—¡No! —exclamó—. Tengo claro que aún siente algo por ti. No estoy ciega. Solo digo que creo que, llegadas a este punto, tú y yo deberíamos ir de frente. Me gustas. Creo que eres una gran persona, y no quiero que las cosas se pongan feas, pase lo que pase.
—Entonces quieres…
Kriss juntó las manos, intentando encontrar las palabras adecuadas.
—Quiero ofrecerte ser completamente honesta acerca de mi relación con Maxon. Y espero que tú hagas lo mismo.
Me crucé de brazos y le planteé la pregunta que hacía tanto tiempo quería hacerle.
—¿Cuándo os volvisteis tan íntimos tú y él?
Sus ojos brillaron al recordar algo, y se puso a retorcerse un largo mechón de su cabello, que era castaño claro.
—Supongo que justo después de lo que pasó con Marlee. Probablemente suene tonto, pero le hice una tarjeta. Eso es lo que siempre hacía en casa, cuando mis amigos estaban tristes. El caso es que le encantó. Me dijo que era la primera vez que alguien le hacía un regalo.
¿Qué? Oh. Vaya. Después de todo lo que había hecho él por mí, ¿no se me había ocurrido nunca regalarle nada a él?
—Estaba tan contento que me pidió que fuera un rato a sentarme con él en su habitación y…
—¿Has visto su habitación? —pregunté, sorprendida.
—Sí. ¿Tú no?
Mi silencio hizo innecesaria la respuesta.
—Oh —dijo ella, algo incómoda—. Bueno, en realidad no te pierdes gran cosa. Es oscura, y hay un soporte con pistolas, y un montón de cuadros en la pared. No tiene nada de especial —añadió, quitándole importancia con un gesto de la mano—. El caso es que a partir de entonces empezó a visitarme prácticamente cada vez que tenía un momento libre —meneó la cabeza—. Ocurrió bastante rápido.
Suspiré.
—Supongo que me lo dijo —confesé—. Hizo un comentario, como diciendo que nos necesitaba aquí a las dos.
—De modo que… —se mordió el labio—. ¿Estás bastante segura de que le gustas?
¿Es que ella no lo sospechaba ya? ¿O es que necesitaba oírlo de mi boca?
—Kriss, ¿de verdad quieres oírlo?
—¡Sí! Quiero saber en qué posición me encuentro. Y yo también te contaré lo que quieras saber. Nosotras no llevamos las riendas en esto, pero eso no significa que tengamos que estar siempre pendiente de los demás.
Di unos pasos trazando un pequeño círculo, intentando encontrarle el sentido a todo aquello. No estaba segura de si tendría valor de preguntarle a Maxon por Kriss. Apenas era capaz de hablarle sinceramente sobre mí misma. Pero continuaba sintiendo que había cosas de mi posición en aquel juego que me estaba perdiendo. Quizás aquella fuera mi única esperanza de sacar algo en claro.
—Estoy bastante segura de que quiere que me quede un tiempo más. Pero creo que también quiere que te quedes tú.
Ella asintió.
—Me lo imaginaba.
—¿Te ha besado? —le solté, sin más.
Ella sonrió tímidamente.
—No, pero creo que lo habría hecho si yo no le hubiera pedido que no lo hiciera. En mi familia tenemos esa especie de tradición: no nos besamos hasta que nos comprometemos. A veces se celebra una fiesta en la que la gente anuncia la fecha de la boda, y así todo el mundo puede ver el primer beso de la pareja. A mí también me gustaría tener una fiesta así.
—Pero ¿lo ha intentado?
—No, se lo expliqué antes de que pudiera llegar a hacerlo. Pero me besa mucho las manos, y a veces en la mejilla. Creo que es muy tierno —suspiró.
Asentí, con la mirada fija en la hierba.
—Espera —dijo ella, vacilante—. ¿A ti te ha besado?
Una parte de mí quería presumir de haber obtenido el primer beso de la vida de Maxon, decir que, cuando nos besamos, el tiempo se paró.
