Afortunadamente, en el Report nos evitaron la humillación de tener que afrontar las críticas a nuestras recepciones. Las visitas de nuestros amigos extranjeros se mencionaron de pasada, pero no se informó al público con detalle. Hasta la mañana siguiente Silvia y la reina no vinieron a evaluar nuestra actuación.
—La tarea que os asignamos era imponente, y podría haber ido fatal. No obstante, me alegra deciros que ambos equipos lo hicieron muy bien —anunció Silvia, evidentemente satisfecha.
Todas suspiramos. Kriss y yo nos cogimos de la mano. Por mucho que me confundiera la relación que pudiera tener con Maxon, sabía que no habría podido conseguirlo sin ella.
—Si tengo que ser honesta, una recepción fue algo mejor que la otra, pero todas deberíais estar orgullosas de vuestros logros. Hemos recibido cartas de agradecimiento de nuestros viejos amigos de la Federación Germánica por la atención recibida —señaló Silvia, mirando a Celeste, Natalie y Elise—. Hubo algunos problemillas menores, y no creo que ninguna de nosotras disfrute con esas cosas tan serias, pero desde luego ellos quedaron satisfechos.
»En cuanto a vosotras dos —prosiguió Silvia, girándose hacia Kriss y hacia mí—, nuestras visitantes italianas disfrutaron enormemente. Quedaron impresionadas con la decoración y la comida, e hicieron mención especial al vino que servisteis, así que… ¡bravo! No me sorprendería que Illéa consiguiera un nuevo aliado gracias a esa recepción. Es de alabar.
Kriss soltó un gritito de alegría y a mí se me escapó una risa nerviosa al ver que todo había acabado y que, además, habíamos ganado.
Silvia siguió hablando, diciéndonos que escribiría un informe oficial para el rey y para Maxon, pero nos dijo que ninguna teníamos por qué preocuparnos. Mientras hablaba, una doncella entró en la habitación y fue corriendo hacia donde estaba la reina para susurrarle algo al oído.
—Por supuesto, que pasen —dijo la reina, poniéndose de pie y acercándose rápidamente.
La doncella se retiró en silencio y abrió la puerta para que entraran el rey y Maxon. En teoría, los hombres no podían acudir a aquella sala sin permiso de la reina, pero resultaba cómico ver la escena.
Cuando entraron nos pusimos en pie en señal de respeto, pero no parecían preocupados por las formalidades.
—Señoritas, lamentamos la intromisión, pero tenemos noticias urgentes —anunció el rey.
—Me temo que la guerra en Nueva Asia ha entrado en una nueva fase —intervino Maxon con decisión—. La situación es tan complicada que mi padre y yo vamos a salir de inmediato para ver si podemos ayudar en algo.
—¿Qué es lo que pasa? —preguntó la reina, llevándose una mano al pecho.
—No hay nada de qué preocuparse, amor mío —dijo el rey para reconfortarla.
Pero si tan urgente era que se pusieran en marcha…
Maxon se acercó a su madre. Tuvieron una breve conversación en voz baja y luego ella le besó en la frente. Él la abrazó y se retiró. A continuación, el rey empezó a darle una serie de instrucciones a la reina, mientras Maxon se acercaba a despedirse de todas nosotras.
De Natalie se despidió tan rápidamente que casi ni lo vi. A ella no parecía que eso le importara, y yo no sabía qué pensar. ¿No le preocupaba la falta de afecto de Maxon, o es que estaba tan alterada que hacía un esfuerzo por mantener la calma?
Celeste se abrazó a Maxon y estalló en un despliegue de llanto en la peor interpretación que había visto en mi vida. Me recordó a May cuando era más niña y fingía que lloraba, pensando que así conseguiríamos más dinero para nuestras cosas. Cuando Maxon consiguió liberarse, ella le plantó un beso en los labios que él, manteniendo la compostura todo lo que pudo, se apresuró a limpiarse nada más girarse.
