Capítulo 20

El día después de la recepción con los italianos nos reunimos en la Sala de las Mujeres tras el desayuno. La reina no estaba, y ninguna de nosotras sabía qué significaba aquello.

—Supongo que estará ayudando a Silvia con el informe final —apuntó Elise.

—Yo no creo que ella influya mucho en la decisión —replicó Kriss.

—A lo mejor tiene resaca —sugirió Natalie, mientras se presionaba las sienes con los dedos.

—Que la tengas tú no quiere decir que la tenga ella —le espetó Celeste.

—Puede que no se encuentre bien —dije—. Últimamente se la ve enferma a menudo.

Kriss asintió.

—Me pregunto por qué será.

—¿No se crio en el sur? —preguntó Elise—. He oído que el aire y el agua allí no están muy limpios. A lo mejor es por eso.

—Yo he oído que por debajo de Sumner no hay nada bueno —apostilló Celeste.

—Lo más probable es que esté descansando, nada más —repliqué—. Esta noche hay Report, y simplemente querrá estar preparada. Es lista. Apenas son las diez, y a mí tampoco me iría mal una siesta.

—Sí, todas deberíamos ir a dormir una siesta —dijo Natalie, fatigada.

Una criada entró con una bandejita y atravesó la sala en silencio, tan sigilosa que casi pasaba desapercibida.

—Esperad —dijo Kriss—. No irán a hablar de lo de las recepciones en el Report, ¿no?

Celeste soltó un bufido.

—Vaya prueba más tonta. America y tú tuvisteis mucha suerte.

—Estás de broma, ¿no? ¿Tienes idea…?

Kriss se quedó a medias justo en el momento en que la criada se situaba a mi izquierda, dejando a la vista una pequeña nota doblada en dos sobre la bandeja.

Sentí que los ojos de todas se clavaban en mí en el momento en que recogía la carta y la leía.

—¿Es de Maxon? —preguntó Kriss, intentando disimular la emoción.

—Sí —respondí yo sin levantar la vista.

—¿Y qué dice?

—Que quiere verme un momento.

Celeste soltó una carcajada.

—Parece que tienes problemas.

Suspiré y me puse en pie para seguir a la criada.

—Supongo que solo hay una manera de saberlo.

—A lo mejor por fin la echa —murmuró Celeste, lo suficientemente alto como para que yo pudiera oírla.

—¿Tú crees? —respondió Natalie, quizás algo más emocionada de lo que era de esperar.

Un escalofrío me recorrió la espalda. ¡¿Me iba a echar?! Si quisiera hablar a solas o pasar un rato conmigo, ¿no me lo habría dicho de otro modo?

Maxon esperaba en el pasillo, y yo me acerqué tímidamente. No parecía enfadado, pero sí tenso. Me preparé para lo peor.

—¿Sí?

—Tenemos un cuarto de hora —dijo él, cogiéndome del brazo—. Lo que te voy a enseñar no se lo puedes contar a nadie. ¿Lo entiendes?

Asentí.

—Muy bien.

Subimos las escaleras a la carrera hasta llegar al tercer piso. Con suavidad pero a toda prisa, me llevó por un pasillo hasta una doble puerta blanca.

—Quince minutos —me recordó.

Sacó una llave del bolsillo y abrió una de las puertas, sosteniéndola para que pudiera pasar antes que él. La estancia era amplia y luminosa, con montones de ventanas y puertas que daban a un balcón. Había una cama, un armario enorme y una mesa con sillas, pero, por lo demás, la habitación estaba vacía. No había cuadros en las paredes ni figuras sobre los estantes empotrados. Incluso la pintura estaba algo vieja.

—Esta es la suite de la princesa —dijo Maxon en voz baja.

Abrí los ojos como platos.

—Ya sé que ahora mismo no tiene un aspecto estupendo. Se supone que es la princesa la que escoge la decoración, de modo que cuando mi madre se trasladó a la suite de la reina, la habitación quedó desnuda.

La reina Amberly había dormido allí. Había algo mágico en aquella habitación.

