Me desperté al sentir el brazo de Maxon deslizándose sobre mi piel. En algún momento de la noche había acabado apoyando la cabeza sobre su pecho, y la lenta cadencia de su latido resonaba en mis oídos.
Sin decir una palabra, me besó en el pelo y me abrazó. No podía creer que aquello fuera verdad. Estaba allí, con Maxon, despertándonos juntos en mi cama. Y aquella misma mañana me entregaría un anillo…
—Podríamos despertarnos así cada mañana —murmuró.
—Me has leído la mente —dije yo con una risita.
Él suspiró, satisfecho.
—¿Cómo te sientes, cariño?
—Me siento con ganas de darte un puñetazo por llamarme «cariño», sobre todo —dije, fingiendo que le daba un golpe en el estómago.
Sonriendo, trepó encima de mí y se apoyó sobre mi vientre.
—Muy bien, pues. ¿Querida mía? ¿Tesoro? ¿Amor mío?
—Cualquiera. Me da igual, mientras sea algo que me digas solo a mí —dije, paseando las manos por su pecho y sus brazos—. ¿Qué debería llamarte yo?
—Mi Real Marido. Me temo que así lo exige la ley —contestó, recorriendo mi piel con sus manos hasta llegar a un punto delicado de mi cuello.
—¡Estate quieto! —dije yo, intentando apartarme.
Él respondió con una sonrisa triunfal.
—¡Tienes cosquillas!
A pesar de mis protestas, empezó a recorrerme todo el cuerpo con los dedos, haciendo que me retorciera de la risa.
En el momento en que empecé a chillar, algo me hizo callar de golpe. Un guardia apareció corriendo por la puerta, con el arma en la mano.
Esta vez grité, tirando de la sábana para cubrirme. Estaba tan asustada que tardé un momento en darme cuenta de que los ojos del aguerrido guardián eran los de Aspen. Me sentí como si la cara me ardiera de la humillación.
Aspen parecía impresionado. Ni siquiera pudo articular una frase entera, mientras sus ojos iban de Maxon, vestido únicamente con ropa interior, a mí, que estaba envuelta en una sábana.
Una carcajada rompió de pronto la tensión.
Porque, pese a lo horrorizada que estaba yo, Maxon era la imagen de la tranquilidad. De hecho, parecía satisfecho de que le hubieran pillado. Se dirigió a Aspen con un aire un tanto petulante:
—Le aseguro, Leger, que está perfectamente a salvo.
Aspen se aclaró la garganta, incapaz de mirarnos a los ojos a ninguno de los dos.
—Por supuesto, alteza. —Hizo una reverencia y se marchó, cerrando la puerta tras él.
Me dejé caer, ocultando el rostro en la almohada. Aquello no lo superaría nunca. Debería haberle dicho a Aspen lo que sentía cuando había tenido la oportunidad, en el avión.
Maxon se acercó a abrazarme.
—Que no te dé vergüenza. Tampoco estábamos desnudos. Y eso puede pasar en el futuro.
—Es de lo más humillante.
—¿Que te pillen en la cama conmigo? —Parecía dolido.
Erguí la espalda y le miré a los ojos.
—¡No! No es porque seas tú. Es que… No sé, se suponía que esto era privado —dije, agachando la cabeza y jugueteando nerviosamente con un extremo de la manta.
Maxon me acarició la mejilla con ternura.
—Lo siento. —Parecía sincero—. Sé que te va a costar, pero a partir de ahora todo el mundo nos observará. Los primeros años probablemente tengamos muchas interferencias. Todos los reyes y las reinas han tenido hijos únicos. Algunos por elección propia, seguro; pero con las dificultades que tuvo mi madre, querrán asegurarse hasta de que podemos tener descendencia.
Se calló. Sus ojos pasaron de fijarse en mi cara a un punto de la cama.
—Oye —dije yo, cogiéndole de las mejillas—. En mi casa somos cinco hermanos, ¿recuerdas? En ese aspecto estoy bien servida genéticamente.
