Capítulo 17

Me senté contra la base del árbol, con las piernas recogidas frente al pecho, esperando. Mamá siempre decía que eso es lo que teníamos que hacer cuando nos perdiéramos. Me dio tiempo a pensar en lo sucedido. ¿Cómo habían podido entrar los rebeldes en el palacio dos días seguidos? ¡Dos días seguidos! ¿Habían empeorado tanto las cosas en el exterior desde el inicio de la Selección? Por lo que yo había visto en mi casa, en Carolina, y por lo experimentado en el palacio, aquello era algo sin precedentes.

Tenía un montón de arañazos en las piernas, y ahora que ya no tenía que esconderme por fin sentía cómo me picaban. En el muslo tenía un pequeño cardenal que no sabía cómo me había hecho. Estaba sedienta; y al ir calmándome sentí el agotamiento provocado por la tensión emocional, mental y física del día. Apoyé la cabeza contra el árbol y cerré los ojos. No pensaba dormirme. Pero lo hice.

Algo más tarde oí el ruido inequívoco de unos pasos. Abrí los ojos de golpe; el bosque estaba más oscuro de lo que yo recordaba. ¿Cuánto tiempo habría dormido?

Mi primera reacción fue trepar de nuevo al árbol, y corrí hacia el otro lado, pisando los restos de la bolsa de la chica rebelde. Pero entonces oí que me llamaban.

—¡Lady America! —dijo alguien—. ¿Dónde está?

Y al cabo de un momento, otra vez:

—¿Lady America?

Pasados unos instantes, una voz autoritaria ordenó:

—Aseguraos de mirar por todas partes. Si la han matado, pueden haberla colgado o haber intentado enterrarla. Prestad mucha atención.

—Sí, señor —respondió un coro de voces.

Miré desde detrás del árbol, concentrándome en aquellos ruidos, forzando la vista para intentar reconocer las siluetas que avanzaban por entre las sombras, sin tener muy claro si de verdad estaban allí para rescatarme. La luz del atardecer, colándose por entre los árboles, cayó sobre el rostro de Aspen. Corrí a su encuentro:

—¡Estoy aquí! —grité—. ¡Por aquí!

Avancé directamente a los brazos de Aspen, esta vez sin preocuparme de quien pudiera verme.

—Gracias a Dios —me susurró al oído. Luego se giró, dirigiéndose hacia los demás—. ¡La tengo! ¡Está viva!

Aspen se agachó y me cogió en brazos.

—Estaba aterrado, pensando que encontraríamos tu cadáver en algún sitio. ¿Estás herida?

—Solo tengo rasguños en las piernas.

Un segundo más tarde varios guardias nos rodeaban y felicitaban a Aspen.

—Lady America —dijo el que estaba al mando—. ¿Se encuentra bien?

Asentí con la cabeza.

—Solo tengo unos rasguños en las piernas.

—¿Han intentado hacerle daño?

—No. No llegaron a pillarme.

Parecía algo extrañado.

—Ninguna de las otras chicas podría haber escapado corriendo, supongo.

Sonreí, por fin más tranquila.

—Ninguna de las otras chicas es una Cinco.

Varios de los guardias se sonrieron, incluido Aspen.

—Ahí tiene razón. Volvamos a palacio —concluyó el jefe. Se adelantó y se dirigió a los otros guardias—: No bajéis la guardia. Aún podrían estar por la zona.

En cuanto nos pusimos en marcha, Aspen me habló en voz baja:

—Sé que eres lista y que corres mucho, pero me has dado un susto de muerte.

—Le he mentido al oficial —le susurré.

—¿Qué quieres decir?

—Que si llegaron a alcanzarme.

Aspen me miró, horrorizado.

—No me hicieron nada, pero una chica me vio. Me dedicó una reverencia y salió corriendo.

—¿Una reverencia?

—A mí también me sorprendió. No parecía enfadada ni se mostró amenazante. De hecho, parecía una chica normal.

Pensé en lo que me había contado Maxon acerca de los dos grupos de rebeldes; supuse que aquella chica debía de ser del norte. No se había mostrado nada agresiva; simplemente quería cumplir con su misión. Y no había duda de que el ataque de la noche anterior era obra de los sureños. ¿Significaría algo que los ataques se hubieran producido uno tras otro, pero que fueran de grupos diferentes? ¿Estarían observándonos los norteños, esperando un momento de debilidad? Pensar que podían tener espías dentro del palacio era inquietante.

