Capítulo 19

El día siguiente se me pasó volando, y de pronto Kriss y yo nos encontramos en la recepción de las otras chicas, ataviadas con unos vestidos grises muy conservadores.

—¿Cuál es el plan? —preguntó ella, mientras recorríamos el pasillo.

Me lo quedé pensando un momento. Celeste no me gustaba, y no me importaría verla fracasar, pero no estaba segura de querer verla hundirse a lo grande.

—Seamos educadas, pero no solícitas. Observemos a Silvia y a la reina, y sigamos su ejemplo. Absorbamos todo lo que podamos…, y luego trabajemos toda la noche para hacer que la nuestra sea mejor.

—De acuerdo —dijo ella, con un suspiro—. Vamos.

Llegábamos puntuales, algo esencial para los alemanes, y las chicas ya tenían problemas. Era como si Celeste se estuviera saboteando a sí misma. Mientras Elise y Natalie iban de tonos azules oscuros, muy respetables, el vestido de Celeste era prácticamente blanco. Solo le faltaba un velo para ir de novia. Por no mencionar lo mucho que dejaba a la vista, sobre todo en contraste con los de cualquiera de las alemanas. La mayoría llevaban mangas hasta las muñecas, a pesar del buen tiempo que hacía.

Natalie estaba al cargo de las flores, pero se le había pasado el detalle de que los lirios se usaban tradicionalmente en los funerales, de modo que hubo que retirar todos los arreglos florales a última hora.

Elise, pese a estar mucho más nerviosa de lo que era habitual en ella, era un modelo de calma. De cara a nuestros invitados, seguro que parecería la estrella.

Era todo un desafío intentar comunicarse con las mujeres de la Federación Germánica, que hablaban un inglés muy limitado, especialmente con todas esas frases en italiano flotándome en la cabeza. Intenté ser amable. De hecho, a pesar de su aspecto severo, las señoras, en realidad, se mostraron muy agradables.

Muy pronto quedó claro que la verdadera amenaza era Silvia y su cuaderno de notas. Mientras la reina ayudaba con la máxima naturalidad a las chicas en la recepción, ella se dedicaba a recorrer el perímetro de la sala, observándolo todo con su implacable mirada. Antes de que acabara la recepción, ya debía de tener páginas enteras de notas. Kriss y yo enseguida nos dimos cuenta de que nuestra única esperanza era que Silvia quedara encantada con nuestro trabajo.

A la mañana siguiente, Kriss fue a mi habitación con sus doncellas, y nos preparamos juntas. Queríamos procurar ir lo suficientemente conjuntadas como para que se notara que ambas estábamos al mando, pero no tanto que pareciéramos tontas. Fue hasta divertido tener a tantas chicas en mi habitación. Las doncellas se conocían entre sí, y hablaban animadamente unas con otras mientras trabajaban. Me recordó la visita de May.

Solo unas horas antes de la llegada de nuestros invitados, Kriss y yo fuimos al salón para comprobarlo todo por última vez. A diferencia de la otra recepción, no íbamos a usar tarjetitas en la mesa; preferíamos dejar que nuestros invitados se sentaran donde quisieran. Llegó la banda, que se puso a ensayar, y tuvimos la suerte de que los tejidos que habíamos escogido crearan una acústica estupenda.

Mientras le alisaba el lazo a Kriss, practicamos nuestras frases en italiano una última vez. Kriss había conseguido pronunciarlas con cierta naturalidad.

—Gracias —dijo ella.

—Grazie —contesté yo.

—No, no —respondió, mirándome—. Quiero decir que… gracias de verdad. Has hecho un trabajo estupendo con todo esto y… no sé. Pensé que después de lo de Marlee te rendirías. Temía tener que afrontar todo esto yo sola, pero has trabajado durísimo. Has hecho un gran trabajo.

—Gracias. Tú también. No sé si habría sobrevivido si hubiera tenido que hacerlo con Celeste. Contigo casi puedo decir que ha sido fácil —le aseguré, y era verdad. Kriss era incansable. Sonrió—. Y tienes razón: sin Marlee todo es más duro, pero no me voy a rendir. Esto va a salir estupendo.

Kriss se mordió el labio y se quedó pensando un momento. De repente, como si perdiera los nervios, reaccionó:

—¿De modo que sigues en la competición? ¿Aún quieres conseguir a Maxon?