Elise y Kriss estaban tan cerca que pude oír cómo se despedían.
—Llama a casa y diles que nos traten bien —le dijo a Elise.
Casi se me había olvidado que el principal motivo de que Elise siguiera allí era que tenía vínculos familiares con personalidades destacadas de Nueva Asia. Me pregunté si el devenir de aquella guerra le costaría su puesto en la competición.
De pronto me di cuenta de que no tenía ni idea de qué pasaría si Illéa perdía aquella guerra.
—Si me dejáis un teléfono, hablaré con mis padres —prometió ella.
Maxon asintió y besó a Elise en la mano. Luego pasó a Kriss, que inmediatamente entrecruzó los dedos con los suyos.
—¿Correrás peligro? —le preguntó en un susurro, con la voz casi quebrada.
—No lo sé. La última vez que fuimos a Nueva Asia la situación no era tan tensa. Esta vez no tengo ni idea —lo dijo con tal ternura en la voz que tuve la impresión de que era una conversación que debían haber tenido en privado.
Ella levantó la vista al techo y suspiró. En ese instante, Maxon me miró, pero yo aparté la mirada.
—Por favor, ten cuidado —susurró. Una lágrima le rodó por la mejilla.
—Por supuesto, querida —respondió Maxon, que la saludó con un gesto tonto que arrancó una sonrisa en Kriss. Luego la besó en la mejilla y acercó la boca a su oído—. Por favor, intenta tener entretenida a mi madre, para que no se preocupe tanto.
Echó atrás la cabeza para mirarla a los ojos. Kriss asintió una vez y le soltó las manos. Maxon vaciló un momento, como si fuera a abrazarla, pero luego se separó y se acercó a mí.
Como si las palabras de Maxon de la semana anterior no fueran suficiente, ahí estaba la prueba física de su relación. Por lo que parecía, había algo muy dulce y real entre ellos. Solo con mirar la cara y las manos de Kriss quedaba claro lo mucho que le importaba. O eso, o era una actriz increíble.
Cuando Maxon me miró intenté comparar su expresión con la que le había puesto a Kriss. ¿Era la misma? ¿Menos cálida, quizá?
—Intenta no meterte en ningún lío mientras yo esté fuera, ¿de acuerdo? —bromeó. Con Kriss no había bromeado. ¿Significaba eso algo?
Levanté la mano derecha.
—Prometo comportarme como una señorita.
Él chasqueó la lengua.
—Excelente. Una cosa menos de la que preocuparme.
—¿Y nosotras, qué? ¿Debemos preocuparnos?
Maxon meneó la cabeza.
—Espero que podamos suavizar la situación, sea cual sea. Mi padre puede ser muy diplomático, y…
—A veces eres de lo más tonto —le dije, y él frunció el ceño—. Quiero decir por ti. ¿Deberíamos preocuparnos por ti?
Se puso muy serio, y aquello no hizo más que alimentar mis temores.
—Será ir y volver. Si podemos aterrizar, claro… —Maxon tragó saliva, y vi lo asustado que estaba.
Me hubiera gustado preguntarle algo más, pero no sabía qué decir.
—America, antes de irme… —dijo, después de aclararse la garganta. Le miré a la cara y vi que a ella asomaban unas lágrimas—. Quiero que sepas que todo…
—Maxon —espetó el rey. Su hijo levantó la cabeza y esperó las instrucciones de su padre—. Tenemos que irnos.
Maxon asintió.
—Adiós, America —dijo en voz baja, y me cogió la mano, acercándosela a los labios. Al hacerlo, observó la pequeña pulsera que llevaba. Se la quedó mirando, aparentemente confuso, pero luego me besó la mano con ternura.
El leve roce de su beso me trajo a la mente un recuerdo que me parecía perdido en el pasado. Así era como me había besado la mano la primera noche de mi estancia en el palacio, cuando le grité, cuando, de todos modos, permitió que me quedara.