Al mismo tiempo, los ataques resultaban casi tontos. ¿Se limitaban a presentarse y a entrar por la puerta principal? ¿Cuántas horas se pasaban en el palacio, recogiendo su botín? Eso me hizo pensar en algo.

—Llevaba libros, muchos —recordé.

Aspen asintió.

—Parece que eso ocurre a menudo. No tenemos ni idea de qué hacen con ellos. Tal vez los usen para hacer fuego. Supongo que donde viven pasan frío.

No supe qué responder. Se me ocurrían muchos sitios mejores donde conseguir algo así. Además, la chica parecía desesperada por recuperar esos libros. Estaba segura de que había algo más.

Tardamos más de una hora, caminando lentamente, hasta llegar de nuevo al palacio. Aunque estaba herido, Aspen no me soltó ni un momento. De hecho, daba la impresión de estar disfrutando de la excursión, a pesar del esfuerzo suplementario. A mí también me gustó.

—Los próximos días puede que esté muy ocupado, pero intentaré ir a verte pronto —me susurró mientras cruzábamos el gran jardín que llevaba al palacio.

—De acuerdo —respondí en voz baja.

Él esbozó una sonrisa sin dejar de mirar al frente, y yo le imité, contemplando el palacio, que brillaba al sol del atardecer. En todos los pisos había luces encendidas. Nunca lo había visto así. Era precioso.

Por algún motivo pensé que Maxon estaría esperándome en las puertas de atrás. No estaba. No había nadie. Aspen recibió instrucciones de llevarme a la enfermería para que el doctor Ashlar pudiera curarme las heridas, mientras otro guardia iba a anunciar a la familia real que me habían encontrado con vida.

Mi vuelta a casa no fue un gran acontecimiento. Estaba sola en una cama de la enfermería, con las piernas vendadas, y así me quedé hasta que me dormí.

Oí que alguien estornudaba.

Abrí los ojos, confundida, hasta que pasaron unos segundos y recordé dónde estaba. Parpadeé y paseé la mirada por el pabellón.

—No quería despertarte —dijo Maxon, susurrando—. Deberías seguir durmiendo.

Estaba sentado en una silla junto a la cama, tan cerca que habría podido apoyar la cabeza junto a mi codo si hubiera querido.

—¿Qué hora es? —me froté los ojos.

—Casi las dos.

—¿De la madrugada?

Maxon asintió. Me miró atentamente, y de pronto pensé en el mal aspecto que tendría. Me había lavado la cara y me había recogido el pelo al volver, pero estaba bastante segura de que debía de tener las marcas de la almohada en la mejilla.

—¿Tú nunca duermes? —le pregunté.

—Claro que sí. Pero es que siempre tengo algo de lo que preocuparme.

—Supongo que es algo inherente al trabajo —erguí un poco la espalda.

Él esbozó una sonrisa.

—Algo así.

Se produjo una larga pausa; ninguno de los dos sabíamos qué decir.

—Hoy he pensado algo, mientras estaba en el bosque —dije, de pronto.

Maxon sonrió de nuevo, al ver cómo quitaba importancia al incidente.

—¿De verdad?

—Era sobre ti.

Él se acercó un poco, fijando sus ojos marrones en los míos.

—Cuéntame.

—Bueno… Estaba pensando en lo preocupado que estabas anoche, cuando Elise y Kriss no habían llegado al refugio. Y hoy te vi intentando correr tras de mí cuando llegaron los rebeldes.

—Lo intenté. Lo siento mucho —se disculpó, sacudiendo la cabeza, avergonzado por no haber podido hacer más.

—No estoy disgustada —me expliqué—. De eso se trata. Cuando estuve ahí fuera, sola, pensé en lo preocupado que debías de estar, en lo preocupado que estás por todas. Y no puedo pretender saber lo que sientes exactamente, pero sí sé que ahora mismo nuestra relación no es una prioridad.

Él chasqueó la lengua.

—Hemos tenido días mejores.

—Pero, aun así, corriste tras de mí. Pusiste a Kriss en manos de un guardia porque no podía correr. Intentas mantenernos a todas a salvo. Así que ¿por qué ibas a querer hacernos daño a ninguna?

Se quedó allí, en silencio, sin saber muy bien adónde quería llegar.

—Ahora lo entiendo. Si te preocupa tanto nuestra seguridad, es imposible que quisieras hacerle aquello a Marlee. Estoy segura de que lo habrías impedido si hubieras podido.