Todas sabíamos muy bien lo que nos jugábamos, pero era la primera vez que una de las chicas hablaba abiertamente de ello conmigo. Aquello me pilló a contrapié, sin saber muy bien si debía responder o no. Y si lo hacía, ¿qué le iba a decir?

—¡Chicas! —dijo Silvia de pronto, con su habitual gorjeo, apareciendo por la puerta. Nunca antes había estado tan contenta de verla—. Ya es casi la hora. ¿Están listas?

Detrás de ella llegó la reina, con una tranquilidad que resultaba reconfortante tras el despliegue de energía de Silvia. Estudió la estancia, admirando nuestro trabajo. Fue un gran alivio verla sonreír.

—Ya casi estamos —respondió Kriss—. Solo nos faltan unos detalles. Para uno de ellos las necesitamos a usted y a la reina.

—¿Ah, sí? —dijo Silvia, intrigada.

La reina se acercó, con el orgullo reflejado en aquellos ojos oscuros.

—Está todo precioso. Y las dos estáis impresionantes.

—Gracias —respondimos a coro.

Los vestidos en azul pálido con toques dorados habían sido idea mía. Festivos y con encanto, pero no exagerados.

—Bueno, habrán observado nuestros collares —dijo Kriss—. Pensamos que, si eran similares, eso ayudaría a los invitados a identificarnos como anfitrionas.

—Excelente idea —observó Silvia, apuntando algo en su cuaderno.

Kriss y yo compartimos una sonrisa cómplice.

—Dado que la reina y usted también son anfitrionas, pensamos que también deberían llevarlos —dije, mientras Kriss les pasaba unos estuches.

—¡No me digas! —exclamó la reina.

—Para…, ¿para mí? —preguntó Silvia.

—Claro —respondió Kriss, adoptando un tono dulce y entregándoles las joyas.

—Las dos nos han ayudado tanto que el proyecto también es suyo —añadí.

Era evidente que la reina estaba conmovida por nuestro gesto, pero Silvia se había quedado sin habla. De pronto me pregunté si alguna vez había recibido algún tipo de atención por parte de alguien en el palacio. Sí, la idea se nos había ocurrido como recurso para poner a Silvia de nuestra parte, pero me alegraba ver que servía para algo más que eso.

Aquella mujer, a veces, podía resultar insufrible, pero lo cierto es que todo lo que hacía era por nuestro bien. Me juré poner más de mi parte para agradecérselo.

En ese momento, un mayordomo vino a informarnos de que nuestros invitados estaban llegando. Kriss y yo nos situamos a los lados de las puertas dobles para darles la bienvenida a medida que entraran. La banda empezó a tocar una música suave de fondo y las doncellas comenzaron a circular con unos aperitivos. Estábamos listas.

Elise, Celeste y Natalie se acercaron, sorprendentemente puntuales. Cuando vieron la decoración —las ampulosas telas cubriendo las paredes, los relucientes centros de mesa en las mesas, los enormes ramos de flores—, un destello de rabia apareció en los ojos de Elise y Celeste. Natalie, por su parte, estaba demasiado emocionada como para molestarse.

—Huele como los jardines —observó, con un suspiro, entrando en el salón como si fuera a arrancar a bailar.

—Quizás hasta demasiado —precisó Celeste, especialista en encontrar defectos en las cosas bonitas—. A la gente le va a dar dolor de cabeza.

—Intentad situaros en mesas diferentes —sugirió Kriss mientras entraban—. Los italianos han venido a hacer amigos.

Celeste chasqueó la lengua, como si aquello le fastidiara. Tenía ganas de decirle que se comportara: nosotras habíamos estado impecables en su recepción. Pero en aquel momento oí la animada conversación de las mujeres italianas que se acercaban por el pasillo, y me olvidé de ella por completo.

Aquellas damas eran, por decirlo así, como estatuas clásicas: altas, de piel dorada y guapísimas. Y por si eso fuera poco, eran de lo más agradables. Era como si llevaran el sol en el alma y lo iluminaran todo con su luz.

La monarquía italiana era aún más reciente que la de Illéa. Por el dossier supe que habían evitado relacionarse con nosotros durante décadas; esa era la primera vez que nos tendían la mano. Aquella reunión era el primer paso hacia una relación más estrecha con un Gobierno cada vez más fuerte. Hasta aquel momento aquello me tenía asustada, pero su amabilidad hizo que todas mis preocupaciones se desvanecieran. Nos dieron dos besos a Kriss y a mí, y saludaron con un sonoro «¡Salve!». Yo intenté responder con el mismo entusiasmo.