Él esbozó una sonrisa.
—Eso espero. En parte porque sí, se espera de nosotros que tengamos herederos. Pero también… porque lo quiero todo de ti, America. Quiero las vacaciones y los cumpleaños, las temporadas de trabajo y los fines de semana de descanso. Quiero huellas de mermelada en mi escritorio. Quiero bromas privadas, discusiones, lo quiero todo. Quiero una vida a tu lado.
De pronto, los últimos minutos se borraron de mi mente. La sensación cálida que crecía en mi pecho iba apartando todo lo demás.
—Yo también lo quiero —le aseguré.
—¿Qué te parece si lo hacemos oficial dentro de unas horas? —dijo con una sonrisa.
Me encogí de hombros.
—Supongo que hoy no tengo otros planes.
Maxon me tiró de nuevo en la cama y me cubrió de besos. Yo le habría dejado besarme durante horas, pero ya era bastante que Aspen nos hubiera visto. Si también me vieran mis doncellas, no podría evitar sus comentarios.
Él se vistió y yo me puse una bata. Aquel momento tendría que haber resultado gracioso, al ser la primera vez. Pero lo único en que podía pensar, al ver a Maxon cubriéndose las cicatrices con la camisa, era en lo increíble que era aquello. ¡Lo que en otro tiempo no deseaba me estaba haciendo tan feliz!
Me dio un último beso antes de abrir la puerta y ponerse en marcha. Me costó más de lo que me imaginaba separarme de él. Me dije que solo serían unas horas y que la espera valdría la pena.
Antes de cerrar la puerta, oí que susurraba:
—La señorita apreciaría que fuera discreto, soldado.
No hubo respuesta, pero me imaginé el gesto solemne de Aspen asintiendo. Me quedé de pie tras la puerta cerrada, debatiéndome, preguntándome si debería decir algo. Pasaron los minutos, pero sabía que tenía que dar la cara ante Aspen. No podía seguir adelante con todo lo que iba a pasar durante el día sin hablar antes con él. Cogí aire y abrí la puerta, nerviosa. Él estaba mirando al pasillo, escuchando unas voces. Por fin se giró y me miró con ojos acusatorios. Aquello me desmontó.
—Lo siento mucho —susurré.
Él sacudió la cabeza.
—No es que no lo viera venir. Simplemente me ha sorprendido.
—Tenía que habértelo dicho —dije, poniendo el pie en el pasillo.
—No importa. Es solo que no puedo creer que te hayas acostado con él.
Apoyé las manos en su pecho.
—No lo he hecho, Aspen. Te lo juro.
Y entonces, en el peor momento posible, todo se estropeó.
Maxon salió de detrás de la esquina, con Kriss cogida de la mano y la mirada fija en mí, junto a Aspen, mientras yo le insistía para que me creyera. Di un paso atrás, pero no lo suficientemente rápido. Aspen se giró en dirección a Maxon, preparado para articular una excusa, pero aún demasiado aturdido como para hablar.
Kriss se quedó boquiabierta, y enseguida se llevó una mano a la boca. Miré a Maxon a los ojos y negué con la cabeza, intentando explicarle sin palabras que aquello era un malentendido.
Maxon apenas tardó un segundo en recobrar la compostura.
—Me he encontrado a Kriss en el pasillo y venía a explicaros mi elección a las dos antes de que aparecieran las cámaras, pero parece que tenemos otra cosa de la que hablar.
Miré a Kriss y al menos me consoló no ver una mirada triunfal en sus ojos. Al contrario, parecía triste por mí.
—Kriss, ¿te importaría volver a tu habitación? ¿Sin hacer ruido? —dijo Maxon.
Ella hizo una reverencia y desapareció por el pasillo, aliviada de librarse de aquello. Maxon respiró hondo y nos volvió a mirar.
