Tenía la vaga sensación de que estaba soñando. America estaba al otro lado de la sala, atada a un trono, y Maxon apoyaba una mano en su hombro, presionándola para que se sometiera. Ella me miraba con ojos de preocupación y se debatía para llegar hasta mí. Pero entonces vi que Maxon también me miraba, amenazador. En aquel momento, se parecía mucho a su padre.
Sabía que tenía que llegar a ella, desatarla para que pudiéramos salir corriendo. Pero no me podía mover. Yo también estaba atado, igual que Woodwork. El miedo me recorría la piel, frío e implacable. Por mucho que lo intentáramos, no podríamos salvarnos el uno al otro.
Maxon se acercó hasta un cojín, cogió la recargada corona que había encima y se la puso a America en la cabeza. Aunque ella la miraba con desconfianza, no se quejó cuando se la colocó sobre su brillante melena pelirroja. Pero no se le quedaba quieta. Se resbalaba una y otra vez.
Decidido, Maxon metió mano en el bolsillo y sacó lo que parecía un doble gancho. Colocó la corona en su sitio y presionó el gancho, fijándola así a la cabeza de America. En el momento en que entraba la púa, sentí dos pinchazos tremendos en la espalda y grité. Esperaba sentir manar la sangre, pero no sangraba.
Donde sí manaba la sangre era en la cabeza de America. Se mezclaba con su melena pelirroja y se le pegaba a la piel. Maxon sonreía mientras iba clavando los ganchos. Yo gritaba de dolor cada vez que uno de ellos perforaba la piel de America, contemplando horrorizado la sangre que iba cubriéndola desde la corona.
Me desperté de golpe. No había tenido una pesadilla así desde hacía meses, y America nunca había sido su protagonista. Me sequé el sudor de la frente, repitiéndome mentalmente que no era verdad. Con todo, aún sentía el dolor de los ganchos en la piel y estaba medio mareado.
Al momento, la mente se me fue a Woodwork y a Marlee. En mi sueño, yo habría aceptado con gusto todo el dolor si así America no tenía que sufrirlo. ¿Sentiría lo mismo Woodwork? ¿Habría deseado poder sufrir el doble para ahorrárselo a Maree?
—¿Estás bien, Leger? —preguntó Avery.
La habitación aún estaba a oscuras, así que debía de haberme oído revolverme en la cama.
—Sí. Lo siento. Una pesadilla.
—No pasa nada. Yo tampoco duermo muy bien.
Me giré hacia él, aunque no veía nada. Solo los oficiales tenían habitaciones con ventanas.
—¿Qué pasa?
—No lo sé. ¿Te importa si pienso en voz alta un minuto?
—Claro que no.
Avery se había portado como un gran amigo. Lo mínimo que podía hacer era perder unos minutos de sueño por él.
Oí que se sentaba en la cama, pensándoselo antes de hablar.
—He estado dándole vueltas al asunto de Woodwork y Marlee. Y a lo de Lady America.
—¿Qué pasa con ella? —pregunté, levantando el cuerpo yo también.
—Al principio, cuando la vi correr hacia Marlee, me tocó las narices. ¿Es que no sabía que eso no serviría de nada? Woodwork y Marlee habían cometido un error, y debían recibir un castigo. El rey y el príncipe Maxon tenían que mantener el control, ¿no?
—Vale.
—Pero cuando oí a las doncellas y los mayordomos hablar del tema, era como si elogiaran a Lady America. A mi modo de ver no tenía sentido, porque pensaba que lo que había hecho estaba mal. Pero…, bueno, ellos llevan aquí mucho más tiempo que nosotros. A lo mejor han visto muchas más cosas. A lo mejor saben algo. Y si es así, y si creen que Lady America hizo bien al hacer lo que hizo… ¿Qué es lo que me estoy perdiendo?
Aquel era un terreno peligroso. Pero era mi amigo, el mejor que había tenido nunca. A Avery le habría confiado mi vida. Además, contar con un aliado en palacio no estaba de más.
—Sí, es una muy buena pregunta. Hace que te cuestiones cosas.
—Exactamente. Es como, a veces, cuando estoy de guardia en el despacho del rey, el príncipe está trabajando y sale a hacer algo. El rey Clarkson coge el trabajo del príncipe Maxon y le deshace la mitad. ¿Por qué? ¿No podría al menos consultarle? Pensaba que estaba intentando que cogiera práctica.
—No lo sé. ¿Control? —Al pronunciar la palabra, me di cuenta de que al menos en parte debía de ser verdad. A veces sospechaba que Maxon no sabía del todo lo que pasaba.
—A lo mejor, el rey considera que Maxon no es tan competente como debería serlo a estas alturas.
—¿Y si el príncipe es más que competente, y eso es precisamente lo que no le gusta al rey?
Contuve una risa.
—Me cuesta creerlo. Me parece que Maxon se distrae con facilidad.
—Hmm. —Avery cambió de postura en la oscuridad—. Quizá tengas razón. Pero parece que la gente no lo ve igual que al rey. Y, por la forma en que hablan de Lady America, da la impresión de que, si pudieran escoger ellos a la princesa, sería ella. Si es capaz de desobedecer así, ¿querrá decir que el príncipe Maxon también es capaz de hacerlo?
Sus preguntas planteaban cosas que yo no quería reconocer. ¿Estaba Maxon plantándole cara a su padre? Y, si ese fuera el caso, ¿estaría también enfrentándose a la Corona y a todo lo que representaba? Nunca había sido un gran defensor de la monarquía; la verdad es que no podría odiar a nadie que la combatiera.
Pero mi amor por America era más grande que ninguna otra cosa. Y como Maxon se interponía entre ese amor y yo, no creía que pudiera decir o hacer nada que me hiciera considerarle una persona decente.
—La verdad es que no lo sé —respondí con sinceridad—. Tampoco detuvo lo que le hicieron a Woodwork.
—Sí, pero eso no significa que le gustara. —Avery bostezó—. Lo único que digo es que hemos sido entrenados para observar a todo el que entra en palacio y para detectar cualquier intención oculta que pudieran tener. Quizá deberíamos hacer lo mismo con la gente que ya está dentro.
Sonreí.
—Eso me parece muy sensato —admití.
—Por supuesto. Yo soy el cerebro de toda la operación —bromeó, acomodándose de nuevo entre las sábanas.
—Duérmete ya, cerebrito. Mañana necesitaremos esa mente brillante.
—Estoy en ello —dijo. Se quedó inmóvil, quizás durante un minuto, y luego añadió—: Oye, gracias por escuchar.
—Cuando quieras. ¿Para qué están los amigos?
—Sí. —Bostezó de nuevo—. Echo de menos a Woodwork.
—Ya. —Suspiré—. Yo también.