Intenté chapurrear alguna de mis frases en italiano, lo cual agradó mucho a nuestras invitadas, que se divirtieron con mis errores, pero me ayudaron a corregirlos. Hablaban un inglés estupendo, y todas comentamos nuestros respectivos peinados y vestidos. Parecía que habíamos causado buena impresión a primera vista, y aquello ayudó a que me relajara.

Acabé situándome junto a Orabella y Noemi, dos de las primas de la princesa, y allí me quedé la mayor parte de la fiesta.

—¡Este vino es delicioso! —exclamó Orabella, levantando su copa.

—Estamos encantadas de que le guste —respondí, preocupada de parecer demasiado tímida, dado el volumen tan alto con el que hablaban ellas.

—¡Tienes que probarlo! —insistió.

Yo no había tomado nada de alcohol desde Halloween, y tampoco es que me hiciera demasiada ilusión, pero no quería ser maleducada, así que cogí la copa que me ofreció y le di un sorbo.

Fue increíble. El champán era todo burbujas, pero aquel vino tinto, rojo y profundo, mostraba diferentes sabores superpuestos que adquirían protagonismo uno tras otro.

—¡Mmmm! —suspiré.

—Bueno, bueno… —dijo Noemi, reclamando mi atención—. Este Maxon es muy guapo. ¿Cómo puedo entrar en la Selección?

—Con un montón de papeleo —bromeé.

—¿Eso es todo? ¿Quién tiene un bolígrafo?

—Yo también haré todo ese papeleo —intervino Orabella—. Me encantaría llevarme a ese Maxon a casa.

Me reí.

—Creedme, aquí todo es un poco caótico.

—Tú necesitas más vino —insistió Noemi.

—¡Desde luego! —coincidió Orabella, y ambas llamaron a un criado para que me llenara la copa de nuevo.

—¿Has estado en Italia alguna vez? —preguntó Noemi.

Negué con la cabeza.

—Antes de la Selección, nunca había salido de mi provincia siquiera.

—¡Tienes que venir! —exclamó Orabella—. Puedes quedarte en mi casa cuando quieras.

—Siempre monopolizas a los invitados —se quejó Noemi—. Ella se queda conmigo.

Sentí el calor del vino que me llenaba por dentro. Aquella alegría contagiosa me estaba poniendo incluso demasiado alegre.

—Así pues…, ¿besa bien? —preguntó Noemi.

Me atraganté con el vino, y tuve que apartar la copa para reírme. No quería hablar de más, pero parecía que ellas ya lo sabían.

—¿Cómo de bien? —insistió Orabella. Al ver que yo no respondía, agitó la mano—. ¡Bebe más vino! —exclamó.

Las señalé con un dedo acusador, consciente de lo que estaban haciendo:

—¡Vosotras dos sois un peligro!

Ellas echaron la cabeza atrás, riéndose, y no pude evitar reírme yo también. Desde luego, charlar con otras chicas resultaba mucho más agradable cuando no eran rivales, pero no podía dejarme llevar.

Me puse en pie y me dispuse a alejarme de allí para evitar acabar desmayada bajo la mesa.

—Es muy romántico. Cuando quiere —dije.

Ellas dieron palmas y se rieron, complacidas con su propia picardía.

Ya con algo de agua y comida en el estómago, toqué alguna de las canciones populares que había aprendido al violín, y la mayoría de los presentes cantaron. Por el rabillo del ojo distinguí a Silvia tomando notas y siguiendo el ritmo con el pie al mismo tiempo.

Cuando Kriss se puso en pie y propuso un brindis por la reina y por Silvia en agradecimiento por su ayuda, todos los presentes aplaudieron. Cuando alcé mi copa en honor a mis invitados, respondieron con alegría, vaciaron sus copas y las tiraron contra las paredes. Kriss y yo no nos lo esperábamos, pero nos encogimos de hombros e hicimos lo mismo.

Las pobres criadas se apresuraron a recoger los fragmentos mientras la banda volvía a tocar y todo el mundo salió a bailar. Quizá lo más destacado fue ver a Natalie en lo alto de la mesa, interpretando algún tipo de danza en la que se movía como un pulpo.