—Sin pensarlo —contestó tras lanzar un suspiro.

—Ya lo sé.

Maxon alargó la mano, vacilante, y la pasó por encima de la cama en busca de la mía. Yo dejé que me la cogiera.

—¿Recuerdas que te dije que tenía algo que quería enseñarte?

—Sí.

—No lo olvides, ¿vale? Será pronto. Mi posición me obliga a muchas cosas, y no siempre son agradables. Pero a veces…, a veces puedes hacer cosas estupendas.

No entendí qué quería decir, pero asentí.

—Aunque supongo que tendré que esperar hasta que acabes con ese proyecto. Vas un poco retrasada.

—¡Agh! —exclamé, retirando la mano de la de Maxon para taparme los ojos. Se me había olvidado completamente lo de la recepción. Le miré—. ¿Aún querrán que hagamos eso? Hemos sufrido dos ataques rebeldes, y yo me he pasado la mayor parte del día en el bosque. Seguro que lo estropeamos todo.

Maxon me sonrió, confiado.

—Tendrás que hacer un esfuerzo.

—Va a ser un desastre —dije, dejando caer la cabeza en la almohada.

—No te preocupes —repuso, con una risita—. Aunque no lo hagáis tan bien como las otras, no te echaré por ello.

Aquello me sonó raro. Volví a levantar la cabeza.

—¿Quieres decir que si las otras lo hacen peor, una de ellas podría ser expulsada?

Vaciló un momento; era evidente que no sabía qué responder.

—¿Maxon?

—Esperan que elimine a otra dentro de unas dos semanas —contestó, tras lanzar otro suspiro—. Y esto se supone que debe influir mucho en la elección. Kriss y tú tenéis la situación más difícil: se trata del país con el que no tenemos relaciones, y sois una menos; y aunque tengan una cultura muy festiva, los italianos se ofenden fácilmente. Si a eso le sumamos que apenas habéis tenido tiempo de trabajar en ello… —me dio la impresión de que cada vez estaba más pálido—. Yo no debería ayudaros, pero si necesitáis algo, dímelo. No puedo enviaros a casa a ninguna de las dos.

La primera vez que habíamos discutido, por una tontería relacionada con Celeste, sentí que Maxon me había roto un poco el corazón. Y cuando Marlee se había ido de pronto, volví a pensarlo. Estaba segura de que cada vez que surgía algún obstáculo, iba desmigajándose algo en mi interior. Pero no era así.

En aquella cama, en la enfermería del palacio, Maxon Schreave me rompió el corazón por primera vez, de verdad. Y el dolor fue inimaginable. Hasta entonces había podido convencerme de que todo lo que había visto entre él y Kriss eran imaginaciones mías, pero ahora estaba segura.

Le gustaba Kriss. Quizá tanto como yo.

Asentí en agradecimiento por su oferta para ayudarnos, incapaz de articular palabra.

Me dije que debía proteger mi corazón, que no podía ponerlo en sus manos. Maxon y yo habíamos empezado como amigos, y quizás eso fuera lo que debíamos ser: buenos amigos. Pero estaba desolada.

—Tengo que irme —dijo—. Y tú necesitas dormir. Has tenido un día muy largo.

Puse los ojos en blanco. «Muy largo» era poco.

Maxon se levantó y se alisó el traje.

—En realidad quería decirte muchas más cosas. Por un momento pensé que te habría perdido.

Me encogí de hombros.

—Estoy bien. De verdad.

—Ahora ya lo veo, pero durante varias horas pensé que ya podía prepararme para lo peor —hizo una pausa, midiendo sus palabras—. Normalmente, de todas las chicas, contigo es con la que más fácil me resulta hablar de lo que hay entre nosotros. Pero quizás ahora no sea el mejor momento para hacerlo.

Asentí y bajé la cabeza. No podía hablar de mis sentimientos por alguien que estaba enamorado de otra persona.

—Mírame, America —me pidió, con suavidad.

Lo hice.

—No pasa nada. Puedo esperar. Solo quería que supieras… No encuentro palabras para expresar el alivio que siento de que estés aquí, de una pieza. Nunca he estado tan agradecido al mundo por nada.

Me quedé muda, como siempre me pasaba cuando me tocaba la fibra sensible. Lo cierto es que era preocupante lo fácil que me resultaba confiar en sus palabras.

—Buenas noches, America.