—Lo sabía —dijo—. Me decía a mí mismo que estaba loco, porque si fuera así me lo habrías dicho. Se suponía que tenías que ser honesta conmigo. —Levantó la mirada al techo—. No puedo creer que no me fiara de mi intuición. Desde la primera vez que os vi, lo supe. La forma en que le mirabas, lo distraída que estabas. Esa maldita pulsera que llevabas, la nota en la pared, todas esas veces que pensé que te tenía…, y de pronto te volvía a perder… Eras tú —dijo, girándose hacia Aspen.
—Alteza, es culpa mía —mintió Aspen—. Fui yo quien la persiguió. Ella me dejó perfectamente claro que no tenía ninguna intención de tener una relación con nadie que no fuera usted, pero yo insistí de todos modos.
Sin responder a las excusas de Aspen, se le acercó y le miró directamente a los ojos.
—¿Cómo te llamas? ¿Tu nombre de pila?
Aspen tragó saliva.
—Aspen.
—Aspen Leger —dijo, escuchando el sonido de aquellas palabras—. Desaparece de mi vista antes de que te mande a Nueva Asia a que te maten.
—Alteza, yo… —respondió Aspen.
—¡¡¡Fuera!!!
Aspen me miró un momento, dio media vuelta y se alejó.
Yo me quedé allí de pie, callada e inmóvil, sin atreverme siquiera a mirar a Maxon a los ojos. Cuando por fin lo hice, él me hizo un gesto con la cabeza en dirección a la habitación. Entró detrás de mí. Me giré y le vi junto a la puerta, pasándose la mano por el cabello una vez. Se giró hacia mí y vi que fijó la mirada sobre la cama deshecha. Se rio irónicamente.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó sin levantar la voz, controlando su rabia.
—¿Recuerdas aquella discusión…?
—¡Llevamos discutiendo desde el día en que nos conocimos, America! ¡Tendrás que ser más específica! —gritó, y yo me estremecí.
—Después de la fiesta de Kriss. Los ojos se le abrieron como platos.
—O sea, que prácticamente desde que llegó —dijo, con un tono sarcástico en la voz.
—Maxon, lo siento muchísimo. Al principio le estaba protegiendo a él, luego me estaba protegiendo a mí. Y después de que azotaran a Marlee, me daba miedo contarte la verdad. No podía perderte…
—¿Perderme? ¿Perderme? —preguntó atónito—. ¡Te vas a ir a casa con una pequeña fortuna, una nueva casta y un hombre que aún te quiere! ¡El que pierde hoy aquí soy yo, America!
Aquellas palabras me dejaron sin aliento.
—¿Me voy a casa?
Me miró como si fuera idiota por hacer aquella pregunta.
—¿Cuántas veces se supone que tengo que dejar que me rompas el corazón, America? ¿De verdad crees que podría casarme contigo, convertirte en mi princesa, cuando me has estado mintiendo durante la mayor parte de nuestra relación? Me niego a torturarme el resto de mi vida. Quizás hayas notado que de eso ya he tenido bastante.
—Maxon, por favor. Lo siento —dije echándome a llorar—. No es lo que parece, te lo juro. ¡Yo te quiero!
Él se me acercó, con la mirada gélida.
—De todas las mentiras que me has dicho, esa es la que más me duele.
—No es… —La mirada de sus ojos me hizo callar de golpe.
—Que tus doncellas hagan lo que puedan. Deberías irte con estilo.
Pasó a mi lado, salió por la puerta y con él se fue el futuro que tenía en mis manos apenas unos minutos antes. Me giré hacia la habitación, agarrándome el vientre como si fuera a romperme del dolor. Me acerqué a la cama y me tendí de lado, incapaz de mantenerme en pie.
Lloré, esperando que el dolor abandonara mi cuerpo antes de la ceremonia. ¿Cómo se suponía que debía afrontar aquello? Miré el reloj para ver el tiempo que me quedaba… Entonces vi aquel grueso sobre que Maxon me había regalado la noche anterior.
Pensé que sería lo último que tendría de él. Abrí el sello, completamente desesperada.