La reina Amberly se quedó sentada en un rincón, charlando alegremente con la reina italiana. Ver aquello me produjo la satisfacción del trabajo bien hecho, y estaba tan absorta que casi di un salto cuando Elise se dirigió a mí.

—La vuestra es mejor —dijo, a regañadientes pero sincera—. Entre las dos habéis montado una recepción increíble.

—Gracias. No las tenía todas conmigo; empezamos muy mal.

—Lo sé. Eso hace que sea aún más impresionante. Da la impresión de que habéis estado trabajando durante semanas en esto —paseó la mirada por la sala, admirando la vistosa decoración.

—Elise —dije, poniéndole una mano en el hombro—, tú sabes que cualquiera que haya visto lo de ayer sabrá que tú has sido la que más has trabajado de tu equipo. Estoy segura de que Silvia se asegurará de que Maxon lo sepa.

—¿Tú crees?

—Claro que sí. Y te prometo que, si esto es algún tipo de concurso y perdéis, le hablaré a Maxon del buen trabajo que has hecho.

Ella entrecerró los ojos, ya pequeños de por sí.

—¿Harías eso por mí?

—Claro. ¿Por qué no? —dije, con una sonrisa.

Elise meneó la cabeza.

—De verdad, te admiro por cómo eres. Honesta, supongo. Pero tienes que darte cuenta de que esto es una competición, America —repuso. La sonrisa me desapareció de la cara—. Yo no mentiría, ni diría nada malo sobre ti, pero tampoco daría un paso para decirle a Maxon nada bueno. No puedo.

—Eso no tiene por qué ser así —dije yo, bajando la voz.

—Sí, es así —respondió ella—. No se trata de un premio. Se trata de un marido, una corona, un futuro. Y probablemente tú seas la que más tiene que ganar o que perder.

Me quedé allí, de pie, petrificada. Pensaba que éramos amigas. Salvo en Celeste, confiaba de verdad en aquellas chicas. ¿Es que estaba tan ciega que no me había dado cuenta del ahínco con el que competían?

—Eso no significa que no me caigas bien —añadió—. Te tengo mucho aprecio. Pero no puedo apoyarte para que ganes.

Asentí, aunque aún estaba asimilando sus palabras. Era evidente que yo no estaba tan implicada. Otra cosa más que me hacía dudar de que aquello fuera para mí.

Elise sonrió mirando por encima de mi hombro; me giré y vi a la princesa italiana, que se acercaba.

—Perdóname —le dijo a Elise, con aquel acento encantador—. ¿Puedo llevarme a la anfitriona?

Elise esbozó una reverencia y se volvió al baile. Intenté sacarme de la cabeza la conversación que acabábamos de tener y concentrarme en la persona a la que debía impresionar.

—Princesa Nicoletta, siento que no hayamos tenido ocasión para hablar demasiado —me disculpé, insinuando también una reverencia.

—¡Oh, no! Has estado muy ocupada. ¡Mis primas te adoran!

Me reí.

—Son muy divertidas.

Nicoletta me cogió del brazo y me llevó a un rincón.

—Mi país ha dudado mucho en estrechar lazos con Illéa. Nuestra gente es mucho… más libre que la vuestra.

—Eso ya lo veo.

—No, no —dijo, muy seria—, hablo de la libertad personal. Disfrutan más de la vida que vosotros. Aquí aún tenéis castas, ¿verdad?

Asentí, consciente de pronto de que aquello era algo más que una charla informal.

—Nosotros lo sabemos, por supuesto. Estamos al corriente de lo que ocurre aquí. Los alzamientos, los rebeldes… Parece que la gente no es feliz, ¿no?

No estaba segura de qué decir.

—Alteza, no sé si soy la persona más indicada para hablar de esto. En realidad no controlo nada de eso.

—Pero podrías —dijo Nicoletta, cogiéndome de las manos. Un escalofrío me recorrió la espalda. ¿Estaba diciendo lo que yo pensaba?—. Sabemos lo que le pasó a esa chica. La rubita… —susurró.

—Marlee —asentí—. Era mi mejor amiga.