Maxon se situó a mis espaldas y fue indicándome:

—Esas puertas dan al balcón. Y ahí —dijo, señalando al otro extremo—, esas dan al estudio personal de la princesa. Esa —indicó una puerta a la derecha— da a mi habitación. No quiero que la princesa esté demasiado lejos.

Sentí que me ruborizaba al pensar en dormir allí, con Maxon tan cerca.

Se acercó al armario.

—Y esto… Tras este armario hay una vía de escape al refugio. También se puede llegar a otros puntos del palacio por aquí, pero su principal objetivo es ese —suspiró—. El uso que le he dado no es el que se supone que tiene, pero se me ha ocurrido que sería útil.

Maxon apoyó la mano en una palanca oculta, y el armario y el tabique de atrás se desplazaron hacia delante. Al ver el hueco que se abría sonrió.

—Justo a tiempo.

—No querría perdérmelo —dijo otra voz.

Me quedé sin aliento. No podía ser que aquella voz perteneciera a quien yo me pensaba. Di un paso para rodear aquel mueble enorme y a Maxon, aún sonriente. Allí detrás, vestida con ropas sencillas y con el cabello recogido en un moño, estaba Marlee.

—¿Marlee? —susurré, segura de que aquello era un sueño—. ¿Qué haces ahí?

—¡Te he echado mucho de menos! —gritó, y se me echó a los brazos.

Vi las llagas rojas que tenía en las palmas de las manos, que aún no habían cicatrizado del todo. Desde luego que era ella.

Me envolvió en un abrazo. Ambas caímos al suelo. Aquello me superaba. No podía dejar de llorar y preguntar una y otra vez qué demonios hacía ella allí.

Cuando me calmé, Maxon se dirigió a mí:

—Diez minutos. Estaré esperando fuera. Marlee, tú puedes irte por donde has venido.

Ella le dio su palabra. Maxon nos dejó solas.

—No lo entiendo —dije—. Se suponía que tenías que irte al sur. Se suponía que te convertías en una Ocho. ¿Dónde está Carter?

Ella sonrió, comprensiva.

—Hemos estado aquí todo el tiempo. Acabo de empezar a trabajar en las cocinas; y Carter aún está recuperándose, pero creo que pronto empezará a trabajar en los establos.

—¿Recuperándose? —las preguntas se me amontonaban; no estaba segura de por qué había preguntado precisamente eso.

—Sí, camina, puede sentarse y ponerse de pie, pero le cuesta hacer esfuerzos. Está ayudando en las cocinas mientras se cura del todo. Pero se recuperará. Y mírame a mí —dijo, extendiendo ambas manos—. Nos han cuidado muy bien. No me han quedado bonitas, pero al menos ya no me duelen.

Toqué con delicadeza las líneas hinchadas que le recorrían las palmas de las manos; no podía ser que aquello no le doliera. Pero no hizo ni una mueca, y al momento deslicé mi mano sobre la suya. Resultaba raro, pero al mismo tiempo era algo completamente natural. Marlee estaba allí. Y yo le cogía la mano.

—¿Así que Maxon os ha dejado quedaros en el palacio todo este tiempo?

Ella asintió.

—Después de los azotes, tenía miedo de que nos hicieran daño si nos dejaba a nuestra suerte, así que nos acogió. En nuestro lugar enviaron a unos hermanos que tenían familia en Panamá. Nos han cambiado el nombre, y Carter se está dejando barba, así que dentro de un tiempo pasaremos desapercibidos. Además, no hay mucha gente que sepa que estamos en el palacio, solo algunas cocineras con las que trabajo, una de las enfermeras y Maxon. No creo siquiera que lo sepan los guardias, porque ellos rinden cuentas ante el rey, y al rey no le gustaría saberlo —meneó la cabeza antes de proseguir—. Nuestro apartamento es pequeño; en realidad apenas hay espacio para nuestra cama y unos cuantos estantes, pero por lo menos está limpio. Estoy intentando coser una nueva colcha, pero no se me da…

—Un momento. ¿«Nuestra cama»? O sea…, ¿compartís una sola cama?

Marlee sonrió.