—Más o menos. Es algo difícil de explicar.
Ella puso una cara extraña.
—No, no lo es. ¿Te ha besado o no?
—Es complicado.
—America, si no vas a ser sincera, esto es una pérdida de tiempo. He venido aquí con la voluntad de abrirme a ti. Pensaba que a las dos nos haría bien.
Me quedé allí, de pie, retorciéndome las manos, intentando encontrar el modo de explicarme.
No es que Kriss no me cayera bien. Si acababa yéndome a casa, querría que ganara ella.
—Yo quiero que seamos amigas, Kriss. Pensaba que ya lo éramos.
—Yo también —dijo, con voz amable.
—Es solo que me cuesta compartir mis cosas. Y aprecio tu sinceridad, pero no estoy segura de que quiera saberlo todo. Aunque te lo haya preguntado —añadí enseguida, al ver las palabras asomando en sus labios—. Ya sabía que sentía algo por ti, lo veía. Creo que de momento prefiero que las cosas queden así, indefinidas.
Kriss sonrió.
—Bueno, respeto tu decisión. Pero ¿me harás un favor?
—Claro, si puedo.
Ella se mordió el labio y apartó la mirada un minuto. Cuando volvió a mirar, tenía los ojos húmedos.
—Si llega el momento en que estés segura de que no me quiere, ¿podrías avisarme? No sé qué es lo que sientes tú, pero yo le quiero. Y me gustaría que me lo dijeras. Si lo sabes con certeza, claro.
Le quería. Lo había dicho en voz alta, sin miedo. Kriss quería a Maxon.
—Si alguna vez me lo confiesa, te lo diré.
Ella asintió.
—Y a lo mejor podríamos hacernos otra promesa: la de no ponernos trabas la una a la otra voluntariamente. ¿Te parece? Yo no quiero ganar así, y creo que tú tampoco.
—Yo no soy Celeste —dije, poniendo cara de asco, y ella se rio—. Te prometo ser justa.
—De acuerdo, pues —se secó los ojos y se estiró el vestido. Me imaginaba perfectamente lo elegante que estaría con la corona en la cabeza.
—Tengo que irme —mentí—. Gracias por hablar conmigo.
—Gracias por venir. Lo siento, si he sido indiscreta.
—Está bien —dije, echando a andar—. Hasta luego.
—Hasta luego.
Me giré todo lo rápido que pude, intentando no ser maleducada, y me dirigí al palacio. Una vez dentro, aceleré el paso y subí las escaleras a la carrera. Necesitaba esconderme de todo.
Llegué al segundo piso y me dirigí a mi habitación. Observé que había un trozo de papel en el suelo, algo inhabitual en el palacio, donde todo lucía siempre inmaculado. Estaba en una esquina, junto a mi puerta, así que supuse que sería para mí. Para estar segura, le di la vuelta y lo leí:
Otro ataque rebelde esta mañana, esta vez en Paloma. El recuento actual es de más de trescientos muertos, y al menos cien heridos. Una vez más, la principal exigencia parece ser acabar con la Selección y poner fin a la dinastía real. Esperamos instrucciones.
El cuerpo se me quedó helado. Rebusqué por ambos lados del papel en busca de una fecha. ¿Otro ataque esta mañana? Aunque la nota tuviera unos días, al menos era el segundo. Y el motivo volvía a ser la Selección. ¿Era ese el motivo de los últimos ataques? ¿Estaban intentando librarse de nosotras? Y de ser así, ¿era ese el objetivo tanto de los norteños como de los sureños?
No sabía qué hacer. No debía haber visto aquello, así que no podía hablar de ello con nadie. Pero ¿tendrían esta información los que se suponía que tendrían que haberla recibido? Decidí volver a dejar el papel en el suelo. Con un poco de suerte, algún guardia aparecería por allí y se lo llevaría al lugar indicado.
De momento, mantendría el optimismo, a la espera de que alguien actuara.