Había calculado el tiempo perfectamente. Si America llegaba en menos de cinco minutos, nadie nos vería a ninguno de los dos. Sabía lo que me estaba jugando, pero no podía mantenerme apartado. La necesitaba.
La puerta se abrió con un crujido y enseguida se cerró de nuevo.
—¿Aspen?
Reconocía aquel tono de antes.
—Como en los viejos tiempos, ¿eh?
—¿Dónde estás?
Asomé de detrás de la cortina y oí que contenía la respiración.
—Me has asustado —dijo, medio en broma.
—No sería la primera vez…, y no será la última —contesté yo.
America tenía muchas virtudes, pero desde luego el sigilo no era una de ellas. Fue a mi encuentro, en el centro de la habitación, pero por el camino dio contra el sofá y dos mesitas y tropezó con el borde de una alfombra. No quería ponerla nerviosa, pero tenía que ir con más cuidado.
—¡Chis! Todo el mundo se enterará de que estamos aquí si no dejas de tirar cosas —susurré, más en broma que protestando.
—Lo siento —dijo ella, reprimiendo una risita—. ¿No podemos encender una luz?
—No —respondí, poniéndome más a la vista—. Si alguien ve una luz por debajo de la puerta, podrían descubrirnos. No pasan mucho por este pasillo, pero prefiero ir con cuidado.
Por fin llegó a mi altura. En el momento en que toqué su piel, todo pareció arreglarse. Disfruté de aquel contacto un segundo antes de llevarla a un rincón.
—¿Cómo es que conoces esta habitación?
—Soy guardia —respondí encogiéndome de hombros—. Y se me da muy bien mi trabajo. Conozco todo el recinto del palacio, por dentro y por fuera. Hasta el último pasaje, todos los escondrijos y hasta la mayoría de las habitaciones secretas. También sé los turnos de los guardias, qué zonas son las que menos se vigilan y los momentos del día en que hay menos personal. Si alguna vez quieres moverte a escondidas por el palacio con alguien, yo soy la persona ideal.
—Increíble —dijo, escéptica y orgullosa al mismo tiempo.
Tiré de ella con suavidad y se sentó a mi lado. La tenue luz de la luna apenas me dejaba verla. Sonrió, pero enseguida se puso seria.
—¿Estás seguro de que no corremos peligro? —dijo.
Estaba claro que estaría pensando en la espalda de Woodwork y las manos de Marlee, en la vergüenza y el horror que nos esperaba si nos descubrían. Y eso, si teníamos suerte. Pero yo confiaba en mis habilidades.
—Confía en mí, Mer. Tendrían que pasar un número extraordinario de cosas para que alguien nos encontrara aquí. Estamos a salvo.
Aún podía ver la duda en sus ojos, pero entonces la rodeé con un brazo y se dejó llevar; necesitaba aquel momento tanto como yo.
—¿Cómo estás tú? —pregunté por fin.
Suspiró con tanta fuerza que me sorprendió.
—Bien, supongo. He estado muy triste y muy enfadada. —No parecía darse cuenta de que su mano había ido instintivamente a la zona de mi muslo, justo por encima de la rodilla, el lugar exacto donde solía juguetear con el agujero de mis vaqueros raídos—. No dejo de pensar en que me gustaría retroceder dos días y recuperar a Marlee. Y también a Carter. Ni siguiera pude conocerlo.
—Yo sí. Es un tipo estupendo. —De pronto pensé en su familia y me pregunté cómo sobrevivirían sin su sueldo—. He oído que durante el tiempo que duró el castigo no dejó de decirle a Marlee que la quería, para ayudarla a soportarlo.
—Es verdad. Al menos al principio. A mí me echaron antes de que acabara.
Sonreí y la besé en la cabeza.
—Sí, eso también lo he oído —dije yo. Al momento me pregunté por qué no le había dicho que lo había visto. Sabía lo que había hecho antes incluso de que el rumor empezara a correr por los pasillos de palacio. Pero quizás así me resultaba más fácil asimilarlo: a través de la sorpresa y, generalmente, la admiración de todos los demás—. Estoy orgulloso de que te rebelaras de aquella manera. Esa es mi chica.
Ella se acercó un poco más.
—Mi padre también estaba orgulloso. La reina me dijo que no debía haber actuado de ese modo, pero que estaba contenta de que lo hubiera hecho. No sé qué pensar. Es como si hubiera estado bien y mal a la vez. Pero la verdad es que no sirvió para nada.
—Sí sirvió —dije yo, abrazándola con más fuerza. No quería que dudara de lo que para ella era algo natural—. Significó mucho para mí.
—¿Para ti?
Me costaba admitir mi preocupación, pero tenía que saberlo.
—Sí. A menudo me pregunto si la Selección te habrá cambiado. Te están cuidando constantemente, tienes todos esos lujos… No dejo de pensar en si aún seguirás siendo la misma America. Eso me hizo ver que sí, que todo esto no te ha afectado.