—Nos casamos hace dos días. La mañana en que nos azotaron le dije a Maxon que quería a Carter y que deseaba casarme con él, y me disculpé por herir sus sentimientos. A él no le importó, por supuesto. Antes de ayer vino a verme y me dijo que había una gran celebración en palacio, y que si queríamos casarnos, era el mejor momento.

Dos días atrás habíamos celebrado la visita de la Federación Germánica. Todo el personal del palacio estaba sirviendo en la recepción o preparándose para la visita de los italianos.

—Maxon fue quien me entregó a Carter. No sé ni si podré volver a ver a mis padres. Cuanto más lejos estén, mejor.

Era evidente que le dolía decir aquello, pero la entendía. Si se tratara de mí y, de pronto, me convirtiera en una Ocho, lo mejor que podía hacer por mi familia sería desaparecer. Llevaría tiempo, pero al final la gente se olvidaría. Con el tiempo, mis padres se recuperarían.

Para ahuyentar pensamientos negativos, agitó la mano izquierda y por primera vez observé la pequeña alianza que lucía en el dedo. Era un cordel atado con un nudo simple, pero suponía una declaración firme: «Estoy casada».

—Creo que voy a tener que decirle que me dé uno nuevo muy pronto; este ya se me está deshaciendo. Supongo que, si trabaja en los establos, yo también tendré que hacerle uno nuevo a él cada día —bromeó, encogiéndose de hombros—. No es que me importe.

Entonces no pudo evitar hacerle otra pregunta, tal vez un poco incómoda…, pero sabía que nunca podría mantener ese tipo de conversación con mi madre o con Kenna.

—¿Y ya habéis…? Ya sabes…

Tardó un momento en entenderlo, pero entonces se rio.

—¡Oh, sí! Sí que lo hemos hecho —dijo, y las dos soltamos una risita tonta.

—¿Y cómo es?

—¿La verdad? Al principio algo incómodo. La segunda vez fue mejor.

—Oh —no sabía qué más decir.

—Sí.

Se hizo una pausa.

—He estado muy sola sin ti. Te echo de menos —dije, jugando con el cordelito que le rodeaba el dedo.

—Yo también te echo de menos. A lo mejor, cuando seas princesa, puedo escaparme y venir por aquí de vez en cuando.

Resoplé.

—No estoy tan segura de que eso vaya a ocurrir.

—¿Qué quieres decir? —preguntó ella, poniéndose seria de pronto—. Aún eres su favorita, ¿no?

Me encogí de hombros.

—¿Qué ha pasado? —insistió, preocupada.

Yo no quería admitir que todo había empezado al perderla a ella. No era culpa suya.

—No sé…, cosas.

—America, ¿qué pasa?

—Después de que te azotaran, me enfadé con Maxon. Tardé un tiempo en darme cuenta de que no habría hecho algo así si hubiera podido evitarlo.

Marlee asintió.

—Lo intentó de verdad, America. Y cuando vio que no podía, hizo todo lo que pudo por aliviar nuestra situación. No te enfades con él.

—Ya no estoy enfadada, pero tampoco estoy segura de que quiera ser princesa. No sé si podría hacer lo que él hizo. Y luego está esa encuesta que han publicado en una revista que me enseñó Celeste. A la gente no le gusto, Marlee. Estoy la última. No sé si tengo lo que hace falta. Nunca fui una buena opción, y últimamente aún menos. Y ahora…, ahora…, creo que a Maxon le gusta Kriss.

—¿Kriss? ¿Cuándo ha ocurrido eso?

—No tengo ni idea, y no sé qué hacer. Por una parte, creo que es bueno. Ella será mejor princesa; y si de verdad le gusta, lo que quiero es que sea feliz. Se supone que tiene que eliminar a alguien más muy pronto. Cuando me ha llamado hace un rato, he pensado que sería para enviarme a casa.

Marlee se rio.

—Eso es ridículo. Si Maxon no sintiera nada por ti, te habría enviado a casa hace mucho tiempo. El motivo de que sigas aquí es que se niega a perder la esperanza.