—Y te hemos visto a ti. La grabación era corta, pero te vimos correr y oponer resistencia —sus ojos tenían la misma mirada que los de la reina Amberly aquella misma mañana. Mostraban un brillo inconfundible de orgullo—. Nos interesa mucho establecer relaciones con una nación poderosa, si esa nación puede cambiar. Entre tú y yo, si hay algo que podamos hacer para ayudarte a alcanzar la corona, dínoslo. Tienes todo nuestro apoyo.

Me puso un papel en la mano y se alejó. En el momento en que se daba la vuelta, gritó algo en italiano, y toda la sala respondió con unas risas. Yo no tenía bolsillos, así que me metí la nota bajo el sujetador rápidamente, rezando para que nadie se diera cuenta.

Nuestra recepción duró mucho más que la anterior; nuestros invitados parecía que se lo estaban pasando tan bien que no querían marcharse. Aun así, todo fue como un suspiro.

Horas más tarde volví a mi habitación, exhausta. Estaba demasiado llena como para pensar siquiera en cenar, y, aunque aún era pronto, la idea de irme directamente a la cama me resultaba tentadora.

No obstante, antes incluso de que pudiera mirar la cama, Anne se me acercó con una sorpresa. Di un respingo y enseguida le cogí la carta de la mano. Había que admitirlo: el servicio de correos de palacio era muy rápido.

Abrí el sobre y me fui al balcón a leer las palabras de mi padre con la misma avidez con que absorbía los últimos rayos de sol.

Querida America:

Tendrás que escribir una carta a May en cuanto puedas. Cuando ha visto que la última iba dirigida solo a mí se quedó muy decepcionada. Tengo que decir que me ha pillado algo desprevenido. No sé qué me esperaba, pero desde luego no lo que me preguntas.

En primer lugar, sí, es cierto. Cuando fuimos a verte hablé con Maxon, y me dejó muy claras sus intenciones hacia ti. No creo que sea en absoluto deshonesto, y me convenció (aún lo creo) de que siente un gran afecto por ti. Creo que, si el proceso fuera más simple, ya te habría elegido. Supongo que parte de la responsabilidad de que esto vaya tan lento es tuya. ¿Me equivoco?

La respuesta directa es sí, doy mi aprobación a Maxon y, si tú lo quieres, te apoyo. Si no, también tienes mi apoyo. Te quiero, y quiero que seas feliz. A lo mejor eso significa que tendrás que vivir en nuestra mísera casita en lugar de en un palacio. A mí no me importa.

En cuanto a la otra pregunta, a eso también tengo que decir que sí.

America, sé que tú no te valoras demasiado, pero tienes que empezar a hacerlo. Nos hemos pasado años diciéndote el talento que tienes, pero tú no te lo creíste hasta que te salieron clientes. Recuerdo el día en que viste que tenías la agenda llena y supiste que era por tu voz y por tu manera de tocar, y lo orgullosa que estabas. Era como si de pronto adquirieras conciencia de todo lo que podías hacer. Y, por lo que recuerdo, nosotros siempre te hemos dicho lo guapa que eres, pero no estoy seguro de que te hayas considerado guapa hasta que te escogieron para la Selección.

Posees dotes de mando, America. Tienes la cabeza sobre los hombros; estás dispuesta a aprender y, quizá lo más importante, eres humana. Eso es algo que la gente de este país aprecia más de lo que tú te crees.

Si quieres la corona, America, tómala. Porque debería ser tuya.

Y, sin embargo…, si no quieres esa responsabilidad, nunca te culparé por ello; te daré la bienvenida a casa con los brazos abiertos.

Te quiero,

PAPÁ

Las lágrimas iban cayendo lentamente. Mi padre creía de verdad que podía hacerlo. Era el único. Bueno, él y Nicoletta.

¡Nicoletta!

Había olvidado la nota por completo. Hurgué en el interior de mi vestido y la saqué. Era un número de teléfono. Ni siquiera había puesto su nombre.

No podía ni imaginarme lo mucho que estaría arriesgando al ofrecérseme de ese modo.

Me quedé con el minúsculo papelito y la carta de mi padre en las manos. Pensé en lo seguro que estaba Aspen de que yo no valía para ser princesa. Recordé la encuesta popular, en la que ocupaba el último lugar. Pensé en la promesa críptica de Maxon a principios de semana…

Cerré los ojos e intenté buscar en mi interior.

¿De verdad podía hacerlo? ¿Sería capaz de ser la futura princesa de Illéa?