—Bueno, sí que me ha afectado, pero no en ese sentido —reaccionó enseguida—. Este lugar no deja de recordarme que yo no nací para esto.
Entonces su rabia se tornó en tristeza. Se giró hacia mí, hundiendo la cabeza en mi pecho, como si presionando lo suficiente pudiera llegar a ocultarse bajo mis costillas. Yo quería tenerla ahí, entre mis brazos, tan cerca del corazón que prácticamente pudiera ser parte de él. Quería que todo el dolor que pudiera sentir se perdiera con mis latidos.
—Escucha, Mer —dije, sabiendo que el único modo de llegar a lo bueno sería pasando primero por lo malo—, lo que pasa es que Maxon es un gran actor. Siempre pone esa cara perfecta, como si estuviera por encima de todo. Pero solo es una persona, y tiene los mismos problemas que cualquiera. Yo sé que le aprecias, porque, si no, no seguirías aquí. Pero tienes que saber que no es real.
Ella asintió. Me dio la impresión de que aquella información no le venía de nuevas, como si en parte se la esperara.
—Es mejor que lo sepas ahora. ¿Y si te casas y luego descubres que era así?
—Tienes razón —respondió con un suspiro—. Yo también lo he estado pensando.
Intenté no prestar atención al detalle de que ya se había imaginado la vida una vez que se hubiera casado con Maxon. Era parte de la experiencia. Antes o después, tendría que pensar en ello. Pero eso había quedado atrás.
—Tú tienes un gran corazón, Mer. Sé que hay cosas que no puedes cambiar, pero me gusta que, aun así, quieras hacerlo. Eso es todo.
—Me siento tan tonta… —respondió, después de reflexionar un momento sobre mis palabras.
—Tú no eres tonta.
—Sí que lo soy.
Tenía que hacerla sonreír.
—Mer, ¿tú crees que yo soy listo?
—Claro —dijo sin más.
—Eso es porque lo soy. Y soy demasiado listo como para enamorarme de una tonta. Así que ya puedes dejar de decir esas tonterías.
Soltó una risita. Aquello bastó para dejar atrás la tristeza. Yo ya había padecido lo mío con la Selección. Ahora quería entender mejor por qué sufría ella. No era America la que quería presentarse al sorteo. Fui yo. Aquello era culpa mía.
Había querido explicarme una docena de veces, para obtener el perdón que ella ya me había concedido. No lo merecía. Quizás aquella era la ocasión para disculparme por fin.
—Me parece que te he hecho mucho daño —dijo ella, con vergüenza en la voz—. No entiendo cómo puedes seguir enamorado de mí.
Suspiré. Al parecer, era ella la que necesitaba que la perdonaran, cuando, sin duda, debía de ser al revés.
Yo no sabía cómo explicárselo. No había palabras para expresar lo que sentía por ella. Ni siquiera yo lo entendía.
—Así son las cosas. El cielo es azul, el sol brilla y Aspen está irremediablemente enamorado de America. Así es como diseñaron el mundo. —Sentí que su mejilla se tensaba en una sonrisa contra mi pecho. Si no conseguía disculparme, quizá podría dejar claro al menos que aquellos últimos minutos en la casa del árbol habían sido un accidente—. Ahora en serio, Mer, eres la única chica que he querido nunca. No puedo imaginarme con ninguna otra. He estado intentando prepararme para eso, por si acaso, y… no puedo.
Donde no llegaban las palabras, hablaban nuestros cuerpos. Sin besos. Bastaba con aquellos abrazos silenciosos. Eso era todo lo que necesitábamos. Sentía como si hubiera regresado a Carolina, y estaba seguro de que podríamos volver a aquello. O quizás ir aún más allá.
—No deberíamos quedarnos aquí mucho más —dije, deseando que no fuera así—. Confío bastante en mis cálculos, pero no querría arriesgar más de lo debido.
Ella se puso en pie sin muchas ganas. Tiré de ella para darle un último abrazo, esperando que me bastara para aguantar hasta que pudiera volver a verla. America me cogió con fuerza, como si le diera miedo separarse de mí. Sabía que los días siguientes serían duros para ella, pero, pasara lo que pasara, yo estaría a su lado.
—Sé que es difícil de creer, pero siento mucho que Maxon resultara ser tan mal tipo. Yo deseaba que volvieras, pero no quería que lo pasaras mal. Y, sobre todo, no de este modo.
—Gracias.
—Lo digo de verdad.
—Lo sé —respondió, y se quedó pensando—. Pero esto no ha acabado. No mientras siga aquí.
—Sí, pero te conozco. Lo llevarás lo mejor posible, para que tu familia siga cobrando su dinero y para poder verme, pero él tendría que deshacer el pasado para arreglar esto —dije, y apoyé la barbilla sobre su cabeza, sujetándola a mi lado todo lo que pude—. No te preocupes, Mer. Yo cuidaré de ti.