De la garganta me salió una risa ahogada.

—Ojalá pudiéramos seguir hablando, pero tengo que irme —dijo—. Hemos aprovechado el cambio de la guardia para esto.

—No me importa que haya sido poco tiempo. Me alegro de saber que estás bien.

—No te rindas aún —insistió ella, tirando de mí para darme un abrazo—. ¿De acuerdo?

—No lo haré. ¿A lo mejor podrías enviarme alguna carta o algo de vez en cuando?

—Puede que sea buena idea. Ya veré si puedo —me soltó, y nos quedamos una frente a la otra—. Si me hubieran pedido mi opinión, habría votado por ti. Siempre pensé que debías ser tú.

Me sonrojé.

—Venga, va. Saluda a tu marido de mi parte.

—Lo haré —respondió, sonriendo. Luego se dirigió al armario y encontró la palanca.

Por algún motivo pensaba que los azotes habrían acabado con ella, pero la habían hecho más fuerte. Incluso se comportaba diferente. Se giró, me lanzó un beso y desapareció.

Salí de la habitación rápidamente y me encontré a Maxon esperando en el pasillo. Al oír la puerta levantó la vista de su libro, sonriendo, y yo me acerqué para sentarme a su lado.

—¿Por qué no me lo has dicho antes?

—Primero tenía que asegurarme de que no corrían peligro. Mi padre no sabe que he hecho esto; y hasta que no he estado seguro de que no los pondría en peligro, he tenido que mantenerlo en secreto. Espero poder arreglármelas para que os veáis más veces, pero llevará tiempo.

Me sentí más liviana, como si, de pronto, la carga de preocupación que llevaba sobre los hombros se hubiera caído al suelo. La alegría de ver a Marlee, confirmar que Maxon era tan buena persona como pensaba y el alivio general por que no me hubiera enviado a casa me sobrecogían.

—Gracias —susurré.

—De nada.

No estaba segura de qué más podía decir. Al cabo de un momento, Maxon se aclaró la garganta.

—Sé que las partes más difíciles de este trabajo te cuestan, pero también presenta grandes oportunidades. Creo que podrías hacer grandes cosas. Ahora mismo me ves únicamente como el príncipe, pero las cosas cambiarían si al final fueras mía de verdad.

—Lo sé —dije, mirándolo a los ojos.

—Ya no sé leer tus pensamientos. Al principio sí, cuando no te gustaba nada; y cuando las cosas entre nosotros cambiaron, me mirabas de otro modo. Ahora hay momentos en que creo que ahí hay algo, y otros en los que me da la impresión de que ya te has alejado.

Asentí.

—No te estoy pidiendo que me digas que me quieres. No te pido que de pronto decidas que quieres ser princesa. Simplemente necesito saber si quieres seguir aquí.

Esa era la cuestión, ¿no? Aún no sabía si sería capaz de afrontar el cargo, pero tampoco estaba segura de si quería abandonar. Y aquella demostración de humanidad por parte de Maxon hizo que me diera un vuelco el corazón. Aún había mucho que pensar, pero no podía retirarme. Ahora no.

Maxon tenía la mano apoyada sobre la pierna, y yo metí la mía bajo la suya. La acogió con un cálido apretón.

—Si aún quieres, me gustaría quedarme.

Maxon soltó un suspiro de alivio.

—Eso me encantaría.

Volví a la Sala de las Mujeres tras pasar brevemente por el baño. Nadie dijo nada hasta que me senté. Fue Kriss quien se atrevió a preguntar.

—¿Qué ha pasado?

La miré. Todas me observaban.

—Preferiría retirarme.

Entre los ojos hinchados y aquella respuesta, todas debieron pensar que no había podido salir nada bueno de mi reunión con Maxon; pero si eso era lo que tenía que decir para proteger a Marlee, que así fuera.

Lo que realmente me dolió fue ver a Celeste apretando los labios para ocultar su sonrisa, las cejas levantadas de Natalie mientras fingía leer una revista que ni siquiera era suya y la mirada esperanzada entre Kriss y Elise.

La competición iba más en serio de lo que había imaginado.