Las otras chicas no separaron la mirada del rey y de Maxon cuando se fueron, pero yo me quedé mirando a la reina. Tenía un aspecto muy frágil. ¿Cuántas veces tendría que ver a su marido y a su hijo en peligro antes de venirse abajo?
En el momento en que la puerta se cerró tras ellos, la reina Amberly parpadeó unas veces, aspiró hondo y, sacando fuerzas de flaqueza, levantó la cabeza.
—Perdónenme, señoritas, pero esta noticia repentina conlleva mucho trabajo. Creo que lo mejor será que me retire a mi habitación —era evidente el esfuerzo que estaba haciendo por dentro—. ¿Qué les parece si hago que sirvan aquí el almuerzo, para que puedan comer a su aire, y nos reunimos esta noche para la cena?
Nosotras asentimos.
—Excelente —dijo ella.
Se dio media vuelta y se encaminó hacia la puerta. Sabía que era fuerte. Se había criado en un barrio pobre, en una provincia pobre, trabajando en una fábrica hasta que la eligieron para la Selección. Y luego, tras convertirse en reina, había sufrido un aborto tras otro hasta que por fin tuvo un hijo. Aguantaría el tipo hasta llegar a su habitación, como una dama, como exigía su cargo. Pero cuando estuviera sola seguro que se echaba a llorar.
Cuando la reina se fue, Celeste también se marchó. Decidí que tampoco hacía falta que yo me quedara. Me fui a mi habitación. Quería estar sola y pensar.
No dejaba de hacerme preguntas sobre Kriss. ¿Cómo es que habían conectado tan de pronto ella y Maxon? No hacía tanto tiempo, él me hacía promesas de futuro. No podía estar tan interesado en ella si al mismo tiempo me iba diciendo cosas tan íntimas. Debía de haber ocurrido después.
El día pasó muy rápido y, tras la cena, mientras mis doncellas me ayudaban a prepararme para la cama en silencio, una sola frase me sacó de mi mundo.
—¿Sabe a quién me he encontrado aquí esta mañana, señorita? —dijo Anne, mientras me pasaba el cepillo por el cabello con suavidad.
—¿A quién?
—Al soldado Leger.
Me quedé helada, pero solo por un instante.
—¿Ah, sí? —repuse, sin apartar los ojos del espejo.
—Sí, dijo que estaba haciendo un registro de su habitación. Algo de seguridad —añadió Lucy, algo confusa.
—Pero fue algo raro —prosiguió Anne, con la misma expresión que Lucy—. Iba vestido de calle, no de uniforme. No debería estar haciendo tareas de seguridad en su tiempo libre.
—Debe de estar muy entregado a su trabajo —contesté, quitándole importancia al asunto.
—Supongo —dijo Lucy, con admiración—. Cada vez que lo veo por el palacio, bueno, siempre hace observaciones. Es muy buen soldado.
—Cierto —confirmó Mary—. Algunos de los hombres que vienen por aquí no son muy aptos para el trabajo.
—Y en ropa de calle está muy guapo. La mayoría de los guardias están horrorosos en cuanto les quitas el uniforme —apuntó Lucy.
Mary soltó una risita nerviosa y se ruborizó, y hasta Anne esbozó una sonrisa. Hacía mucho tiempo que no las veía tan relajadas. En otro momento, otro día, habría sido divertido cotillear sobre los guardias. Pero aquel día no. Lo único en lo que podía pensar era en que habría una carta de Aspen en mi habitación. Quería mirar por encima del hombro, en dirección a mi frasco, pero no me atrevía.
Tardaron una eternidad en dejarme sola. Hice un esfuerzo por ser paciente y esperé unos minutos para asegurarme de que no volvían. Por fin me lancé sobre la cama y agarré mi frasco. Por supuesto, allí había un papelito esperándome. Maxon se había ido. Eso lo cambiaba todo.